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Un grave encoñamiento (4)

en Grandes Relatos

UN GRAVE ENCOÑAMIENTO – 4 –

CUARTA PARTE

Cuando despus de afeitarme sal del bao, ella estaba acostada completamente desnuda sobre el lado izquierdo con la mano bajo la mejilla. Quiso cambiar de posicin pero no la dej y me acost a su espalda con sus nalgas pegadas a mi regazo. En esa posicin la penetr suavemente y goz de dos orgasmos antes de subrseme encima para hacernos el amor de aquella manera tan despaciosa que tanto le gustaba. Estuvo encima de m con la gran ereccin dentro de su vagina ensartada hasta la cepa hasta que casi clareaba el da y dijo que ya no poda ms y se durmi casi al instante.

Finalmente, tambin yo me qued dormido. Segua durmiendo como un leo, cuando me despert con unas ojeras que me llegaban a las rodillas pero su aspecto era tan fresco y sano como el de una rosa al despuntar el sol.

De pronto ella se giró, pasando su brazo sobre mi pecho y continuó durmiendo. Casi no oía su respiración. Incliné la cabeza y chupé muy suavemente su pezón, recorriendo con la lengua su areola, aspirándole otra vez el pezón, recorriendo toda la teta con la lengua plana, volviendo sobre el pezón que comenzó a erguirse desafiante. Sus tetas eran una delicia, un bocado exquisito terso y diamantino. Me la hubiera tragado entera si no temiera despertarla.

-- Hunnn – nasalizó gozosa y la miré, tenía los ojos cerrados, pero supe enseguida que no dormía.

Si quería jugar por mí no iba a quedar, besé y lamí su piel de nácar hasta el ombligo, metiéndole la punta de la lengua y seguí bajando y lamiendo su vientre de costado a costado bajando cada vez más cerca de su deliciosa góndola pero tocándosela sólo con la punta de la lengua hasta que exclamó:

-- Pero qué bandido eres, mi amor. Me estás poniendo a cien.

-- Oh, perdona, querida, creí que dormías – comenté subiendo hasta quedar los dos cara a cara.

-- Ni harto de vino, te crees tú eso – comentó risueña, pasándome un dedito suavemente por los labios. Noté que su mano acariciaba su juguete duro ya como el mármol estirando del prepucio y dijo – Yo también tengo derecho a jugar ¿verdad?

-- Tu eres mi dueña y señora, vida mía.

-- Yo quiero mi juguete, quiero que me lo des – dijo con el tono de una niña mimosa que me hizo reír, y se bajó tan rápida que cuando quise detenerla ya lo tenía en la boca. Tuve que ponerme serio y subirla por las axilas hasta besarla en la boca. Ella no protestó porque sabía muy bien que no me gustaba que hiciera aquello. Ella no, de ninguna manera. Se lo metió en su deliciosa góndola, exclamando a los dos minutos:

-- Oh, Dios mío, oh, Dios mío…

-- ¿Qué te pasa, Yeya? – pregunté asustado.

-- Que me viene, mi amor, que me viene, que me viene mi amor. Bésame, cariño mío, bésame…

Tuvo un orgasmo tan largo y profundo que al sentirla no pude aguantar el mío y la inundé con abundantes y violentos borbotones, mientras nos besábamos con pasión loca temblando abrazados como dos posesos. Cuando yo ya había acabado seguía su preciosa góndola y su vientre estremeciéndose todavía a causa del profundo placer de su clímax.

Pasamos toda la mañana del domingo follando y si paramos a media mañana fue porque ella dijo que le dolía la góndola otra vez, que yo era demasiado grande, que por qué tenía que tenerla tan descomunal y riéndonos de nuestra propia felicidad, bajamos a comer.

Supe que, por la tarde a las cinco, había una corrida de toros donde un torero de cuyo nombre no me acuerdo, lidiaría él solo seis toros. Cuando le dije si quería ir, comentó:

-- Cariño, es que no salimos de las corridas, y ahora nada menos que seis ¿No te parecen muchas? – y nos reímos a carcajadas llamando la atención de todo el comedor que cada vez que entrábamos en él ya no nos quitaban las vista de encima.

-- Yeya, mi niña, es que en este Alicante, no hay otro sitio a donde ir. Los cines ponen películas del catapún ¿Qué vamos a hacer toda la tarde?

