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Memorias de un orate (3)

en Confesiones

ME HE ENTRETENIDO MÁS DE LO QUE ESPERABA. La causa debe buscarse en mi interés por saber cuanta extensión había alcanzo el incendio, por lo tanto, para que no sospecharan que yo tenía algo que ver me ofrecí a acompañar a los bomberos para ayudarles, pero no quisieron dejarme sitio en el camión. Que les den morcilla - me dije - iré con mi coche para enterarme por mi mismo de cuantos pinos se han quemado. No me fío de las noticias de la televisión. Mienten mucho y exageran más. Tanto es así que aseguraban que tenía un frente de más de cien kilómetros, que ya había arrasado todo el norte de la provincia y se disponía a arrasar la colindante que tenía aún más pinares que la nuestra, pero no era verdad, faltaban por lo menos doscientos metros hasta la otra provincia.

Estuve esperando a ver si pasaba o no pasaba y sí que pasó, pero tardó lo menos media hora ya que los bomberos, los soldados y los paisanos contribuyeron bastante a esta demora. Si me hubieran admitido en el camión, les hubiera ayudado orinando en la cisterna para que tuvieran más agua. Como allí no tenía ya nada más que ver y nada que hacer, regresé a la ciudad por una carretera solitaria del sur de la provincia.

Tuve mucha suerte porque poco después de pasar yo, misteriosamente se declaró otro incendio en aquella zona. No sé como van a apagarlo. Todos los bomberos y personal que les ayuda, aviones y helicópteros del país están sofocando el primero. Si el viento sigue soplando en la misma dirección del otro, los va a coger en el medio, y tendrán que salir por pies si no quieren morir achicharrados. Es una pena.

Cuando estaba a mitad de camino de la ciudad encontré una chica haciendo dedo, no es que se estuviera masturbando, no, hacia autostop. Como soy muy humanitario la recogí porque tenía muy buen tipo. Me pareció muy guapa y además llevaba una minifalda muy bonita. Según me explicó, se había perdido por la montaña haciendo senderismo. Me dijo que se llamaba Sarita y tenia unos muslos preciosos. Había salido de la ciudad sin enterarse de que se estaban quemando las montañas y ya no me quedó ninguna duda de que ella era la que había provocado aquel incendio tan pavoroso. Cuando se lo dije se puso a llorar y a pedirme que no la denunciara y me dejaría que la follara gratis.

Me dio mucha lástima porque cualquiera puede tener un descuido y tirar la colilla del cigarrillo entre la pinocha reseca y así se lo dije. Se mostró muy agradecida y para demostrármelo me pidió que entrara por un camino de tierra entre los pinos. Tuve que ayudarla a bajar del coche sosteniéndola en brazos de tanto como le dolía los pies y nos acostamos entre unos matorrales. La estuve consolando tres veces, o quizá fueron cuatro, ya no me acuerdo muy bien, pero duró más de hora y media el consuelo. Al final, le puse las bragas y le dije que teníamos que irnos porque se me hacía tarde, pero no quiso acompañarme, dijo que estaba muy cansada y no quiso comer nada de lo que llevaba en el coche porque tenía tanto sueño que por más que hice no quiso despertarse y allí la dejé durmiendo.

A lo mejor mañana vuelvo a buscarla porque estaba muy bien y sabía mejor, aunque quizá no la encuentre si el incendio llega hasta aquel paraje. Cuando llegué a la ciudad ya estaban las farolas encendidas porque el humo del incendio era como una niebla espesa que no dejaba ver nada. Parecía Londres cuando el smock y la polución invadían la ciudad.

Aparqué en donde pude sin saber en donde estaba y por eso me equivoqué. Sólo me di cuenta cuando entré en el ascensor con aquella señora rubia que, al llegar al segundo piso, me pidió que le hiciera el amor. Como no estaba nada mal la sujeté por la garganta para que no se cayera mientras la penetraba y seguimos subiendo hasta el último piso dejando la puerta abierta. Se desmayó de placer cuando acabamos. Intenté reanimarla mientras bajábamos hasta la portería y como se me hacía tarde tuve que dejarla en el suelo.

