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La cariátide (7)

en Grandes Relatos

LA CARIÁTIDE 7

Durante el camino de regreso a la ciudad fui pensando en todo lo que Andrés Torres me había explicado:

Los hechos ocurrieron muchos años antes de conocer yo a Pili. Alfonso, el padre, era el propietario de una Agencia de Transportes con un par de camiones que pronto fueron cuatro, pero que no eran más que la tapadera del verdadero negocio de Alfonso. Éste era el hombre de paja de uno de los capitostes del régimen con negocios ilegales a base de conceder créditos que pocas veces llegaban a manos de los solicitantes aunque estos si firmaban todas la solicitudes que, Carlos Martínez, un tío de 35 años, soltero, muy buena planta, mucha labia y más vivo que las ardillas, se encargaba de solicitarles. Martínez era el hombre de confianza de Alfonso, como Alfonso era, asimismo, el hombre de paja del alto personaje del régimen que concedía los créditos.

Vivían a todo tren en un chalet de lujo en uno de los barrios residenciales de la ciudad. Martínez pasaba muchos fines de semana con Alfonso y su familia. Carlos terminó siendo el amante de Pepita. La mujer estaba loca por él. Diez años después de nacer Pili, nació Lusito, el hermano de Pili y siempre se ha rumoreado que este hijo era de Carlos Martínez. Y, en verdad, los dos hermanos no se parecen físicamente en nada, aunque esto no sea una demostración palpable de la infidelidad de Pepita.

Cuando el niño tenía poco más de tres años, Pili quedó en estado cuando aún no había cumplido los catorce años. Los padres acosaron a la hija a preguntas hasta que descubrieron que el padre era Carlos que se estaba cepillando a la madre y a la hija desde hacía dos años. Parece imposible de creer que Pepita no supiera que Carlos se cepillaba a su hija. Pero eso fue lo que le dijo a Alfonso y Alfonso la creyó La hicieron abortar, aborto que por entonces ningún médico se hubiera atrevido a realizar. La pusieron en manos de una comadrona que a poco más la mata. En el Hospital donde le cortaron la hemorragia se descubrió todo el pastel y Alfonso fue a parar a la cárcel seguido de la comadrona. A Carlos no pudieron demostrarle nada y supo salir del enredo con mucha jeta. Por eso la chica ya no puede tener más hijos.

Alfonso estuvo en prisión menos de un año. Carlos y Pepita vivieron aquellos meses como marido y mujer en el chalet de Alfonso. Luego convencieron a Alfonso de que Carlos se había encargado de la familia durante todos aquellos meses sin pedir nada a cambio y además había atendido al negocio que seguía rindiendo dinero a espuertas. Pepita, encoñada con Carlos hasta la médula, ni siquiera le tuvo en cuenta a Martínez la faena que le había hecho a ella y a la hija.

Cuando todo parecía regresar a la normalidad, se descubrió todo el pastel de los créditos ficticios por la denuncia de uno de los afectados. Fueron unos cuantos miles de millones de pesetas los estafados. Naturalmente quien pagó el pato fue Alfonso, porque el personaje del régimen estaba bien cubierto y ni siquiera lo molestaron. Para poder salvarse otra vez de la cárcel Alfonso perdió todo lo que tenía. Materialmente se quedó en la ruina, tanto fue así que tuvo que buscar trabajo en esa fábrica de hilaturas en la que ahora trabaja de encargado. Hay tíos que cuando están de pega hasta con los cojones tropiezan y Alfonso fue uno de ellos porque poco después, cuando ya vivían en el piso que ahora viven, Carlos y Pepita se fugaron juntos. Para Alfonso, que no sabe vivir sin su mujer, fue un mazazo peor que la ruina.

