DESEO DE MACHO 5
Capítulo 5
Córrete para mí ordenó, elevándose detrás de ella para agarrar sus caderas y empujarla más duro en sus embates.
Lena chilló, mordiendo la almohada junto a su cabeza en desesperado abandono. Su vagina se apretaba. Su corazón revoloteaba en algún sitio en los alrededores de su estómago. Cada aliento que lograba aspirar en sus pulmones estaba condimentado con el gusto y olor de su coito. Una mezcla de sudor y lágrimas picó sus ojos y sollozó su necesidad, rogándole con palabras que no estaba segura de que tuvieran algún sentido en absoluto, en cualquier idioma que existiera.
Vamos, nena él la estimuló, gruñendo las palabras.
La fuerza de su liberación casi lastimaba. La llenó con luz y oscuridad, con placer y dolor. Julián bramó, lanzando su cabeza hacia atrás, permitiendo que el sonido cantara hacia los cielos. Su pene se deslizó en ella, más profundo que nunca, atragantándolos a ambos. Un caliente chorro húmedo la llenó, llegando hasta su útero. Él se estremeció sobre ella, sus músculos tensándose.
Oyó como sus dientes rechinaban. Un sollozo áspero, un sonido adorablemente crudo, se le escapó. Pulsó en ella otra vez, llenándola con su cremosa eyaculación. Casi la quemó, estaba tan caliente, y su carne estaba igual de ardiente cuando presionó su pecho contra la espalda de ella. Sus dientes chirriaron de forma audible otra vez y los últimos restos de semen borbotearon para inundar su todavía espasmódica vagina.
Se derrumbaron sobre la cama, aún unidos. Julián parecía haberse hinchado aún más grande dentro de ella, atorándolos juntos de momento. Una burbuja de emoción hizo que sus ojos se inundaran con lágrimas. Palabras espontáneas salieron de sus labios.
Creo que te amo susurró ella, horrorizada al darse cuenta que era verdad.
Nunca había amado a nadie antes. Ni a su marido. No así. Julián gimió en su oído, presionándola pesadamente en el colchón. Sus manos como garras;¿cuando había ocurrido eso?; regresaron a cubrir los pechos de ella
Descansa susurró, su voz casi tierna.
Pero ella no podía. La tarde se estiraba mientras él la sostenía. Y todo en lo que podía pensar era en como demonios podría haberse permitido a sí enamorarse de un hombre como él. El aliento de él era estable y profundo en su oído y ella se preguntó si acaso dormía. Se movió bajo él, sintiéndose aún encerrada con él, aún unidos.
Sus manos le apretaron los pechos con cuidado y supo que sólo dormía la siesta ligeramente, si acaso eso. Desearía poder ver su cara.¿ Había quedado él tan afectado como ella al hacer el amor? Si fuera así, él debería haber estado inclinándose a sus pies en ese momento, su esclavo de por vida. Ella seguramente parecía su esclava ahora, y con mucho gusto se habría hundido de rodillas antes de él. ¿Pero doblegarse?
Lena nunca se doblegaría, no ante ningún hombre. Pero encontraría otras cosas que hacer mientras estuviera de rodillas. Mejores cosas. Cosas perversas y pecaminosas diseñadas para volverlo salvaje y loco por ella. ¿Era su miembro tan grande que no pudiera envolver sus labios alrededor de él? Él se sentía así de grande, todavía enterrado tan profundamente dentro de ella, realmente la hacía gozar sentirlo en todas sus fibras.
Su corazón latía tranquilizadoramente contra la espalda de ella. El corazón de ella seguía el mismo ritmo. No había vuelta de hoja ahora y ella lo sabía, malditos sus ojos. Estaba enamorada de él. No importaba que apenas lo conociera, ya sabía que quería estar con él para siempre. Y estaba determinada a hacerlo sentirse de la misma forma hacia ella. Así tuviera que golpearlo, lo haría amarla también.
Con un objetivo claro en su mente y corazón, de pronto se sintió mucho mejor. De nuevo en control de sí misma y sus emociones. Así que lo amaba, así que moriría por él, eso no la hacía débil. La hacía fuerte. Y cuando él finalmente llegara a amarla a cambio estaría entera por fin. Sabía ahora que nunca había estado entera, ni siquiera un momento en toda su vida. El amor de Julián la completaría. Su amor por él ya tenía un camino largo recorrido para completarla, romper la pared de hielo que ella había construido alrededor de su corazón cuando sólo era una niña pequeña en una familia embotada y sin amor. Su corazón se hinchó con la emoción.
Se acurrucó más profundamente en los brazos de Julián, dando la bienvenida a su peso sobre ella, convencida que podría hacer que la amara, eventualmente. Debió haberse dormido durante unos momentos, porque la siguiente cosa que supo era que yacía sobre su espalda con la cabeza de Julián entre sus piernas. Él la lamía suavemente, jugando con sus dedos sobre su hendidura como si estuviera fascinado con esa parte de ella.
Eres mi primera. Mi única creyó oírlo decir, aunque no podía haber sido.
