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El vuelo 515 (3)

en Confesiones

EL VUELO 515 3

Volvió a mirar a los familiares de la niña. Seguían tanto o más dormidos que media hora antes. Se levantó, dirigiéndose silenciosamente hacia el fondo del aparato. Pasó detrás de la primera puerta cerrándola suavemente. De los tres departamentos el último tenía la luz encendida. Abrió la puerta. La niña estaba fumando apoya en el mueble del lavabo.

Se miraron en silencio durante unos segundos. Ella tiró el cigarrillo en la taza del water al acercársele. La rubia cabecita apenas le llegaba al botón superior de su chaqueta. Se pegó a él como una lapa poniéndose de puntillas para que la besara mientras se urgía en bajarle la cremallera de pantalón hurgando en el interior oprimiendo con fuerza su erección. Lo dejó casi en cueros en dos segundos, con los `pantalones y el slip arrugados sobre los zapatos.

Tuvo que agacharse levantándola por las prietas nalgas juveniles. Separó los muslos abarcándolo por las caderas y supo que se había quitado las bragas. Creyó por un momento que era demasiado grande para ella, pero estaba tan húmeda que la penetró sin excesivo esfuerzo o eso le pareció aunque la niña exclamó quejosa:

--¡¡Waouuu!!

Runruneó con los ojos entornados por el placer al sentirse invadida y apretó las nalgas contra la erección para engullirla por completo. La sentó sobre el lavabo comenzando a bombearla con fuertes golpes de cadera y la oyó murmurar:

-- Húndela más, húndela toda, toda…

Le oprimió las nalgas con fuerza atrayéndolo contra los escasos rizos de su pubis, La verga se hundió en ella hasta la raíz. Los vellos púbicos se entremezclaron y los talones de la niña presionaron sobre su espalda al tiempo que inclinaba su cuerpo hacia atrás hasta tropezar su espalda con el espejo llevando hacia delante las caderas con el ansia feroz de su incontenible deseo.

A cada embestida gemía de placer y cada vez con mayor intensidad. Tuvo que advertirle que no gritara porque acabarían oyéndola pero su frenesí aumentaba inconscientemente a cada segundo. Él perdió a su vez el control. Le arrancó la blusa y el sostén dejando los jóvenes pechos al descubierto para mamarlos con furia desatada. Notaba la fuerte presión que la juvenil vagina ejercía sobre su verga y el clímax inminente de la niña la hizo bramar perdida ya la noción de la realidad. Barritaba a cada embestida y tuvo que frenar sus aullidos tapándole la boca con las manos, pero ni aún así conseguía hacerla callar.

Sintió que se le acercaba un orgasmo brutal. Los gritos de la muchacha iban en aumento y acabó apretándole la garganta con las manos para sofocarlos. Sintió su propio orgasmo de forma muy diferente a como estaba acostumbrado. Una sensación completamente nueva y exquisita le invadió, quizá porque, según creía, estaba desflorando a una virgencita por primera vez en su vida.

La sintió convulsionarse y arañarle las mejillas cuando los borbotones de semen la inundaron abundantemente. Creyó que su mutuas convulsiones eran consecuencia de haber alcanzo el clímax al unísono. Perdido el sentido de la realidad mientras eyaculaba ferozmente, siguió apretando la garganta femenina sin apercibirse de la fuerza de sus dedos. Respiraba a bocanadas con los ojos cerrados, las aletas de la nariz dilatadas por el intenso placer y no oyó los golpes dados en la puerta hasta los últimos espasmos del descomunal orgasmo.

Abrió los ojos sobresaltado por los golpes y los gritos que proferían al otro lado de la puerta. Soltó a la niña que cayó como un trapo sobre un costado, encima del largo mando del agua que surgió a chorro salpicándole el cuerpo.

