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Un buen amigo

en Confesiones

UN BUEN AMIGO.

Lo que voy a relatarte en contestación a tu demanda, querido amigo, nadie pudo imaginarlo en aquel verano del 44. Ahora, cincuenta años después de lo sucedido, vas a enterarte, por fin, de lo que tú y muchos periodistas cómo tú, llamaron el escándalo del siglo.

Cierto es que por entonces, en aquella España de la posguerra civil, era una noticia bomba cualquier asunto que se alejara un poco de las pautas marcadas por el régimen. Empezaré por el principio, cuando ella me explicó como había llegado hasta aquella pequeña ciudad de provincias, apacible y, más que apacible, somnolienta, donde si un pajarito se cagaba en la gorra de un guardia urbano por casualidad, la noticia provocaba titulares de primera plana en los periódicos locales y aún publicar eso, tratándose de una autoridad, era poco frecuente que lo permitiera la censura. Nadie mejor que tu sabe cuán cierto es lo que te explico.

Aquella tarde de primavera de mis diecisiete años, cuando ella rondaba los cuarenta, desnudos en la cama, con mi verga en su vagina caliente y húmeda, quiso que la escuchara en silencio, y, aunque me corrí dos veces mientras la oía, eso hice:

<<Me casé – comenzó, dibujando mis labios con la yema de su índice -- a los veintidós años con un hombre treinta y cinco mayor que yo. Un hombre de más edad que mi propio padre, pero multimillonario. Nació, como casi todos los conquistadores del Nuevo Mundo, en Extremadura. El pueblo tiene en su Plaza mayor una estatua ecuestre de uno de los más famosos conquistadores extremeños.

Fue un matrimonio comprado. Quiero decir que yo fui comprada, como se compra el ganado en una feria. Me deseaba, quería follarme y yo era la hija de uno de sus maquinistas navales cuando estalló esta guerra en la que el mundo está ahora sumergido. Mi marido se llamaba Guillermo Valcárcel y era dueño de una compañía naviera matriculada en Panamá. Emigrado de España durante la dictadura de Primo de Rivera, consiguió hacer fortuna casándose con una viuda diez años mayor que él que tenía una hija, pero dueña de una de las navieras más grandes de Venezuela. La niña, mi hijastra, era por entonces un bebé y yo tenia y tengo veintiún años más que ella y diecinueve más de los que tu tienes ahora, más de los que imaginabas, ¿verdad, mi vida?

Me di cuenta cuando me miraste el primer día de lo extrañado que te quedaste mirándonos a las dos. Creo que fue aquella inocente y asombrada mirada tuya la que me hizo enamorarme de ti. Marisa, en realidad se llama María de la Brisa y no María Luisa, como imaginas. Es una consecuencia del gusto que tienen por los nombres exóticos casi todos los hispanoamericanos.

Estaba tan encaprichado conmigo que prometió a mi padre nombrarlo Inspector General de la Compañía, siempre que yo fuera suficientemente amable con él. Se lo dijo con estás mismas palabras que yo te digo a ti ahora. Ya puedes suponer lo que eso significaba siendo él un hombre casado.

Mi padre, hombre recto y de una moralidad incorruptible, le dijo que yo era sólo una niña, aunque la edad no me impedía que me casara con cualquier hombre "sin compromiso"( y recalcó lo de compromiso) al que yo quisiera. Como su jefe no era tonto, entendió la insinuación.

Mi padre se consideró ofendido por la proposición y pidió el finiquito inmediatamente marchándose de la empresa. Aunque somos, como era él, españoles de nacimiento, vivíamos por entonces en Caracas en donde Guillermo tenía también unos astilleros.

Cómo pudo hacerse con toda la fortuna de su esposa nunca lo he sabido, pero lo que sí sé es que cinco años después de casado, cuando yo tenía veintiuno, la mujer murió en extrañas circunstancias. Pereció abrasada dentro de su "carro", como se dice por allá, en la carretera que une San Felipe con Barquisimeto, dos poblaciones a doscientos kilómetros de Caracas y en un paraje tan solitario que despertó las sospechas de la policía.

En primer lugar porque, no teniendo ella propiedad en lugar tan apartado, nadie se explicaba que hacía en aquel paraje. En segundo lugar, porque por la forma en que sucedió el accidente y quedó el automóvil, era imposible que se hubiera incendiado solo. Y, en tercer lugar, porque el testamento de la esposa le dejaba propietario de toda su fortuna. En Caracas se murmuraba sin recato que él había ordenado que la mataran.

La policía no logró demostrarle nada, ni involucrarlo en aquella muerte. Se encontraba en Río de Janeiro cuando ocurrió el accidente. Y, además, siempre he estado convencida de que, aunque se lo hubieran demostrado, tenía demasiadas influencias políticas que lo hubieran sacado del problema sin mayores trastornos para él que una "sustanciosa mordida", como dicen los mejicanos.

Al cabo de un tiempo nosotros lo estábamos pasando francamente mal. Mi padre no encontraba trabajo, pues ya se cuidaba él de que así fuera. Los ahorros se consumieron en poco tiempo y cuando ya no pude ver sufrir más a mi padre y estaba dispuesta a visitarlo para ofrecerme a él, se presentó en nuestra casa pidiendo mi mano.

