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Memorias de un orate (4)

en Confesiones

ME HE ENTERADO POR LA TELEVISIÓN QUE HAN ASESINADO A MARGARITA GUATIER. No es pequeña casualidad que la asesinada tenga el mismo nombre que la protagonista de La Dama de las Camelias. Según las noticias la han asesinado en un ascensor, la han violado y la han estrangulado. Desde luego el que lo haya hecho es una bestia que debería estar encerrado de por vida en el frenopático.

Aunque la fotografía de la mujer se parece mucho a la señora rubia con la que hice el amor en el ascensor, yo no fui quien la asesinó, ni tampoco la violé, porque fue ella quien me pidió hacer el amor cosa que no me extrañó nada porque estoy acostumbrado a la fascinación que ejerzo en la mujeres en cuanto me ven. No sé por qué causo tanta fascinación pero lo cierto es que no pueden resistirse a mi masculina galanura y a mi don de gentes. Si llego a saber que Margarita Gautier se desmayaba durante el orgasmo, ni la toco, porque es seguro que, mientras estaba desmayada, alguien la violó y la estranguló.

Según anunció también la televisión, la policía asegura que dentro de unos días detendrán al culpable porque tienen muestras de su ADN por el semen que ha dejado al violarla. Con este dato es suficiente para saber quien la asesinó sin que quepa duda alguna. Otra prueba evidente de mi inocencia; yo siempre uso condón y mal podía haber dejado semen en su vagina.

Lo que no recuerdo es que coño hice con el preservativo, supongo que, según mi costumbre, lo tiré en alguna alcantarilla.

Como aquello nada tenía que ver conmigo, saqué el coche del garaje y me fui a dar una vuelta hasta el hipermercado de la parte norte para reponer comestibles. He podido enterarme que también el incendio de la parte sur de la provincia avanza rápidamente, pero tienen la esperanza de que esta noche se apaguen los dos definitivamente. Se cierne sobre la ciudad una tormenta impresionante. Mejor así.

De todas formas el humo es cada vez más espeso y, por si acaso, me he llevado la capucha en el bolsillo por si continúa aumentado el humo, hay que protegerse si no quieres morir asfixiado.

Había pocos coches en el aparcamiento del hipermercado, no sé si porque la gente tiene miedo de la tormenta o porque el humo retiene a la gente en casa. Cuando ya tuve el carrito lleno de provisiones y bebidas, a la cajera le pasó lo mismo que a todas, quedó fascinada y por la forma de mirarme supe que deseaba hacer el amor conmigo y, como no era cosa de desairarla, la estuve esperando mientras descargaba las bolsas del carrito en el portaequipajes.

Estaba fumando un cigarrillo sentado en el auto cuando ella salió dirigiéndose a la parada del autobús. Seguramente no me vio. Puse el coche en marcha y como estaba sola en la parada se desmayó de emoción al verme y la subí sin mucho esfuerzo al coche amarrándola con el cinturón de seguridad como es obligatorio. Tuve que subirla en brazos desde mi garaje hasta el piso porque aun seguía desmayada y ni siquiera despertó cuando la acosté en la cama y la desnudé.

Me quedé extasiado contemplado su hermoso cuerpo, esperando a que despertara al acariciarla íntimamente en la preciosa herida sonrosada. Incluso le hice la respiración boca a boca mientras le hacía el amor, pero tampoco dio resultado. No hubo manera, seguía desmayada y como se me hacia tarde, ya que tenía que cenar y, además, deseaba seguir escribiendo mis memorias, me puse otro preservativo y le hice el amor dos veces seguidas. Luego tiré los preservativos en el inodoro y el agua de la cisterna se lo llevó a las cloacas.

Cené un pollo al horno estupendo regándolo con una botella de Rioja Viña Ardanza verdaderamente extraordinario que, de tan exquisito, me bebí entera. Quizá aquel vino me produjo apetito sexual otra vez de modo que fui a ver si se había despertado, pero no, seguía desmayada, y tuve que hacerle el amor al natural que es mucho más agradable, retirándome para ponerme el preservativo; pensé que si no se tomaba ningún anticonceptivo no me parecía bien dejarla preñada sin su consentimiento, siempre he sido muy caballeroso con las mujeres.

