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Marisa (6)

en Grandes Relatos

MARISA 6

Purita había preparado una cena típica de la tierra, que, dicho sea de paso, pagué yo en su totalidad. Percebes, centolla, nécoras, rodaballo, pavo al horno, Albariños, Codorniu, Café, Tarta de Santiago y licores, incluida la famosa queimada.

Cuando Merche llamó para advertirme de que la mesa estaba servida, tuve que rendirme ante el bien hacer que demostraron. Las chicas prepararon una mesa como la del Hotel Reyes Católicos, o muy parecida por lo menos.

Ante mis alabanzas hasta la ontodoncica me sonrió muy cariñosamente y, sin poder determinar la causa, vi en la pequeña Merche algo diferente a lo habitual. No pude, de momento, determinar de qué se trababa, pero algo llamó mi atención poderosamente, casi puede decirse que, de repente, se había convertido en una chica muy guapa. Lo achaqué al peinado y al vestido que se había puesto para la ocasión, o incluso, pensé, puede ser el ligero rubor de sus mejillas, o la leve capa de carmín que se ha puesto en los labios. Y fue entonces, al fijarme en su sonrisa blanca y radiante como el diamante, cuando me di cuenta de que no llevaba el adminículo dental que tanta grima me daba ver. Coño - exclamé asombrado para mi fuero interno - i pero si esta niña es una preciosidad sin esa mierda de

aparato! Parece imposible que una simple pieza de metal influya tanto en mi apreciación. Tomy - volví a repetirme - me parece que estás volviéndote un poco neurasténico, la niña es la misma que has conocido siempre. Lo era, era la misma Merche, pero no lo era. No sé si me explico.

Se puso colorada cuando le dije a Purita lo muy guapa que se había puesto Merche. Era un cumplido amable y además sincero, pero las mejillas de la niña se pusieron como la grana, y le favorecía el rubor. Purita, que tenía una prisa desmedida, dijo que si, que Merche estaba muy guapa, pero que eran más de las nueve, que la cena estaba servida y que ella tenía que marcharse porque su novio la esperaba. para ir a cenar y bailar a un Hotel de Órdenes en donde tenían mesas reservadas para toda la familia. Cuando se largó, dejando la mesa sin recoger y los platos sin fregar, le pregunté Merche:

-- Bueno, jovencita, ¿y tú y yo qué plan tenemos para esta noche?

-- El que tú quieras, Tomy - respondió con voz neutra, mientras recogíamos la mesa.

No quise pasarme de listo, o no quise comprender si la respuesta tenía doble intención. Decidí que no, que era demasiado niña para tanta astucia, aunque, por otra parte, una niña de quince años sabe más que un hombre de diecinueve. Así que decidí preguntar rodeando el camino directo:

--¿Que te parece si vamos a tomar las uvas al Hotel de los Reyes Católicos?

-- Tomy, el Hotel de los Reyes Católicos es carísimo, y además, debe tenerlo todo reservado ya.

-- Por el precio no te preocupes, criatura, y una mesa para dos se monta en cualquier parte del comedor ¿Que, hago la reserva por teléfono?

Estábamos en la cocina, colocando los platos en el lavavajillas, ella a un lado de la puerta y yo al otro. Me miró, sacudió su rubia melena con un gracioso movimiento de su cabecita y preguntó muy seria y triste:

-- No estás a gusto solo conmigo, ¿verdad?

-- Merche, por favor, eso ni lo pienses - dije, simulando enfado - estoy encantado de estar contigo siempre, solo o acompañado, aunque si lo pienso bien, mejor nosotros solos mal queacompañados ¿no te parece?

-- Gracias, Tomy, por tu amabilidad... pero...

-- No hay pero que valga - corté rápido - venga, sequemos los platos y vámonos a jugar a

tulé.

-- Eso, a tulé, con lo pequeño que tú eres no sé en donde te ibas a esconder.