Estaba cerrando la cremallera del pantalón cuando la puerta se abrió de golpe y se encontró ante el uniformado sobrecargo y otro tripulante que no reconoció. Tras ellos un grupo de pasajeros miraban horrorizados el desmadejado cuerpo de la niña, sin bragas, la faldilla en la cintura y la lengua asomando levemente entre los labios.

Los dos oficiales reaccionaron al unísono y se abalanzaron sobre el pasajero, pero sus cuerpos quedaron encajonados en la jamba impidiéndose uno al otro cruzar la puerta. La reacción del pasajero fue fulminante. Un furibundo puñetazo alcanzó en la sien al sobrecargo enviándolo sin sentido contra el grupo de personas que recularon hasta la mampara de estribor. Casi sin transición el segundo puñetazo, de una potencia descomunal, lo hubiera recibido el otro oficial en la nariz de no haber agachado la cabeza, pero aún así trastabilló tres o cuatro pasos hacia atrás y se derrumbó como un fardo.

Paul Hannesy cerró la puerta de golpe, cuando ya tres o cuatro hombres del pasaje, intentaban acorralarlo de nuevo. Pasó el cerrojo interior, aunque sabía que la llave maestra del sobrecargo podría abrirla en cuanto recobrara el conocimiento. Sacudió el puño izquierdo. Le dolía terriblemente la mano a consecuencia del golpe contra el hueso frontal del segundo oficial. Se daba cuenta que estaba en una situación crítica encerrado en una ratonera sin posible escapatoria y sin armas.

--¡Maldita zorra! – exclamó al mirar a la jovencita al tiempo que la levantaba para evitar que el agua saltara del lavabo al suelo.

No comprendía cómo pudo estrangularla. No había intentado matarla, sino que dejara de gritar como una posesa. Le tomó el pulso y creyó notar que latía débilmente aunque no estaba seguro si era el pulso de la niña o los latidos de su propio corazón y le pellizcó el sexo esperando notar alguna reacción por parte de la jovencita.

Mirando el sexo desnudo tuvo un extraño deseo y se maldijo por su incontinencia, recordando que esa incontinencia y la venganza de otra mujer lo habían llevado a la prisión federal de Arizona. Claro que aquella ya no podría delatar a nadie. La había abierto en canal cuando logró encontrarla. Otra insensatez que habría pagado muy caro cuando estaban a punto de trasladarlo al corredor de la muerte.

Al mirar de nuevo a la niña le pareció notar un leve parpadeo y se quedó mirándola fijamente; los ojos azules parecían guasearse de su apurada situación. "Esta furcia – se dijo – me está tomando el pelo. No es posible que esté muerta" Volvió a acariciarle el sexo imaginando que aquello la haría reaccionar. Estaba tan caliente y húmeda como al penetrarla por primera vez

No podía apartar los ojos de los mórbidos mulos ni del juvenil sexo casi imberbe. Extrañamente notó que estaba en erección de nuevo y tuvo la idea de que lo que necesitaba aquella desmayada jovencita era un buen polvo para salir de su desmayo. Volvió a penetrarla furiosamente, oprimiendo su boca contra la de ella, notando su lengua, húmeda y tibia como al principio. Le insufló aire en la boca con toda la fuerza de sus pulmones al tiempo que la sostenía con una mano en la nuca y la otra en las nalgas mientras la bombeaba furiosamente.

Siguió insuflando aire mientras se desbordaba en un tercer orgasmo con los labios pegados a los de la niña en un furioso intento por volverla a la vida. Sólo al finalizar su tercera eyaculación se dio cuenta de que tendía un cadáver entre las manos con la tráquea aplastada por la fuerza de sus dedos.

De pronto se dio cuenta de que el avión iniciaba el descenso para el aterrizaje. Su mente trabajaba febrilmente para encontrar la forma de escapar de aquella encerrona.

Pasaron diez minutos antes de sentir el patinazo de las ruedas sobre el asfalto, la inversión de los reactores y la detención final de Jumbo de la Pan Am’s.

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