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El Superdotado (03 - II)

en Grandes Relatos

EL SUPERDOTADO -III-2

AÑO 1.925

 

Noté que sus manos bajaban despacio por mi espalda hasta mis nalgas desnudas. Sus finos dedos me cosquillearon suavemente la piel, y comenzó a apretarme contra ella al tiempo que separaba más los muslos. Seguí empujando con fuerza mi verga dentro de su delicioso chumino. Poco a poco se fue hundiendo en su húmedo calor hasta algo más de la mitad. Resopló suavemente y detuvo la presión. También yo me quedé quieto, aunque seguí lamiéndole toda la carne desnuda que tenía al alcance de mi boca.

-- Me da mucho gusto, Nere, ¿ a ti también? - susurré taimado, en su oído

Suspiró profundamente antes de responder entrecortadamente:

-- Sí... claro.

--¿ Te la meto más? - volví a susurrarle

Otro profundo suspiro antes de susurrar de nuevo:

-- Sí... sí... cariño mío... más... más.

Cuando menos me esperaba noté que su vagina comenzaba a palpitar al mismo tiempo que mi verga. Su respiración se hizo más agitada y la presión de sus manos sobre mis nalgas más violenta. Poco a poco mi verga fue hundiéndose en su adorable coñito, que tragó toda la tranca hasta la gruesa raíz. La sentí suspirar, me mordía suavemente los labios y comprendí que estaba disfrutándolo tanto o más que yo. Creo que se deleitaba en estarse quieta, con ella dentro, acariciándola con los músculos de su vagina y deleitándome a mí con sus contracciones, palpándola entera con las terminaciones nerviosas de su fabulosa vagina.

Ahora pienso que ella tan sólo tenía veinte años y por muchos prejuicios morales que tuviera, su cuerpo tenía las mismas necesidades fisiológicas que todas las mujeres normales y sanamente constituidas tienen a su edad, y no tardé en darme cuenta de que mi inocente treta no la había engañado ni por un momento. Quería ser engañada y se dejó engatusar.

De pronto, subiendo desde mis talones por las piernas y los muslos, una dulcísima corriente nerviosa se apoderó de mí. Supe al instante que aquel iba a ser el dichoso orgasmo del que tanto había leído. No me equivoqué. Sentí un trallazo en la espina dorsal que me hizo temblar todo el cuerpo entre sus brazos cuando comencé a correrme. Ella notó como vibraba desaforadamente mi verga dentro de su coño y siguió vibrando con una violenta sístole y diástole cuando de pronto la oí susurrar:

-- Espera... espera...

A duras penas pude contenerme casi en la cúspide del clímax. Comprendí que deseaba correrse al mismo tiempo que yo. Me incrustaba con la fuerza de sus manos contra su coño y notaba, de tan apretada como estaba mi verga, la succión de su vulva y el duro botón de su clítoris sobre la piel de mi imberbe pubis. Comenzó a estremecerse violentamente entre mis brazos.

-- Ahora... cariño, ahora... ahora... así... así... así ¡Oh Dios mío... mi niño ¡Ah!

Cuando noté su leche rociándome el capullo con su caricia cálida, batiendo con suaves y tibios golpes algodonosos contra la piel satinada y tensa del glande, de nuevo sentí un trallazo de placer. Subía desbocado desde mis talones a lo largo de mis pantorrillas, muslos y testículos. Explotó en mi pene, sacudiéndolo con espasmos profundamente intensos. Se prolongó el agudísimo placer tanto tiempo que perdí el mundo de vista, desmayándome literalmente entre sus trémulos brazos. Fue mi primer desmayo, pero no el último.

No fue menos intenso ni menos prolongado su orgasmo, pues que ni siquiera supo que yo había perdido el conocimiento. Me desperté sintiendo todavía entre en mis brazos las sacudidas de su carne trémula y en mi oído su anhelante y sofocada respiración. Ella y yo inhalábamos el aire a bocanadas, extenuados ante el prolongado y profundo éxtasis. Luego nos quedamos quietos de nuevo durante mucho tiempo.

Toda mi verga se había enterrado en ella. Los labios de su vagina apretaban la raíz de mi tranca como una argolla y los labios mayores de su húmeda vulva me aspiraban la carne imberbe del pubis como una ventosa. Me sentía en la gloria y tan duro como si no hubiera tenido dos orgasmos bestiales. Encendí la luz para mirarla. La vi tan fabulosamente hermosa con su larga melena rubia desparramada sobre la almohada que comencé a moverme intentado hundirla más, lo que era imposible. Se dio cuenta de que seguía tan duro como al principio y preguntó en un susurro:

--¿ Aún te duele?