No tuve más remedio que reírme, más por la expresión de su cara que por la respuesta en sí. y a renglón seguido preguntó con mal disimulada ansiedad:

--¿Por qué no vemos el programa de Fin de Año que emite Antena 3? Dicen que es muy bueno.

-- De acuerdo, veremos Antena 3 y todas las antenas que quieras. Bailaremos, jugaremos al parchís, y luego nos tomaremos las uvas ¿Te parece bien?

-- ¡Ya lo creo! Bueno, pues mientras preparas las uvas y pones en el congelador una botella de champán, voy a arreglarme un poco, vuelvo enseguida - comentó, saliendo disparada de la cocina.

Separé las veinticuatro uvas, puse un par de botellas de cava en el congelador y me senté a esperarla en la sala de estar, mirando la televisión y fumándome un cigarrillo. Me reí con un chiste de borrachos que explicó Arévalo:

Se encuentran dos amigos en la calle. Uno de ellos borracho como una cuba, le pregunta al otro:

--¿Oye, crees que la llevo bien puesta?

-- Jo, macho, la llevas impresionante, fenomenal. ¡Menuda cogorza!

-- Pues ya verás tú como cuando llegue a casa, mi mujer aún le encontrará defectos.

Se me cortó la risa cuando la vi entrar. Me levanté sorprendido, casi atónito. El vestido mini faldero, de Mabel por supuesto, me enseñaba unos muslos que nunca hubiera imaginado; los zapatos de tacón alto y puntiagudo, de su madre naturalmente, así como el collar de perlas y el chal también de su madre, la hacían muy hermosa, pero el resto era suyo y por Dios que me dejó boquiabierto. Si una niña puede transformarse en una preciosa mujer con solo vestirse y arreglarse, eso era lo que había conseguido Merche en poco más de media hora. Casi no podía apartar la mirada de su cuerpo.

--¿Te gusto? - preguntó, girando en redondo sobre los tacones.

--¿Que si me gustas? - pregunté, extasiado - tanto como para comerte, criatura.

-- No tan criatura, Tomy, no tan criatura.

-- Oh, claro, perdone la señora, pido disculpas a la señora.

-- Tomy, no seas guasón, por favor - dijo, riéndose agradecida.

Pese a los zapatos, escasamente me llegaba al pecho, pero adultos más pequeños que ella los había a cientos. Se sentó a mi lado muy modosita, tapándose los muslos con el chal. La miré decepcionado y se puso a reír comentando:

--¿No te da vergüenza?

--¿Vergüenza de mirar la novena maravilla del mundo? Estaría bueno.

-- Eres un guasón.

-- Y tú la chica más bonita de todo Santiago - respondí, guiñándole un ojo.

Se puso colorada, pero preguntó:

-- No me has mirado en todo un año ¿y ahora soy la chica más bonita de Santiago? Te agradezco el cumplido, pero no me lo creo.

-- Si, tienes razón, he sido un estúpido, hubiera tenido que darme cuenta antes de lo bonita que eres, pero en parte la culpa es tuya.

--¿Mía, por qué?

-- Porque te preocupas muy poco de tu aspecto.

-- Quizá tengas razón - musitó pensativa.

-- Faltan cinco minutos para las doce, nena, quédate aquí sentadita mientras preparo el cava y las uvas. Me toca a mí rendir los honores a tan preciosa damita.

-- ¡Qué galante y cuánto piropo por parte del apuesto caballero! - respondió, haciéndome una graciosa reverencia.

Preparé una botella de cava de las cuatro que había comprado por la tarde, puse las uvas y algunos turrones en una bandeja, y regresé a la sala. Aplaudió entusiasmada por lo bien que lo había hecho. Le gustó el Juve Camps, lo encontraba finísimo y muy agradable. Se le arrebolaron las mejillas a la segunda copa. Tomamos las uvas al sonido de las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid conectada por la televisión. Le llené de nuevo la copa de cava y nos pusimos de pie, para brindar por el nuevo año, su brazo

cruzado con el mío mientras bebíamos. Nos besamos en la mejilla deseándonos Feliz Año mientras la abrazaba. Me miró risueña con su boca tan cerca de la mía que la besé suavemente en los labios, cerró los ojos, y dejó que prolongara el beso sin apartarse. Luego, sonrojada, se sentó comentando sin atreverse a mirarme:

-- Creo que me ha hecho efecto el champán ¡está tan bueno!-

--- ¿Quieres bailar, Merche? - pregunté, apagando la tele colocando en el compact-disc música romántica.

