LA MULTIVIRGEN.
Este relato está dedicado a todas aquellas féminas solteras y
menores de 30 años que deseen recuperar su virginidad de la misma forma que la
recuperaba diariamente Hera, la esposa de Zeus, con el que tuvo tres hijos,
Ares, Ilitía y Hebe. Hera, celosa y vengativa y con unas ganas de follar
desmedidas, descubrió unas aguas que tenían la propiedad de regenerar el himen
tantas cuantas veces en ellas se bañara y dado que Zeus sentía predilección por
desflorar vírgenes, ella acabó bañándose todos los días.
Famoso es el episodio de Tiresias, en el que se ve claramente el carácter
vengativo e irascible de la diosa. Enfrascados Zeus y Hera en una discusión
sobre el grado de placer que alcanzaban hombres y mujeres mientras follaban,
recurrieron al adivino Teresias para que mediase entre ellos. Habiendo pasado
parte de su vida como hombre y parte como mujer, se juzgó que él podía explicar
mejor que nadie quien tenía razón, si Zeus, quien afirmaba que las mujeres
gozaban más, o Hera, quien decía que eran los hombres. Tiresias afirmó que si el
placer se valoraba en diez unidades, el hombre obtenía una y la mujer las nueve
restantes. Ofendida Hera le privó de la vista. La diosa Hera, como muchas otras
mujeres, era vengativa en grado sumo y no soportaba que la contradijesen.
Aunque sé bien que parte de la sociedad ya no le da a la virginidad la
importancia que en tiempos pretéritos tuvo, queda otra parte no menos importante
que sigue dándole tanta o más. Es a éstas últimas féminas a quienes dirijo este
escrito ya que yo puedo hacerles recuperar la virginidad perdida. Parecerá
increíble pero es cierto y fácil de demostrar.
Fue por casualidad que descubrí durante unas vacaciones la ubicación de las
aguas de la Fuente de Cánatos en las que se bañaba Hera para regenerar su himen
y ser virgen cada vez que follaba con Zeus quien, como ya he dicho, se pirraba
por los virgos. Las aguas tienen, además, propiedades astringentes y reducen la
vagina y la vulva a su tamaño primigenio, con lo cual la sensación de virginidad
para el hombre al penetrar a la mujer es absoluta, y lo digo por propia
experiencia.
Durante aquellas primeras vacaciones en el Mar Egeo me acompañaba una muchacha,
a la que llamaremos Leticia, con la que follaba tres o cuatro veces todas las
noches. La conocí en una Iglesia y me llamó la atención por lo guapa que era y
lo muy cachonda que estaba. Me la presentaron tras la ceremonia religiosa de la
boda de su hermano mayor y pertenecía a una familia católica practicante de
moral más que conservadora para los tiempos que corren desde hace años.
Pese a que yo le gustaba tanto a ella como ella me gustaba a mi, fue la muchacha
que más tiempo tardé en convencer para que me dejara follarla. Cuando logré
convencerla para que me acompañara a la habitación de un motel de carretera
bastante alejado de la ciudad no me dejó desnudarla, lo hizo ella en el baño y
una vez desnudos en la cama me hizo apagar la luz antes de penetrarla. Tuve que
transigir porque hubiera sido capaz de vestirse y marcharse dejándome más
empalmado que la verga de un velero. Ella y yo formábamos una pareja muy similar
a la de los Príncipes de Asturias. Yo mido un metro noventa y cuatro y ella,
aunque mucho más guapa y muchísimo más cachonda que la princesa, era más o menos
de la estatura de la princesa.
Licenciada en Económicas, muchacha inteligente y culta, sólo me contó una
mentira en todo el tiempo que estuve con ella, más de un año. Me dijo que era
virgen cuando en realidad no lo era. Quizá porque el tamaño de mi verga, más
grande y más gruesa que su antebrazo, le hizo suponer que no me daría cuenta de
que ya estaba estrenada. Como lo que me interesaba era follarla bien follada y
no si era virgen o no lo era, me tragué la bola teniendo buen cuidado de no
suscitar controversias que hubieran dado al traste con mis propósitos.