-- Un poco - mentí - pero quiero hacerlo otra vez, ¿ tú no?

-- Si, pero has disfrutado ya ¿ verdad? -- preguntó a su vez mirándome a los ojos.

Ante mi silencio comentó suavemente:

-- No me digas que no, lo he notado.

-- Un poco - volví a repetir y añadí - tú también te has corrido.

--¡ Vaya lenguaje! - exclamó a mi oído - ¿ era el que te enseñaba Concha?

Comprendí que, pese a los tres años transcurridos, no había olvidado lo sucedido entre la chacha Concha y yo.

-- No, lo leí en unos libros - murmuré en su boca mientras le sorbía los labios metiéndole la lengua profundamente.

Se quedó callada durante unos segundos, jugando con su lengua sobre la mía, luego susurró:

-- Esto no puede volver a repetirse, lo sabes ¿ verdad?.

--¿ Por qué no?

-- Porque eres mi hermano y, aunque seas tan alto, sólo tienes siete años. Si se supiera, me enviarían a la cárcel por incesto y estupro, por eso.

-- Nunca nadie lo sabrá - murmuré mordisqueándole el lóbulo - si tú no lo dices. Además, a ti te gustó tanto como a mí, tuviste una buena corrida.

--¡ Qué palabrotas, Dios mío! Tarde o temprano se sabría. No te quepa duda. Siempre es así.

-- En nuestro caso no. Si no lo decimos ¿ quien lo sabrá?

-- Por ejemplo Elisa, o Megan o cualquier otra. Siempre están fisgando.

-- Papá tenía rigurosamente prohibido entrar en esta parte de la casa por la noche - me hubiera mordido la lengua por idiota.

No se dio cuenta de mi desliz, o si se dio cuenta lo pasó por alto pensando en que tenía a su disposición una gran verga que podía hacerla gozar sin preñarla. Sin embargo, dijo:

-- Pero Megan no lo tiene prohibido y no voy a prohibírselo ahora porque sería peor. Además, cualquier descuido por tu parte... ¿ comprendes lo que quiero decir?

--¿ Me crees tonto?

-- No, sé que eres muy inteligente, Megan está convencida de que eres un genio, cariño mío, pero no dejas de ser un niño - y me besó de nuevo con toda la boca abierta mientras mi verga palpitaba en su coño con violencia.

Hablábamos en susurros, uno al oído del otro, como si temiéramos ser escuchados por alguien, cuando en realidad estábamos al final del pasillo y a más de treinta metros de la habitación de Megan.

-- Además, si cerramos con llave tendrían que abrir la puerta con un hacha ¿ crees tú que Megan haría eso? - pregunté con voz triunfal. Aquello pareció ser definitivo.

--¿ Tienes ganas de hacerlo otra vez? - preguntó en un susurro.

-- Unas ganas locas. No la sacaría ni para hacer la mili. Te estaría jodiendo hasta reventar.

Sofocó la carcajada sobre mis labios, para decirme:

-- No digas esas palabras tan feas, cariño mío. Son horribles.

--¿ Que quieres que diga?

-- Pues... no sé, que te gusta hacerme el amor siempre, por ejemplo.

-- Eso, follaremos toda la noche.

-- Eres un inocente, Toni, no podrás aguantarlo. Además, yo tampoco puedo ¿ Por qué no lo dejamos por hoy?

<<Si podré aguantarlo a no ya lo veremos - pensé para mí coleto - tu déjame tenerla dentro, que para sacarla tendrás que llamar una grúa. >>

-- ¿Es que ya no quieres correrte más? – pregunté sacándosela y metiéndosela despacio.

-- Lo hacemos una vez más ¿ di que si, anda? - dije ansioso, y la besé en la boca, separándole los labios para meterla la lengua hasta la garganta.

Abrió los ojos y vi la risa en ellos, me la chupó mientras contraía su vagina sobre el duro barrote que la penetraba hasta el útero, sabía que era el cuello del útero al final de la vagina, pues notaba su pico en la punta de la polla.

-- Bueno, como tu quieras - suspiró cuando le lamí los labios chupándoselos como un caramelo.

Su vagina empezaba a latir de nuevo. Tenía los ojos entornados y me miró con media sonrisa. La besé abriéndole la boca con la lengua y se la volví a meter hasta la garganta. Pareció temblar mientras me la chupaba con ansia.

