HETAIRAS, CORTESANAS Y RAMERAS
CAPÍTULO UNO.
Griegos y romanos nos dieron el pensamiento, la filosofía, la poesía; nos dieron la lengua, o por mejor decir el idioma, no vayamos a confundirnos, y sentaron las bases de nuestra comunicación, de nuestros caminos, muchos de los cuales aún perduran y utilizamos.
Las cortesanas griegas, que habían recibido los secretos sensuales de egipcias, sirias y frigias, sabían del poder y la importancia de las artes amorosas, de su complejidad y de su fuerza.
Las Dictéridas eran esclavas y lo sabían, pero soñaban con conseguir algún día el mismo estatus social que las otras aristocráticas del deleite esas mujeres libres y lujosas que se llamaban hetairas.
La mujer, en las primeras culturas no podía considerarse afortunada. Excepción hecha de las lujosas meretrices, la mayoría de las mujeres no pasaban de ser consideradas como otro animal doméstico con el que comerciar.
García Eslava nos recuerda que "la mujer en Grecia era esclava del hombre"; en Judea podía ser repudiada; en Siria era puesta en venta a la voz del pregonero; en la India podía ser muerta por su marido; el chino la vendía o la jugaba; el tártaro la amarraba con una cadena; el árabe podía degollarla al nacer; el romano tenía sobre ella derecho de vida o muerte; el mongol la compraba a cambio de ganado; el persa la podía matar si le desobedecía tres veces; el bosnio la robaba o la compraba en el mercado; los galos tenían derecho de vida o muerte sobre esposas e hijas; los germanos tomaban mujeres en virtud de la tarifa de las "leyes bárbaras"; entre los longobardos el tutor la vendía al marido; los francos, si la mujer era estéril, tasaban su muerte en ocho mil dineros y vaya usted a saber quien era el estéril; si había tenido un hijo su muerte se valoraba en veinticuatro mil dineros y si estaba encinta en veintiocho mil; el japonés la ofrecía al forastero como agasajo por la visita; en el imperio de Annam bastaba romper una marmita de cobre para divorciarse de la mujer y en Marruecos se vende en el mismo mercado que borricos y caballos."
No fueron en esos pueblos las dedicadas a la prostitución las más desgraciadas ni las que peor vivían, ni las que menos libertad tuvieron; muchas veces ocurre todo contrario. La cortesana, la mujer del lupanar, fue modelo para las jóvenes, no sólo para las siervas sino para castas matronas de clase elevada ¡A ver si aprenden algo algunas casadas remilgadas de nuestros días!
Nunca como en el Impero romano, "Las mujeres del amor", como se las llamaba, fueron tan admiradas ni tan imitadas, La mayoría vivían en una cárcel el lupanar dulce cárcel si la comparamos con la generalidad de simples esclavas.
Hasta que punto fueron las prostitutas el "modelo" deseado de casi todos los hombres lo pone de manifiesto el consejo de Marcial a su legítima:
"Hazte a mis costumbres o vete enhoramala, esposa mí. Yo no soy un Curio, ni un Numa, ni un Tacio; a mí me gusta pasar alegremente las noches apurando copas, y tú, por el contrario, te apresuras a levantarte después de haber bebido agua clara: me gusta alumbrar con lámparas mis placeres, y que Venus se huelgue a la luz del día, y ti te gustan las tinieblas; me gusta la desnudez de tal modo, que la mujer que se acueste a mi lado nunca esté bastante desnuda, y tú te envuelves en velos, túnicas y mantos; me gustan los besos a la manera de las tórtolas, y los que tú me das se asemejan a los que recibes de tu abuela tocas las mañanas. Jamás te dignas secundar mi ardor amoroso, como si presentaras el vino y el incienso de un sacrificio"
Los maridos romanos, incluso los más exquisitos poetas, eran frecuentadores del lupanar y gozadores de las meretrices. Así, la mujer que quisiera conservar la armonía familiar, se veía impelida a imitar a las prostitutas; incluso las más enamoradas acudían al prostíbulo para aprender las refinadas artes del goce sensual
Continuará