Y si él había dicho esas palabras, seguramente no eran verdaderas. Él hacía el amor con mayor habilidad y pericia que ningún amante que ella hubiese conocido. Debió haber mascullado alguna otra cosa allí, contra ella, y ella estaba tan ebria con el placer que se despertaba que se había imaginado una cosa nada que ver. Él era el primer hombre que la hacía correrse. Había tenido incontables orgasmos desde la pubertad, siempre con su vibrador o sus dedos, pero nunca había experimentado uno con un tipo antes. Ningún hombre nunca le había provocado uno, usando su boca o sus manos o su pene para hacerla correrse, pero Julián lo había hecho, como si simplemente fuera natural que ella tuviera una reacción tan explosiva a su toque.
Te necesito dentro de mí susurró ella y era verdad. Se sentía vacía. Perdida sin él llenando todos los sitios vacíos dentro suyo.
Él se elevó encima de ella, besándola con su propio sabor en los labios. Entró en ella tiernamente, profundamente. Su dureza era tan gruesa como ella recordaba y jadeó, estrecha aún y su gentil cuidado.
Estás tan mojada dijo él soñadoramente. Tan apretada. Podría quedarme así para siempre.
El aliento de Lena salió en un sollozo. Sus manos fueron a las nalgas de él, sintiéndolas tensarse y relajarse mientras él se mecía encima de ella, dentro de ella. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y él se deslizó más profundo en su interior con un grito ronco. Su pelo le hizo cosquillas en la cara cuando él levantó la cabeza, sosteniendo su peso sobre ella con sus brazos extendidos, los puños apoyados a los lados de su cabeza. Sus dientes rechinaron de forma audible, su mandíbula moviéndose.
Sí. Así. Tan jodidamente bueno gruñó entre sus afilados dientes, su fija mirada marrón encendiéndose en la de ella.
La cama chirrió con sus lentos y lánguidos empujes. Si su acoplamiento había sido un torbellino de pasión antes, esto era ahora una lluvia dulce y apacible. Sus alientos jadeantes se mezclaron. Su sudor cubrió a uno y otro en una película húmeda hasta que se deslizaron sensualmente uno contra el otro en las enredadas sábanas. Él rodó con ella, sin romper el ritmo, hasta que ella terminó sentada encima de él. La nueva posición le permitió la oportunidad de acariciar y sostenerle los pechos mientras se movían.
Sus pulgares frotaron hacia adelante y atrás sobre sus pezones mientras sus amplias palmas levantaban y probaban el peso de sus tiernos globos. Lena se apoyó con sus manos sobre el pecho de él. Él era tan densamente musculoso allí que era impresionante. No se veía tan desarrollado bajo las capas de ropa. Su tamaño, el de todo su cuerpo la abrumó. Se sintió positivamente delicada, frágil y perdida.
Un quejido cosquilleó en su garganta, burbujeó en su boca. El sonido encendió a Julián. Sus dientes destellaron un gruñido, sus manos se extendieron desde las puntas de sus dedos para arañar peligrosamente sobre sus saltarines pechos, y su pene se hinchó alarmantemente dentro de ella.
No me correré sin ti gruñó.
El sudor perló su frente y sus caderas saltaron con más fuerza contra ella. El tacto de él, de cada movimiento suyo, era tan increíble. Pero se sentía demasiado en carne viva, demasiado deliciosamente consumida, para siquiera pensar en tener otro orgasmo.
No puedo gimió. Julián gruñó y se sentó bajo ella, acomodándola en su regazo exigentemente.
La fuerza de sus manos la movió sobre él, levantándola y bajándola con aterradora fuerza. La fricción de sus esfuerzos la hizo gritar, hizo que su cuerpo enloqueciera con la necesidad. Desesperada, lanzada a la deriva en un mar de líquido placer, se agarró de él. Sus brazos lo rodearon, bajándole la cabeza, enredando sus dedos en el pelo de él. Él besó su garganta, luego la mordió, hundiendo sus dientes en su piel, sacando sangre por segunda vez.
No dolió esta vez, o si lo hizo, Lena no lo notó o no le importó. Estaban sudorosos, pegajosos, calientes. Sucios. Y era hermoso, maravilloso. Absolutamente perfecto. Una de sus manos se movió alrededor de ella para hacer presión en la parte baja de su espalda, trayéndola imposiblemente más cerca con su abrazo.
Él empujó dentro de su vaina, bajándola con dureza, se estremeció y explotó dentro de ella. Su semilla la escaldó en lo profundo. Ella lo siguió hacia el cielo, gritando otra vez; aunque su voz se había enronquecido por el uso excesivo. Sus uñas rastrillaron la piel de los hombros y espalda de él, y él empujó con fuerza en ella en respuesta a aquel dolor exquisito, llenándola con su crema.
Lena volvió en sí varios minutos más tarde y estaba llorando. Sollozando abrazada a la fuerte columna de su cuello. La mano de él recorrió hacia arriba y abajo de espalda de ella, calmándola, dejándola llorar.
Fue el momento más hermoso. Y fue destruido por el sonido de la puerta principal rompiéndose.
Los dos estampidos retumbaron en la casa casi seguidos. Sólo una de las dos escopetas de postas humeaba.
Te lo dije comentó el más alto Era una zorra. Conmigo no lo consiguió, porque eres mi amigo. ¿Por qué no has disparado?
No pude matarla -- sollozó el otro hombre ¡Estaba llorando!
También él lloraba en silencio, mirando los dos regueros de sangre
que fueron acercándose hasta fundirse en uno, formando un charco.