De nuevo llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo, y de nuevo sentí su leche derramándose deliciosamente sobre mí congestionado capullo. Sin poder contenerme comenté:

-- Déjame chuparte el coño, Nere, por favor, déjame que te lo chupe, anda.

-- No seas guarro, Toni, estoy...

-- Quiero tragarme tu leche, quiero tragarla toda, anda, déjame.

-- Pero ¿ tú estás loco, qué clase de guarradas son esas? ¿ Quieres morirte, o qué? Que no, te he dicho.

Comenzó a quejarse de que le dolía la espalda. Se la saqué y me miró la erección con cara de asombro. Pero me deslicé tan rápido que no le di tiempo a reaccionar, y puse mi boca sobre su sexo rezumante aspirando toda la leche de su orgasmo y tragándomela enfebrecido de deseo. Tenía el sabor de la mantequilla salada un poco amarga y era casi tan espesa. Quiso apartarme, pero no hizo mucha fuerza para lograrlo, de modo que la aspiré toda la de su vagina hasta que no salió más. Gimió de placer al chuparle el clítoris con fuerza y acariciarle su dura carne con la lengua. Respingó cuando la caricia se hizo más violenta, adelantando el coñito, separando los muslos en compás para que pudiera chuparla a placer. Se corrió aún más rápidamente que antes aferrada a mi cabeza, hundiéndome toda la cara en su abierta vulva, húmeda y caliente. Paladeé de nuevo todo su licor espeso y tibio, y esta vez fue tan abundante, que casi me llenó la boca. Estaba tan excitado que le hubiera comido el coño a pedazos, la mordí demasiado fuerte en los gordezuelos labios de la vulva, lo que la hizo gritar.

-- Eres un guarro y, además, me has hecho daño, bruto - se quejó y volví a meterle la lengua en la boca para calmarla poniendo en la suya el sabor de su leche mientras le metía la polla hasta la raíz.

-- Pero te gustó, porque te has corrido más que antes. Tu leche sabe a mantequilla.

-- No sabía yo que... ¿ Sabes que eres un guarro, cariño?

-- Pero ¡ Si tu sexo es más sabroso que las almejas de Carril, Nere! - exclamé con sinceridad.

--¿Aún te duele? - preguntó, sonriendo ante mi exclamación.

-- Muy poco y me dolerá menos cuando follemos cuatro o cinco veces más - respondí poniendo otra vez en su boca el sabor de su sexo.

--¡Jesús que ardor! ¿ Tanto te gusta? - contrajo varias veces la vagina sobre mi verga mientras me miraba sonriendo.

-- Ya te lo he dicho, tanto que pienso chuparte el coño hasta que no tengas más leche dentro.

--¿ Pero por qué tienes que decir esas palabrotas?

--¿Y como tengo que decirlo?

-- No sé, pero... con más elegancia, digo yo.

-- Bueno, pues te chuparé el sexo hasta que te quedes seca ¿ te gusta más así? - pregunté comenzando un pequeño vaivén de mete y saca.

-- No comprendo como puedes tener ganas todavía.

-- Porque yo te quiero muchísimo, y, además, eres tan hermosa y estás tan buena, que sólo de pensar que la tengo dentro de tu hermoso coño me enloquece.

Movió la cabeza con resignación antes de comentar:

-- No tienes remedio, vida mía.

--¿Por estar enamorado de ti?

--Pero, ¿Qué dices? -- exclamó mirándome entre asombrada y regocijada - ¿ Desde cuando, cariño?

-- Desde que te vi la primera vez... - estuve a punto de delatarme pero rectifiqué a tiempo - creo que desde que abrí los ojos por primera vez.

--¡Eres un zalamero, Toni! ¿ Lo sabías? Todo esto de la visión y del dolor te lo has montado tú para acostarte conmigo. Dime la verdad, no me enfadaré, te lo juro.

Me miraba fijamente a los ojos y yo sonreí guiñándole un ojo. Tuve que quitársela porque deseaba levantarse.

-- Lo sabía, eres un granuja, un guapísimo granuja - y me besó con toda la boca abierta aspirándome el aliento y supe que podría follarla cuanto quisiera.

--¿Sabes en lo que estoy pensando? - pregunté mientras ella se sentaba el borde de la cama, para ponerse el camisón

-- No sé, dímelo - dijo, sonriendo mientras cubría la escultura de su cuerpo maravilloso.

-- Pues pienso casarme contigo cuando sea mayor.

