miprimita.com

Marisa (4)

en Grandes Relatos

MARISA 4

ESTABA TAN EMBEBIDO EN LA PELICULA y en la fabulosa interpretación de Paul Newman que no me di cuenta de que había transcurrido más de hora y media y ella aún no había regresado de la Catedral. Faltaban diez minutos para las ocho. Me pregunté ¿Cómo es posible que una misa dure más de hora y media? ¿Es que por la tarde oficiaban misas cantadas? Cualquiera sabe de lo que son capaces estos frailes cuando se ponen a sermonear. Yo había asistido a sermones en los jesuitas que duraban cerca de dos horas, sin contar la media hora larga del oficio.

Por mi parte, ya había tenido bastante con los seis primeros años de jesuitas de Bilbao. Había oído misas diarias durante seis años para el resto de mi vida. Haciendo cálculos mentales me salían cerca de dos mil doscientas misas que había tenido que oír por obligación. Eran misas más que suficientes, ya estaba bien pues de tanta misa y de tanto sermón. y no fue eso lo peor. Lo peor fue la aversión que adquirí por la inmensa, descomunal e indigesta hipocresía de que hacía gala el negro ejército del Vaticano sin el .menor pudor hacia la inteligencia de la sociedad católica. Hipocresía que habían inculcado en todos sus feligreses sin solución de continuidad.

Porque, sino, ¿cómo se explica que una mujer de treinta y tres años, madre de dos hijas, profundamente católica, que se confiesa y comulga cuando menos una vez por semana, vaya a confesarse y a comulgar después de follar como una desesperada y hacer una felación de campeonato, vaya a confesarse, digo, de esos pecados cuando a las pocas horas y con el cuerpo de Cristo dentro de ella todavía, vuelva a repetir esos mismos pecados posiblemente corregidos y aumentados? ¿ A que confesor le pedirá la absolución después de decirle que ha estado haciendo el amor con un chaval de diecinueve años, que le practica el sexo oral hasta hacerla barritar de placer, que ella le hace una felación hasta derretirle los huesos, sabiendo que, una vez perdonados esos pecados, antes de dos horas volverá a cometerlos? ¿Por qué no se confiesa de todas las jodiendas, comidas de coño y mamadas calculando un promedio aritmético para todo el año? Al fin y al cabo sería lo mismo, digo yo, y se evitaría horas perdidas y dejaría de poner cachondo dentro del cajón al fraile de turno. Si esto no es hipocresía mis cojones son claveles - pensé - cada vez más cabreado ante su tardanza.

En estas y otras disquisiciones estaba cuando oí abrirse la puerta del piso. Estaba tan cabreado que ni me levanté cuando abrió la puerta de la salita. Solo lo hice cuando la vi entrar llorando a lágrima viva y sentarse frente a mí escondiendo el rostro entre las manos.

Se me pasó el cabreo de repente. Me senté a su lado y se agarró a mí como un náufrago a una tabla. Me explicó entre sollozos que su hermano Enrique acababa de tener un accidente de tráfico y había resultado malherido. Había ido al hospital a visitarlo, por eso había tardado tanto. Estaba en la UCI y hasta dentro de cuarenta y ocho horas no se sabría si se recuperaría del terrible accidente, que había ocurrido aquella tarde en la carretera general de La Coruña, cuando nosotros regresábamos a Santiago después de comer. Por lo visto iba a demasiada velocidad, patinó en una curva y se empotró contra un árbol después saltar la cuneta.

Tenía una conmoción cerebral muy grave. A ella se lo comunicaron cuando iba de camino hacia la Iglesia. Su cuñada Leonor estaba deshecha, ella tenía que ir a acompañarla. Su cuñada, la pobre, estaba tan deprimida que no se atrevía a dejarla sola aquellos dos días. Claro que podía llamar por teléfono a Purita para que me atendiera. Me opuse rotundamente, yo no necesitaba a nadie, podía comer tranquilamente en cualquier restaurante, lo principal era que su hermano se recuperara cuanto antes, eso estaba por encima de todo. Si yo podía hacer algo no tenía más que decírmelo, iría enseguida al Hospital. No, ¡Por Dios! - respondió asustada - no faltaría más que eso, que diéramos pábulo a malas interpretaciones al vernos juntos. La gente es muy mal pensada y ella no podría evitar que se le notara su amor por mí. Si la amaba como decía, debía soslayar todo aquello que pudiera perjudicarla. Me besó llorando y me bebí sus lágrimas a besos. Sentía de verdad la desgracia que padecía, yo sabía muy bien lo que perder a un ser querido significaba. La vi salir de la habitación con un pequeño neceser y una maletita, nos besamos apasionadamente en la puerta del piso, pues no quiso ni que la llevara al Hospital Universitario, había llamado a un taxi por teléfono desde su habitación. Oí el claxon cuando ella bajaba las escaleras, se volvió en el último minuto antes de abrir la puerta de la calle y me envió un beso con los dedos, beso que le devolví en la misma forma.