También me costó más de dos horas convencerla de que me dejara comerle el coño y
sólo después de lamerle la cara interna de sus preciosos muslos y ponerla más
caliente que La Fragua de Vulcano, conseguí que separara los muslos lo
suficiente para comerle todo el coño, muy sabroso y bien hecho por cierto, como
a mí me gustaba. Pero para ella, y según su conservadora moral católica, aquello
sólo era una porquería y una aberración sexual. Por supuesto, después de aquella
declaración, ni se me ocurrió pedirle que me la chupara. Sin embargo, la primera
vez que le comí el coño y le sorbí el clítoris y la vagina, tuvo un orgasmo tan
descomunal que temí que se descoyuntara con las convulsiones del prolongado
clímax, pues estuvo casi un cuarto de hora corriéndose en mi boca.
Por supuesto que la desvirgué, y no una vez si no siete. Las siete noches que
permanecimos en aquel lugar del Mar Egeo. Fue en una de sus numerosas islas,
donde descubrí por casualidad las aguas de la Fuente de Cánatos y no fue ella
quien se dio cuenta de que había recuperado la virginidad, si no yo. Ella sólo
se dio cuenta de que cada noche, después de pasar el día bañándonos en las aguas
de aquella pequeña y hermosa laguna, mi polla le causaba cada vez más daño hasta
el punto de hacerla sangrar, cosa que no lograba entender. Fue entonces cuando
decidí que era hora de regresar a España, para seguir follándola y comiéndole el
sabroso coño hasta que me hartara, y así lo hice.
La casualidad es una de las mayores descubridoras de los secretos que guarda la
Madre Naturaleza y la Historia de la Humanidad. Fue la casualidad quien hizo que
Fleming descubriera la penicilina y Newton la Ley de la Gravedad. Fue por
casualidad que se descubrieron los pergaminos del Mar Muerto, la Piedra Roseta,
la tumba de Tutankamon, las ruinas de la mítica ciudad de Troya, la isla de
Pitcairn, las ruinas de la torre de Babel, los restos de la antiquísima ciudad
de Ur y tantos otros descubrimientos casi imposibles de enumerar que, sin la
casualidad, aún ignoraríamos. Y fue la casualidad quien me llevó a descubrir las
aguas de La Fuente de Cánatos en las que Hera se bañaba para, como ya he dicho,
recuperar la virginidad, tal y como aseguraban los antiguos historiadores
griegos.
Siempre he sido un apasionado de las mujeres y desde que sé que puedo
desvirgarlas aún me calientan y excitan más, siempre y cuando, naturalmente,
sean de mi agrado y sienta pasión por ellas, pasión que es fácil que se desborde
si la mujer es de mi interés y yo del suyo. No me atrae el matrimonio ni civil
ni religioso. Cuando la pasión se acaba, se acaban las ganas de follar y lo
mejor en ese caso es despedirse sin rencores y marcharse cada uno por su lado.
Si he explicado el caso de Leticia es porque ella era una mujer de bandera, como
suele decirse. Fue la muchacha con la que más tiempo y más a gusto jodía.
Estuvimos juntos cerca de año y medio. Después de ella hubo muchas otras a las
que desvirgué en el solitario y hermoso paraje de las aguas de Cánatos, pero
ninguna pasó del año.
A muchas las he conocido por Internet a través de otros foros después de leer
éste escrito. Casi todas concertando una cita a ciegas; la mayoría de las citas
resultaron infructuosas. Las causas no importan. Otras, después de comprobar que
habían recuperado la virginidad, decidieron abandonarme para casarse. Era parte
del trato y por mi parte lo cumplí a rajatabla. Cuando una mujer dice no, es no,
y no hay más que hablar. Lo entiendo porque yo hago lo mismo.
Aunque podría pagar todos los gastos de desplazamientos y estancias no lo hago
porque no deseo que ninguna imagine que soy un primo o un mirlo blanco. Nada de
eso. Todos los gastos son al cincuenta por ciento. No cobro dinero para que
recobren la virginidad tantas veces como deseen, pero sí cobro en carne
desvirgándolas una vez recuperado el himen. Ellas volverán a sentir lo que
sintieron cuando las desvirgaron y yo también.
A la que le interese ya sabe cómo ponerse en contacto conmigo.