-- De acuerdo, iremos a las seis corridas que seguro no serán tan buenas como las nuestras. Aunque te aseguro que a mí los toros ni fu ni fa.

A las cinco de la tarde estábamos sentados en un tendido de sombra en espera de que saliera el primer morlaco. Detrás de nosotros un matrimonio mayor comentaba que hacíamos muy buena pareja, seguro que son recién casados y están en su luna de miel, le decía al marido, que comentó que la esposa era una preciosidad de mujer y ella respondió que yo no me quedaba atrás porque, además era todo un tipazo de hombre.

Le pregunté a Yeya si había oído el comentario y asintió con la cabeza, girándola para susurrarme: Seguro que le gustarían más ver nuestras corridas que ésta. Nuevas carcajadas. Cuando salieron los toreros y las cuadrillas me preguntó ¿En donde están las luces?- ¿Qué luces?- pregunté.- Pero ¿no van vestidos de luces?- Claro – respondí.- Pues yo no veo ninguna.- contestó risueña, apretándome disimuladamente el miembro. Pensé que tanto hombre con pantalón ajustado enseñando el paquete bajo la tela, la ponía caliente y me alegré, porque por la noche ella y yo lo disfrutaríamos a conciencia.

Al primer toro lo degollaron y echó sangre por la boca como una fuente antes de morir al tercer puyazo del descabello. Fue una salvajada. Al segundo le pasó igual entre silbidos y bronca y ya no esperamos al tercero.

Nos fuimos paseando hasta la Alameda, fuimos al muelle deportivo entreteniéndonos y haciendo cálculos sobre cuánto costaría uno de aquellos hermosos yates que se balanceaban en el puerto deportivo. Le pregunté cual de todos ellos le gustaría tener y me dijo que ninguno, prefería tierra firme, pese a que nadaba a cuchillo como un pez.

Cenamos a las nueve, vimos una película y a las once estábamos en la cama. Yo quería dejarle descansar la góndola hasta que llegáramos a Madrid el día siguiente lunes. Pero ella no pensaba igual y de lado, con un muslo encima del mío, se calzó su juguete hasta la raíz y allí se estuvo quieta hasta que disfrutó de un orgasmo impresionante. Se durmió y yo acabé eyaculando a borbotones para quedarme, finalmente, también dormido.

Eran las diez de la mañana cuando nos despertamos. Hicimos el equipaje, bajamos a desayunar y a las once, saqué el Jaguar del parking y esperamos en la estación de autobuses a que llegara a las once y media boquita de rape, suficientemente follada, por el jovencito Artemio.

Llegamos a Madrid, después de comer en Almansa, a las cinco de la tarde. Dejé a la Jefa en el Laboratorio y a Yeya en el piso recogiendo sus bártulos. Hablé con Cuesta sobre mi hermana advirtiéndole que ya no dormiría más en su casa porque dormiría en la mía. Estuvimos mirándonos fijamente casi un minuto y cuando estaba dispuesto a decirle que sí, que dormiría conmigo, preguntó:

-- ¿Es que tú hermana, está molesta con nosotros?

-- No lo creo, si así fuera y me lo hubiera comentado ya me la hubiera llevado antes. No es eso, es que quiere venirse conmigo… – y no le dije para follar como Dios manda porque aún no consideré oportuno decírselo.

-- ¿Pero seguirá trabajando aquí?

-- Si tiene algún problema usted para que siga trabajando dígamelo ahora y no volverá.

-- No, no, de problema ninguno.

Se quedó pensativo durante un momento para comentar luego que pensaba invitar a mi madre para que pasara con ellos quince días de vacaciones y era una lástima que Yeya ya no estuviera en su casa. Le contesté que lo mismo había pensado yo sobre las vacaciones de mi madre, por lo cual había pensado vender mi piso y comprar otro más grande y con más habitaciones y comodidades, o quizá un chalet, aventuré por ver si picaba y me vendía el suyo, pero no soltó prenda. Las vacaciones de mi madre eran cosa mía. Nos despedimos y me preguntó

-- ¿Vendréis mañana a trabajar?

-- Mientas usted no nos despida, claro que vendremos.

-- Ah, muy bien, entonces hasta mañana.

-- Hasta mañana, señor Cuesta.

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