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Servando Callosa

en Confesiones

LA SÚCUBO 8 Servando Callosa.

 

Recibí el dossier de mi amigo el periodista Raúl Castelló sobre el doctor en Ciencias Ocultas Servando Callosa Reina hace unos días acompañado de una carta en la que me explicaba que había tenido que entregar la investigación a sus colaboradores de la Ciudad Condal, ya que era allí donde dieron comienzo las actividades del famoso doctor.

Pues bien, esto es lo que ha averiguado:

Servando Callosa Reina, cuyo verdadero nombre es Crispín Cojoncio Partido, nació hace 38 años en Tortajada, pueblecito cercano a Teruel. Es hijo de un productor de trigo, Crispín Cojoncio Lapiedra, labrador, padre de siete hijos, el último de los cuales es Crispín. En el listín de teléfonos de Teruel podía leerle, no ha muchos años, nombre y apellidos del padre que pese a sus muchos hijos tenía un buen pasar por las muchas hectáreas de cultivo de que disponía. A Crispín nunca le gustó trabajar la tierra, otras eran sus aficiones y debido a ellas tuvo que salir del pueblo a uña de caballo cuando el alcalde lo encontró en la cama con su mujer.

A los 21 años ingresó en la Guardia Civil, siendo destinado a la comandancia de Mataró, en donde permaneció dos años hasta que fue enviado a la de Barcelona. De ésta última comandancia salió como de su pueblo. Por suerte, al teniente coronel se le encasquilló la pistola de reglamento y le dio tiempo a saltar por la ventana. Cojeando pero vivo, desapareció en la Ciudad Condal.

Durante un año no se supo de su vida hasta que reapareció, ya con el nombre de Servando Callosa Reina, como vendedor de enciclopedias a domicilio. Parece ser que en este negocio ganaba suficiente dinero como para comprarse un piso con hipoteca y un automóvil SEAT Toledo nuevo de trinca que pagó al contado. No obstante la Editorial lo despidió por falta de rendimiento en las ventas, lo cual me hace suponer que su fuente de ingresos no eran las enciclopedias.

Pero fue durante éste último oficio que, con mucho tiempo libre, cayó en sus manos un tratado sobre hipnotismo que lo deslumbró. A partir de entonces se dedicó a buscar tantas cuantas obras encontraba sobre espiritismo, adivinación, magia negra, brujería, etc. hasta que se convirtió en "Doctor Honoris Causa" en Ciencias Ocultas por la Universidad Autónoma de Servando Callosa Reina.

Decidió entonces dedicarse exclusivamente a las Ciencias Ocultas, a través de ellas al hipnotismo y a la consecución de pingües beneficios ya que disponía de un artilugio anatómico de su propiedad de capacidades inseminadoras fabulosas con el que calculaba ganar una fortuna dada la gran aceptación que hasta entonces había tenido con el mal llamado sexo débil.

Vendió el SEAT Toledo y se compró un 600 de segunda mano color calabaza, dispuesto a gozar de los bienes terrenales y, en particular, de los semovientes con faldas hasta hacerse millonario. Te advierto, amigo Toni, que, como " bien semoviente", no sólo se entiende el ganado de cualquier especie, sino todo aquel bien que se mueve por sí mismo, como por ejemplo un Rolls Royce Silver Shadow, y así fue que, con algunos ahorros en el bolsillo, tuvo muy claro lo que tenía que hacer: Establecerse como hipnotizador, vidente y espiritista que son oficios de mucho porvenir, dado la gran cantidad de memos que hay en el mundo.

Convencido por sus múltiples lecturas de las inmensas posibilidades de un buen hipnotizador y de que, el magnetismo, es parte fundamental de dicha potencia vino en descubrir que el imán es el que más magnetismo tiene. Debió de pensar Servando que, si los polos opuestos se atraen y los polos del mismo signo se repelen, estaba claro que tan sólo tenía que enchufar los dos extremos de un potente imán a cada ojo para imantar sus dos hemisferios cerebrales que darían a sus ojos la potencia energética suficiente como para hipnotizar a un elefante y mucho mejor todavía a cuanta fémina con algunos posibles se le pusiera a tiro. Era imprescindible poder hipnotizar para saber qué cantidad de posibles tenía la fémina.