También era mala suerte, la de ella y la mía, aunque bien mirado yo tendría dos días para recuperarme de tanto desgaste. Para cuando regresara pensaba estar sin ponerme los pantalones hasta que empezara el curso.

A las diez me fui a cenar y lo hice con buen apetito porque el caldo gallego que me sirvieron estaba de muerte, según acostumbraba a decir Mabel. A las once estaba de regreso en el piso. No tenía ganas de meterme en un cine, de modo que puse otra película en el video: Un puente lejano. Ya la había visto, pero como era de guerra y tenía un buen reparto, me entretuve hasta que los ojos comenzaron a cerrárseme. Apagué el vídeo y me acosté.

Desperté al día siguiente casi a las once de la mañana. Me duché me vestí y decidí ir hasta la Facultad. Estaba más triste y solitaria que Fonseca en la canción. No pude adelantar nada, ni siquiera con respecto a los libros de texto. Desayuné en una cafetería cercana, volví al coche y me senté pensando qué hacer. Podía regresar a Vigo. No, mejor no. Lo de Sharon tenía que terminar, no podía continuar con aquel incesto que había estado cometiendo con ella durante todo el verano.

Ahora que estaba lejos era la hora de olvidada. Tenía muy claro que no me sería fácil, pues la había recordado incluso haciendo el amor con Marisa y eso era una señal peligrosa y fatal. Pero tenía que acabar con Sharon para siempre, nueve meses dan mucho de sí y es tiempo suficiente para olvidarla.

En ese tiempo ella conocerá a alguien, se enamorará y no volverá a pensar en mi, y este pensamiento, sin saber por qué, me puso de mal humor; quizá porque, en mi fuero interno, una malévola vocecilla interior me decía que más difícil me sería dejar de pensar en ella que cumplir con mi obligación moral y divina de finalizar aquellas relaciones incestuosas. Debía de ser la voz de Lucifer quien me hablaba de ella continuamente. No, nada de Vigo, se acabó y punto. ¿Y por qué no La Coruña que está a un tiro de piedra? Pues a La Coruña, o A Coruña, como gustan de decir ahora los ceporros autonómicos.

Enfilé hacia la autopista, pero antes de entrar me pregunté ¿Y qué coño hago yo en La Coruña? Hombre, según dicen, es la Ciudad de Cristal, la ciudad en la que nadie es forastero ¿bueno, y qué pasa con eso? ¿Acaso conoces a alguien? ¿No será mejor que te vayas a casa, repases las asignaturas más difíciles del año pasado y le guardes la ausencia a tu preciosa Marisa? Si, será lo mejor. Di la vuelta al coche, y regresé sin prisas por el camino más largo, lo cerré en el garaje y subí despacio las escaleras. Nadie me esperaba.

Hacía un calor de infierno, me di una ducha fría, y cuando iba a coger el libro de Química vi de pronto una novela que había comprado con Sharon en una librería de Sanxenxo. El autor, José María Álvarez, no me dijo nada, el título: "La Esclava instruida", tampoco. Para empezar, el argumento comenzaba en la página quince (no me gustan los prólogos), y diez páginas después, tenía una erección hasta el ombligo. ¡Joder! Vaya cachondeo de libro. El tío este se lo ha debido pasar pipa con la niña.

Unas cuantas páginas más tarde, me estaba acariciando la erección sin darme cuenta. Por si no tuviera bastante calor con el libro el sol me daba de lleno en todo el paquete. El sol de septiembre que, cuando quiere pegar fuerte, te levanta ampollas en la piel.

