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Carla (2)

en Textos de risa

LA SÚCUBO 6 Carla 2

"MENAGE À TROIS"

Decía Napoleón que la música es el ruido menos molesto. Existen otras muchas definiciones sobre la música, pero yo me he quedado con la del "Capitán Cañón". Consecuente con esa decisión comencé mis estudios sobre música a temprana edad. Una vez supe que en el pentagrama existían nombres tan bonitos como corcheas, semi corcheas, fusas, semi fusas, bemoles, sostenidos, arpegios, allegros, allegretos y andantes con moto etc. intuí que había tomado la decisión correcta.

Sin embargo, una duda terrible me asaltó, una duda lógica y comprensible; me detuve a pensar antes de seguir adelante. La horrible duda que se me planteaba era la del racismo. ¿Es racista la música? Al parecer si lo es. El pentagrama tiene blancas y negras, lo cual me parece muy bien y hasta loable, pero ¿por qué excluir a las mulatas, amarillas, cobrizas, rubias, morenas, trigueñas si las hay que son una maravilla? Mi maestra de música me dijo que no me preocupara, que ya lo entendería cuando fuera mayor. Lo que tenía que hacer enseguida era decidirme por el instrumento de mis preferencias, teniendo en cuenta mis grandes actitudes musicales.

El piano no me gustó. Esa dentadura blanca y negra tan larga me dio repelús. Me habían hablado maravillas del órgano y visité la catedral de Santiago... ¡¡Madre mía, que cosa más grande!! Me gustó mucho pero mi piso es más pequeño y resultaría imposible meterlo dentro. El clavicordio tampoco me gustó, muy antiguo. La pianola muy limitada y el organillo hay que darle al manubrio si quieres que suene y luego te duele el brazo. La batería tiene demasiados pucheros y te vuelves loco para saber que tartera has de aporrear y al mismo tiempo darle patadas al bombo. Un lío.

Dejé los instrumentos de cuerda y percusión y decidí comprobar instrumentos de viento. Con el trombón de varas hay que estirar demasiado el brazo, con la tuba te puedes romper los dientes si tropiezas, con la trompeta puedes reventarte la yugular soplando, con el saxofón te ahogas si lleve y se llena de agua, la flauta demasiado delgada, y el trombón bajo demasiado gordo, al final el empleado me dijo ¿Qué le parece un silbato? Es pequeño y le cabe en el bolsillo... No, no me sirve, sólo tiene una nota.

Al final vi un instrumento no más de un palmo de largo, lleno de agujeritos y con un botoncito en un extremo. Me pareció interesante y pregunté que instrumento era aquel.

-- Una armónica Honner cromática, alemana, muy buena, se la recomiendo, al ser cromática puede interpretar toda clase de música.

-- ¿Quiere decir?

-- ¡¡Y tanto!! – exclamó convencidísimo --, incluso puede hacerse usted mismo el acompañamiento.

-- ¿Ah, sí? ¿Con qué? ¿Con el botoncito ese?

-- No, con la lengua.

-- Ah, pues estupendo, interesante instrumento, me lo llevo.

-- ¿Se la envuelvo?.

-- No, la llevaré en el bolsillo para practicar en cuanto tenga una partitura.

Y así fue como empecé a tocar la armónica; tenía dos partituras en casa, la Ópera Lina y la Ópera Carla y practiqué tanto que acabé convirtiéndome en un virtuoso.

Las noticias, como los halcones peregrinos, vuelan a increíble velocidad. El halcón peregrino puede desarrollar, en un picado mortífero, los cuatrocientos kilómetros por hora, lo cual le convierte en la fórmula uno de las aves. Bien, pues aunque parezca increíble, las noticias aún vuelan más rápidas. No me lo explico, porque a mí, bajar en el ascensor, cruzar la calle hasta el restaurante Mouriño, sentarme a la barra y pedir una cerveza, me cuesta más de diez minutos y total sólo son, como mucho, cien metros de distancia. Seguramente tengo algo de tortuga, y no digo caracol porque me da grima pensar en los cuernos, aparte el hecho de que no soy hermafrodita.

Aquel día, cuando llegó Carla a las nueve, me fui a la empresa a echar un vistazo. Pero primero le sacudí a Carla dos polvos magistrales dejándola muy contenta. En la empresa estaba todo en orden. Pues mejor. No hay que perder tiempo. Vámonos a casa que no hay tanto jaleo, se está más tranquilo y tengo que leer las noticias y escribir algo, aunque sea poco. No sé de qué voy a escribir pero ya se me ocurrirá algo. Las mujeres bonitas y bien confeccionadas, por ejemplo, es un tema estupendo e inagotable. Escribir sobre el movimiento de caderas de una mujer bien modelada puede ocupar un tomo entero y no digamos nada del resto de la anatomía... todo el diccionario Espasa incluidos los suplementos. Y con estas y otras ideas en el tarro, al llegar a casa tuve que dejar el coche en el parking de Mouriño y decidí tomarme una cerveza.

