miprimita.com

Marisa (11-1)

en Confesiones

MARISA 11

Clareaba el sol en la alborada sin una nube en el cielo, en lo que prometía ser otro día espléndido del caluroso verano. El bosque despertaba de su oscuro silencio con el trinar de los pájaros, el canto bitonal del cuco, y el sincopado golpeteo maderero del agudo pico del pájaro carpintero haciendo su nido. Volaban raudos los mirlos, jilgueros, pinzones y verderoles de rama en rama, como asustados del dantesco espectáculo del coche aplastado sobre la granítica montaña de piedra, incrustado de morro en el suelo con el eje de marcha vertical a tierra, sin puertas y con las ruedas traseras girando todavía lentamente.

Eso fue lo que vio el Agente Comercial Manuel Lourido unos minutos después de ocurrido el accidente. Aparcó su Seat Toledo a un lado de la estrecha carretera, bajó corriendo hacia el coche siniestrado, completamente aplastada su baca sobre los asientos, la rueda delantera derecha suelta en la cuneta y arrancadas las puertas de sus goznes. Miró en el interior vacío y sin rastros de sangre y en su cara se reflejó el asombro. Sacó su móvil del bolsillo y llamó a la Policía de Tráfico en el momento que un camión, cargado de troncos, aparecía por la curva, frenando detrás de su Seat.

--¿Qué ha pasado? - pregunto el camionero Sergio Palmeiro, chófer de una importante maderera gallega.

- Lo que usted ve. Es incomprensible. No hay nadie dentro, ni sangre.

--¿Cómo es posible? De ese turismo no pudo salir nadie vivo - se bajó del camión mirando hacia la carretera y al suelo - Una dormida, amigo - comentó con aplomo.

--¿Usted cree? - se extrañó Lourido.

- Sí, señor, una dormida. No hay frenada, vino recto desde la curva. Fíjese. Se empotró en la cuneta, perdió la rueda derecha del golpe, se levantó de atrás y se estampó contra la roca de la montaña. Tan claro como el agua - explicó complacido de sus deducciones el camionero.

- Si, tiene lógica - respondió el otro - pero, ¿y el conductor? ¿Y la sangre? ¿Quiere usted decir que el coche llegó solo?

El camionero miró arriba y abajo de la carretera, encendió un Ducados, comenzó a toser y lo volvió a apagar con la punta del zapato antes de acercarse al coche, asegurando que tenía que dejar el maldito vicio de una vez. El cárter del Celica estaba roto, el aceite humeaba aún en el suelo y el motor sobresalía fuera del piso arrancado de sus anclajes. Las puertas arrancadas de cuajo, los asientos aplastados por la chapa del techo al chocar verticalmente contra la berroqueña piedra, el volante destrozado en el asiento del conductor y la barra del volante clavada en el asiento. Toda la chapa de los fondos estaba suelta de sus anclajes, veíase parte de la tapicería y de los asientos por la abertura. Miró hacia la izquierda sin ver rastro ni pisadas del conductor, ni tampoco vio rastro alguno de sangre. Miró hacia la derecha hasta la curva: salvo sus pisadas y las del conductor del Seat, las altas hierbas estaban sin hollar.

-- Fue un hostión lo menos a ciento cincuenta por hora - comentó, mirando pensativo al viajante - no me lo explico, porque el coche solo no pudo venir. Tiene que estar por alguna parte, tan muerto como mi abuela. Sigamos la cuneta hacia arriba porque ha tenido que salir despedido por la izquierda.

Pero antes de que se pusieran en marcha llegó la pareja de Tráfico. Preguntaron si habían visto el accidente. El viajante dijo que no, e informó de que él había llegado primero, luego el camionero, pero no habían encontrado ni al conductor, ni pasajeros, y lo más extraño, no había sangre. El otro agente se acercó con la documentación del coche en una mano en el momento que llegaba la ambulancia.

El cabo primero Isidro Gómez, al mando de la pareja, conocía el apellido del dueño. Sabía que era nieto de Don Tomás Gorribar Baitúarri, uno de los millonarios más importantes de España, íntimo del presidente del Gobierno, amigo intimo del Jefe Provincial de Tráfico, Don Pedro Lasheras, e íntimo también del coronel del Tercio de la Guardia Civil de Vigo Don Antonio Ansede.

