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La cariátide (5)

en Grandes Relatos

LA CARIÁTIDE 5.

Ocurrió la víspera de un viaje más largo de lo habitual. Se me ocurrió presentarme en casa con una botella de Licor 43. Supongo que lo hice porque a Pepita le gustaba mucho. Alfonso dormía por la tarde porque entraba de turno a las tres de la mañana. Jugando al parchís en la salita de estar, partida va copita viene, al anochecer los tres estábamos más que contentos y de la botella quedaba un fondo con un par de dedos escasos.

Pili no es que estuviera contenta es que llevaba un tablón encima como el de un andamio, pero aguantaba derecha como una vela, aunque farfullaba al hablar y nos partíamos de risas contenidas para no despertar al durmiente, aunque nosotros sí oíamos sus ronquidos atronando la vivienda, y eso también nos producía tanta risa que nos dolía el estómago del carcajeo. El alcohol es muy alegre.

Cómo consiguió Pepita hacernos la cena es algo que aún hoy no logro comprender. Lo cierto es que cenamos procurando mantenernos muy serios. El durmiente, con sueño atrasado de varias semanas, regresó al catre masticando el último bocado por el pasillo. No tardamos ni dos minutos en oírlo roncar de nuevo a todo vapor. Como no era suficiente un litro de licor 43 repartido entre tres, decidimos irnos a tomar unas cervezas bien frías porque teníamos tanta sed como una caravana extraviada en el desierto. Salimos muy sigilosamente del piso. Hasta el ascensor llegaban los ronquidos y bajamos hasta el portal carcajeándonos a pleno pulmón pero Pepita decidió que no estábamos en condiciones de presentarnos con aquella pinta en el bar de Carlos. Ella y yo éramos los que nos manteníamos más serenos.

El bar en que entramos se encontraba también cercano a la vivienda, en la calle paralela por la parte trasera del edificio. Consideré necesario que en vez de las cervezas los tres tomáramos café sin azúcar y bien cargado. Pepita estuvo de acuerdo y permanecimos hablando y riendo un par de horas en el bar. Total, que eran cerca de las doce cuando regresábamos a casa. La "nena" no aflojaba el tablón ni con un litro de café. Pepita se adelantó porque aún debía fregar los platos antes de que se levantara el marido, por lo menos esa fue la disculpa. Pili y yo dimos la vuelta a la manzana y al pasar por delante del bar de Carlos vi a Jorge, el contable autónomo, en medio del bar hablando con el dueño.

Pili me soltó el brazo para correr hacia Jorge. Se le colgó del cuello riéndose como una loca y pegándose a él como si deseara follárselo allí mismo. Jorge me miró por encima de la cabeza de Pili e hizo un gesto como pidiendo disculpas. Me encogí de hombros. Al final seguí caminando solo y cuando casi estaba llegando al portal me giré y la vi caminar trastabillando cogida a la pared. En el ascensor se me colgó del cuello, se levanto la faldilla y me llevó la mano a su coño que hervía de calor como olla a presión. Quería que la follara allí mismo. No tenía ni puñetera intención de hacerlo y casi en brazos tuve que entrarla en el piso.

Mientras Pepita acababa de arreglar la cocina y de fregar los platos llevé a Pili a la habitación y la tumbé sobre la cama. Pepita preparó un vaso de leche tibia que le hizo tomar casi a cucharadas. Tardó menos de un minuto en quedarse roque y mientras la madre la desnudaba y le ponía el camisón yo salí de la habitación. Cuando acabó de acostarla me dijo que iba a ducharse, estuve por pedirle que me dejara ducharme con ella, pero me contuve por temor a recibir una bofetada. Ni siquiera alumbrado me atrevía yo a extralimitarme con ella, aunque si le dije que pensaba ducharme también y, entonces me pidió que lo hiciera yo primero. La ducha fría acabó de serenarme.