Mi padre se negó en redondo, pero yo que ya tenía veintidós años le dije que me casaría con él a condición de que le diera a mi padre el puesto que le había prometido de Inspector General de la Compañía. Aceptó inmediatamente y fue una desgracia ¡Ojalá no lo hubiera hecho!

Pero... ¿por qué? – interrumpí sin poder contener el orgasmo.

Vaya, no te has podido aguantar, ¿verdad cielo?

Estás tan cachonda y tienes un coño tan sabroso que tendría que ser de piedra – contesté cuando pude respirar. Ella continuó con su relato.

¡Ay, mi amor, porque ahora yacen los dos en el fondo del mar! – me respondió suspirando con amargura.

Un mes más tarde nos casábamos. Lo pasé muy mal, lo odiaba con toda mi alma y cada vez que me tocaba sentía náuseas. Hice todo lo que pude por no quedarme embarazada y lo conseguí.

Durante el primer año de guerra los submarinos alemanes le habían hundido media docena de barcos. La actividad de la "jauría de Doenitz" como le llamaban a los submarinos alemanes, no dejaba títere con cabeza, los barcos de suministros llegaban a Gran Bretaña con cuenta gotas, y los ingleses estuvieron a punto de sucumbir por falta de suministros de todas clases. Los millones de toneladas hundidas, acabó por decidir al Almirantazgo inglés a formar convoyes escoltados por su flota de guerra y aquello pareció aliviar un tanto el fatídico balance de hundimientos de mercantes.

Pero el Lloyd inglés, debido a la guerra, retrasaba el pago de los seguros mes tras mes y así durante casi dos años. Dos millones de libras esterlinas le adeudaba el Lloyd y los necesitaba para hacer frente a sus compromisos. Llegó un momento en que no pudo hacer frente a los acreedores. Los bancos venezolanos y norteamericanos comenzaron a exigirle sus créditos y se encontró en una difícil situación financiera. Decidió embarcarse para Londres en uno de los dos últimos barcos que le quedaban y que formaban parte de un convoy. Se empeñó en llevarse a mi padre con él. Como ya sabes el barco fue torpedeado frente a las costas inglesas. No hubo ni un solo superviviente.

De pronto me encontré heredera de una considerable fortuna, si lograba cobrar de la compañía de seguros. Volé a Inglaterra desde Nueva York y conseguí dinero suficiente para evitar el embargo de inmuebles, fincas y del último barco que quedaba. Pero cuando ya lo tenía todo arreglado surgió un problema mayor. Intentaron matarnos en tres ocasiones a Marisa y a mi. En el último atentado su hija y yo nos salvamos por puro milagro, por minutos. Llegábamos tarde a una importante reunión con nuestro bufete de abogados. La familia de su difunta esposa habían impugnado el testamento. Pero decidieron acelerar nuestra desaparición por su cuenta porque los juzgados y los juicios son muy lentos .

Cuando aparecimos en la puerta del chalet, Agustín, el chófer, encendió el motor. La explosión fue tan fuerte que, nosotras dos que estábamos en medio del jardín, volamos por los aires hasta el recibidor. Era fácil comprender quien deseaba matarnos. Ya no esperé más. Reuní todo el dinero que pude y nos fuimos a Nueva York, hospedándonos en un hotel de Manhattan. También allí nos encontraron y escapamos por los pelos. Nos fuimos a Londres hospedándonos en un pequeño Hotel del Soho y de nuevo tuvimos que salir corriendo a los pocos meses.

Comprendí que, hospedándonos en los Hoteles, darían siempre con nosotras y nos vinimos a España vía Lisboa procurando no dejar pistas detrás de nosotras, hasta tener un plan que inutilice sus esfuerzos para apoderarse de la fortuna que nos corresponde por derecho.

Decidimos instalarnos en esta pequeña capital de provincias y en una casa particular en donde no es necesario rellenar ficha alguna para la policía. Única forma de conseguir pasar desapercibidas que me pareció lo más acertado y que hasta ahora ha resultado muy efectiva.

Nuestro bufete de abogados de Caracas envió el dinero que cobramos del seguro inglés a una cuenta secreta en Suiza depués de pagar a los acreedores. Cuando acabe la guerra, que ya no puede tardar mucho porque los aliados están a menos de cien kilómetros de Berlín, todo cambiará, mi amor, si consigo poner en práctica lo que tengo pensado.

¡Coño! ¡Parece una novela de la serie negra! ¿Pero que tiene eso que ver con nuestra boda? – pregunté, descargando en su precioso coño de nuevo toda la leche acumulada mientras la oía.

Vaya, no te has podido aguantar ¿verdad? Por favor, déjame acabar y podrás hacer lo que quieras.

De acuerdo, me estaré quieto, pero déjame seguir dentro – le pedí sujetándola por las nalgas.

Esta bien ¿Así? – respondió apretando los muslos.

Así, mi vida. Eres una delicia.

Gracias, pero no te muevas ¿De acuerdo?

