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El vuelo 515 (2)

en Jovencit@s

EL VUELO 515 2

 

A la hora de despegar el Jumbo de la PAN AM’S, el gigantesco avión estaba medio vacío. Desplegó el "New York Times", dispuesto a entretener las horas de vuelo con la lectura pero su mente no estaba en lo que leía. Instintivamente se llevó la mano detrás de la oreja izquierda. Aquella diminuta cicatriz era lo único que se le notaba y se congratulaba por ello. Indudablemente, le habían hecho un trabajo de cirugía plástica de artesanía.

Un buen fajo habría pagado Don Nícola por la operación y tampoco le resultó barata la nueva documentación, ni la Clínica del Distrito Federal de Ciudad de Méjico, pero había valido la pena. Sin duda, El Padrino napolitano debía necesitarlo mucho para haberse gastado tanta pasta, sobre todo cuando tuvo que pagar por aquel trabajo especial para sacarlo de la prisión federal de Arizona. Sabía que tarde o temprano tendría que devolver el favor y el dinero. No tardó en enterarse de cómo tenía que pagar el favor.

Ahora parecía diez años más joven y mucho más atractivo que antes de operarse, y anteriormente, ya tenía un cartel especial entre las féminas pese a haber cumplido los cuarenta y un años. Ahora podía pasar tranquilamente por un hombre de treinta años, moreno con ayuda del frasco que disimulaba las canas, ojos verdes de tupidas pestañas, metro ochenta y cinco de estatura, delgado y bien vestido semejaba un ejecutivo de alto rango de una multinacional. También le gustaba su nuevo nombre… Paul Hennesy. Sonaba bien. Don Nícola sabía hacer las cosas.

El silbido de los reactores al ponerse en marcha le apartó de sus pensamientos. Separó los ojos del periódico oyendo el rugido in crescendo de los motores y el primer deslizamiento del aparato al ponerse en movimiento.

Los cuatro asientos de su lado estaban ya ocupados por un matrimonio de cierta edad con dos muchachas que parecían hermanas. Enfrascado en sus pensamientos recordó vagamente que había tenido que levantarse para permitirles ocupar sus asientos.

A su lado la más joven de las hijas, casi una niña no mayor de catorce o quince años, de rostro angelical e inmensos ojos azules, lucía una melena rubia cayéndole sobre los hombros hasta casi taparle las adolescentes tetas. La otra hermana, con una melena trigueña de fuego y los mismos ojos azules de su hermana, tetas prominentes y caderas bien definidas, lucía unas piernas primorosas e imaginó unos muslos magníficos encerrando un coño exquisito al que de buena gana le metería la tranca hasta las bolas.

Lo miró sonriendo amablemente y él correspondió a su sonrisa mientras pensaba en que no le costaría gran esfuerzo convencerla para que se despojara de las braguitas y separara los muslos para metérsela hasta la matriz. Desvió la mirada, enfrascándose de nuevo en la lectura del periódico.

Las luces interiores del avión aumentaron de intensidad cuando el aparato se estabilizó en su techo de vuelo y la azafata les advirtió a los pasajeros que podían desabrocharse el cinturón e inclinar los asientos si lo deseaban. Paul Hennesy hizo lo primero pero no lo segundo. Mientras aparentaba leer con atención, su mente repasaba una y otra vez

los pasos a seguir para dar cumplida cuenta del contrato por el que le pagaban una cifra millonaria en dólares aunque tuviera que devolverle a Don Nícola parte de aquel dinero le quedaría suficiente para no tener que preocuparse más en toda su vida.

No era un trabajo fácil. Eliminar al mandatario de una nación nunca lo era. Todavía recordaba la cara de extrañeza del individuo cuando lo comunicó que a él no le interesaba saber quien era el mandante. Sabía que su trabajo era parte del pago del favor hecho por Don Nícola. Lo único que le interesaba era el nombre de la persona a la que tenía que eliminar y cuando lo supo, de inmediato subió su precio al doble de su tarifa. Aunque la cifra era astronómica el hombre asintió sin vacilar, pagándole incluso por adelantado los cincuenta mil dólares que calculó necesarios para llevar el contrato a buen término.