Debido a sus muchos estudios sobre la materia llegó a la conclusión de que, como primera providencia, necesitaba adquirir un imán de una potencia que estuviera en relación con la siguiente ecuación: h = 6,626 X 10 elevado a la 34 potencia en julios segundo que había encontrado estudiando física, e incluso la constante de Planck, aunque se preguntó qué "consonante" sería de la que hablaba el tal Planck. No la encontró, pero no por eso desmayó en el empeño de adquirir dotes hipnóticas

Dedujo, razonablemente, que, además del séptimo mes de año, también tenía que ser algo más. Consultó el Espasa en la Biblioteca Pública, logrando averiguar que: Julio = Unidad de trabajo eléctrico equivalente a 10 millones de ergios. Naturalmente, lo que había imaginado. Necesitaba un imán. Con la determinación propia de un motorista de Tráfico poniendo una multa, se dedicó a buscar el imán más potente que se hubiera fabricado. Recorrió todas las ferreterías de la capital sin encontrar nada que se aproximara ni de lejos a la potencia que necesitaba.

Buscando con ahínco logró encontrarlo en un desguace. Era algo más pequeño que la ojiva de un puente. Amarrado a una cuerda y la cuerda a una polea era capaz de levantar hasta el tejado del desguace una masa ferruginosa de cien kilos de peso. Consideró que tal potencia transmitiría suficiente radiación magnética. Compró el imán con la idea de pintarlo de negro, dado que, según había leído, los cuerpos negros son los que más radiación absorben. Asimismo, y para ayudar al imán, se pintó los párpados y las cuencas de los ojos con tinta china.

Durante dos semanas durmió con el imán pegado a los ojos comiendo tan sólo bocadillos y pizzas que pedía por teléfono, recibiendo al recadero con unas enormes gafas de sol. Convencido de que el poder hipnótico de su mirada podía dormir "in aeternum" a cualquier persona decidió mirarse al espejo. Retrocedió espantado de la profunda intensidad de su mirada, y cerró los ojos inmediatamente. Él mismo podía quedarse hipnotizado delante del espejo ¿y quién lo despertaría de su sueño letárgico? No quería dar tres cuartos al pregonero, no le interesaba ¿Qué hacer, pues? Se pasó toda una mañana con los ojos cerrados, cavilando enérgicamente sin encontrar una solución satisfactoria.

No podía confiar su secreto a nadie porque lo que menos deseaba es que dicho secreto se divulgara. Las posibilidades del hipnotismo eran inmensas. Si se le ocurriera hipnotizar al director de un banco, por poner un ejemplo, para que le diera todo el dinero de la caja, enseguida sospecharían de él. No, ni hablar.

Siguió pensando hasta que llegó el de las pizzas.

Luego intento despegar el imán del larguero metálico de la cama, pero no había manera. Se quedó mirándolo. Parecía una gigantesca herradura de percherón ocupando casi media cama. Ya no le servía para nada. De pronto tuvo una idea feliz y con las llaves del coche bailando en el dedo índice bajó corriendo las escaleras, encendió el motor del utilitario y salió disparado. Cuando de nuevo regresó, le vieron subir sudando las escaleras cargado con un barril de cincuenta kilos de esmalte negro.

Tres días después, muy de madrugada y conduciendo un seiscientos color calabaza con manchas oscuras, desapareció de la Ciudad Condal disfrazado de negro senegalés dejando a deber cuatro meses de hipoteca. Más tarde se encontró el piso esmaltado de pisadas azabache, un imán descomunal pegado al larguero metálico de la cama. El imán también estaba en posesión de un mallo de diez kilos, seis llaves fijas, dos palanca de un metro, nueve destornilladores y un serrucho, todo ello esmaltado en negro.

Cuando de nuevo se vuelve a saber del famoso doctor lo encontramos en Valencia, en el barrio de la Malvarrosa, calle Piragua, 27-2º-2ª . Envié a un ayudante al barrio indicándole que se presentara como periodista porque la gente si sabe que va a salir en los papeles charla por los codos. Lo que logramos averiguar fue lo siguiente:

Había colocado un brillante letrero de metal, el mismo de la tarjeta, que desentonaba en el mugriento y desconchado edificio del barrio de la Malvarrosa como un piano desafinado interpretando La Rapsodia húngara nº 2 de Franz Liszt.

La negra puerta de hierro forjado y cristales esmerilados, daba acceso a un portal umbroso, lúgubre y tétrico, espantosamente aterrador; como si hubiera sido construido siguiendo las instrucciones de Spilberg para una película de terror. El putrefacto olor del sumidero de la cloaca de la calle aromatizaba por completo el interior, mezclándose con el de col hervida, orines de gato y exudaciones de anciana fermentada; las exudaciones, no la anciana.