Sí, de acuerdo – respondí estrujándola contra mi cuerpo.

Por favor, me ahogas, cariño. No me aprietes tanto y déjame que acabe de explicarte.

Está bien. Continúa.

Quiero que sepas a lo que te expones si te casas conmigo.

Me importan un rábano las bombas, la dinamita o lo que sea. Yo te quiero con toda mi alma y ningún asesino va a impedirme que me case contigo.

Si, pero tu familia no pensará igual. Sin embargo, creo que tengo la manera de solucionarlo. Y eso es lo que voy a proponerle a tu padre.

Tú no conoces a mi padre. En cuanto crea que puede sacar dinero de alguna parte firmará lo que sea. Por dinero es capaz de vender hasta a la abuela. No te rías, es la pura verdad.

Me río porque tienes una manera de expresarte que me hace mucha gracia, mi amor, de verdad. Lo dices tan convencido ¡Ni que tu padre fuera un desalmado!

¿Desalmado? ¡Que va! Es un infeliz incapaz de hacerle daño a nadie, hasta que está borracho, entonces sí que es peligroso. Me río yo de las bombas esas ¿sabes? ¿Pero qué te hace tanta gracia? Te vas a ahogar si continuas riéndote así.

No podía contenerse. Se sofocaba y me besaba, sin cesar en sus risas. Cada vez que me miraba estallaba en carcajadas.

¡Ay, Dios mío, que chiquillo este! ¡Y cuánto te quiero, mi amor! No me extraña que, pese a lo jovencito que eres, me haya enamorado de ti como una colegiala.

Me alegra mucho saberlo... es muy halagador. Eres tan bonita, ¡qué digo bonita! Eres más hermosa, Luisa, que la Aurora Boreal. Te pareces a La Virgen del jilguero, y mucho.

¿La de Rafael? – preguntó, entornando los ojos pícaramente.

¡Vaya! A veces me asombras, nena. No todo el mundo sabe quién es el autor de ese cuadro.

Yo también he estudiado, cariño. Historia del Arte, mi amor. Pero no me has dejado acabar de explicarte lo que he pensado.

Lo que tú hagas, para mí santo y bueno. Y ¿ahora puedo...?

Me prometiste...

Está bien, acaba, porque estoy sediento de ti.

He pensado, cariño, que la única forma de que me dejen en paz, será casarme contigo, primero porque estoy enamorada de ti hasta el delirio y segundo porque, una vez casados, te haré heredero de toda mi fortuna y a tu vez, harás heredero de ella a quien mejor te parezca. Cuando eso se sepa, y la prensa lo aireará a bombo y platillo, les va a ser muy difícil salirse con la suya, y eso es lo peligroso para ti ¿Comprendes?

Me quedé quieto, con la boca abierta y con los ojos como platos. Vi en sus labios aquella enigmática sonrisa y preguntó.

¿De qué te asombras?

No estoy asombrado, nena, ¡Estoy atónito! ¿Es que te has vuelto loca?

Pero ¿por qué?

¿Y si soy yo el que te mato?

Esta vez las carcajadas atronaron la habitación. Se me echó encima mordisqueándome por todas partes sin parar de reírse. Su sexo presionaba el mío de forma inaguantable y se lo dije. Se puso a horcajadas sobre mis muslos y se fue empalando lo que ella llamaba mi cedro del Líbano, mientras me chupaba la lengua deliciosamente.

Esto no era lo acordado – se me ocurrió decirle.

Me miró, se echó hacia atrás calzándose sin proponérselo todo el asta y comenzó a reír de nuevo. Se le saltaban las lágrimas. Me besaba, me mordía, me estrujaba como a un limón y al final exclamó levantándose despacio:

Está bien. Haz lo que quieras. Pero espera a que me lave – comentó dirigiéndose al cuarto de baño. Oí el agua del bidé y la vi regresar desnuda y estaba tan cachonda y bien hecha que decidí comérmela.

Cuando tuve la cabeza entre sus muslos de terciopelo y abrí su sexo, me pasó las piernas sobre los hombros y pude disfrutar de su precioso estuche a placer. De nuevo me sorprendió, no olía a nada, ni siquiera a ese característico olor marino de la playa. Era delicioso y pequeño. Todo en ella estaba bien hecho, incluso su carne íntima era de un rosado casi tan vivo como el de una niña. Su clítoris era como un guisante y comenzó a gemir cuando se lo aspiré y lamí con fuertes lengüetazos. Se agarró a mis cabellos, abriéndose como una rosa al salir el sol.

Aquella tarde fuimos muy felices los dos y mira tu por donde, mi querido amigo, un año más tarde era multimillonario. Así que ya lo sabes, esos cien mil duros que necesitas, pídeselos al Banco, los multimillonarios no concedemos préstamos a periodistas honestos pero insolventes. Si publicas lo que te escribo acabarás en la cárcel. Te será imposible demostrar que lo he escrito yo, y, aunque pudieras, mis amigos de la magistratura igualmente te enviarían a la cárcel.

Quedo, como siempre, a tu disposición.

Firma ilegible.

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