Tampoco era aquel el primer trabajo que realizaba fuera de los Estados Unidos. El mundo estaba lleno de gente ambiciosa dispuesta a pagar lo que se le pidiera con tal de conseguir el poder político. Él no era, como decía el psiquiatra de la prisión de Arizona, un asesino psicópata, ni mataba por el gusto de matar como se desprendía de los informes de aquel mentecato. Su trabajo era el mismo que el de cualquier otro alto ejecutivo empresarial, mejor pagado, sin duda, pero acorde con el peligro que corría su vida.

Dudaba entre alquilar un coche en París o tomar otro vuelo hasta Liechtenstein. Si se decidía por emprender otro vuelo pasaría toda la noche sin dormir, excepto lo que pudiera amodorrarse durante los vuelos y estaría en malas condiciones para razonar y trabajar eficientemente.

Necesitaba recopilar cuanta información pudiera encontrar sobre el personaje para confeccionar un amplio dossier. Era fundamental conocerlo a fondo. Dormiría aquella noche tranquilamente y recogería en París cuanta información lograra encontrar sobre el personaje. No se fiaba poco ni mucho de la que pudiera encontrar en la prensa nacional española. Conocía la cantidad de patrañas y tergiversaciones de la prensa socialista, no sólo en España si no en cuantos países gobernaba ese sistema político.

Necesitaba recoger en Vigo el rifle suizo SIG SG 550 con visor de infrarrojos Eissa LP7. Rifle que le permitiría incluso disparar de noche sin fogonazo que delatara su posición. Conocía el rifle y estaba acostumbrado a su manejo. Rápido de montar y desmontar con cargador del veinte proyectiles de cabeza hueca mortales de necesidad.

Su amigo Valentín Chávez, el capitán del mercante panameño "Libertad", se había encargo de traerlo hasta el puerto de la ciudad norteña española, previo pago de 1.500 $. Llegaría al puerto el día 17 de Octubre por lo tanto le quedaban 25 días para preparar el magnicidio hasta en el más mínimo detalle.

Su vecina de asiento, la adolescente con carita de querubín y larga melena rubia, le comentó tontamente:

-- Están sirviendo la cena.

-- Eso parece – contestó en tono displicente, sin ganas de pegar la hebra con aquella mocosa, colocando su asiento en posición vertical.

Cenó en silencio, oyendo la cháchara insustancial de las dos hermanas. Después del café le pidió un whisky a la azafata saboreándolo despacio aunque la calidad del licor dejaba bastante que desear. Finalmente, después que la azafata recogiera los servios, recostó el asiento y siguió leyendo el periódico aunque su mente seguía inmersa en el trabajo a realizar.

Las luces del Jumbo fueron amortiguándose a la par que los pasajeros se iban amodorrando. También el sentía que le pesaban los párpados. Abrió perezosamente los ojos al sentir apoyarse levemente sobre su hombro izquierdo la cabeza de la niña sentada a su lado. La miró de soslayo, sin moverse, se había quedado dormida pese a la excitación que demostró durante las primeras horas de vuelo. También dormían la pelirroja y sus padres.

Cerró nuevamente los ojos, todavía le quedaban horas de viaje y debía dormir tanto como pudiera. Se quedó dormido sin darse cuenta de que el "New York Times" caía sobre la cabeza de la niña, recostada casi contra su pecho.

 

 

 

Avezado al peligro, teniendo que cumplir uno de los contratos más arriesgados de su vida en un país extranjero, su reloj biológico había desarrollado una especie de sexto sentido que le advertía, incluso dormido, de la proximidad del riesgo.

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