Se tapó la boca con las manos para sofocar las carcajadas y se inclinó para besarme mientras yo aprovechaba para estrujarle el precioso y húmedo chumino sin que protestara. Luego, me apartó la mano y se fue al baño. De nuevo, corrió el agua del bidé. Seguía empalmado como un caballo ante una yegua en celo. Cuándo volvió se quitó el camisón, acostándose a mi lado.

Monté sobre su cuerpo soberano con mi verga apoyada en su delicioso chumino. Se la metí poco a poco mientras ella zureaba como una paloma ante el goce de la penetración. Me detuve con la mitad de la verga dentro de ella. Comentó risueña siguiendo la conversación en donde la habíamos dejado:

-- No podemos casarnos, somos hermanos, tonto. Pero es muy halagador que me lo digas.

-- Tu no quieres casarte conmigo, Nere ¿ verdad? No me quieres como yo a ti.

-- Nunca podrás quererme como yo te quiero, canallita mío - susurró mimosa adelantando hacia mí sus caderas.

-- Pero no te casarás conmigo.

-- Lo haría, si pudiera. Eres el chico más guapo que he visto en toda mi vida - y después de una pausa y varias contracciones de su vagina comentó muy seria - demasiado guapo, sí, demasiado guapo.

-- Eso me lo dicen todas, pero yo no quiero casarme con todas, sino contigo - dije hundiéndole de un empujón la polla hasta la raíz - tú no te casarías conmigo ¿ verdad?

-- Antes de que seas mayor te habrás cansado de mí y me dejarás por otra, cariño mío - musitó besándome suavemente.

-- Eso no ocurrirá nunca, Nere.

De nuevo sentí las contracciones de su vagina sobre mi dura barra cada vez más rápidas, su precioso culo se movía suavemente, sacando y metiendo en su coño el gran mástil que la penetraba.

-- Empiezo a correrme, Nere... ya me viene

-- A mí también, cariño, pero espera un poco y métela hasta el fondo. Así, no te muevas, ahora me vendrá, ya, ya, córrete ahora, vida míaaaaaaaa

Su leche inundó de placer mi capullo y me corrí con ella salvajemente. Nos besábamos como locos. Le chupé los duros pezones amasando sus preciosas tetas con las manos mientras mi verga palpitaba una y otra vez al compás de las contracciones de su vagina. Se quedó desmadejada sobre la cama. Se había corrido tres veces abundantemente. De nuevo metí la cabeza entre sus muslos sin que esta vez protestara.

Era tan agradable que deseaba metérmelo todo en la boca. Se estremecía cada vez que pasaba mi lengua sobre el botoncito de carne dura. Lo sorbí con los labios, acariciándolo con la lengua. Inmediatamente sus muslos se cerraron sobre mis mejillas y sentí sus dedos engarfiándose en mis cabellos.

Me apretaba la cabeza contra su sexo y yo chupaba el botón y lo acariciaba cada vez a mayor velocidad, mientras mis manos amasaban sus tetas. Cuando su carne trémula vibró de nuevo bajo mi caricia, jadeaba y gemía adelantando su coño hacia mi boca, noté que su vientre palpitaba violentamente. Sentí en la lengua el primer chorro de esperma y abrí la boca para sorberlo aspirando con fuerza hasta conseguir todo el licor de sus entrañas. Al deslizarse por el húmedo canal hasta mi boca, su cuerpo se convulsionó y la oí sollozar de placer. De nuevo me lo tragué todo y todo el que pude aspirar, que no fue poco. Seguí lamiéndola sintiendo como aleteaba su sexo sobre mi lengua. Sólo cuando dejó de aletear, que tardó un buen rato, me arrastró encima de ella para que se la metiera otra vez hasta la raíz.

Me besó, mirándome fijamente y debió de notar en sus labios el sabor de su leche, porque se pasó disimuladamente la lengua antes de preguntar:

--¿Quién te ha enseñado a hacer esto?

-- El libro - contesté sin mentir.

-- Dime la verdad ¿ quién te ha enseñado?

-- Es la verdad, Nere, te lo juro, el libro lo explica todo.

--¿Cómo se titula?

-- Corrida de Coños - era la verdad.

--¡Madre mía, menudo título! Válgame Dios. En fin, qué le vamos a hacer, la culpa no es tuya, si no de quien los dejó allí.

-- Si no fuera por los libros, no sabría hacerte disfrutar tanto.