Estaba a punto de levantarme cuando, al mirar hacia la ventana abierta, vi en el balcón de la casa de enfrente a una tía sentada cosiendo. Las contraventanas semi entornadas le impedían verme la cara. De cuando en cuando, levantaba la mirada de la costura para fijarla en mis manejos. El balcón daba a un amplio patio de luces y la distancia no sería mayor de diez metros desde donde ella estaba cosiendo hasta donde yo estaba leyendo. Decidí no levantarme y ver sus reacciones.

De nuevo comencé a acariciarme la erección que ya me llegaba el ombligo. Simulaba leer, mientras la miraba por encima de las páginas viéndola cada vez más interesada en lo que estaba haciendo con mi erección. Situada un piso más arriba del mío pude comprobar que era de medina edad, calculé que debía de tener entre cuarenta y cuarenta y cinco años y, la pobre, no destacaba por su belleza, pero tenía unos muslos que valían la pena.

Pude observar que cada vez prestaba menos atención a su costura mirando más a mi verga, erecta como un poste de teléfonos.

Volví a acariciármela, dejó de coser esperando sin pestañear que surgiera el chorro que imaginaba saldría disparado. Pues te vas a llevar un buen chasco - pensé - no me la he meneado nunca y no voy a empezar ahora. Pero de todas formas seguí acariciándome suavemente con los dedos, pasando y repasando la gruesa y larga erección de arriba abajo. y así estuvimos por lo menos diez minutos, ella mirando fijamente mis manejos, y yo brindándoselos sin montera y, de pronto, el chasco me lo lleve yo, porque metió una mano por la cintura de la falda y separó los muslos dejándome ver todos los rizos de su negro sexo. No llevaba bragas.

Sus dedos se hundieron en la vulva, separando los gruesos labios para masajearse de arriba abajo con una cadencia que aumentaba por segundos. La vi morderse los labios, relamiéndose, volver a mordérselos, recostarse en el respaldo de la pequeña silla de madera y adelantar las caderas enseñándome una vulva tremendamente brillante. El dedo medio frotaba el clítoris sin parar y miraba mi verga sin un solo parpadeo. Finalmente la vi abrir la boca y morderse los labios una y otra vez. Vi como temblaban sus muslos mientras la mano seguía cada vez más rápida el frotamiento y, al final, tembló toda ella, echó la cabeza hacia atrás y se detuvo. Estaba gozando de su solitario orgasmo. Veía sus grandes tetas subir y bajar con la agitada respiración y pensé, ¡vaya, se ve que te tienen abandonada! ¡Pobre mujer! Me levanté, y mi verga la saludó con dos sacudidas fenomenales batiendo contra mi vientre. Me miró a los ojos, sonrió débilmente sin sacar la mano del sexo y abrió la boca… me `pareció que me decía… Gracias.

Me fui a la ducha. No sabía si había hecho una buena obra, o sólo había sido el proceder de un exhibicionista. ¡Seria lo único que me faltaba ya! Pero yo no me había propuesto, cuando me acosté, realizar ninguna exhibición, si ocurrió así, fue por casualidad. Por otro lado, si a ella no le hubiera agradado lo que veía, nadie le impedía largarse a coser a otra parte. Sin mí, seguramente la pobre mujer no se hubiera dado la satisfacción de tener un orgasmo. Decidí que sí, que era una buena acción la realizada, pero que seria mejor no realizar ninguna más por muy buen samaritano que yo fuera. Hacerle un favor seria echarle un buen polvo, pese a lo poco agraciada que era la pobre, pero no lo era hacer que se masturbara satisfaciendo su libido con un remedo de cópula amorosa, claro que mejor era algo que nada.

Pese al calor, bajé la persiana dejándola abierta a menos de la mitad. Cuando volví a mirar al balcón sólo quedaba la silla. Miré la hora: las doce y media. No tenía apetito de modo que podía estudiar un par de horas tranquilamente. Volví a acostarme con el libro de Química en las manos, repasando lección por lección, sobre todo aquella que más problemática me resultó el curso anterior. No sé el tiempo que estuve leyendo, lo que sé es que me desperté con el libro en el pecho y oyendo pasos por el pasillo. Me levanté sin darme cuenta de que estaba desnudo y de que tenía una erección de caballo. La puerta se abrió de repente y Purita se quedó parada mirándome de arriba abajo, me quedé tan sorprendido como si hubiera entrado un extraterrestre.