-- Creo que te vas a meter en un lío de aúpa, amigo Toni – me dijo Mouriño muy serio al servirme la cerveza – Yo que tu me lo pensaría bien.

-- Pero ¿De qué me hablas, Rosendo? – pregunté con mi cara más inocente – No tengo ni idea.

-- Toni, muchacho, tu sabes que eres el amigo al que más aprecio.

-- Lo mismo te digo, Sendo.

-- Pues por eso me permito darte un buen consejo, que además es gratis, deshazte de Carla antes de que tengas que lamentarlo, Lina es una buena muchacha con la que deberías casarte sin perder más tiempo.

-- Pues ya que lo dices, mañana voy a conocer a sus padres.

-- Me alegro ¿pedirás su mano?

-- ¿Si la tengo toda entera, por qué sólo una mano?, además, eso ya no se estila, Mouriño, eres más antiguo que rascarse.

-- ¿Quieres decir que ya no te casas?

-- No he dicho eso, pero no hay que apresurarse.

-- Claro, como ahora tienes también a Carla y tú sólo piensas en lo que tienen las chicas guapas debajo de la falda.

-- Son reminiscencias de nacimiento, supongo.

-- Eres un cafre, Toni, no tienes remedio, pero recuerda lo que te digo, antes de una semana la tendrás dentro de casa.

-- ¿A quién, a Carla? Ya la tengo dentro de casa y bien que cocina, por cierto.

-- No es por ahí, ¿Verdad que ahora son muy amigas?

-- ¿Y por qué no iban a serlo?

-- Vale, vale, ya me lo dirás dentro de poco.

-- ¿Es que tú sabes algo que yo no sepa?

-- Lo que no sé lo intuyo; ni se curará la abuela ni su madre volverá a tu casa, y si no, al tiempo.

Acabé la cerveza y me fui a casa pensativo. Eran las once cuando entré en el piso. Primera sorpresa. Carla cocinando con tacón alto, delantal y una toalla de turbante. Eso era todo y para mí una elegante forma de vestirse.

-- ¿Qué estás cocinando?, Huele muy bien – no hay manera de darle un pellizco en las nalgas, son tan duras y redonditas como sandías.

-- No me pellizques, nene, déjame acabar.

-- Es que se me van las manos, preciosa.

-- Quita la mano de ahí, me pones nerviosa y voy a estropearlo todo por tu culpa, luego dirás que el bacalao a la gallega no está en su punto.

-- Tú si que estás en tu punto, encanto.

-- Mejor que te lo parezca.

-- ¿Quién te enseñó a cocinar?

-- Mi madre, y ese libro que está ahí – miré el libro, más viejo y manoseado que los pergaminos del Mar Muerto: Carmencita, la buena cocinera. Pues vale.

-- Por cierto ¿qué se sabe de tu abuela?

-- No me muerdas el cuello, me pueden quedar marcas y Lina sospecharía, no querrás eso, ¿verdad?

-- Ya sabes que no.

-- Claro, la quieres más que a mí – pura lógica femenina.

-- No es cierto, os quiero igual a las dos

-- Ya, entonces ¿no te sabrá mal que duerma en la habitación de tu hija Ana?

-- ¿Qué quieres decir? – me puse en guardia recordando las palabras de Mouriño.

-- Pues que si me quieres igual que a ella, podré dormir en esa habitación ¿o no te parece bien? -- A mí sí, pero no creo que Lina esté de acuerdo.

-- ¿Por qué no?

-- Porque es la habitación de mi hija Ana.

-- Pero tiene dos camas.

-- Además, cuando tu abuela esté mejor regresará tu madre.

-- Uy, mi abuela, tiene para rato.

-- ¿Cómo es eso?

-- Es muy viejecita, nene, compréndelo, mi madre no la puede dejar sola así como así.

-- Si, lo entiendo, pero algún día se curará, digo yo.

-- Uy, puede tardar un año o más y, la verdad, si puedo dormir aquí me ahorraría el alquiler del piso.

Se sentó en una silla, pelando ajos. Le separé los muslos, le abrí la vulva con los dedos sin que protestara y pasé la lengua por su roja herida lamiéndola de arriba abajo. En menos de un minuto tenía sus dedos engarfiados en mi pelo gimiendo de placer. Si, creo que estará muy bien que duerma en casa, pensaba yo mientras degustaba aquella apetitosa almeja.

Será macanudo que duerma en casa. Me encanta el marisco.

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