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Un grave encoñamiento (3B)

en Grandes Relatos

UN GRAVE E4NCOÑAMIENTO 3B

Cuando me cansé de agitar el pañuelo se colgó de mi brazo como años ha. Le pregunté si reservábamos habitación en un hotel o dormíamos en la playa con las gaviotas. Se reía a gusto conmigo mi niña, si, muy a gusto pero no quiso una habitación de matrimonio. Dos habitaciones sencillas. El recepcionista, con cara muy apenada, nos dijo que lo sentía mucho pero habitaciones sencillas ya no les quedaban. Era Semana Santa y Alicante estaba abarrotado de turistas. Sólo tenían habitaciones dobles o de matrimonio. Pidió una doble. No dije nada. Al fin y al cabo a quien boquita des rape le había dado el dinero pata gastos era a ella. En el portaequipajes del Jaguar tenía el maletín de viaje y dentro el dossier del comandante Raúl.

Como aún no eran las seis le dije que podíamos dar una vuelta por la ciudad y aceptó muy gustosa. Se armó un lío con la puerta giratoria y esperé en la acera riéndome, momento que aprovechó una gitana para acercárseme intentando venderme lotería. Le dije que nunca jugaba. Ni caso:

-- Zeñorito, que le va a tocá, no deje lo millone tiraos en la caye, quiyo.

Negué con la cabeza mientras ella porfiaba. Yeya se cogió de mi brazo

Al salir sonriendo y mirar a la gitana que de inmediato se puso a su lado siguiendo con su retahíla:

-- Zeñó, uté e un jombre con muxa, muxa zuelte, no hay ma que vé a la vilgensíta que lleva ar lao. Cómpreme un décimo na má. Dígale uté a su mario, ese jombre que ha cresio má que un xopo del río y es má guapo que er zó.

-- ¿Verdad que es guapo? – preguntó Yeya pellizcándome el brazo

-- Guapízimo , vilgencita, guapízimo, pero der puño agarrao, digale uté que le va a tocá y que me lo compre, por Dio, niña presiosa, que e uté más bonita que la vilgen e los Damparaos, mi niña. Zi ze lo ice uté no pué negalse.

-- Cómprale aunque no sea más que un décimo, Toni.

-- Venga deme lo que lleva y déjenos tranquilos.

-- Diez mil leandras, Zeñó, y la propina.

Le di un billeate de diez mil y otro de mil y se quedó soltándonos bendiciones y deseándonos suerte por lo muy guapísimos que éramos y que iba a rezá hasta la hora der zorteo porque éramos….

Pero al fin dejamos de oírla. Doblé los billetes en cuatro trozos y me lo metí en el bolsillo interior de la chaqueta. Once mil pesetas tiradas a la basura.

Me fui orientando en busca de la calle del casco antiguo.

-- ¿Pero adónde vamos?

-- A casa de un amigo mío.

-- ¿Tienes un amigo en Alicante?

-- Tengo amigos en todas partes.

-- Eso sí que es cierto, no sé cómo te las apañas pero parece que conoces a todo el mundo

Tuve que preguntarle a un guardia urbano en donde quedaba la calle que buscaba. Estaba cerca, dos travesías más adelante. Pero dos travesías más adelante era una calle en cuesta muy pronunciada del casco antiguo de Alicante y sin salida. En los balcones ropa extendida. Un bosque de geranios en los herrumbrosos balcones y una sensación de pobreza que me hizo detenerme a pensar si valía la pena darle aquel disgusto a mí niña; una casa tan miserable con una puerta de madera desconchada, un portal que olía a orines de gato y unas escaleras de madera desgastadas por el uso.

Comprendió enseguida que me pasaba algo y me indicó que no debía estar en muy buena situación económica mi amigo. Le dije que sí.

En el segundo piso me detuve y llamé al timbre. Nos abrió la puerta, una mujer que debió ser muy agraciada, pero que la pobre, pese a que no tendría más de treinta y cinco años, parecía bastante mayor. Vestía una bata de boatiné raída pero limpia a la que se agarraba, mirándonos temerosa, un niña de dos o tres años.