-- Claro que si, Tomy - respondió, alegre y girando un par de veces sobre los tacones.

La tomé de la mano y la llevé hasta el centro de la sala enlazándola por la cintura cuando comenzó a sonar "Sabor a mí " interpretado por los Sabandeños. Era tan suave como una pluma y seguía mis pasos como si los adivinara por anticipado. Recostó su cabecita en mi pecho, con su mano, pequeñita y suave, encerrada en la mía; su cuerpo, esbelto y tierno, acoplado al mío con maravillosa sencillez. Notaba sus muslos, más firmes y rotundos de lo que nunca hubiera llegado a imaginar, cruzándose con los míos en los movimientos del bolero. Toda ella olía a espliego, igual que su madre, y su cuerpo de niña era aún más delicado y esbelto que el de Marisa, pero no por ello menos firme y encantador.

-- Estás preciosa, Merche y bailas divino.

-- Gracias, Tomy, tú eres el que baila muy bien, yo me dejo llevar.

-- Debes de tener novios a montones.

-- No tengo novio.

-- No puede ser, eres demasiado bonita para que me lo crea.

-- Quizá es porque no me ve el que yo quiero.

--¡Ah, ves como hay alguien! ¿Un compañero del Instituto?

-- No ¡qué va! - rió divertida

-- ¿Lo conozco?

-- Ya lo creo.

-- Ah, si, pues ya sé quien es.

--¿Sí? ¿Quién? - preguntó, levantando su mirada celeste hacia mí.

-- Lalo Randeiro - respondí - seguro que es él.

--¿Lalo?, Vamos, ni loca. Y por cierto, ayer le vi salir de un taxi cargado de paquetes.

-- Imposible, se fue a Vigo al empezar las vacaciones - respondí muy convencido.

-- Pues habrá vuelto, porque estoy segura de que era él. Lo vi cuando salía de casa de mi amiga Lolín Gracia que vive casi enfrente del Chalet de los Estudiantes donde él entró.

--¿Entró en el Chalet de los Estudiantes? Pero si él vive con sus tíos cerca de la Plaza Mayor - comenté asombrado.

Sabía que el Chalet de los Estudiantes se alquilaba todos los años a varios estudiantes que pagaban a escote el alquiler y los gastos. Pero el chalet también era conocido entre los universitarios como "El Picadero". El sobrenombre estaba más que justificado porque los inquilinos cabalgaban yeguas de todos los cursos un día sí y otro también.

-- Ya lo sé, Tomy, seguramente celebrará alguna fiesta con los amigos.

--¡Qué raro! - exclamé extrañado - creí que estaban todos de vacaciones. Pero en fin, no es eso lo que me interesa, lo que quiero saber es quien tiene la suerte de poseer tu corazoncito. Aunque ya me imagino quien es.

--¿Sí, quién? - y levantó sus ojos azules risueños y traviesos hacia los míos.

-- El hermano de Mireya.

--¿Quién, Toni Cárdenas?

-- Sí, Toni Cárdenas.

-- Frío, trío, Tomy.

-- Pues es un chico muy majo

-- Seguramente, pero no es él.

-- Vale, me rindo, dime quién es.

-- Ah, eso si que no.

-- Pero ¿por qué no, preciosa mía?

--¿Te parezco preciosa?

-- Me pareces divina, Merche.

-- Eso lo hace el champán, Tomy.

-- Creo que te estás burlando de mí, así que no cambies de conversación y dime quien es.

-- No te lo voy a decir.