Subí al coche y logré orientarme regresando a mi piso para ducharme, y entonces fue cuando me di cuenta que tenía las bragas de la rubia del ascensor en el bolsillo. Olían muy bien, así que me preparé la cena decidiendo, al acabarla, continuar con mis memorias. Tomemos, pues, la narración donde la habíamos dejado.

El inspector de aperturas Pánfilo Pardillo también se quedó en pelota picada porque tanto Argelia como Sumatra fueron a por él. Estaba tan interesado en recuperar su ropa que llegó a recuperarla casi toda, pero luego, las cartas le volvieron la espalda, o quizá las muy ladinas muchachas le dejaron ganar para desplumarle de nuevo hasta dejarlo otra vez en pelota picada. Estaba tan interesado en ganar por lo menos sus calzoncillos que no se dio cuenta de la hora que era hasta que entraron en el bar el submarinista y el conductor de la grúa.

Tuvo que pagar por la ropa veinte mil pesetas, levantarse tapándose con ella sus partes y meterse en el servicio para vestirse. Para cuando salió, el submarinista había perdido al strip-póquer las aletas, las gafas y el traje de inmersión. Nos dolía el estómago a todos de tantas horas de risa. El inspector Pardillo quiso ponerse serio porque quedaba poco tiempo de luz diurna y quería sacar el coche del agua cuanto antes. Empezaron a llegar clientes que Manila, África, Asia y Namibia se encargaron de atender. Sumatra y Argelia, aquella tarde se sacaron una buena tajada al cobrar la ropa del viejo quelonio, el submarinista y el inspector de aperturas.

Remigia acompañó a los del Ayuntamiento para guiarlos hasta el acantilado ya que estaba oscureciendo. Regresaron pasada la medianoche con el Chamade chorreando agua y suerte tuvieron de poder sacarlo del mar gracias a la pericia del submarinista y a que la grúa tenía un foco tan potente que iluminó la escena como los de un plató del séptimo arte, según me explicó luego Remigia.

Al final emprendieron camino de la ciudad con la grúa cargada con el Chamade que aún seguía pingando agua.

En aquella época la vida era muy agradable, ganábamos mucho dinero, más del que podíamos gastar pues estábamos ocupados todo el día arreglando los jardines, el parking y edificando habitaciones para dos chicas más, Zamora y Granada, que vinieron recomendadas por el viejo quelonio, al que llamaremos Matusalén pues no hay manera de que me acuerde de su verdadero nombre, pero ya me acordaré pues nunca se me olvida nada.

Remigia ya no quería admitir a más chicas y tuve que ponerme serio con ella, se estaba poniendo muy pesada, sobre todo cuando empecé a construir la piscina con una excavadora que encontré abandonada en una finca a dos kilómetros del palacio. Hice un agujero y excavé un hoyo de veinte metros de largo por seis de anchura y dos de profundidad. Manila estaba muy ilusionada con la piscina y a mi Manila me gustaba mucho, pues era guapísima y tenía un tipo que quitaba el hipo. Se parecía mucho a una filipina muy rica, en todos los aspectos, que se había casado en España con un cantante de ópera y salía por la tele anunciando ladrillos.

Manila me tenía chiflado porque, además, era una chica muy limpia y no como Remigia que era tan sucia que nos crecían claveles hasta en las sábanas. Desde luego Remigia se estaba volviendo insoportable y al fin y al cabo quien cocinaba, y por cierto, de maravilla, era Arosa, una gallega muy apañada que, incluso, cuando había muchos clientes, echaba una mano trabajando en horizontal con bastante buena disposición, no porque ella fuera una mujer de la vida horizontal, sino porque era muy servicial, cariñosa y responsable. Otro defecto de Remigia que me ponía de los nervios era su forma de hablar a gritos, como si ladrara.

Pero yo la apreciaba y me había encariñado con ella, por eso sentí tanto su muerte cuando le aplastó la cabeza la excavadora una noche que, sin darme cuenta, la había dejado mal frenada. No sé que había ido a buscar allí, porque todas la chicas estaban ocupadas y Arosa tuvo que hacerse cargo del bar para atender a los clientes. Nunca imaginé que un muerto pesara tanto, casi no podía con ella. La enterramos Manila y yo con su mejor traje de noche y sus zapatos más nuevos en el pozo negro, junto con todas sus pertenencias dentro de una maleta.