Me cambié de muda y me acosté sin slip dejándolo debajo de la almohada. La "nena" resoplaba como un fuelle y sin miramiento alguno la penetré y me corrí en su vientre oyendo trajinar a Pepita en la cocina y luego en la ducha. Al final me quedé dormido. Me despertó cuando se acostó vestida a los pies de la cama. Nos miramos, pero ella cerró los ojos y yo también. Tardé poco en quedarme dormido hasta que el despertador sonó a los dos y media de la madrugada. La vi levantarse y hablar con el marido mientras tomaba un café con leche y magdalenas. Comía en la fábrica y ya no regresaría hasta las seis de la tarde. Luego oí la puerta de la calle, a Pepita regresando hasta su habitación, supongo que para hacer la cama.

Cuando regresó me hice el dormido, mirándola a través de las pestañas. Tenía el camisón largo puesto y se paró un momento en medio de la habitación. Quizá estaba pensando en acostarse a los pies de la cama, pero no lo hizo. Alzó la ropa y la sentí colarse casi pegada a mi cuerpo y entonces apagó la luz, dio un leve suspiró y se estiró cuando larga era. Tardé algo en acostumbrarme a la penumbra de los faroles de la calle y cuando me di la vuelta hacia ella, se mantuvo inmóvil con los ojos cerrados. Mi mano rozaba su vientre por encima del camisón. No sé como me atreví a acariciarla suavemente por encima de la tela.

Continuó inmóvil. Acerqué mi rostro al suyo y la besé sin que me correspondiera, pero también sin que protestara cuando paseé mi lengua por sus labios. Al mismo tiempo estiraba despacio de la tela del camisón hacia arriba hasta que sus muslos desnudos se pegaron a los míos y mi verga quedó aprisionada entre su vientre y el mío. Ni una protesta, ni un movimiento de rechazo, incluso separó los labios y pude saborear su lengua por primera vez. Sólo entonces me di cuenta de que me deseaba con tanto ardor como yo la deseaba a ella. Acaricié sus pechos mientras nuestras lenguas jugaban una con la otra con un ardor de fiebre contenida durante mucho tiempo. El camisón me molestaba para saborearla desnuda, pero no me atrevía a pedirle que se lo quitara. Mi verga palpitaba en su vientre con violencia, pero por temor a despertar a Pili no me atreví a montarla y quise separarle un muslo para comerle el imberbe sexo. Susurró:

-- Así, no.

--¿Y si se despierta? – musité a mi vez lamiéndole una de sus macizos senos.

-- No se despertará, no te preocupes – volvió a susurrar.

-- Quítate el camisón – pedí ansioso, y lo hizo sin rechistar.

-- Dios mío – murmuré abrazándola con fuerza mientras la penetraba -- ¡¡Cuánto te deseo, mi amor!!

-- Y yo a ti, nene – musitó ansiosa.

-- ¿Cómo es que eres tan estrecha? – pregunté.

-- No lo sé, siempre lo he sido, cariño, quizá tú eres demasiado grande, pero sigue, sigue hasta el fondo, mi amor.

Antes de tenerla toda dentro ya tuvo un orgasmo, pero sin un solo estremecimiento, ni una palabra de placer. Gozaba como la hija, tenía los orgasmos uno detrás de otro y me llevaba a cotas de placer inaguantables con la caricia de su licor hasta que no pude soportarlo más y eyaculé con una fuerza de géiser inundándola de semen. Al acabar la abundante eyaculación le pregunté:

-- ¿Y si tenemos un niño, que haremos?

-- Será maravilloso tener un hijo tuyo, cariño mío.

--¿Pero qué harán, Pili y Alfonso?

-- ¿Eso te preocupa? Se ve que me quieres poco.

-- Te quiero, mi vida, con toda mi alma.

-- Aún estás duro, ¿tanto me deseas?

-- Nunca sabrás cuanto, mi amor – comenté comenzando a bombearla otra vez.

De nuevo volvió a disfrutar orgasmo tras orgasmo mientras la bombeaba, soltaba tanto zumo como la hija y sin estremecerse ni dar señales de su placer. Me pregunté si también sería ninfómana como la "nena", pero eso me tenía sin cuidado porque la deseaba tanto que imaginaba que mi deseo de ella sería eterno. Volví a inundarla y mi semen y su orgasmo se mezclaron a borbotones.