La televisión había anunciado una película que me interesaba ver de modo que me repantigué en el sofá con un buen puro habano dispuesto a pasar una velada apacible. Resultó una película bastante erótica con muchos cortes para publicidad, cortes que me revientan como a casi todo el mundo, pero yo los aproveché para hacerle el amor a la cajera que dormía a pierna suelta. Hasta que se acabó la película hubo cinco cortes publicitarios por lo que me di cuenta, al finalizar la emisión, que al día siguiente tendría que comprar más condones. Finalmente la vestí y la acompañé a su casa, dejándola en el ascensor para que, al despertar, sólo tuviera que apretar el botón de su piso.

Quizá alguien, después de leer estas líneas, tenga la impresión de que yo la estrangulé y les aseguro que no hay nada de eso. La culpa de que saquen esa impresión quizá se deba a que no soy escritor profesional y, por lo tanto, mis memorias no tienen suficiente capacidad de convicción, aunque yo creo que sí. Claro que si fuera un Premio Nóbel nadie pensaría mal de mí. Todo es una puñetera mentira, el mundo es una engañifa y la vida una puta mierda por eso ocurre lo que ocurre; el pez grande se come al chico aunque sea más inocente que Jesucristo que lo crucificaron por predicar que todos somos hermanos, que la riqueza debe repartirse entre los pobres y que los ricos no pueden entrar por el ojo de una aguja. ¡Vaya argumentos! Si a eso vamos, tampoco puede entrar un pobre por el ojo de una aguja, ¡no te jode! Estaba como una cabra el tío, pero tampoco lo que predicaba era motivo suficiente para crucificarlo, porque para algo está la libertad de expresión.

Lo que yo pienso es que no se puede ser bueno por ningún dinero porque, si lo eres, terminas crucificado como Jesucristo o encerrado en un frenopático un montón de años como me pasó a mí. En fin, que va siendo hora de que continúe con mis memorias, así que retomo el hilo allí donde le he dejado.

El hecho de que tuviera "mademoiselles" de alto "standing", cuyos servicios no estaban al alcance de todos los bolsillos, me decidió a contratar de nuevo a mujeres de la vida horizontal más económicas, y así, mientras las de más caché trabajaban en los nuevos apartamentos, mejor amueblados y mejor servidos, las que fui cambiando con otros empresarios del ramo y las que llegaron recomendadas por algunos antiguos clientes, las admitía siempre y cuando aceptaran nuestras condiciones de trabajo del treinta por ciento para mi y setenta por ciento para mi, y sólo por un período no superior a tres meses, porque los hombres se cansan rápidamente si en el gallinero las gallinas son siempre las mismas.

Las Loren, las Monroe, la Pfeiffer, y demás "damas de alcurnia", tenían contratos del cuarenta/ sesenta por ciento, incluido, como las demás, casa, comida y limpieza y un contrato por seis meses, aunque alguna de ellas, como la Cristi, nos dejó antes para casarse con un abogado que se encaprichó de la bella muchacha.

Tanto con unas como con otras, yo tenía que conocerlas en el sentido bíblico de la palabra. No porque fuera yo un rijoso, si no para tener la seguridad de que eran tan buena mercancía como aseguraban y no tener reclamaciones luego por parte de los clientes que pagaban sin rechistar sus caros servicios cuatro veces superiores a las del gallinero, por decirlo de manera coloquial y comprensible, aunque éstas, también pasaban por mi conocimiento bíblico, excepto, claro está, en épocas de sequía pertinaz de elenco femenino cuando no se podía ser tan riguroso.

Afortunadamente, eran muy raras las épocas de sequía pues siempre ha abundado la cosecha de mujeres de la vida horizontal. Sin embargo, también tuvimos problemas y no pequeños. No es fácil que en una comunidad de veinte mujeres no surjan conflictos, casi siempre por quisicosas sin mayor importancia, pero que, dejándolas crecer, hubieran alcanzado la importancia del ataque japonés a Pearl Harbor.

Por eso, tenía que atajar de buen principio cualquier problema que surgiera entre las pupilas, mostrándome tan duro e imparcial como el caso requería.