A las chicas les dijimos que se había ido a Francia con un sueco que conoció en la playa y, la verdad, es que ni siquiera se inmutaron porque también estaban hartas de sus gritos. Así que, desde aquella noche en que cumplí los dieciocho años, Manila dejó de trabajar como mujer de la vida horizontal, excepto con un par de clientes que pagaban a precio de oro sus servicios, y se convirtió en mi esposa según reza en la hoja 65 del libro de contabilidad de "El Palacio" que así fue como lo bautizamos al día siguiente con una fiesta donde participaron todas las chicas y los clientes a los que también les explicamos que Remigia se había ido a Francia con un sueco que conoció en la playa. Descanse en paz.

Manila, desde luego, era una virtuosa en la cama y como yo tampoco lo hago mal nos dábamos cada lote que ardía Troya, claro que, como tú, caro lector, no has hecho el amor con ella, no puedes apreciar lo bien que follan las filipinas, pero te puedes hacer una idea por la otra filipina, la que se casó con el cantante de ópera y del que se divorció para casarse con un sangre azul del que también se divorció para casarse de nuevo con un alto cargo de la administración proletaria, eso te dará una idea de lo bien que follan, porque sino no se explica ¿Comprendes?.

En fin, que la vida siguió su curso y yo me sentía cada día más enamorado de Manila, sin que ello quiera decir que la pusiera en antecedentes de todo el dinero que tenía escondido. Las mujeres son muy lagartas y todo no se les puede decir pero, precisamente, porque son muy lagartas, algo hay que explicarles porque sino se mosquean, así que le dije en donde estaba el otro escondite en el que sólo había cuatrocientas mil pesetas. Yo esperaba que también ella me dijera cuanto dinero había ganado en aquellos cuatro años y cuantos ahorros tenía. La cifra que me dio era justo la mitad de lo que había ganado, lo cual demuestra lo que he dicho, que son muy lagartas, pero bueno, añadidas a mis cuatrocientas mil rondaban otro millón de pesetas, lo cual nos permitió hacer muchas mejoras en "El Palacio" y acabar la piscina.

Además, como muchos de los trabajadores eran clientes de las chicas, buena parte de los costes los cobraban en carne y todos éramos tan felices que hasta comíamos perdices cazándolas a lazo entre los árboles. Arosa las preparaba exquisitas en salsa vinagreta.

De acuerdo con Manila, en realidad la idea fue de ella que tenía un amigo director de una empresa de electrónica que estaba encoñado con ella hasta el extremo de proponerle matrimonio, que no aceptó porque a su vez Manila estaba encoñada y casada conmigo según reza en la hoja numero 65 del libro de contabilidad, le pidió a su enamorado que le montara un sistema de grabación audio visual en todas las habitaciones, baños y departamentos que habíamos ido construyendo en El Palacio y que en aquellas fechas ya ascendían a quince. No resultó fácil pues deseábamos que, tanto las chicas como los clientes, desconocieran totalmente el sistema de vigilancia y grabación.

Los técnicos que nos envió, dos muchachos bastante puteros, tuve que despedirlos porque se pasaban más tiempo jodiendo que trabajando y aquello me abrió los ojos. Comprendí que tampoco el director de la empresa montadora debía conocer tal sistema porque podría hacer un uso personal de tal conocimiento que, un día u otro y por imponderables que no podíamos estimar aún, podría perjudicarnos seriamente.

Cuando se lo expuse a Manila torció el morro y tuve que explicárselo con todo detalle y, al final, convino conmigo en que lo que hoy era seguro mañana podía no serlo. Como estábamos decididos a llevarlo a cabo nos pusimos en contacto con el representante de una empresa norteamericana con sede en la capital de España. Al técnico que nos visitó le expusimos nuestra idea punto por punto haciendo hincapié en que debía montarse en el más absoluto secreto.