La mujer levantó los ojos para mirarme. Una mirada alerta y desconfiada y preguntó mirando a Yeya:

-- ¿Qué desean?

-- Buenas tardes – respondí, preguntando a mi vez – ¿Vive aquí el señor Raúl Hernández Castañeda? -- la mano de Yeya se tensó apretándome el brazo con fuerza en espera de la respuesta.

-- Si, aquí vive. ¿Por qué?

-- ¿Tardará muchas horas en regresar? – volví a preguntar

-- Horas no, dos meses tardará. Es piloto de Iberia ¿sabe? Y siempre está recorriendo el mundo de un lado para otro. A principios de Junio podrá encontrarlo. ¿Es usted piloto también?

-- Si, por eso, al pasar por Alicante…

-- Pero pasen – cortó haciéndose a un lado y tomando a la niña en brazos, no podía negarse que la niña era el vivo retrato del padre -- por favor, aunque tengo la casa hecha un desastre debido a que vamos a hacer obras en cuanto regrese Raúl.

-- Es que tenemos prisa, señora – comentó Yeya con un hilo de voz, Pero yo la hice entrar y hubiera sido mejor no hacerlo porque la mujer se afanaba en quitar de las dos únicas sillas del comedor ropa recién planchada para depositarlas en un sofá de tres cuerpos al que sólo le faltaban ver saltar los muelles de un momento al otro.

-- ¿Es usted su esposa? – pregunté encendiendo un cigarrillo y ofreciéndole el paquete del que tomó otro cigarrillo.

-- Si, por supuesto – respondió mirándome con recelo. Cuando vio que enarcaba una ceja mirándola fijamente, siguió comentando – A todos los efectos soy su esposa. Hace cuatro años que vivimos juntos. Lo que pasa es que la mujer no le quiere conceder la separación judicial.

-- Lo sé, señora – comenté, hirviéndome la sangre de coraje.

-- ¿Es que le debe dinero? -- preguntó asustada atragantándose con el humo del cigarrillo y tosiendo.

-- No, Esther – respondí, acariciando los negros rizos de la cabeza de la niña que se había colocado entre mis rodillas jugando con los botones de mi chaqueta – Es al revés, soy yo quien le debe dinero a él – y saqué mi cartera entregándole un billete de cinco mil pesetas.

Observé de reojo que Yeya me miraba y agachaba la cabeza. La mujer cogió rápidamente el dinero comentando:

-- ¡Ah! pues muchas gracias, aunque tiene que girarme un día de estos me vendrán bien hasta entonces, ¿Y de parte de quien le digo que se los devuelve?

-- De Antonio Noreña, el hermano de Mireya – respondí levantándome. Yeya me siguió sin decir palabra. Estreché la mano de la mujer y ellas dos se dieron un beso en las mejillas. Me extrañó, Yeya era muy poco amiga de besuqueos con los no conocidos. Quizá, pensé, se ha puesto en su lugar y se ha imaginado a sí misma en esta miserable situación.

Salimos pitando de aquel chamizo. Llevaba el corazón encogido sólo de pensar que mi adorada hermana, pudiera acabar así. Ella no decía nada y al llegar a la Alameda nos metimos en un cine porque hacían una película de Paul Newman y Robert Redford, los actores preferidos de Yeya. Nos sentamos al lado del pasillo en mitad de la sala. Había poca gente y, en silencio, permanecimos hasta que empezó la película El Golpe

De pronto noté que apoyaba su cabeza en mi hombro cogiéndome una mano con la suya y cruzando los dedos con los míos. No tardé mucho en sentir sus lágrimas cayendo sobre el dorso de la mano y pensé, mejor que llores ahora que no cuando la cosa no tenga remedio. Tardé mucho tiempo en averiguar que no lloraba por ella si no por mí.