-- Ay, perdone, señorito, no sabía que estaba desnudo - y exclamó mirando mi congestión -- ¡Jesús que cosa más grande!

Y seguía tan fresca, mirándome la erección, mirándome a mí, sin moverse, con una mano en el picaporte y una pierna delante de la otra.

-- Bueno, acabo de llegar y como no encontré a nadie en casa... - contesté

-- Claro, no lo esperábamos hasta después del quince ¿no sabe?

Como yo no me movía ni ella parecía encontrarse incómoda, se me ocurrió decirle:

-- Si quieres pasar... - invité, pensando, si pasas ya sabes para qué.

-- Pero ¿y si se entera la señora?

-- Yo no se lo voy a decir ¿y tú?

-- Yo menos, ya puede tenerlo por seguro.

-- Pues pasa mujer, y desnúdate, hace mucho calor.

Cerró la puerta, y antes de darme cuenta estaba delante de mí en pelota picada, mirándome a la cara, mirando la erección, volviendo a mirarme. Seguro que piensa - me dije regocijado - que va a tirarse a un actor americano. Tenía unas tetas en forma de pera, puntiagudas, derechas y firmes como correspondían a su edad. Las caderas marcadas, el pubis negro y abundantemente rizado, abultado y cachondo, las nalgas prominentes y macizas y la cintura ancha, de campesina, pero en conjunto tenía un cuerpo apetitoso.


Alargué la mano y me la cogió enseguida esperando que yo tomara de una vez la iniciativa.

-- Vamos a echar un polvito ¿sí, guapa?

-- Si, pero tenga cuidado, no me deje embarazada.

-- No te preocupes, nena, me pondré un condón. Además, puedes echarle la culpa a tu novio.

-- Si, es verdad, pero mejor el condón ¿no sabe?

Esta chica - pensé divertido - le gusta follar más que comer con los dedos y no tiene el menor reparo en demostrarlo. Así debe ser, sin complejos.

Se dejó tumbar en la cama, acomodándose ella misma con los muslos bien separados. Me encajé en ellos, le abrí los abultados labios de la vulva y presioné la verga a la entrada de su vagina enterrando, no sin dificultad, la congestionada cabeza.

--¿Y luego, no se pone el condón, señorito? - preguntó agarrándome por las caderas.

-- Al final, guapita - respondí, aplastándole las tetas de cabra con el pecho.

-- Usted también es muy guapito, pero no se descuide - comentó con su gracioso acento gallego - caray que grande es... uf.. y que gordo... caramba...

Y era cierto que me costaba trabajo penetrarla, seguramente está demasiado seca - pensé deteniéndome.

--¿Te hago daño? -le pregunté lamiendo una de sus puntiagudos pezones.

-- ¡Qué va! Ni gota.

-- Esta no es la primera vez ¿verdad?

--¡Claro que no! Pero una tan grande no me la habían metido nunca. Uf…mi madre... que grande es... señorito no se olvide de ponerse el condón... yo me corro muy pronto... Uy, Ay, que gusto... póngase el condón señorito... uy... uuuy... uuuuy... aaaay... uuuuy

Estuve por decirle, no grites tanto, coño, te van a oír en la Catedral.

Cuando acabé de penetrarla ya se había corrido por primera vez. ¡Joder! , pensé, esto es una locomotora. ¡Joder, Joder, Joder! Al empezar a bombearla, en pocos segundos comenzaron de nuevo los uys y los ays en un crescendo que me obligó a taparle la boca con la mano. Sentí sobre la verga la lluvia de su emisión y tuve que retirarme deprisa o la inundo sin remedio.

--¿Qué pasa, señorito? - preguntó abriendo los ojos.

-- Tengo que ponerme el condón, Purita.

-- Ah, bueno - y se quedó mirando curiosa como lo sacaba de la mesilla, rompía el estuche y comenzaba a ponérmelo

- Se va a romper - comentó de nuevo - mejor póngase dos por si acaso.

-- Quizá tengas razón - respondí, pensando, vete a saber con quien ha follado esta.

De nuevo se lo metí hasta la cepa y de nuevo se corrió antes de que comenzara a bombearla. Los uuys y los ays, se sucedían cada embestida y hasta con dos condones notaba como sus jugos golpeaban como una fuente intermitente. Acostumbrado a follar sin parapetos, teniendo dos y una tía que no paraba de hablar ni un segundo, tenía la impresión de que para Navidades aún estaría intentando eyacular de una puñetera vez.