Carlos, un amoral de mucho cuidado, cuando se le acabó el dinero, intentó convencer a Pepita de que lo ganara con el coño y lo hubiera hecho de no aparecer Alfonso que tuvo que sacarla casi del burdel. Quince días más tarde Carlos apareció muerto con dos tiros en la cabeza. La policía sospechó inmediatamente de Alfonso, pero éste tenía una coartada imposible de atacar. La noche que mataron a Carlos él estuvo trabajando en la fábrica, cosa que pudieron atestiguar todos sus compañeros. Nunca se supo quien mató a Carlos. Es uno de esos crímenes que quedan en la archivos policiales sin resolver. Pero yo, Nes, estoy seguro de que quien mandó matar a Carlos fue Alfonso. Tenía y tiene, muchos contactos con los bajos fondos de la ciudad. La policía piensa lo mismo que yo, pero no hay manera de demostrarlo. Y esa es toda la historia. Tu sabrás lo que te conviene, me había repetido al despedirse.

No podía dudar de lo que me había explicado Andrés Torres. Tenía un tío Comisario de Policía y muchas amistades dentro de la DGS. Después de oír toda esta rocambolesca historia explicada con más lujo de detalles de lo que yo la explico, cualquiera hubiera puesto pies en polvorosa, y eso pensaba yo cuando llegué a la ciudad. No fui a ver a Pepita, ni a Pili y estuve casi una semana sin dar señales de vida. Para mí era asunto zanjado. Pero una tarde, mientras preparaba el próximo viaje, me llamaron por teléfono a la oficina. La telefonista me dijo que era una tal Manuela.

-- Si, dime, Manuela.

-- Oye, Nes, tu novia está muy mal, la han tenido que operar y está en tal clínica y pregunta por ti, creo que deberías ir a verla.

-- Lo siento, Manuela, pero yo no tengo novia ya.

-- Chico, parece mentira, está bastante mal. Yo creo...

-- ¿De qué la han operado? – corté, intentado parar la verborrea de la amiga de Pepita.

-- De la matriz.

-- Vaya, espero que se recupere pronto.

-- Me parece que no te estás portando como un hombre. Al menos tendrías que haberle dicho que cortabais, pero no así sin explicación alguna.

-- Pues lo siento mucho Manuela, he soportado todo lo que he podido, pero se acabó.

-- Por lo menos dile algo a Pepita.

-- ¿A Pepita, para qué?

-- Si te digo la verdad, creo que es Pepita la que está enamorada de ti.

-- ¡¡ No jodas!! ¿Te lo ha dicho ella?

-- Si, está aquí, llorando. ¿Por qué no hablas con ella?

Estuve pensando a toda velocidad durante unos minutos y ante mi silencio Manuela volvió a preguntar:

-- ¿Quieres que se ponga?

-- No. Si está ahí, dile que ahora voy.

-- ¿Seguro?

-- Si, seguro, mujer.

-- Pues hasta ahora.

-- Adiós.

Me fui en un taxi para que no me vieran el coche porque lo conocían. Subí en el ascensor hasta casa de Manuela sin saber muy bien lo que quería decirle. Cuando Manuela abrió la puerta me hizo señas de que la siguiera. Me llevó hasta una habitación, abrió la puerta y volvió a cerrarla cuando entré. Se me vino el alma a tierra cuando la vi llorando. Estaba preciosa con las lágrimas corriéndole por la mejillas como a una Virgen Dolorosa. Solo supe abrazarla y besarla como un loco. No puedo soportar la lágrimas de una mujer y menos de una mujer a la que deseaba con todas la fibras de mi cuerpo.

--¿Por qué me has dejado? Yo no creo merecerme esto. Te di todo lo que quisiste de mi y ahora ya ves, te has cansado de mi y sin ...

-- No me he cansado, cariño mío, eso sería imposible, pero aquello que dijiste de una solución definitiva me ha sonado a la solución final del pueblo judío ideada por Hitler. – se le dije tal cual lo pensaba.

-- ¡¡Qué barbaridad!! ¿Cómo has podido pensar eso de mí? – preguntó, arreciando en su llanto.