Ilustraré lo que digo con uno de los casos más significativos ocurridos cuando acababa de cumplir veinte años. Admití a una muchacha de dieciocho, a la que conocíamos como "La Collares" por la afición que tenía a tales adornos, que sin ser precisamente de "alto standing" tampoco pertenecía del todo al "gallinero". Era una muchacha muy maja y bien formada, a la que probé durante toda una noche porque no sabía decidirme en que categoría colocarla. Como al día siguiente aún no me había determinado, volvimos a tener otra sesión por la tarde durante un par de horas para acabar de cerciorarme.

Le faltaba algo para pertenecer del todo a las de mayor categoría, su formación cultural no pasaba de niña de escuela y quizá por ello su vocabulario era bastante limitado y muy difícil sostener una conversación sobre temas de cierto relieve, pero se mostró muy persuasiva para convencerme de que la incluyera entre las "mademoiselles" y eso hice. Fue un error. No habían pasado ni tres días cuando uno de nuestros mejores clientes, el notario de la ciudad, vino a quejarse de que le faltaba la cartera con toda la documentación, tarjetas de crédito y cuarenta mil pesetas.

Le dije que no se preocupara, que tomara en el bar lo que le apeteciera que la casa le invitaba y que me esperara sentado porque no tardaría mucho en solventar el problema. Me encerré en mi despacho con "La Collares" y de buenas a primeras y sin andarme por las ramas le pedí la cartera del notario con cara de muy mala leche. Se puso como una fiera chillando como una loca para decirme que ella no era ninguna ladrona, que le preguntara a la Noya, la chica que había entrado en la habitación para servir el cava y los pasteles.

Como conocía muy bien quien era la Noya, su fidelidad y lo mucho que desea siempre dormir conmigo, sin mediar otra palabra le solté una hostia que la tumbó en el sofá sangrando por la boca, se me revolvió a patadas intentado arañarme y entonces le sacudí en la nariz. Empezó a chorrear sangre como un toro degollado y volví a sacudirle en el estómago. Cayó sobre la moqueta boqueando como un pez fuera del agua. Como aún persistía en negarlo todo la cogí por la garganta con una sola mano levantándola en vilo y apretándola contra la pared.

Se puso roja como una amapola, y casi a punto de ahogarse me dijo con un hilo de voz que la tenía en su habitación. Fuimos a su habitación, recuperé la cartera, la dejé encerrada con llave y le devolví al notario su cartera pidiéndole disculpas por lo sucedido y asegurándole que no volvería a ocurrir porque aquella chica sería despedida al día siguiente. Para mi sorpresa, el ilustre caballero, me pidió por favor que no la despidiera, y que todos los miércoles se la reservara para toda la noche. ¡Jorder, pensé, este tío es un masoquista!

Como no me dejó tranquilo hasta que se lo prometí, le aseguré que podía contar con ella para el miércoles siguiente y se marchó en su Jaguar tan contento como unas pascuas.

Cuando volví a la habitación de La Collares, estaba tumbada en la cama llorando y tenía la cara como un cristo. Me estuvo suplicando que la perdonara, que nunca más lo haría, me besaba y me abrazaba como si yo fuera el único hombre sobre la tierra. Incluso me hizo una de las mejores felaciones que me han hecho en mi vida y, en vista de su arrepentimiento, le dije que podía quedarse, pero la dejaría encerrada en su habitación hasta que no tuviera en el cuerpo ni una señal de golpes. Respondió humildemente que haría todo lo que yo quisiera y que se curaría enseguida si aquella noche dormía con ella.

Las mujeres son de lo más sorprendente, allí tenía una muchacha preciosa que acababa de recibir una somanta de órdago pidiéndome que, para curarse más rápidamente, durmiera con ella aquella noche para follar a destajo. ¿Por qué no? Estaba muy buena y no tuve inconveniente en prometérselo. Yo mismo le llevé la cena a su habitación, no quería que la vieran con aquélla cara y menos tener que explicarle a Manila todo lo sucedido. Aquella noche se mostró particularmente fogosa y ya no me quedó duda de la fascinación que sentía por mí.