Cerca de media hora me costó el orgasmo, más que nada porque Purita charlaba por los codos y sólo detenía su charla para lanzar uys y ays a destajo. Calculé que habría disfrutado unas quince veces mientras yo sólo una. Hubiera podido parar su charla besándola, pero o se acababa de tomar una perola de sopa de ajo o se había comido los ajos crudos, por eso preferí hundir la cara en su hombro, agarrarla por las duras y potentes nalgas con las dos manos y lamerle de cuando en cuando una de sus caprinas y firmes tetas.

Durante aquellos veinte o veinticinco minutos de cotorreo ininterrumpido me enteré de que tenía los mismitos años que el señorito (uuy... aayy) que su novio no la tenía tan grande como la del señorito ( uuuy...aaay), que va, ni la mitad, (uuuy... aaay) y que por eso el señorito la hacia correrse tantas veces seguidas (uuuy... aaaay), que el señorito le gustaba más que el actor de cine Tom Berenger (uuuuy... aaaay), que había visto pasar al señorito con el coche cerca de su casa (uuuy... aaay), que se acercó a ver si el señorito necesitaba algo (uuuy... aaay), que no sabía nada del accidente del señorito Enrique (uuuy... aaaay), que cuando el señorito acabara de correrse, ella iría al Hospital Universitario a visitarlo (uuuy... aaaay… aaaay). Una letanía inacabable de señoriítos, uys y ays que me volvían loco, me hacían reír y me impedían concentrarme en lo que estaba haciendo.

Cuando acabé y me levanté, la colcha parecía haber salido del fondo del mar, sólo faltaba escurrida. Joder con la Purita pensé - menudo caño tiene en el coño.

Vi que retiraba la colcha, informándome de que tenía que cambiarla y me fui a la ducha. A los cinco minutos entró en el baño mientras me duchaba:

--¿Qué pasa, Purita? - pregunté sin dejar de enjabonarme.

--¿Quiere algo más, el señorito? - respondió, utilizando la típica costumbre gallega de responder con una pregunta a otra pregunta.

-- No, Purita, no necesito nada más, gracias.

--¿Por la tarde tampoco? - volvió a preguntar, con mirada insinuante sobre mi polla.

-- Tampoco, gracias, Purita.

-- Bueno, pues entonces me voy, antes de que venga la señora.

-- Si, será lo mejor, adiós.

__ Hasta mañana, señorito - respondió sin moverse - ¿A qué hora quiere que venga mañana? - volvió a preguntar.

-- Mañana no estaré, Purita, me voy de viaje - respondí, esperando que comprendiera de una vez.

-- Bueno, pues hasta luego, señorito.

-- Adiós, Purita.

Esta es capaz de volver por la tarde, pensé, al oírla. Suspiré aliviado cuando oí cerrarse la puerta del piso. ¡Vaya ganas de follar que tiene la criatura! ¡Y vaya manera de correrse!

Esta chica funciona al revés que el resto de las mujeres - pensé - con ella era yo el que tenía que espabilarme para tener un orgasmo. Creo que también padece, como Mabel, de ninfomanía aunque la de esta es diferente. Ya ves tú, una señorita universitaria, que debía tener con su cuerpo el máximo de higiene es más guarra que esta campesina en la que se percibe, sin lugar a dudas, que se lava regularmente, y si la boca le huele a ajo es porque ni la pasta de dientes es capaz de eliminar dicho olor, pero la dentadura la tiene limpísima y blanca. Para que te fíes de la educación. La que sale guarra es guarra aunque se doctore en filosofía y la que es limpia por naturaleza los es aunque viva entre vacas.

Se me había abierto el apetito. Los dos. He sido un imbécil diciéndole que no viniera esta tarde – me dije pesaroso. Lo hubiéramos podido pasar muy bien. Aunque es mejor que guardes la munición para tu preciosa Marisa.

Y Marisa volvió a casa al tercer día, como Jesucristo y casi con el aspecto del crucificado. Estaba ojerosa, demacrada y no se tenía de pie. Me dijo que estaba tan cansada que iba a ducharse y a meterse en la cama para dormir, porque llevaba tres noches sin pegar ojo. Ni siquiera me permitió que la besara; según ella estaba demasiado sucia. No había podido ducharse en tres días. Su hermano, gracias a Dios, estaba fuera de peligro y se recuperaba muy bien. Lo habían trasladado de la UCI a una habitación. Había tardado un día más para que su cuñada pudiera descansar tranquilamente antes de regresar al lado de su marido. Ahora descansaría ella, tenía tanto sueño que seguramente dormiría dos días seguidos.