Unas escaleras de madera con peldaños desgastados por el uso, daban acceso a las ocho viviendas de los cuatro pisos del viejo e infecto inmueble. En la segunda puerta del segundo piso podía verse, atornillado a la madera, otro brillante letrero, aunque bastante más pequeño que el de la calle.

Dos faroles de intemperie con rejilla metálica, uno blanco y otro rojo, iluminaban la entrada. Si el farol rojo estaba encendido, el doctor estaba ocupado y el visitante tenía que esperar o volver más tarde. Cuando la luz blanca estaba encendida, el doctor estaba desocupado y el cliente tan solo tenía que empujar la puerta, pasar al recibidor iluminado con luz rojiza indirecta, y sentarse en una de las banquetas sin respaldo forradas de terciopelo carmesí a juego con las cortinas. Dos cuadros, un espejo, una mesilla lacada en negro con motivos orientales pintados en rojo las banquetas forradas, era todo el mobiliario del recibidor.

Pese a la cochambroso del barrio, de la calle, del edificio y del portal, el doctor Servando tardó pocas semanas en tener una abigarrada clientela del barrio gracias al brillante letrero de metal amarillo y a sus grandes dotes fertilizantes de su inseminador personal. El boca a boca funcionó como un reguero de pólvora al pegarle fuego y el doctor comenzó a ganar dinero a espuertas.

Cuatro meses después de instalado, y cuando ya había hipnotizado al cincuenta por ciento de las casadas del barrio con problemas matrimoniales o que buscaban remedio para la infertilidad de su marido, se le presentó una mujer muy bien vestida, finamente perfumada, de cuarenta y pocos años con una carrocería en muy buen estado. Se llama Alicia, el apellido no quiso decirlo por razones obvias. Ella misma fue la que nos contó su primera entrevista con el doctor que incluso tenía grabada. Es una mujer que sin ser una belleza resulta muy atractiva, pero muy atractiva.

Según Alicia le explicó al doctor al entrar, tenía un problema de conciencia que le amargaba la vida y venía en busca de solución. Se le notaba nerviosa, agitada y se estrujaba los dedos continuamente. La hizo pasar al recibidor rogándole que se sentara.

Cuando pasó a su consultorio, parecido al de un psiquiatra pero iluminado con una difusa luz que cambiaba de color muy lentamente, pasando por todos los del Arco Iris, le rogó que se acostara en la tumbona y procurara calmarse, mientras él rellenaba su ficha sentado detrás de su escritorio. Supo que se llamaba Alicia y era viuda.

Ella fue contestando lentamente a todas la preguntas que el doctor le hacía. Cuando acabaron las preguntas conscientes el Doctor Servando se sentó en una silla frente a la mujer recostada. Su mirada se posó en las dos desafiantes cúpulas de Bizancio, bajó por el vientre, caderas, muslos y piernas; la saliva acabó asomándole por las comisuras.

Sacó una pequeña y brillante esfera, comprada a un negro subsahariano por diez mil duros que lo convenció de que los poderes hipnóticos del artilugio eran potentísimos, y empezó a moverla lentamente como el péndulo de un reloj, indicándole con voz persuasiva y monocorde:

-- Mírela fijamente, no la pierda ni un momento de vista. No piense en nada. Tranquilícese, duerma... duerma... duerma. Tranquila... tranquila... duerma... duerma... duerma...

Al cabo de pocos minutos los ojos de la mujer fueron cerrándose lentamente. El doctor volvió a guardarse la esfera en un bolsillo de la túnica y miró detenidamente a la mujer fijándose en que respiraba pausada y rítmicamente. Se recostó en el respaldo de la silla mirándola dormir. Luego acercó el rostro al de ella; apestaba a vino pelón.

-- Alicia...

-- Si, diga.

-- Está dormida?

-- Por completo.

-- Bien, saque la lengua – le ordenó al oído. La mujer sacó la lengua y él se inclinó para sorbérsela suavemente mientras le amasaba la góndola.

Luego volvió a ordenarle que la guardara y la mujer lo hizo.

-- ¿Ha notado algo raro?

-- Sí.

-- Dígame qué.

-- Me ha chupado la lengua y me ha apretado el sexo.

-- ¿Le ha gustado? -. Preguntó acercando de nuevo su rostro al de ella.