Tres días más tarde se encontraba sin una señal de malos tratos y me pidió permiso para ir a la ciudad para comprase ropa interior llamativa. Como su trabajo lo requería le di el permiso advirtiéndole que procurara comprarla lo más sugestiva posible. Estuvo fuera toda la mañana y regresó muy contenta a la hora de comer. Quería que yo fuera el primero en probársela aquella noche. Le prometí que al día siguiente, porque aquella noche tenía otros asuntos que resolver, ya que ingresaba una nueva "mademoiselle" de carrocería impresionante y mi obligación era comprobar sus aptitudes, una comprobación que me resultaba particularmente agradable aunque Manila empezaba a quejarse de que la tenía abandonada y en más de una ocasión tuvimos alguna agarrada.

Sin embargo, a media tarde, me llamó por teléfono el sargento de la Guardia Civil para comunicarme que una de mis chicas, el nombre correspondía a La Collares, había presentado una denuncia contra mí acusándome de malos tratos y que él no podía hacer nada ya que tenía que pasar la denuncia al juzgado. Me sorprendió la noticia, casi no podía creérmela, pero no cabía la menor duda.

No me preocupé poco ni mucho porque no tenía prueba alguna, así que opté por continuar mi vida normal sin mostrarle a La Collares que estaba al tanto de su traidora forma de proceder. La nueva "mademoiselle" era un verdadero bombón, y como se parecía mucho, tanto en carrocería como en fisonomía, a la Demi Moore, con ese nombre la bauticé. Fue la primera mujer de la que me enamoré como un cadete porque, en verdad, era deliciosa, aunque me costaba tanto trabajo penetrarla como si fuera virgen.

Ella, como todas, quedó fascinada conmigo desde la primera noche. Decía que yo era demasiado grande y yo le respondía que era demasiado estrecha, pero nos disfrutábamos como dos salvajes. Manila, que como todas las mujeres era una lagarta, se dio cuenta inmediatamente de mis preferencias por Demi Moore y aquí empezaron los problemas, hasta el punto de que me vigilaba como un halcón, como si en realidad yo fuera propiedad suya.

El hecho de que figuráramos como matrimonio en la hoja 65 del libro de contabilidad no le daba derecho a amargarme la vida. La suerte, que siempre me ha acompañado hasta que me casé por la iglesia, vino en mi ayuda cuando menos me lo esperaba. Manila murió envenenada con un plato de setas que le había comprado a un pastor de la montaña, pero entre ellas se ve que se mezclaron algunas amanitas phalloides, u oronjas verdes, que le produjeron la muerte en cuarenta y ocho horas después de terribles dolores que yo procuraba calmarle suministrándole aspirinas efervescentes, gracias a las cuales murió casi sin dolor.

Cuando le empezaron los dolores de tripa me la llevé en el coche para consultar al médico, pero se murió en el camino y como era de religión musulmana no pude enterrarla en el cementerio católico, pero lo hice debajo de una encina con la cara mirando hacia la Meca. Fue una muerte que sentí mucho porque, pese a nuestras diferencias, la amaba sinceramente a pesar del mucho trabajo que me dio encontrar el dinero que tenía escondido, que era tres veces más del que calculaba lo cual me demostró que me estaba sisando, y es que no se puede fiar uno de nadie.

Como yo necesitaba alguien que controlara a las pupilas, nombré encargada a Demi Moore, que desde aquel día durmió en mi cama y para fidelizarla más le prometí matrimonio y poco después nos casamos delante de todas las chicas para que tomaran nota de quien sería la encargada a partir de entonces. El matrimonio quedó registrado en el folio 124 del libro de contabilidad. Desde el primer momento le dejé muy claro a mi nueva esposa cuales eran sus obligaciones, entre las que se encontraban las de atender a los clientes especiales en debida forma cuando la solicitaran. Lo aceptó complacida, porque le gustaba follar más que a un tonto un lápiz. Además, le permití que me diera tantos consejos como quisiera, pero sin inmiscuirse en las veces que dormía con unas o con otras, ya que este era parte de mi cometido de comprobación y seguridad en el trabajo.