-- ¡¡Que abundancia ¡! – exclamó – si que creo que me tenías ganas, cielo mío.

--- Siempre tendré ganas de ti, mi vida, siempre.

-- ¿Aún quieres más? – susurró, cuando de nuevo comencé a bombearla.

-- Hasta que se haga de día o hasta que ya no me quede una gota y aún así seguiré dentro de ti.

Se rió suavemente, pero me detuvo para preguntarme:

-- ¿Me llevarías contigo, Nes?

-- ¿Adónde? – pregunté, sorprendido y sin entenderla.

-- A donde tu quieras. Llévame contigo, mi amor, llévame bien lejos. Me ahogo en esta casa

-- Pero, ¿y tus hijos no te importan?

-- Lo mismo que yo les importo a ellos. Ella sólo piensa en follar, lo haría hasta con su padre si se lo pidiera y él se preocupa poco de mí, no puedo soportar más sus celos, es un martirio.

-- ¿Tiene celos de mí? – pregunté, recordando su escandalosa pregunta.

-- De ti y de todo el que me mira, aunque no lo conozca. Ya no puedo soportarlo más, mi vida. Estoy harta.

Se estaba corriendo mientras hablaba, notaba sus orgasmos uno tras otro y me pregunté si aún le duraría el efecto del licor 43. Sin embargo, volví a inundarla; mientras eyaculaba por tercera vez en su estrecha vagina se corrió tan seguido que me pareció un solo y prolongado orgasmo.

El placer de tenerla entre los brazos, de sentirme dentro de ella, de besarle los endurecidos pezones con sus rosadas areolas, y lamerle la suavidad de seda de su carne desnuda me excitaba cada vez más. Tenía unas ancas poderosas, macizas, potentes que movía suavemente mientras sus manos me oprimían las nalgas con fuerza contra su sexo que palpitaba de placer como el corazón de un pájaro asustado, en eso no se parecía a la hija ni tampoco en querer sacarla y meterla entera a cada embestida. Al revés, le gustaba sentirla dentro, casi sin moverla, sacándola escasamente un centímetro, deteniéndose cuando la raíz le tapaba la entrada vaginal por completo, para amasarla dentro contrayendo los músculos vaginales con una fuerza tremenda que nunca había observado en ninguna otra mujer. No, en eso la hija no se le parecía en nada.

Clareaba el día cuando todavía seguía dentro de ella. Había perdido la cuenta de las veces que había eyaculado, pero seguía con suficiente dureza como para permanecer dentro de ella hora tras hora por el solo placer de tenerla dentro de su vientre. También sus orgasmos habían disminuido en rapidez y sólo de cuando en cuando un ligero temblor le recorría los muslos y sabía que pronto le llegaría el clímax y así era. No, pocas similitudes había entre su hija y ella cuando gozaban.

Nos quedamos dormidos de lado, estrechamente abrazados, con mi verga dentro de su sexo hasta que a las ocho de la mañana me despertó. Tenía preparado el desayuno. La "nena" ni se había movido. Me acompañó hasta la puerta. Nos besamos largamente al tiempo que le acariciaba la imberbe góndola de labios gordezuelos y sedosos. Antes de abrir la puerta, me preguntó suavemente:

-- ¿Volverás pronto?

-- Sí, mi vida. Acortaré el viaje todo lo que pueda. Te necesito.

-- Y yo a ti. Acuérdate de lo que te he dicho.

-- Buscaremos una solución, no te preocupes más, vida mía.

-- ¿Me llamarás por teléfono? Son muchos días sin ti.

-- Si, nena, te llamaré sobre las dos,¿te parece bien?

-- Si, mi vida, estaré al tanto.

Bajé en el ascensor con el maletín de las mudas en una mano y la cartera de viaje en la otra. Subí al coche aparcado frente al portal. Tenía por delante setecientos kilómetros de ruta.

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