-- ¿Por qué no bebe Licor del Polo?

El doctor sumido en pensamientos poco edificantes no captó el significado, preguntó:

-- ¿A qué edad perdió la virginidad?

-- A los doce años.

-- ¿Con quién?

-- Con una bicicleta.

-- ¿Cómo es eso?

-- Choqué contra un árbol y el bombín salió disparado y se clavó ahí.

-- ¿Cuándo hizo el amor por primera vez?

-- A los doce años.

-- ¿Con quién?

-- Con el bombín.

--¿Cómo es posible?

-- Como ya estaba allí.

--¿Y con un hombre cuando fue la primera vez?

-- A los doce años.

--¿También a los doce años?

-- Porque me gustó lo del bombín y pensé que sería mejor al natural.

-- Lógico. Bueno, dejemos esto. Vamos a ver... ¿Cuánto tiempo hace que murió su marido?

-- Dos años.

-- ¿Tiene hijos?.

-- Una hija.

-- ¿Está casada?

-- Divorciada.

-- ¿Cuánto dinero tiene en el Banco?

-- ¿Quién, mi hija o yo?

-- Las dos.

-- Mi hija un millón seiscientas mil pesetas, yo diez millones y medio.

-- ¿Cuántos años tiene su hija?.

-- Veinticuatro.

-- Y ¿usted?

-- Cuarenta y dos.

-- ¿Cuánto tiempo hace que se ha divorciado su hija?

-- Un año.

-- ¿Tiene hijos?

-- No.

-- Bien, usted la convencerá para que venga a visitarse.

-- Sí.

--Y a sus amigas también.

-- Sí.

-- ¿Tienen mucho dinero sus amigas?

-- Si, todas son millonarias.

-- No se olvide de enviármelas.

-- ¿A todas juntas?

-- No, de una en una.

-- Vale.

-- ¿Le gustan los bebés?

-- Sí, mucho.

--¿Quiere que hagamos uno?

--¿Cuándo?

--Cuando acabe las preguntas.

--¿Le faltan muchas?

-- Pocas.

--Pues apresúrese.

--Sí, enseguida acabo.

-- Quién le ha dado mi dirección?

-- Leí el anuncio en el periódico.

-- ¿Ha hecho el amor después de morir su marido?

-- Sí.

-- ¿Con quién?

-- Con mi yerno.

-- ¿Cuántas veces?

-- Una.

--¿Cuántos orgasmos tuvo?

-- Siete.

-- Hizo el amor con él antes o después de divorciarse de su hija.

-- Antes.

-- Explíqueme por qué hizo el amor con su yerno.

-- Estaba dormida desnuda sobre la cama, el regresó de improviso, entró en mi habitación y me comió la concha y tuve dos orgasmos terribles, luego me la metió despacio y me bombeó más de una hora y tuve otro cinco y él tres.

-- ¿Y usted no pidió socorro?

-- Si, por el móvil, pero no tenía cobertura.

--¿Quién no tenía cobertura?

-- El móvil.

-- Ah, vale.

-- ¿Ha terminado?

-- Sí, ahora empezaremos la fabricación del bebé, le voy a comer la concha y le va a gustar mucho.

-- Ya lo sé.

El Doctor en Ciencias Ocultas pasó una hora lamiendo y chupando la concha de Alicia. Parece ser que lo hacía muy bien pues que ella dice que tuvo quince orgasmos grandiosos.

A aquellas alturas el doctor Servando ya se había despojado de la túnica. Debajo llevaba la piel y una respetable muestra del género masculino sobre la que puso la mano de la mujer.

-- ¿Era como esta la de su yerno?

-- Caray, no, más pequeña.

-- ¿Esta es más pequeña o más grande que la de su marido?

-- Mucho más grande, pero oiga ¿cuándo piensa empezar la fabricación?

-- Ahora mismo levántese, desnúdese y vuelva a acostarse. Hágalo muy despacio.

-- ¿Cómo un streep- tease?

-- Eso es.

La mujer se levantó sin abrir los ojos y comenzó a desnudarse hasta quedar en traje de Eva. Siguió con la mirada el cuerpo desnudo de la mujer cuando ésta se tendió de nuevo tanteando con la mano. Acarició la suave piel de los rotundos muslos desde la rodilla hasta la ingle.

-- Separe los muslos – ordenó con la mano sobre los rizos y le hizo una caricia íntima con la punta de la verga.

-- ¿Le gusta esto?