La película era tan interesante, misteriosa y bien urdida la trama que dejó de llorar y se reclinó en su butaca pero sin soltar mi mano. Y así permanecimos hasta el final de la película. Era hora de cenar y así se lo dije. Cenamos en el hotel en una mesa de un rincón porque el comedor estaba atestado de comensales, turistas casi todos. Al final tuve que ser yo el que rompió su mutismo:

-- Ha sido excelente, la película ¿No te parece?

-- Si, muy buena, como todas las de Newman y Redford – comentó acariciándome el dorso de la mano pensativa.

-- ¿En qué piensas?

-- En lo mucho que me quieres.

-- ¡Ah, sí, pues vaya novedad!

-- ¡Ay, Toni, que pena que seamos hermanos! – exclamó suspirando.

-- ¡No sabía que tenía una hermana! – exclamé en tono de asombro -- ¿En dónde está? – pregunté mirando a mi alrededor.

-- Eres tremendo, cariño – comentó riéndose y besándome la mano.

-- Escucha, Yeya, no tengo ninguna intención de hacerme Obispo – y de nuevo escuché su deliciosa risa.

-- Serías un buen y caritativo Obispo, ya lo creo – comentó soltando la carcajada.

-- Sería un obispo arruinado, que no es igual.

-- Eso sí que es cierto. Te mereces la mujer mejor del mundo, cariño.

-- Ya estoy con la mujer mejor del planeta.

-- No te lo creas. Yo ya no soy lo que parezco.

-- Lo sé – respondí sin pensar.

-- ¿Qué es lo que sabes?

-- ¿Con respecto a qué?

-- Con respecto a mí.

-- Todo lo que hay que saber – respondí bebiendo un vaso de vino mirándola. Apartó la mirada para preguntarme:

-- ¿Y no te importa?

-- Claro que me importa. Te crees que soy de piedra, pero ¿qué puedo hacer? Es como ahora que los dos estamos haciendo de celestinas para el putón desorejado que tenemos por jefa. Pero mejor es no pensar y dejar que los acontecimientos se desarrollen según está marcado por el destino.

-- Eres un fatalista, cielo.

-- Ya lo dice la canción: Qui será, será – asintió con la cabeza y le pregunté -- ¿Quieres café y un anisete?

-- Bueno, divirtámonos.

-- Así me gusta – respondí solicitando la comanda.

Después de cenar mientras ella subía a la habitación, yo bajé al parking para recoger mi maletín de viaje. Cuando entré en la habitación ella estaba duchándose. A través de la puerta le dije que bajaba un ratito al bar a tomarme un café. Me dijo que no tardara mucho y eso le prometí. Subí después de un café y un copazo de Duque de Alba. Una hora o así. Cuando de nuevo entré en la habitación mi maletín estaba cerrado, pero ella, recostada contra las dos almohadas de las camas leía muy interesada y atenta el dossier del comandante Raúl.

-- Es increíble, vida mía ¿Cómo se te ocurrió pedir este informe? Te habrá costado un riñón.

-- No, no me costó un riñón, pero hubiera pagado los dos por salvarte de sus garras. En realidad es un delincuente y si te digo la verdad no me gustó nada desde el primer momento que le eché la vista encima.

-- Pues me dijiste todo lo contrario.

-- Compréndelo, Yeya, no podía decirte en aquellos momentos que no me gustaba un pelo, pero sí te dije que era demasiado mayor para ti y lo es, te lleva dieciséis años. Supongo que no volverás a verlo.

-- Pues te equivocas – y ante mi pasmo aclaró – Pero contigo delante para que escuches todo lo que tengo que decirle. El muy cabrón… será hijo de puta…

-- Yeya, no digas palabrotas, cariño. – le dije, pero estaba tan enfada que no había manera de pararla.