-- Supongo que sí. Si le explicas a alguien lo de esta noche, nunca más volverás a verme porque me encarcelarán por incesto. Porque esto es un incesto ¿ comprendes bien lo que te digo, cariño mío?

-- Claro, vida mía, lo entiendo muy bien.

--¿Sabes lo que es un incesto?

-- Según el diccionario es el comercio carnal entre familiares de primer grado. Pero eso a mi no me importa. Lo que a mí me importa, Nere, es metértelo en el coño cuanto más tiempo mejor.

-- No te lo tomes a broma, Toni, esto es muy serio.

Junté los dedos índices en cruz y los besé.

-- Te lo juro por esta, nadie lo sabrá jamás - dije muy serio. Era lo que había visto hacer a Elisa cuando la acusaban de algo que no había hecho.

Permanecimos, abrazos en silencio y sin movernos. Mi miembro seguía palpitando incontrolable dentro de su caliente estuche. Lo notaba porque me apretaba la verga todo lo que podía contrayendo los músculos de su vagina y ordeñándome como se ordeña el tetón de una vaca. Y de pronto noté subiéndome por las piernas y los muslos esa dulcísima corriente que me hizo estremecer encima de su cuerpo. Eran oleadas de un incontrolable deleite cada vez más intenso. Llegaron, por el interior de mis muslos hasta mí endurecido miembro, que saltó como un muelle dentro de su coño.

-- Estás disfrutando otra vez. ¿Verdad?

-- Si... me corro... me corro, Nere... me corro... mi amor.

Sentí sus manos oprimiéndome las nalgas contra su sexo con toda su fuerza mientras chupaba una de sus hermosas y duras tetas con todas mis ansias. Me estremecía de gozo entre sus brazos y perdí la noción del tiempo. Me desperté respirando a bocanadas y sintiendo las fuertes sacudidas de mi verga dentro de su divino coño. Poco después ella me comentó al oído.

--¿Te ha gustado?

-- Ha sido maravilloso, Nere. No sé explicártelo, pero creo que no hay nada más delicioso. Tu no has sentido nada ¿ verdad?

-- Te sentí y esta vez fue realmente prolongado. Disfrutaste en seco, pero todo llegará algún día. Creí que te desmayabas. Y ahora se te bajará la excitación y descansaremos.

-- Si tú lo dices...

-- Ya lo verás. Tardará un poco pero se bajará.

Permanecimos en silencio unos minutos. Hundido en su estrecho y caliente nido mi excitado pájaro comenzó a latir de nuevo.

--¿Qué te pasa?

-- Me está volviendo otra vez.

--¡Madre mía! ¿Tan pronto? Pero si ya has disfruta cuatro veces y yo otras tantas ¿ y aún quieres más? ¿ Cómo es posible? - pero en su voz notaba la complacencia de que la deseara tan ardientemente.

No la dejé continuar porque la besé con toda mi fuerza, apalancándome en sus hombros para hundir mi verga totalmente en su húmedo y caliente coñito. Me miraba con los ojos entornados otra vez. Noté que empezaba a mover las nalgas arriba y abajo, era casi un movimiento imperceptible pero que me sacaba la verga hasta la mitad para volver a hundirlo profundamente con un golpe seco. Noté en la raíz de mi verga el fuerte aleteo de su sexo sobre el mío y de nuevo sentí en la punta del capullo la dulcísima caricia de su fuerte orgasmo. Lo roció de leche tibia y espesa, mientras su sexo palpitaba contra mi raíz cada vez con mayor fuerza. Su boca me aspiraba el aliento como una ventosa, y su lengua se enroscaba en la mía con ansia loca. Mi placer, viéndola gozar de forma tan salvaje y prolongada cuando yo ya había finalizado mi orgasmo, fue mucho más intenso. Oyéndola gemir bajo el delirio del clímax, me puso la verga más dura de lo que ya la tenía. Quedó, finalmente, desmadejada sobre la cama susurrando:

-- Mi niño... mi niño... mi precioso niño... ha sido delicioso.

Despertó de su orgasmo. Notó mi dureza y abrió los ojos como platos.

-- Todavía quieres más... ¡No es posible! Yo no... no puedo más, cariño.

-- Si puedes. No me cansaré nunca de estar dentro de ti. Verte disfrutar y gemir mientras te estoy follando es lo que más me gusta.

-- Pero... ¿cómo puedes disfrutar tantas veces?

-- Porque te quiero mucho, Nere, muchísimo

-- Sabes una cosa, Toni, es la primera vez en mi vida que tengo tantos orgasmos y no lo entiendo, también es la primera... bueno ya sabes.