La Central de Pontevedra recibió los datos completos por radio. Minutos después el teléfono sonó en el chalet de Don Tomás Gorribar. Pepe Couillas, su hombre de confianza que acababa de llegar, cogió el teléfono, escuchó la comunicación de tono impersonal y se puso lívido.

-- Elvira - llamó a gritos.

--¿Qué quieres? - gritó la mujer desde la cocina.

-- Despierta a la señorita inmediatamente. Date prisa.

El tono de voz del flemático Cousillas intrigó a la criada que se acercó al recibidor secándose las manos en el delantal.

--¿Que pasa, Pepe?

-- ¡Me cago en la hostia! - bramó el hombre - despierta a la señorita te digo.

Elvira subió las escaleras a toda la velocidad que sus varicosas piernas le permitían.

Cousillas marcó el número del Balneario de Mondariz y habló con su jefe. Este llamó a Don Pedro Lasheras, el Jefe de Tráfico, a su casa particular y luego pidió un taxi a recepción. Minutos después un helicóptero sanitario salía de Vigo hacia el kilómetro 4 de la carretera comarcal de Puenteareas a Mondariz.

Cousillas oyó los gritos de Elvira cuando se disponía a salir hacia el garaje, pero no los entendió hasta que la oyó bajando las escaleras a trompicones y llorando, blanca como el papel, asustada y con un ataque histérico que casi no la dejaba hablar:

- Muerta... muerta, Pepe... Pepe... la señorita...

Cousillas subió las escaleras echando el bofe y entró en la habitación de Sharon. Le temblaban las manos violentamente cuando tocó la fría frente juvenil, y le temblaban los dedos cuando presionó la carótida en busca del pulso. Se le erizó el vello de la nuca, oía todavía los gritos de Elvira subiendo la escalera. La hizo bajar y, conteniendo los nervios, volvió a levantar el teléfono para llamar al Doctor Orozco, el médico de la familia explicándole todo lo que había pasado y la urgencia del caso. El Doctor Orozco, veinte años de profesión en medicina general, diagnosticaba, treinta minutos más tarde, muerte por infarto de miocardio. La cara de virgen de la niña no tenía ni un sólo signo de dolor. A su vez, el doctor Orozco, llamó al Forense Municipal Doctor Muiños que firmó el certificado de defunción, diagnosticando como causa de la muerte lo mismo que el Doctor Orozco le había comunicado por teléfono y ordenando el traslado de la difunta al depósito de cadáveres sin haberle echado ni un vistazo.

Mientras tanto, en la carretera comarca de Puenteareas, cuatro policías y tres paisanos recorrieron de arriba abajo los alrededores sin encontrar al conductor del Toyota. Fue el piloto del helicóptero que les indicó desde arriba donde se encontraba: incrustado de cabeza en el cuadrado desagüe de la alcantarilla de cemento, con las rodillas encogidas hasta la barbilla, uno de los brazos doblado extrañamente bajo el cuerpo y la cara llena de sangre desde la frente hasta la barbilla.

El médico y el ATS del helicóptero comprobaron atónitos que su corazón todavía latía. Dirigieron la operación de sacar/o, ponerlo en la camilla y subirlo al helicóptero donde se le administró un fármaco de digitalina y respiración asistida. Quince minutos después entraba en el quirófano de la Clínica Universitaria de Santiago de Compostela.

La única explicación posible fue que había salido despedido, volando diez metros y medio para caer de cabeza en el duro cemento del desagüe. Incomprensiblemente seguía vivo. El chico media un metro ochenta y seis centímetros y pesaba ochenta y un kilo. ¡Increíble!, comentaron estupefactos los policías pese a estar avezados a ver toda clase de accidentes.

- Por fortuna para él - aseguró el cabo primero Isidro Gómez después de inspeccionar detenidamente el lugar y el coche - no se había puesto el cinturón de seguridad y salió disparado al primer choque contra la cuneta.

Se supuso que el chico sabía del fallecimiento de su hermana y como un loco se había dirigido a Mondariz para hablar con su abuelo, pero esta hipótesis tenía dos fallos importantes: Primero ¿Cómo supo que la hermana había muerto si murió hacia las tres de la mañana mientras dormía? Segundo: ¿Por qué no utilizó el teléfono, en vez de lanzarse a la carretera? Las respuestas no eran muy convincentes: Quizá llegó tarde a casa y quiso decirle algo, se asustó al comprobar que estaba muerta y perdió la cabeza. Eran respuestas posibles. Pero la falta de certeza categórica fue la que llevó a su hermana al depósito de cadáveres para practicarle la autopsia.