-- Si fuera yo un hombre lo machacaría como a una cucaracha. ¿Has visto como vive esta pobre mujer? El muy canalla la tiene en la miseria a ella y a la pobre niña. Su propia hija, que es una preciosidad, viviendo como una pordiosera, hijo de puta malnacido, miserable cabrón…

Nuca la había visto tan enfadada. Le salían chispas verdes de los ojos y sapos y culebras de la boca. Al final tuve que enfadarme con ella y ordenarle que se calmara tapándole la boca con la mano. Se quejó mirándome con ojos suplicantes. La solté.

-- Me has hecho daño, Tony – comentó llorosa y la besé en la frente con el… pasa, pasa culito de rana… ect.ect.

-- No sé por donde tengo la impresión – comenté suavemente – de que tu enfado está provocado porque aún le amas.

-- ¡Estás tú listo, cariño! Hace ya tiempo que no me cuadraban las cuentas. Los dos últimos viajes quería follarme de prisa y corriendo porque se le escapaba el avión para no sé dónde. Le dije, porque ya estaba harta y no me quedó más remedio que decírselo, que si tantas ganas tenía, que se la cascara y lo dejé plantado.

-- ¿Eso le dijiste? – pregunté incrédulo.

-- Te juro que es tan cierto como que estamos los dos en esta cama.

-- ¿Y estaremos mucho rato? – pregunté sonriendo.

Soltó una carcajada moviendo la cabeza de un lado al otro, con lo cual consiguió que su larga melena le tapara uno de sus bien formados senos. Con mucho cuidado y con la punta de los dedos procurando no rozarle la carne, volví a colocar la melena en su espalda. Preguntó muy sería:

-- ¿Ya no me quieres, cariño?

-- ¡A que te doy una bofetada!

--Y qué guapo eres, mi amor y cuanto te quiero – comentó rodeándome el cuello con los brazos para besarme por toda la cara murmurando – Si no estuviéramos en España, mañana mismo me casaba contigo.

-- Imagínatelo, Yeya. Brasil, las palmeras, los cocoteros y tú y yo casándonos no mañana, si no esta noche.

Otra carcajada y más besos antes de comentar:

-- Anda, dúchate y luego lo imaginamos entre los dos.

-- ¿Para que luego me abandones otra vez?

-- ¡Vete a duchar! – gritó a todo pulmón, antes de morderme en el cuello.

Eran las diez y media de la noche cuando, por expreso deseo suyo tuve que montarla haciendo desaparecer su cuerpecito de muñeca bajo el mío. Me acogió entre sus muslos soberanos, capaces de volver tarumba al hombre más ecuánime, y ella misma con la punta de los dedos se introdujo el glande elevando las caderas y allí se detuvo.

Con los brazos extendidos a cada lado de su cuerpo, la miré y miré la erección que comenzaba a penetrarla. Susurró mirándome amorosa:

-- Bésame, amor mío. Nunca más habrá otro como tú para mí…. Sigue entrando, mi amor, sigue entrando despacio…. Cuánto te he echado de menos, Dios mío,… y cuanto gusto me das, mi niño…nadie puede compararse contigo… nadie… nadie… Toni, vida mía… éntrala toda… Así…. Así… mi niño, mi dulce niño… quiero sentir tu cuerpo… tu cuerpo sobre el mío… que delicia… Toni, mi vida… que delicia… eres más grande que el Oriente Exprés, mi niño, pero… que gusto me da sentir tu peso sobre mi cuerpo… ¿A ti te gusta así, cariño?

-- Te voy a deslomar, Yeya, mi vida –musité notando como se esmagaban sus divinas tetas bajo mi tórax, clavándome sus pezones duros como guijarros.

-- No, no me espachurrarás… mientras pueda abrazarme a tu cuerpazo. Déjala ahí dentro un ratito ¿sí?

-- Si, nena, todo el tiempo que quieras.

Nos disfrutamos inmóviles de forma desaforada aquella primera vez. Pero con ella encima estuvimos gozándonos hasta que clareaba el día y cada vez más hambrientos el uno del otro.