--¿Han llamado las niñas, Tom? - me preguntó, mientras sacaba del bolso la llave de su habitación.

-- Mientras yo he estado, no ha llamado nadie - respondí, sin más comentarios.

--He enviado recado a Purita para que venga. Alguien tiene que hacerte la comida, y yo estoy cansadísima, lo comprendes ¿verdad, amor mío?- comentó, abriendo la puerta.

-- No es necesario que venga nadie, porque me voy de viaje - mentí, sin saber muy bien por qué.

Me dirigió una larga y cansada mirada que me conmovió. Le acaricié las mejillas y sonrió levemente besándome la mano.

--¿Por qué te vas? - preguntó, sin dejar de mirarme.

-------

- Pensaba salir con un amigo, para que puedas descansar tranquila - respondí, sin encontrar otra explicación más plausible.

-- Ya comprendo - contestó - ¿Hasta cuando? - volvió a preguntar pausadamente.

-- No, sé... un par de días... ¿te parece bien? Estarás más descansada cuando regrese - y le sonreí sin dejar de acariciarle el rostro.

-- Descansaré mejor si sé que estás cerca - musitó, levantando sus cansados ojos hacia mí con aquella lánguida mirada que tanto amaba - Purita no tardará - no dijo más.

Le alisé un rebelde mechón de pelo que le caía sobre la frente. Seguía mirándome con ojos cansados, pero escrutadores.

-- Vale. No iré, si es lo que deseas. Llamaré por teléfono diciendo que no puedo ir.

Sonrió, me acarició las mejillas y suspiró profundamente antes de comentar:

-- Gracias, mi amor. Quizá me recupere antes de lo que imagino. Hasta luego, cariño

Y cerró la puerta suavemente. Me dirigí al teléfono del pasillo, levanté el micro presionando con la otra mano la horquilla y simulé hablar con alguien al otro extremo de la línea.

-- Oiga está Lalo. Dígale que le llama Tomy, que se ponga un momento -- una ligera pausa

- Lalo, oye lo siento, no podré ir - una pausa - no, no, es un asunto personal - otra pausa _ si, si, ya te explicaré - otra pausa - vale, nos vemos - y colgué.

Me giré en redondo al oír su voz:

--¿Con quién hablabas, Tom? - preguntó desde su puerta.

-- Con Lalo, Lalo Randeiro Ese amigo tan simpático, ¿recuerdas?

-- Ah, si, ya sé... ¿era con él que te ibas de viaje? - preguntó suavemente.

-- Sí, con él ¿por qué? - pregunté.

-- No, por nada, cariño... creí que sería otra persona - respondió sonriendo.

--¿Creías que era una mujer? - pregunté malicioso.

--¿No podría ser? - repreguntó a su vez, sonriendo irónica.

-- Marisa, por favor... - repliqué, contento por sus celos.

-- Perdona, amor mío. Hasta luego - y cerró nuevamente la puerta.

Me fui a la habitación a repasar la puta Química, la asignatura que me había resultado más problemática el curso anterior, bastante más que el inglés, en la que tampoco había pasado del aprobado. Tenía dos horas por delante, pues por lo menos hasta las doce no aparecería Purita para hacer la comida. Me apetecía más comer de restaurante y estuve tentado a largarme y darme un garbeo de nuevo por la Universidad. No sé por qué no lo hice, porque cuando Purita llegó me miraba con ojos extraños, como de cordero degollado que, si Marisa hubiera estado presente, la hubieran puesto sobre aviso. Había cometido una tontería con una campesina ninfómana y medio autista, pero como nunca me ha gustado llorar por la leche derramada, comí en silencio y me largué a la cafetería.

Aunque el dinero que el abuelo me había dado para pagar los gastos de pensión libros y demás, era exactamente el mismo del curso pasado, los quince primeros días de septiembre tendría que pagarlos de mis ahorros y ese gasto extra no me gustaba ni un pelo. Tampoco era caso de que Marisa me mantuviera. Quizá imaginé que con mi sola presencia ella se daría por contenta. ¡Coño! - me pregunté - ¿es que piensas vivir a costillas de una mujer como un macarra? No era ese el caso.