Fui bastante magnánimo en la cuestión crematística, aumentándole el porcentaje un diez por ciento y esto le demostró lo muy enamorado que estaba de ella; ella también estaba fascinada conmigo, fuimos muy felices. Pero es bien cierto que no hay felicidad completa porque, el imbécil del notario, se tomó muy a pecho los chismes que le contó La Collares, y como el muy cenutrio estaba encoñado con ella, consiguió que el fiscal tomara cartas en el asunto y me citara al juzgado. Cuando me presenté me soltó:

-- Usted tiene un picadero a diez kilómetros de aquí ¿verdad?

-- Hombre, en realidad, no se le puede llamar picadero porque sólo tengo un caballo y una yegua que alquilo a los clientes cuando vienen a pasar unas horas en el campo. Usted ya lo sabe, porque ha estado allí alguna vez.

-- No se haga el tonto, Miguel. Me refiero a que tiene un motel que es en realidad una casa de lenocinio.

-- Se equivoca usted, señor fiscal, no tengo ni un solo leonciño, las únicas fieras que tengo son un Doberman y un Rowailer para guardar la finca.

-- Se lo diré más claro. Usted tiene una casa de putas.

-- No es necesario ofender, cada uno se gana la vida como puede, porque, además, tengo todos los papeles en regla.

-- Ya lo sé, pero una de sus chicas ha presentado una denuncia contra usted por malos tratos. Como eso es un asunto grave voy a tener que cerrarle el motel.

-- Mire, señor fiscal, la chica se lo ha inventado todo. No tiene ni un solo testigo de que yo la haya maltratado, de modo que no veo con qué pruebas puede usted cerrarme el motel.

-- Me basta con la declaración de la muchacha, de modo que no se me ponga muy farruco porque tengo...

-- Yo también tengo – corte rápido, sacando unas fotografías del bolsillo – y estas si que son pruebas, mire a ver si ha salido favorecido.

Le echó un vistazo a las fotos y creí que le daba un infarto porque abrió la boca como un pez fuera del agua para respirar.

-- ¡Esto es intolerable! – bramó congestionado – ¡Inaudito! ¿Intenta hacerme chantaje?

-- ¿Yo?, ni harto de vino, ¿cómo puede pensar que haría una cosa así? Ni se me ocurriría. Pero usted quiere cerrarme el motel sin pruebas y yo tengo que defenderme con ellas.

-- Bueno, bueno, en realidad – comentó mirándome de reojo -- fue Don Fulano, el notario, quien me aseguró que todo este asunto era el evangelio, y claro, ya comprenderá que la palabra de Don Fulano pesa mucho.

-- Hombre, ya lo creo, pero resulta que Don Fulano estaba encoñado hasta las cejas con La Collares, que es la chica que ha presentado la denuncia, sin pruebas, naturalmente.

-- ¡Ah! Si Don Fulano no tiene pruebas esa es otra historia. Sin pruebas no se puede acusar a nadie.

-- Se ve que es usted un fiel cumplidor de la ley, cosa que le agradezco sobremanera y en prueba de ello le invitó a conocer a una nueva pupila que es un verdadero bombón ¿Conoce a la Demi Moore?

-- ¿Esta diciéndome que tiene en su motel a la actriz americana?

-- A su hermana gemela. Y la tengo para mi uso exclusivo y la de algunos buenos amigos.

-- Hombre, siendo así, pues quizá pase esta noche a charlar un rato con ella.

-- Cuando quiera, siempre será bien recibido.

-- Gracias – comentó, levantándose muy sonriente – pues hasta luego, Miguel.

-- Hasta luego, señor fiscal.

Gracias, pues, a mi amistad con el jurisprudente quedó solventado aquel enojoso asunto de La Collares que, cualquier otro en mi lugar, hubiera despedido "ipso facto". Yo no la despedí porque tengo mucha visión comercial y por una tontería como aquella no valía la pena darle un disgusto al notario, máxime teniendo en cuenta que la chica rendía muy buenos beneficios. Era joven, guapa, y simpática, y las fuerzas vivas de la ciudad, desde el coronel del Tercio, hasta el presidente de la Audiencia, pasando por el obispo de la Diócesis que la confesaba dos veces a la semana en el Palacio Arzobispal, la solicitaban con mucha frecuencia. Hasta Henry Lincoln, el que encontró en Rennes el acta matrimonial de Jesucristo con María Magdalena, hubiera hecho lo mismo y yo era más inteligente que Henry Lincoln. No cometería un error de tal calibre.