-- No - dije intencionadamente - no sé.

-- Sí, cariño. Es la primera vez que... no te hagas el tonto, caray.

-- Si no te explicas mejor... - mentí haciéndome el inocente.

-- Pues que es la primera vez que... practico el sexo oral.

--¿Y te gusta?

-- Si, pero sólo porque eres tú - y yo me sentí muy halagado, aunque en el fondo, allá muy al fondo, una duda comenzó a germinar en mi cerebro de la que no me di cuenta hasta mucho más adelante.

-- Pero esto ya te lo habían hecho ¿ verdad? - pregunté sacando y metiendo la polla varias veces.

Me miró fugazmente para fijar la vista en el techo antes de responder escuetamente:

-- Sí.

--¿Quién fue?

-- Era muy joven. Sólo tenía doce años.

-- Quien fue, Nere.

-- Eduardo.

-- Quien es Eduardo.

-- Un novio que tuve en La Habana.

Giró la cabeza para mirar el reloj de la mesita. Eran las doce y media. Podemos seguir follando dos o tres horas más, le dije. Se rió, metiéndome la lengua en la boca mientras me besaba.

-- Tenemos que dormir, si no mañana nos despertaremos demasiado tarde y las criadas pueden sospechar algo y esto no puede saberlo nadie ¿ comprendes?

-- Si lo comprendo, pero sólo una vez más, ¿ quieres?

-- Sí, tesoro, una vez más. No consigo entender como es posible que sigas con la misma erección después de haber disfrutado tantas veces. No lo entiendo.

-- Porque estás tan buena y cachonda que no puedo dejar de follarte. Te quiero tanto, Nere, que me hace daño tanto quererte.

-- Mi niño bonito y precioso, pero que labia más fina te ha dado Dios.

-- Sólo tengo ganas de hacerte el amor. Estaría dentro de ti día y noche. ¿ Verdad que me dejarás follarte todas las noches?

-- Pero tendrás que ser muy precavido y hacer todo lo que yo te diga sin protestar. Y no me aprietes tanto el sexo que me hace daño.

-- Perdona, ¿ te la meto otra vez?

Me miró y suspiró mientras se estiraba en la bañera. Me hizo pasar las piernas por debajo de las suyas y me atrajo hacia ella dirigiendo mi enhiesta lanza hasta la entrada de su vagina. Comenzó a entrar pero sólo logré penetrarla hasta la mitad. Entonces deslizó el culo hacia mí, sosteniéndome por las nalgas y me clavé en ella hasta la raíz. Jugué con sus preciosos globos lamiendo los pezones de nuevo. Parecía tener en ellos tanta sensibilidad como en el clítoris, pues se ponía cachonda nada más empezar a mamárselos. Tampoco yo entendía que pudiera disfrutar tantas veces seguidas y tardé mucho tiempo en entenderlo.

Dormíamos juntos todas las noches, esperando yo en mi habitación durante una hora antes de irme a la habitación de mi hermana con el fin de darle tiempo a Megan para que se durmiera. Jodíamos a placer noche tras noche, incansablemente, amándonos cada día más. Estaba tan enamorado de Nere, deseaba tan ardientemente su cuerpo desnudo, terso y suave como los pétalos de las flores, que mi ansia de ella resultaba insaciable y creo que a ella le pasaba lo mismo. Me acunaba, me acariciaba y se dejaba comer el coño sin protestar ni una sola vez. Nunca desfallecía en mis ansias de follarla, pues me bastaba hundir mi cabeza entre sus portentosos muslos, mordisquearle y lamerle las ingles, chuparle los gordezuelos labios de la vulva y sorberle el clítoris, tragarme la leche de sus orgasmos, para que mi verga estuviera siempre dispuesta y berroqueña, y yo encantado de metérsela hasta la raíz.

Y así acabó el año, sintiéndome plenamente feliz por gozar noche tras noche de la mujer con la que había soñado tanto tiempo. Al principio creí que el licor orgásmico de Nere era para mí un poderoso afrodisíaco que me mantenía ansioso de ella constantemente y me permitía disfrutarla horas y horas sin cansarme, pero no, no era eso.

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Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

El cipote de Archidona

Marisa (11)

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

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Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

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Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

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La madame de Paris (5)

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La bella aristócrata

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El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

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La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

La cariátide (10)

Un buen amigo

Servando Callosa

Carla (3)

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Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

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La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

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Neurosis

Relato inmoral

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