-- Por lo menos dime como se llama.

Se rió a carcajadas antes de contestar:

-- Que gracioso eres, Tomy.

-- Lo que soy es un desgraciado. Mira que tener a la mujer más bonita de Santiago a mi lado y dejar que se la lleve otro. Hace falta estar ciego.

--_Vamos, Tomy, no te hagas el mártir que no te va, sabes muy bien que la mitad de las universitarias andan loquitas detrás de ti.

-- Y qué me importa a mí eso, si la que me interesa me la birlan delante de mis narices.

-- Vaya, por Dios, chico, te han herido en el amor propio, mira que quitarle la chica más bonita de Santiago al mismísimo Tom Berenger ¿cómo se han atrevido? ¡Serán canallas!

-- No me provoques o te doy un beso que te dejo sin aliento.

-- Eso será si yo quiero, guapito de cara.

Intenté besarla varias veces, pero apartaba el rostro tan rápidamente que no lograba mí

objetivo. La sujeté por la cintura, con la otra mano inmovilicé su cara, besándola sin dejar de bailar. Rocé sus labios con mi lengua, y aunque los mantuvo cerrados algún tiempo, finalmente los separó y pude meterle la lengua hasta encontrar la suya. Nos detuvimos mientras jugábamos con nuestros besos en una prolongada y deliciosa caricia.

-- El gran Tom Berenger ha logrado besar a Cenicienta - me espetó al separarse, sonriendo con malicia.

-- Te estás burlando de mí ¿verdad, Merche?

-- Igual que tú de mí.

-- Palabra de honor que te estoy diciendo la pura verdad.

--¿Palabra de honor? - preguntó, separándose como un relámpago.

--¿Pero, adónde vas?

-- Vuelvo enseguida - respondió sin girarse. Las braguitas se le marcaba a cada paso y sus nalgas se bamboleaban cadenciosamente en vaivén como el péndulo acelerado de un reloj.

¿Pero dónde ha estado este monumento todos estos meses? Tengo el pájaro en la mano y lo dejo escapar. Hace falta ser idiota. Me senté en el sofá y volví a llenar las copas, esperando que cuando acabara de hacer pis seguiríamos bailando. Algo en ella me atraía de forma irresistible. Me pregunté si sería efecto del champán. No, era una chica deliciosa, que parecía más jovencita todavía de lo que era. Tampoco hubiera imaginado que fuera tan simpática. Hablaba muy poco cuando estaban delante su madre y su hermana, como si delante de ellas se sintiera acomplejada por alguna razón desconocida para mí. Pasaba desapercibida, completamente desapercibida, sin embargo, aquella noche había cambiado su aspecto y su silenciosa forma de ser, para convertirse en una muchacha completamente distinta.

Parpadeé cuando la vi entrar sonriéndome con la ortodoncia puesta, los rubios cabellos despeinados y lacios, y una bata larga hasta los tobillos, ceñida por la cintura con un cinturón del mismo tejido. Se había lavado la cara, porque no quedaba en ella ni rastro de maquillaje.

Me levanté de nuevo y comprendí que también se había quitado los zapatos de tacón alto. No paraba de sonreír, enseñándome la pieza metálica que tanta grima me daba. Supe lo que intentaba demostrarme. Me acerqué a ella y con sonrisa traviesa preguntó:

--¿Aún te parezco la más bonita de Santiago?

-- Y la más traviesa, preciosa mía. Me incliné, la estreché por la cintura y la levanté hasta que su carita de niña quedó a la altura de la mía. Me miró parpadeando y la besé abriéndole los labios para morderle la pieza metálica intentado arrancársela.

-- Me haces daño - se quejó entre dientes - Tomy, por favor.

Dejé de morderla para besarla. Se apartó

-- Perdona, Tomy, ha sido una estupidez, déjame en el suelo - comentó, e hice lo que me pedía.

Se giró en redondo, llevó las manos a su boca y cuando de nuevo volvió a girarse, su dentadura blanca y pareja relució en una pícara sonrisa

-- Lo siento, Tomy, soy tonta de remate.