Por otra parte, el viejo zorro no me había preguntado por mi estancia en Santiago ni una sola vez durante todo el verano. Imaginé que daba por supuesto que me encontraba a mi gusto. Era un punto en el que nunca me había detenido a pensar, pero ahora que me tocaban el bolsillo, las preguntas se me acumulaban una detrás de otra sin darme tiempo para analizarlas. Mirando sin ver la película de la cafetería, me dije, veamos:

¿Por qué no me ha preguntado nada, el viejo zorro, en todo el verano?

Porque yo no me quejé de mi patrona, mis notas fueron buenas, aprobé el curso desahogadamente, y, por lo tanto, ¿para qué iba a preguntarme si las respuestas estaban a la vista?

Otras cuantas preguntas más:

¿Por qué me dio el dinero justo, sin contar todo el mes de septiembre para la pensión?

El viejo es tan pragmático como yo y por lo tanto... eres mayor de edad y puedes irte de casa cuando quieras, siempre que te pagues los gastos.

¿Por qué no hizo ningún comentario cuando le dije que volvía a Santiago quince días antes de comenzar el curso?

Ya me lo había dicho el viejo zorro el curso pasado: Es hora de que empieces a desenvolverte solo.

¿Qué es lo que sabía, o imaginaba el abuelo sobre mi vida en Santiago?

Varias preguntas por respuesta ¿Sobre qué tenía que saber o imaginar? ¿Sobre mis relaciones con Marisa? Él la conoció antes que yo ¿es que el viejo zorro era vidente? ¿Sabía que nos íbamos a enamorar? Si imaginaba que podía ocurrir ¿por qué y para qué lo hizo? ¡Ah, aquí está la madre de todas las preguntas! ¿Era una prueba a la que me sometía el viejo zorro? ¿Eran imaginaciones mías? No se pueden tener problemas de conciencia.

Dejemos la metafísica, macho, cuánto puedas tu imaginar, ya lo habrá imaginado él antes. Recuerda que, durante todo el verano, estuviste mucho tiempo con él, pescando, comiendo, hablando y discutiendo, y no preguntó ni una sola vez como te iba. Sólo sabe lo que le has contado; tampoco ha sido mucho, y lo mejor que has hecho, pues preferibles es callarse que contarle una mentira. Y quizá prefiera no preguntar a exponerse a que le expliques un cuento chino. Eso es lo que ha pasado. Así que olvídate del problema y vive como hasta ahora.

Total, que cogí el coche y me fui hasta Padrón a tomar unas copas, pensando, mientras conducía, que mi cuenta corriente iba a recibir un buen palo.

,-------

--

---

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

La loba

Lo potencial y lo real

Una vida apasionante (3)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (4)

Arthur Shawcross

Bela kiss

Romasanta, el hombre lobro

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

La semana tráquea

Relatos breves y verídicos (1)

El parricida sonámbulo

Curvas Peligrosas

Un fallo lo tiene cualquiera

Mujer prevenida vale por dos

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Cómodo, el incómodo

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (2A)

Viene de antiguo

Viene de antiguo 2

El gentleman

Margarito y la virgen de Rosario

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (1)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (2)

Incestos históricos (3)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Incestos históricos (2)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incestos históricos (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (3)

Incesto por fatalidad (4)

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

Como acelerar el orgasmo femenino

La máquina de follar

Sola

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (2)

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

Olfato de perro (4)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (5)

No sirvió de nada, Mei

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Olfato de perro (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (3)

Olfato de perro (1)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (3)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Mal genio

Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

Crónica de la ciudad sin ley (8)

El timo (2 - 1)

Testosterona, Chandalismo y...

El canibalismo en familia

¿Son todos los penes iguales?

Código de amor del siglo XII

Ana

El canibal japones.

El canibal alemán

El canibal de Milwoke

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (6)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El timo (2)

El vuelo 515 (3)

El bandido generoso

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

¿Serás sólo mía?

Hasta que la muerte os separe.

¿Quién pierde aceite?

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El mundo del delito (8)

El sexólogo (4)

El barco fantasma

Captalesia

El sexólogo (3)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

La sexóloga (3)

La sexóloga (2)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)