-- No está mal para empezar.

Se hizo un silencio sofocado durante un corto tiempo y él eyaculó en pocos minutos y se la quitó de golpe.

--Vístase – le ordenó al separarse.

-- ¿Ya? – preguntó la mujer -

A otro menos inteligente no le hubiera pasado desapercibido el tono desilusionado de la mujer ni la pregunta, pero Don Servando, doctor en Ciencias Ocultas, se distrajo calculando cuánto le podía pedir por esta primera visita a una mujer tan bien vestida, tan finamente perfumada y que se permitía el lujo de llevar joyas tan valiosas y tener tanto dinero en el banco. Mientras se ponía la túnica calculó que cien mil pesetas estarían en su justa medida. Había que hacerse valer. Miró a la mujer ya vestida que se mantenía estirada en la tumbona.

-- Alicia.

-- Diga.

--Ahora despertará y no recordará nada. Ni siquiera lo ocurrido con su yerno en aquella ocasión en que hicieron el amor ¿Comprendido?.

-- Sí.

--Despierte a la voz de tres. Uno... dos... y ¡tres!

La mujer abrió los ojos y lo miró parpadeando.

--¿Cómo se encuentra?

-- Algo nerviosa – respondió ella sin moverse.

-- Ya pasará, no se preocupe. Mañana vuelva a la misma hora ¿De acuerdo?

-- De acuerdo. ¿Cuánto le debo? – respondió sentándose en la tumbona.

-- Cien mil pesetas.

-- Muy bien, pero como mis servicios ascienden a doscientas mil, tendrás que darme las cien mil tú a mí y quedaremos en paz – comentó la mujer mirándolo muy sonriente.

-- ¿De qué me está hablado? – temblaba el sabio doctor.

-- Te estoy hablando – respondió ella sin perder la sonrisa - de que si no me pagas por los servicios prestados, te denunciaré a la policía por violación.

-- Eso tendrá que demostrarlo, no tiene testigos.

-- Ya lo creo que los tengo. Varios millones y los llevo encima – comentó la mujer recostándose de nuevo en la tumbona.

-- No voy a pagarle ni un duro. Está usted lista si cree que soy tan cándido. Usted me lo permitió.

-- En absoluto. Estaba hipnotizada, ¿cómo podía oponerme?

-- ¡¡Maldito negro!! ¡¡Me ha estafado el muy cabrón!! – exclamó el doctor.

-- ¿Qué has dicho?

-- Nada, yo ya me entiendo. No ha estado nunca hipnotizada, ahora lo sé.

-- Eso sólo lo sé yo y no voy a explicarte si lo estuve o no.

-- Podré demostrar que no soy capaz de hipnotizar a nadie.

-- Sí, y cómo? – rió ella regocijada -- Tu anuncio en el periódico dice lo contrario. Si llegamos al juzgado acabarás en la cárcel, no te quepa duda.

-- Si le pago vendrá a chantajearme cada vez que le parezca.

-- No, hombre no. A mí tampoco me interesa perder la gallina de los huevos de oro.

-- Pero... ¿de qué me está hablando? – se asombró el sabio doctor.

-- Te estoy hablando de que tú y yo podemos ir a medias en el negocio. Yo te proporcionaré clientas con mucho dinero y con ganas de que las hipnoticen todos los días. Podemos ganar una fortuna, pero no en este barrio, créeme. ¿ Comprendes por qué no voy a hacerte chantaje? Sería absurdo. Venga, doctor, no hay mucho qué pensar, afloja la mosca de una vez, y te explicaré lo que vamos a hacer. ¿No es mejor eso que acabar en la cárcel? Y vuelve a meterme ese leño que tienes en mi gondolita a ver si me haces gozar con ella de una vez.

Hizo lo que la mujer le pedía y ella quedó satisfecha tras cuatro orgasmos seguidos. Luego él le entregó los veinte mil duros y cuando ella los guardó en el bolso, la acompañó hasta la puerta muy amablemente. Hoy, el Doctor Servando, tiene otra consulta en uno de los barrios más elegantes de Valencia y una clientela tan extensa que ha tenido que buscarse dos ayudantes mandingos como dos obeliscos. No sé, Toni, tú haz lo que quieras, pero no creo que este tío te sirva de nada.

Ya me parecía a mí, me dije desilusionado, que de Ferrandis saliera algo aprovechable. En fin, seguiré buscando otro espiritista con mayor caché porque a este la súcubo lo hace migas.

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