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Olfato de perro (4)

en MicroRelatos

DESEO DE MACHO 4

Capítulo IV.

Ella también lo deseaba. Él la alzó, echándola hacia atrás, colocándola sobre la cama. La sentó a horcajadas encima de él, sosteniendo sus muñecas fácilmente encima de su cabeza con una mano. Su otra mano se movió hacia abajo, sobre sus pechos y vientre. Acunando su vagina.

Así que eres una pelirroja natural. Lena escupió saliva indignadamente e intentó alejarlo de sí. Él la sujetó fácilmente.

Me preguntaba de qué color sería — Parecía decírselo a sí mismo más que a ella.

Su voz era tan suave, tan sexy, bailaba por sobre ella como lo hacían sus dedos. La excitaba, como todo lo demás que hacía. Él atrajo sus manos hacia su boca chupando eróticamente cada uno de sus dedos. Lamiendo y mordisqueando las yemas de los dedos hasta que ella casi estuvo gritando de deseo, era tan mágico. Él gruñó, puso sus manos alrededor de su cuello, y se movió hacia delante para robarle un profundo beso, chupando su lengua, usando sus largos dientes para raspar eróticamente sus pezones.

El delicado momento pasó mientras sus manos la acariciaban de nuevo. Él abrió sus piernas fácilmente, acomodándose entre ellas. Las puntas de sus dedos le hicieron cosquillas en su abertura ligeramente, fastidiándola implacablemente. Él se detuvo diabólicamente cuando ella extendió sus piernas aún más y se onduló contra su mano, buscando un toque más profundo. El suave calor de la lengua de él jugó sobre la suya, resbalándose profundamente en su boca. Ella empujó la suya contra él, degustándolo.

Él gimió en su boca, mientras sus dientes vibraban. Sus dedos se hundieron en su abertura, en su calor, y ella contestó cada uno de sus gemidos con uno propio. Él la retiró hacia atrás.

—¿ Estas bastante mojada?— le susurró.

¿ Bastante mojada?¿ Estaba loco?¡ Nunca había estado tan mojada en su vida! Los largos hilos de seda de su pelo hicieron cosquillas sobre ella, ocultándole el rostro cuando él se deslizó por encima de su tembloroso cuerpo. Ella sabía lo que él quería. La asustaba como el infierno, pero al mismo tiempo la aturdía de lujuria. La piel de sus manos parecía tan oscura contra sus muslos cremosos cuando él los extendió de manera increíble para acomodarse. Su oscura cabeza se inclinó hacia abajo, sobre ella.

Lena oyó que él respiraba su aroma profundamente en sus pulmones, temblando ante su terroso apetito. Su boca cubrió su vagina, y su lengua la apuñaló profundamente hasta el corazón. Lena chilló. Se arqueó hacia atrás casi hasta quedar fuera de la cama, las manos de Julián moviéndose hacia sus caderas, fijándola sobre la cama apretándola con fuerza, mientras su boca se movía contra ella.

La longitud larga y pecadora de su lengua se introdujo en ella. Él movió una mano desde sus caderas para tirar de sus labios vaginales, y exponer su clítoris a sus labios. Él la mordisqueó allí, mientras permitía que sus dientes rasparan suavemente contra su carne, contra su piel hinchada. Húmedos sonidos llenaron el cuarto mientras él la chupaba tiernamente con su boca. La humedad inundó su sexo. Su cuerpo tembló y se agitó.

Desvalidamente su cabeza se azotó contra la almohada, sus ojos se cerraron con fuerza e involuntariamente cuando el éxtasis la sofocó. Julián sentía su creciente locura, su escalada hacia la liberación, y usó su lengua con furia contra su clítoris. Dos dedos largos se introdujeron en ella, empalándola. Su dedo pulgar bajó para sondear su ano suavemente. Sus hombros sostenían sus piernas abiertas, abriéndolas cuando ella intentaba cerrarlas espasmódicamente sobre él.

Lena clamó, sus caderas realizaban pequeños círculos pequeños bajo su exigente boca. Él movió su mano dentro de ella, toda la suavidad abandonada. Su lengua dio un golpecito contra su clítoris, presionándolo con fuerza, frotándolo despiadadamente Las paredes de su sexo se apretaron alrededor de su mano, sobresaltándolos a ambos, y ella gritó cuando el clímax la recorrió con una violencia inimaginable. Sus lamentos se mezclaron, uno después del otro, sonando en sus oídos.

Estrellas bailoteaban ante sus ojos, su piel se sentía caliente y e hinchada hasta casi estar cerca de explotar, como si sus mismos huesos pudieran brincar sin su piel Y cuando ella montó la ola exquisita de placer, la boca de Julián y su lengua estaban allí, sorbiendo hasta la última gota del tributo de su cuerpo a la hambrienta demanda. El último de sus temblores la dejó extenuada, desmadejada sobre la cama.