Me desperté a las once con un hambre voraz. Ella, mi niña, dormía todavía apaciblemente y desnuda sobre la sábana pues toda la ropa había caído al suelo. Me quedé mirándola extasiado durante unos minutos. A los veintidós años, estaba en el apogeo de toda la belleza de su escultural cuerpo y de su divino rostro, digno de una Diosa del Olimpo y de los pinceles de un Tizziano.

Me vestí en el baño y bajé a desayunar dejándola dormir, advirtiendo a las mujeres del servicio que limpiaban el pasillo y las habitaciones que la dejaran dormir dándoles veinte pavos a cada una. Casi de inmediato apagaron el aspirador, bastante rumoroso por cierto.

Me tomé un café con leche, un cruasán y una copa de Duque de Alba, mientras fumaba un cigarrillo. Sin pretenderlo oí al camarero charlar con su compañero sobre la lotería. Escuché un rato y creí comprender que casi todas las series del primer premio extraordinario de Semana Santa habían sido vendidas en Vinaroz.

Según explicaba la tele toda la serie la jugaba un empresario de aquella localidad que, por haber sido multado por Hacienda con diez millones de pesetas por defraudar con el aceite de oliva mezclándolo con aceite mineral, aquel año no las había retirado de la administración de Vinaroz. Mala suerte, amigo, me dije, si no te llegan a cazar, hoy serías multimillonario.

Pero tampoco Vinaroz tuvo suerte. Por lo visto, casi todo el premio fue a parar a Tortosa comprado por un camionero al que una peña tortosina había encargado la compra de unas series en Vinaroz, población ésta en donde solamente se había vendido un billete que estaba muy repartido. El resto, había sido distribuido entre los miembros de la peña tortosina. Me alegró saberlo, que le toque todo a una persona que ya tiene mucho dinero, es un pecado, que salga repartido, me dije, es lo más justo.

Dejé mi taburete y me senté en una mesa cercana a la Televisión. El camarero me trajo la copa y la taza del café. No sé por qué, de repente, me entró un desasosiego antinatural. Metí la mano en el bolillo de mi chaqueta tocando las series del billete. Miré el número que era el 20.426 y volví a guardarlo en el bolsillo esperando a que saliera la lista de los premios en la pantalla.

Me obligué a permanecer sentado y sin moverme cuando vi que el primer premio era mi número. Se me pasó el desasosiego al momento. Acaban de tocarme dos mil millones de pesetas que serían dos mil uno contando mis ahorros. Un torbellino de ideas me pasó por la cabeza con la velocidad de un ciclón, casi me sentía mareado y tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para permanecer sentado bebiéndome el café y el coñac.

Sobre todas mis ideas, flotaba una que me resultaba maravillosa. Por fin podría llevarme a Yeya conmigo al extranjero para casarnos y dar cumplida cuenta de mis deseos de fundar una familia. Tener hijos con ella sería maravilloso. Pero decidí no decirle nada hasta que ella me preguntara si nos había tocado algo en la lotería. Pueden creerme si les digo que exultaba de alegría contenida. Por supuesto a mi niña no volvería a tocarla nadie más que yo, ni yo tocaría nunca más a otra que no fuera ella.

Se había acabado la denigrante vida de gigoló y también al viejo quelonio se le había acabado disfrutar del delicioso cuerpo de mi futura esposa. Y lo que es más, me dije, hasta podría comprarme un Jaguar último modelo y enviar a boquita de rape de vuelta su casa con un chófer de alquiler. No obstante decidí, como siempre, esperar a ver el desarrollo de los acontecimientos.

Tenía veinticinco años y toda la vida por delante. Recordé también lo que siempre decía mi madre: Los bienes de sacristán, por donde vienen se van. Ya me cuidaría yo de que mis bienes no fueran de sacristán, por la cuenta que me tenía. En mi fuero interno sabía que, tener tanto dinero, me alegraba más por la buena vida que podría proporcionarle a mi deliciosa Yeya que por mí mismo y también sabía que me resultaría difícil tener la boca cerrada hasta que ella me preguntara.

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