La vida siguió su curso tan apaciblemente como el Ebro cuando no se desborda. Los beneficios seguían aumentado casi en progresión geométrica y decidí comprarme un coche nuevo y regalarle el Opel Frontera a Demi Moore para que lo utilizara en el servicio del motel. El día que me fui a Madrid a comprarlo ella me acompañó con el Opel hasta la estación. Como el tren traía bastante retraso pese a ser un ínter City, entretuvimos la espera practicando cómodamente y sin prisas un sesenta y nueve en el asiento trasero que era muy ancho y mullido y poco después nos despedimos no sin antes recomendarle a la Moore que vigilara bien a las pupilas y no tolerara desmanes ni reyertas que tanto perjudican la honradez y el buen nombre de todo negocio.

Llegué a Madrid a media tarde, cogí el metro en Atocha y dio la casualidad que hice amistad con una chiquita muy simpática que llevaba una mochila a la espalda cargada de libros. Como iba hasta la plaza Castilla y tenía que hacer trasbordo me ofrecí a acompañarla porque hay mucho desaprensivo que podrían darle un disgusto. Se llamaba Clarisa según me dijo y tenía once años, pero estaba muy bien formada y ya se le notaban dos meloncitos encantadores un poco más arriba del ombligo.

Durante el trasbordo la invité a un helado que aceptó encantada. Con mi natural simpatía la hice reír un buen rato y nos hicimos muy amigos. Lo malo fue que también ella quedó fascinada con mi galanura y me pidió que la desvirgara porque todas sus compañeras de colegio se reían de ella, ya que ser virgen no estaba de moda y ninguna de sus compañeras lo era. Aquella solicitud me planteó un problema de conciencia por tratarse de una niña pero, por otra parte, un día u otro tendría que perder su virginidad y quizá a manos de un inexperto que le haría daño sin darle placer.

Eso fue lo que me decidió a complacerla llevándola a un servicio del metro sin que nos vieran y metiéndola en un excusado de señoras cuyo servicio estaba vacío por completo. Cuando empezó a berrear tuve que taparle la boca con la mano mientras la penetraba, luego, poco a poco empezó a patalear de placer hasta que le llegó el orgasmo quedando desmadejada como una muñeca de trapo. Intenté reanimarla pero como se me hacía tarde para comprar el coche tuve que dejarla para que al recuperarse pudiera trasbordar hasta la Plaza de Castilla.

Me entretuve durante un tiempo mirando diferentes modelos de automóviles. Al final me decidí por un Lamborghini de color rojo con una matrícula muy reciente. Fue una lástima tener que arrancar los cables del contacto para empalmarlos debidamente, pues de otra manera no quería encender. Lo probé a las dos de la mañana en la autopista de Extremadura y les aseguro que era una pasada de automóvil porque se embalaba como un mihura y alcanzaba los doscientos cuarenta en cuestión de segundos.

Antes de llegar a Talavera me detuve en un desguace de carretera para cambiar las matrículas, asegurándome esta vez de que las dos fueran iguales, porque no deseaba tener un disgusto con la policía de Tráfico que cada día trabajan más con el bolígrafo como si ellos tuvieran participación en el negocio. Salí arreando de nuevo y en cuestión de media hora me encontraba ya en Mérida donde cogí la carretera de Zafra hasta Córdoba y llegué a casa cuando el motel aún estaba abierto.

La Demi Moore se extrañó que hubiera hecho un viaje tan rápido pero cuando vio el coche ya no se extrañó tanto. Todas las muchachas me felicitaron por mi buen gusto y, tanto ellas como algunos clientes que aplacaban la sed en la barra, se quedaron admirados de que sólo me hubiera costado cien mil pesetas, un listillo me dijo:

-- Venga ya, ese coche te ha costado una fortuna.

-- Que no, hombre, que los amigos y los cojones están para las ocasiones.

Todos se rieron mucho con mi ocurrencia. De todas formas estoy bastante cansado, así que... hasta mañana, me voy a la piltra.

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Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)