Una hora más tarde que su nieto entraba también Don Tomás Gorribar en el quirófano de la Clínica Universitaria para ser reanimado de un grave infarto de miocardio y, casi al mismo tiempo, entraba en el depósito de cadáveres de Vigo el cuerpo sin vida de su nieta.

El forense Muiños consideró que la autopsia podía esperar hasta el día siguiente. El cadáver quedó desnudo sobre una camilla, tapado con una sábana, al lado de tres cadáveres más, uno de los cuales, por tratarse de un viejo vagabundo sin documentación, estaba destripado y sin coser todavía. Tenía que haberlo cosido el encargado del depósito Manuel Rodríguez, un encargado que ni siquiera era ATS.

Manolo Rodríguez, de mal nombre "El Botellas" por su afición al vino, encargado del depósito y de coser los cadáveres que el forense le ordenaba, no vio a la niña cuando la ingresaron. Del dedo gordo de su pequeño pie colgaba una etiqueta: "Estíbaliz Gorribar Berenguer" 16 años. Infarto."

Cuando por la tarde, con más vino en el cuerpo que una cuba, sin afeitar, avariciosamente feo, con un ojo de cristal de diferente color al ojo sano, impregnadas sus ropas con el infecto olor a muerte del depósito de cadáveres, medio cigarrillo en la comisura de los labios cuyo humo le hacía guiñar el ojo sano, leyó la etiqueta y supo que era una mujer, casi una niña, arrancó la sábana de golpe y parpadeó asombrado ante su buena suerte.

Por fin podría beneficiarse a una artista de cine y no a las renegridas y marchitas campesinas que le llegaban de cuando en cuando. Mirando el escultural y sedoso cuerpo de la muchacha se le hizo la boca agua. Le tocó un pezón, y acazoló la mano para acariciar la suavidad de terciopelo de toda la cúpula. Se mordió los labios, miró la hora, y cerró la puerta con llave dejándola en la cerradura.

Regresó tambaleándose junto al cadáver de la niña. La estiró por las piernas hasta que estás colgaron fuera de la camilla, le separó los muslos y le abrió el sexo húmedo y fuertemente sonrosado, lamiendo con su lengua pultácea la tibia carne rosada, tibieza de la que ni siquiera se dio cuenta porque los vapores del alcohol y su excitación se lo impidieron. Los vapores del alcohol tampoco le permitieron percibir que, tanto su vagina como su cuerpo, estaban relativamente tibios. Cuando se soltó el cinturón y los pantalones cayeron al suelo, le abrió con dos dedos la vagina introduciendo su pestilente y sucio miembro dentro de la acariciante y tibia humedad, se le cayó de placer la colilla del cigarrillo en el muslo de la muchacha.

Dos segundos después, ésta dio un grito y se levantó como un resorte quedando sentada frente a él, gritando como una loca ante la espeluznante visión de "El Botellas" y del lugar en que se encontraba. El susto de "El Botellas" no fue menor. Quiso escapar de la resucitada y los pantalones le trabaron las piernas, cayendo de culo sobre las resbaladizas baldosas.

Los gritos de la muchacha se oían en todo el cementerio. La niña saltó de la camilla, tropezó con el espantado borracho y se fue de cabeza contra la camilla donde reposaba el cadáver abierto del viejo vagabundo. Su terror y sus gritos aumentaron de volumen al verse llena de los viscosos restos de cuerpo descompuesto del viejo vagabundo. Loca de asco y miedo se levantó, resbalando, cayendo y levantándose para volver a caer y volver a levantarse. Desnuda, corrió hasta la puerta gritando despavorida llamando a Tomy, puerta que alguien aporreaba desde fuera; consiguió abrir y cayó en brazos del jardinero desmayándose de pánico.

Fue entonces cuando "El Botellas" consiguió ponerse los pantalones. El jardinero comprendió al instante todo lo ocurrido. Cubrió con una sábana limpia el cuerpo inconsciente y desnudo de la muchacha. Con ella en brazos logró entrar en la oficina y llamar por teléfono al 091. Tres minutos más tarde, envuelta en la sábana, la sentaron en el asiento trasero de uno de los coches policiales; en el otro fue llevado a comisaría Manolo "El Botellas".