Julián apretó un beso duro en su vagina y se irguió. Mientras él se quitaba su ropa desgreñada, Lena sintió la quemadura hormigueante de la mordedura, permaneciendo allí, como un beso eterno encima de su pecho.

Julián la alzó, tan fácilmente que la hizo sentir ligera como una pluma, luego la cubrió por la espalda con su cuerpo. Agarró una de las almohadas de la cama, levantó las caderas femeninas, y la deslizó bajo ellas, levantándola para que descansara sobre sus rodillas. Un dedo la probó, hundiéndose en su goteante y húmeda vagina, empujando dentro y fuera una, dos, y hasta tres veces. Su cuerpo entero temblaba. Nunca había estado tan desnuda, tan expuesta.

Su cabeza se encontraba presionada contra el colchón, sus caderas arqueadas y alzadas, sus rodillas completamente abiertas. Julián presionó un dedo en su fruncido ano, la humedad de su cuerpo aliviando un poco el camino para su gentil asalto. Él se inclinó hacia ella, lamiendo el lugar donde su dedo la presionaba y ella gimoteó. Su cuerpo despertó con una renovada inundación de necesidad. Un gemido tembló de sus labios cuando él presionó su dedo más profundamente en su interior, luego se retiró, abandonándola. Pero no la privó de su atención mucho tiempo. Julián empujó sus caderas más hacia arriba, moviéndose tras ella. Lena contuvo el aliento, sintiendo el golpeteo de su corazón.

Con una larga y mojada embestida él empujó dentro de ella, enterrando su pene profundamente en su adolorida vagina. Era tan grande, tan grueso. Ella no tenía ni idea de lo grande que era hasta ese mismo momento. Casi la desgarró, estirándola completamente, llenándola y envolviéndola mientras que ella casi lo sentía en la parte de atrás de su garganta. El aliento sollozó en sus pulmones, salvándola de perder el conocimiento en ese mismo momento. Estás tan apretada. No tenía idea de que podría sentirse así — apretó los dientes ferozmente. Su cuerpo se dobló sobre el de ella, su boca atrapando su boca atrapando su hombro.

La posición de sus cuerpos proclamada la dominación de él sobre ella, en una forma que gritaba en alta voz la presencia de su lado animal. La gruesa y caliente longitud de él se movió dentro de ella, lentamente al principio, como si estuviera tratando ser lo más gentil posible. No tendría que haberse molestado. Cualquier incomodidad que su impresionante tamaño pudiera haberle causado no era nada comparado con su necesidad.

Se movió atrás, hacia él, forzándolo a empujar más profundo, más duro. Él aulló contra su piel, sus dientes mordiéndola con más fuerza. Una de sus manos se movió para sostenerle la cabeza, para enredarse en su cabello. Su otro brazo se movió alrededor de ella, sosteniéndola contra él estrechamente mientras aumentaba sus embates; ya no delicados; sus caderas golpeando con las de ella. Lena gimió, pequeños sonidos rotos que tenía la seguridad de que no sonaban a algo que hubiera emitido antes, permitiéndole tomarla.

Su miembro golpeteaba dentro de ella, llegando más y más profundamente. Su boca se sentía como una llama en su hombro, su mano como una tenaza en su cabello. La furia elemental de su apareamiento la atravesó. Su pasión la dominaba y la sometía, a la vez que la ahogaba en una bramante tormenta de exquisito placer.

 

Capítulo V

Las garras del éxtasis rasgaron a través de su carne. Temblaba bajo la fuerza de sus emociones, su cuerpo era de él para lo que ordenara. El grueso peso de él la empalaba una y otra vez, sus caderas trabajando rítmicamente contra ella mientras ella contestaba cada movimiento con uno propio. Lena nunca había sentido esto. No entendía como podía haber perdido tanto su autocontrol. Como podía de ese modo consumida. Y no le importó. La cabeza de Julián se alzó, quedando al lado la suya. Su lengua le lamió la mejilla, su aliento acarició su oído. La cabeza de su pene resbaló fuera y ella jadeó. Él gruñó y movió su mano para acomodarse, hundiéndose en ella otra vez. Su mano estaba húmeda con los jugos de ella cuando la alzó para acariciarle pelo fuera de su cara.

Tan hermosa. Tan perfecta— La última palabra se elevó en un aullido suave y fue un sonido dulce, desnudo en su oído.

Bombeó en ella, aumentando el paso de sus embates, galopando hacia su fin.

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