-- Yo que sé, mi amor, ideas descabelladas que tengo a veces.

-- Entonces ¿no me dejarás?

-- No, te quiero nenita, no puedo dejarte, pero si han operado a Pili y no he ido a verla pues...

-- A Pili no la han operado – respondió secándose las lágrimas -- no sabía como hacerte venir y tuve que inventarme eso. Perdóname.

A aquellas alturas ya había comenzado a desnudarla sin que ella opusiera resistencia. Cuando estuvo en bragas y sostén la levanté del sillón y en brazos la llevé hasta la cama. Estaba maciza de verdad, aunque no pesaba mucho. Me desnudé rápidamente sin pensar en nada, sólo en tenerla otra vez entre mis brazos. Le quité el sujetador y las braguitas y me abrazó con un ansia terrible como si temiera que fuera a escaparme otra vez.

La penetré poco a poco, lamiendo sus pezones, sus areolas y el sedoso terciopelo de sus senos duros como pomelos. Cada vez que tenía un orgasmo se estremecía su vientre y palpita su vagina violentamente.

-- Mi vida, mi vida – gemía sofocada --, no me dejes nunca, no podría vivir sin ti, no me abandones, no podría soportarlo otra vez.

-- No te abandonaré, eres mi preciosa muñeca y no quiero perderte.

Y en ese momento la inundé con borbotones del deseo contenido durante tantos días. Se corrió varias veces mientras mi verga eyaculaba chorros de semen dentro de ella con su vulva imberbe pegada a mi pubis como una ventosa. Casi dos horas estuvimos follando sin parar. No me saciaba de ella por mucho que la gozara. Me parecía increíble que después de disfrutarla tres veces casi seguidas aún tuviera ganas de seguir dentro de ella. Cuando nos calmamos le indiqué:

-- Yo no quiero seguir con tu hija, sólo te quiero a ti.

-- Sí, mi cielo, pero es la única disculpa que tenemos para poder seguir juntos en casa.

-- Pero querrá que le haga el amor, ya sabes como es, no se contentará sin hacerlo teniéndome a mano ¿No lo comprendes?

-- Pues... – dudó un momento – dale lo que te pida, pero no la disfrutes, guárdalo para mí ¿o no puedes?

-- Claro que puedo, pero lo notará.

-- Ella no nota nada de eso, te lo aseguro.

Aquel comentario debió bastarme y hacerme recapacitar pero ¿quién discurre teniendo la verga dentro de una mujer preciosa a la que deseas con toda tu alma? Yo no podía. Le hubiera prometido la Luna si me la hubiera pedido. Todo lo que me había explicado Andrés Torres se me había olvidado. Sólo pensaba en ella. Los siete días que estuve en la ciudad sin pasar por su casa fueron para mi un suplicio. No tenía ni ganas ni voluntad para luchar contra mi deseo y mi amor por ella. Era superior a mis fuerzas. Al final le pregunté:

-- ¿Alfonso ha preguntado por mí?

-- Claro que sí, pero le he dicho que no sabía nada. Si te pregunta dile que has tenido más trabajo del que calculabas, o ponle la disculpa que se te ocurra.

-- Eso haré, ¿Y ella, te ha dicho algo?

-- ¿Ella? Ella anda de pendoneo con unos y con otros, pero eso ya lo sabías ¿o no?

-- Si, claro que lo sabía, pero como estabas tú, por eso aguantaba.

-- Pues ahora haremos lo mismo. El caso es poder estar juntos, mi vida.

-- Entonces ¿ya no quieres dejar a tu marido?

-- Claro que quiero, amor, pero quiero tenerte cerca y desaparecer de repente.

Nos vestimos. Ella salió primero hacia su casa y yo después hacia la oficina. Y así fue como aquella noche regresé a casa de Pili. Si hubiera sabido lo que me esperaba habría solicitado el traslado a Lisboa inmediatamente.

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