Una señorita policía sostuvo el cuerpo desmayado de la muchacha hasta que lo ingresaron en el Hospital General de la Seguridad Social, donde minutos más tarde despertaba gritando enloquecida de terror. Tuvieron que sedarla fuertemente porque no surtían efecto los ansiolíticos que en principio le dieron. Gritaba constantemente. Le administraron suero, comprobando que sus constantes vitales se habían normalizado, aunque sus músculos y todo su cuerpo estaban tensos y vibrantes como la cuerda de un piano. El diagnóstico de la reunión de médicos, una vez conocida las circunstancias del certificado de defunción fue Muerte Aparente, conocida en la jerga médica como Hipotermia Cataléptica. Pero no trascendió a la opinión pública más que lo único que salvó la vida de la muchacha: la necrofilia de Manolo "El Botellas" que, por su perversión, fue enviado a la cárcel. El competente forense Muiños, que hubiera destrozado en pedazos el cuerpo vivo de la muchacha, siguió ejerciendo su profesión sin problema alguno, hasta que dos años más tarde apareció estrangulado con un lazo corredizo hecho con el cable del embrague de un automóvil y colgado de la verja del jardín de su chalet, ubicado en Cangas del Morrazo, frente a la bahía de Vigo. El caso del asesinato del doctor Muiños aún sigue abierto, ya que la policía, de momento (y han transcurrido diez años), no tiene pista alguna sobre el asesino.

Al cabo de cuarenta y ocho horas, bajo los efectos de los fuertes sedantes administrados, era dada de alta y enviada a su domicilio, aunque daba muestras de ligeros desvaríos mentales. Fue Elvira, ya que su abuela Begoña se encontraba en Santiago al lado del abuelo, la que se encargó de que, aquellos incipientes desvaríos mentales de la niña, se transformaran en agudos ataques de histeria y, más tarde, de paranoia.

Sólo a una campesina brutalmente ignara, se lo ocurre explicarle a la infeliz y aterrorizada muchacha, los detalles de la muerte de su hermano Tomy. Muerte que ella adelanta por su cuenta y riesgo, para evitarle a la niña más adelante, según explica, padecimientos innecesarios.

Se agudiza la paranoia, se asusta Cousillas y por orden de Don Tomás se la lleva a una clínica particular de lujo, con vistas a la bahía, donde supuestamente la curarán en poco tiempo. La atienden los mejores especialistas de la ciudad que saben del mucho dinero e influencias de que dispone la familia, y quien mejor lo sabe es el Director, Doctor Andrade. Pero la niña pasa meses y meses repitiendo como un papagayo día tras día el nombre de su hermano, mirando la bahía durante horas sin hablar palabra, gritando despavorida a veces y dando muestras de un desequilibrio mental cada vez más acusado.

Mientras tanto, en el Hospital Universitario de Santiago, las cosas no van mejor. El chico tiene fractura de clavícula, el brazo derecho dislocado y el izquierdo roto y rotura de la bóveda craneal, concretamente del parietal derecho pero, milagrosamente, el escáner demuestra que el cerebro se encuentra intacto, precisamente debido, según explican los doctores a Doña Begoña, a la rotura de la clavícula y del otro brazo que impidieron, al encajonarse dentro del cuadrado depósito de la alcantarilla, que el cráneo golpeara con fuerza contra la base de cemento. Sin embargo, el chico sigue en coma.

En la negrura de su coma recuerda haber salido de su cuerpo y verse flotando incorpóreamente; ve su cuerpo encajonado dentro del desagüe; ve al Seat Toledo parándose cerca de su coche destrozado; ve al camión saliendo de la curva y al conductor del camión inspeccionando su coche y la carretera; a los policías que no encontraban su cuerpo; lo ve todo, pero no puede hacer nada. Quería indicarles donde estaba su cuerpo, no le oían, le era imposible comunicarse con ellos. Veía su cuerpo, pues él estaba fuera de su envoltura carnal caminando ingrávido y sin dolor por un negro túnel hacia la deslumbrante claridad que percibía al final de dicho túnel. Conforme se iba acercando, una inmensa paz comenzó a rodearle, una maravillosa tranquilidad de espíritu le embargó y, casi tocando la gloriosa claridad llena de un amor desconocido, maravilloso, nunca hasta entonces experimentado, un amor infinito lleno de paz y armonía que le atraía con fuerza sobrenatural, se sintió arrastrado hacia atrás y girando la cabeza vio a hermana tomándolo de la mano y arrastrándolo con ella hacia la negrura del túnel de donde había salido. Le dolía el brazo horriblemente conforme ella tiraba de él. Y volvió a verse fuera del túnel, y el dolor de su cuerpo aumentó hasta cotas insufribles, insoportables, al darse cuenta de que su hermana había desaparecido. Al verse de nuevo arrastrado hacia su cuerpo, estirado sobre una camilla, la negrura más espesa e impenetrable cayó sobre él.