Volví a levantarla y me rodeó el cuello con los brazos. Nos miramos y pregunté:

--¿Quieres decirme ahora quien es el afortunado al que amas?

-- Eres más tonto que Abundio, Tomy - me besó suavemente y se apartó de nuevo para mirarme con media sonrisa - Si tú no lo averiguas, no seré yo quien te lo diga - susurró, besándome de nuevo.

-- Vamos a ver... ¿Se llama Tomy?

-- Hum... hum - nasalizó, sonriendo sin despegar los labios.

--¿Y te tiene abrazada ahora mismo?

-- Hum... hum - volvió a repetir.

--¿Hace mucho que lo amas?

-- Fuuiiio - silbó entre dientes, abriendo los ojos de par en par.

La besé apasionadamente, saboreando la tierna suavidad de su lengua y con ella en brazos me senté en el sofá. La batita se abrió y pude ver sus muslos soberanos, desnudos hasta las braguitas de encaje. Cerré la bata de nuevo, sus cejas se arquearon con gesto de sorpresa y puso la suavidad de sus labios sobre los míos con una caricia de ternura casi infantil. Cogí una copa de cava de la mesita y bebimos los dos alternativamente hasta agotarla.

-- Así que lo amas hace mucho tiempo ¿no es eso?

-- Quieres que te regale los oídos ¿verdad, bribón?

--¿Sabes si él te ama también? - volví a preguntar, sin darme por enterado.

-- No, no me ama, quizá me desea esta noche, pero mañana me olvidará.

--¿Y no te importa que no te ame?

-- No puedo obligarlo.

--¿Y si estuvieras equivocada?

--¡Ojalá! Habría ocurrido un milagro.

--¿Quieres ser su mujer esta noche?

--¿No es eso lo que se dice en las bodas?

-- Si, señorita, eso es, ¿qué responde usted?

-- Que si quiero.

-- Puede que no tenga nada que ofrecerte.

-- Yo si tengo algo que darle.

--¿Ah, sí? ¿El qué?

-- Mi virginidad.

-- Pero, niña, tu no sabes lo que dices. ¿Quieres darme tu virginidad sin más ni más?

-- Sin más ni más, no, quiero dártela porque te amo ¿te parece poco?

-- Me parece demasiado. No merezco tanto amor, porque yo no sé si te amo.

-- Pero me deseas ¿o tampoco? - había ansiedad en sus infantiles ojos azules

-- ¡Hombre! - exclamé excitado - claro que te deseo, tendría que estar ciego pero...

-- Entonces - cortó, mimosa - llévame a la cama.

Se me ofreció voluntariosa, aprisionada bajo mi peso su pequeña figura de brisa marina, sentí el placer de aballestar su cuerpo tenue y delicado bajo las caricias de mi boca y de mis manos. No hubo rincón, ángulo ni recoveco de su seráfico y cristalino ser que mi lengua no recorriera paladeando el dulce y amarinado sabor de su carne impoluta. Deseaba saciarla de caricias hasta la extenuación, sentirla gemir bajo la candente succión de mi boca y, ella, como una cervatilla, dócil, joven y fresca, me ofrecía su carne rosada y húmeda, trémula y apasionada de gozo, desmayándose en los éxtasis, ansiando ser poseída para entregarme la ofrenda de su virginidad. Temía dañar su frágil cuerpo pese a la humedad que los primeros orgasmos le produjeron. Logré hundirme, deteniéndome cuando sus gemidos de placer se transformaban en lamentos de dolor. Gritó abrazada a mí, temblorosa y doliente, se fue abriendo la flor, hasta que la sentí gozar con un orgasmo largo y profundo que la desmayó. Fue una noche inacabable que disfrutamos hasta quedar completamente rendidos y extenuados. Se durmió en mis brazos, y finalmente, también yo me dormí, pese a la dulce caricia de su apretada vagina sobre mi erección.

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