Como primera providencia hizo un plano de todo el edificio y sus departamentos indicándonos que la mejor manera de mantenerlo secreto era edificar nuevos departamentos e hizo un plano muy parecido a un motel de carretera. Las ocho habitaciones en donde se ocupaban las muchachas hasta entonces quedarían vacías y sí pensábamos ampliar el negocio cuando ocuparan las nuevas habitaciones podría realizarse la instalación en las viejas con la disculpa de efectuar reformas. Nos pareció muy buena idea y le pedimos el presupuesto que nos envió unos días más tarde. Ascendía a una cantidad considerable pero también nos lo financiaba a cinco años con un interés muy reducido. Aceptamos el presupuesto y la financiación entregándole como anticipo cinco mil pesetas.

Cuando la edificación quedó construida y amueblada al cabo de tres meses, se parecía tanto a un motel con forma de L que decidimos colocar en la fachada un rótulo luminoso: "MOTEL EL PALACIO". En principio tuvo ocho habitaciones que estaban ocupadas día y noche y tuvimos que contratar dos chicas de servicio, Yecla y Lorca, que, además, si era necesario también trabajaban en la vida horizontal cuando algún maromo se encaprichaba con alguna de ellas.

Contratamos una ayudante de cocina, Noya , paisana de Arosa, y aunque el gasto era considerable el dinero entraba a raudales, tanto que aún pagando la financiación mensual nos sobraba casi tanto dinero como nos costaba mensualmente la nueva obra.

La vida es como un tablero aglomerado de virutas comprimidas. Las virutas somos los humanos que, como virutas casi no servimos para nada, pero que una vez comprimidos podemos ser de mucha utilidad. La prueba es que, como nuestro motel y nuestras chicas, que ya cambiábamos cada mes por muchachas tan educadas y hermosas y con nombres tan rimbombantes como la Loren, la Taylor, la Pfeiffer, la Kidman, la Cristi, la Foster, la Turner, la Monroe etc, fueron adquiriendo fama de discretas y magníficas acompañantes horizontales, en pocos meses logramos tener un video club particular en el que figuraban artistas tan famosos como el alcalde de la ciudad, el obispo, tres vicarios, siete concejales, dos o tres diputados, jueces, médicos, abogados, banqueros, periodistas, militares y todo aquel que imaginábamos podía sernos de utilidad algún día.

Cuando las antiguas habitaciones quedaron renovadas ya eran dieciséis las del motel, que incluso alquilábamos por semanas completas y a muy buen precio, a parejas cuyas esposas o maridos cuidaban de los niños en la ciudad mientras nuestros inquilinos visitaban a los abuelos que vivían en la otra punta del país.

Comían en nuestro restaurante, se bañaban en la playa o en nuestra piscina, paseaban a caballo con Clavijo y Clavada, una yegua alazana que ganamos en una partida de strip-póquer a un sargento de la Guardia Civil que la dio en pago para poder recuperar su uniforme de gala, su tricornio y su pistola y que nosotros destinamos a compañera de Clavijo, pues también él tenía derecho a retozar de cuando en cuando.

En, fin, ya me dirás, caro lector, si un hombre de diecinueve años tan emprendedor como yo, que te estoy explicando mi vida con todo detalle, te ha dado hasta ahora la impresión de estar demente. ¿Verdad que no? Pues eso. Pero sigamos.

Gracias a que al Concejal de Urbanismo le enseñamos un video en el que tenía el papel de protagonista al lado de la Kidman conseguimos poner en regla todos los papeles y licencias necesarias para que ningún inspector de lo que fuera pudiera venir a darnos la vara con amenazas de cierre de local y, por otra parte, también le enseñamos al jefe del negociado de Recaudación de Impuestos del Ayuntamiento otro vídeo en el que actuaba con la Taylor de protagonista, lo que nos representó un descuento del noventa y cinco por ciento en todos los impuestos.

Como eran muy amigos míos y de Manila, accedían rápidamente a complacernos en todo aquello que les pedíamos y que nunca estaba fuera de sus posibilidades, ni nuestras peticiones transgredían la ley. Siempre he sido muy respetuoso con la Constitución… y Manila, también.

Me duele la espalda porque llevo muchas horas inclinado sobre el teclado. Lo mejor será que descanse un rato. Voy a merendar y a mirar la tele para enterarme de cómo va lo del incendio. No debe ir muy bien porque en todo el día no ha cesado el ruido de los aviones y helicópteros. Hasta luego.

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