Aunque él no lo supo hasta mucho más tarde, fueron seis meses de sueños ininterrumpidos, durante los cuales vio a su abuelo, pálido, sentado a su lado, cogiéndole su mano entre las suyas, los ojos llorosos, meciéndose adelante y atrás, adelante y atrás, una vez tras otra.

Otras veces su abuela Begoña se inclinaba hacia él, para besarle y decirle que la niña estaba bien, que vivía, pero él sabía que todo era compasión porque sabía que estaba muerta, la había visto en el túnel por última vez ¿Por qué no lo había llevado con él? ¿Por qué lo había abandonado? ¿Por qué? ¿Por qué? Si él deseaba estar con ella eternamente en aquella claridad deslumbrante donde todo era amor y paz.

Y vio a Mabel y a Purita, llorando a los pies de la cama. Y a Marche, delante de Lalo Randeiro, mirándolo compasiva, igual que Lalo, al que hubiera querido decirle que no le guardaba rencor por su traición; que se estaba equivocando, igual que él se equivocó; sufría por Merche, por el mal que le había hecho a Marche y por el mal que aquella buena muchacha podía recibir otra vez sin merecerlo.

Y soñó con Marisa, pálida, vestida de luto, como si viniera a un entierro, mirándolo fijamente, fría e impávida, apartando la mirada hacia la ventana lánguidamente, con aquella conocida languidez que ya nada le decía ni le importaba.

Y vio a Toni y Mireya Cárdenas, los dos hermanos juntos, con un ramo de rosas rojas, como si supieran del sufrimiento que le embargaba por la muerte de su amadísima hermana. También hubiera querido decirles algo que no recordaba ya, sobre todo cuando Mireya le besó suavemente en la mejilla con los ojos húmedos de lágrimas. Y tantos otros compañeros de curso que desfilaron, sueño tras sueño, por delante de sus ojos cerrados, condoliéndose de su desgracia, quizá en un intento de demostrar a los demás su buena hombría de bien, como le dijo alguien que ya no recordaba.

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

La loba

Lo potencial y lo real

Una vida apasionante (3)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (4)

Arthur Shawcross

Bela kiss

Romasanta, el hombre lobro

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

La semana tráquea

Relatos breves y verídicos (1)

El parricida sonámbulo

Curvas Peligrosas

Un fallo lo tiene cualquiera

Mujer prevenida vale por dos

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Cómodo, el incómodo

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (2A)

Viene de antiguo

Viene de antiguo 2

El gentleman

Margarito y la virgen de Rosario

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (1)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (2)

Incestos históricos (3)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Incestos históricos (2)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incestos históricos (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (3)

Incesto por fatalidad (4)

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

Como acelerar el orgasmo femenino

La máquina de follar

Sola

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (2)

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

Olfato de perro (4)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (5)

No sirvió de nada, Mei

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Olfato de perro (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (3)

Olfato de perro (1)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (3)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Mal genio

Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

Crónica de la ciudad sin ley (8)

El timo (2 - 1)

Testosterona, Chandalismo y...

El canibalismo en familia

¿Son todos los penes iguales?

Código de amor del siglo XII

Ana

El canibal japones.

El canibal alemán

El canibal de Milwoke

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (6)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El timo (2)

El vuelo 515 (3)

El bandido generoso

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

¿Serás sólo mía?

Hasta que la muerte os separe.

¿Quién pierde aceite?

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El mundo del delito (8)

El sexólogo (4)

El barco fantasma

Captalesia

El sexólogo (3)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

La sexóloga (3)

La sexóloga (2)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

Memorias de un orate (9)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Enigmas históricos

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Memorias de un orate (3)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (2)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

Memorias de un orate (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

El cipote de Archidona

Marisa (11)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)