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El orgasmómetro (6)

en Confesiones

Cuando sus muslos comenzaron a estremecerse supe que el orgasmo estaba próximo y casi inmediatamente después de pensarlo ella se agitó entera entre mis brazos bañándome la verga con su dulce néctar. No puede aguantar más. Con un golpe de caderas me hundí en ella hasta tocar el cuello del útero. Eyaculé con la fuerza de un geiser y estoy seguro que el primer borbotón la atravesó hasta incrustarse en su matriz porque siguió corriéndose como una intensidad insospechada y murmurando con voz pastosa:

--¡Oh, Dios mío ¡Oh, Dios mío! Dios miooooooo… dame… dame… da me…looooo

Pese a tener las verga entera de su húmeda vagina sentí las violentas contracciones de sus músculos vaginales sucediéndose en una cadena ininterrumpida de orgasmos y supe que estaba disfrutando de un múltiple clímax que la llevaba a un paroxismo como quizá nunca había experimentado. Había yo acabado de eyacular abundantes borbotones de semen que aún seguía ella rezumando el néctar de su prolongado placer. Empecé a retirarme para comenzar un lento vaivén, cuando susurró:

-- No, no me la saques… déjame disfrutarla un poco más.

-- Paulina, muchacha, no pienso sacártela hasta que estés completamente satisfecha.

-- ¿De verdad? – preguntó girando la cabeza hacia mi.

La besé en los labios separándoselos con la lengua y me la chupó tan ansiosa como si no acabara de tener un orgasmo múltiple. Ardía de deseo.

-- Ponte encima de mí – le dije

Se lo sacó despacio, como si temiera perderlo montándose a horcajadas sobre el grueso mástil y se lo metió con tanta rapidez que se hizo daño en el útero:

-- ¡Ay, Dios, qué dolor! – exclamó con las facciones contraídas.

-- Ya te dije que fueras despacio.

-- Es que Toni, lo tienes como un caballo.

Alargó la mano para tocarla en la base y volvió a susurrar:

-- Ni siquiera está toda dentro.

-- Si aprietas más volverás a hacerte daño.

Su grupa comenzó un lento vaivén arriba y abajo, sus pecho se apoyaron con fuerza sobre mi pecho y su besos eran cada vez más frenéticos.

Fueron dos horas de joder sin descanso pero, finalmente los dos quedamos satisfechos y solo entonces me acordé de la futura y jovencita Sor Angélica. Sor Paulina se durmió mientras le acariciaba su hermosa grupa con la yema de los dedos y sólo entonces me levanté para visiart de mi hermosísima y jovencita novicia.

 

 

Entre en su habitación, estaba girada del otro lado y miraba pensativa el gran ventanal de puertas correderas italianas. Me miró con sus bellos ojos azules brillantes gomo gemas preciosas y me acosté a su lado

-- Mi vida, ¿por qué me has dejado sola? - preguntó

-- ¿Soy tu vida?

Posó la cabeza sobre mi pecho y me susurró:

-- Mi vida, mi amor, eres… mi todo, Toni. Te quiero, mi amor, te amo... pero tú..

-- Yo qué, cariño? – pregunté

Dudó un momento, antes de preguntar

-- Tú no me quieres ¿verdad?

Le acariciaba con la yema de los dedos su sedoso y corto pelo rubio, y sentía su cálida y pausada respiración sobre mi pecho. La besé suavemente en el cuello y pregunté en un susurro sobre su oído:

-- ¿Ya no quieres ser monja?

-- No soy monja, mi amor, soy novicia aún.

-- ¿Ya no piensas hacer los votos?

-- Me haré monja dentro de tres meses, cuando cumpla los dieciocho años, porque tu…

Le temblaba la voz. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que las lágrimas cayeron sobre mi pecho. No sollozaba, lloraba silenciosamente y, aunque soy bastante escéptico con los sentimientos de las mujeres, sentí un nudo en la garganta. Su brazo, de piel suave como plumón de ave, pasó sobre mi pecho, abrazándome como una niña desamparada. Volví a besarla en el cuello, antes de preguntarle:

-- Yo qué, Angélica?

Tardó un tiempo en contestar, quizá intentado serenar su voz. Repetí la pregunta y al fin susurró:

-- Nunca me querrás.

Sólo con mirar su cuerpo, de una perfección increíble, ya tenía una erección de caballo y ella, en la posición que estaba, necesariamente tenía que verla. No podía imaginar lo que pasaba por su cabecita, pero quería saberlo y pregunté:

-- ¿Y tú como lo sabes?

Otro silencio prolongado antes de murmurar:

-- Ni siquiera deseas gozarme.

¿Qué clase de razonamiento era aquel? Cierto es que, en principio, había pensado reservarla para experimentar con ella el orgasmómetro cuando Carlos me indicara que lo tenía todo preparado. Quizá fuéramos la pareja que batiría el record del placer, pero esto no podía explicárselo a la muchacha. Sin embargo, ahora, por alguna extraña razón mis sentimientos hacia ella habían cambiado de forma tan súbita que no acababa de comprenderlo, igual que ella no comprendía los esfuerzos que yo tenía que realizar para contenerme teniendo su pequeño y esplendoroso cuerpo desnudo a mi lado. ¿Pero cómo explicarle a aquella criatura, más inocente que un pechirrojo, que sentía por ella lo que por ninguna otra mujer había sentido jamás? Si se lo suelto de sopetón quizá no me crea, porque a mi, ya me costaba trabajo creer que aquella niña, que podía muy bien ser mi hija, se me había metido en el corazón de forma tan rápida.

-- Estás muy equivocada, Angélica -- comenté suavemente.

-- ¿Qué quieres decir, Toni?

-- Quiero decir, mi dulce niña, que te quiero y te deseo más que a nada en este mundo.

-- ¿Lo dices en serio? – preguntó, levantándose hacia mi con los ojos cuajados de lágrimas.

-- Muy en serio, Angélica.

Se me echó encima como exhalación para besarme en la boca. ¡Señor qué beso más inocente!

Tenía los labios apretados contra los míos y sus pequeñas manos me acariciaban las mejillas, la dejé hacer, sin abrir la boca. Su rodilla cayó sobre mi erección, pero ni siquiera pareció darse cuenta. Ni siquiera respiraba, me soltó para besarme en los ojos, en la frente en el cuello y de nuevo en los labios con aquel beso de novicia por partida doble. Tuve que calmarla y de nuevo, se abrazó a mí con la cabecita apoyada en mi pecho.

Y en aquella postura, acariciándole el suave pelo rubio, vine en enterarme que estaba con las monjas desde los seis años, cuando sus padres murieron en un accidente de aviación. Las monjas la habían recogido y con ellas había vívido hasta entonces. Como me conozco el percal me dije que tenía que investigar a las monjitas de la Santa Caridad Cristiana que son muy caritativas con el dinero de los demás. Seguramente reservaban a la preciosa Angélica para que la desvirgara el Monseñor de la Diócesis.

Tenía que hablar con mi amigo Carlos, el inventor del Orgasmómetro. Debía hacerlo rápidamente porque el placer que sentía follándome a Sor Angélica parecíame a mi el más intenso que había experimentado en toda mi vida. Follar a Sor Paulina, la verdad, me produjo gran placer, pero estaba seguro que con la jovencita novicia la intensidad de mis orgasmos superaban los diez mil voltios de corriente alterna.

Estuve dentro de ella hasta quedarme seco y la hice disfrutar tantas veces que ya ni me acuedo, nos quedamos dormidos cuando ya clareaba el día.

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