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Sola

en Confesiones

SOLA 1

Pese a estar en el cuarto piso del inmueble, Mireya oía claramente las piedrecillas y la arena de la playa arrastradas por las olas en su reflujo. Monótonas, sincopadas, monocordes, siempre igual, siempre lo mismo, como si estuvieran milimetradas en el tiempo. La noche, cálida, el balcón, abierto, y las estrellas plateadas brillando en el azul oscuro del firmamento en una noche tranquila, sosegada y ardiente, quizá la culpable de la excitación de su cuerpo en aquel caluroso verano de sus recién cumplidos quince años.

Adormecedor era el sonido de la playa, pero no podía dormir. No, no podía dormir. Lo había intentado cerrando los ojos, procurando no pensar que estaba sola. Incluso se había masturbado esperando que después del orgasmo el sueño acudiría para tranquilizarla, pero no. A su mente sólo acudían las mismas imágenes con las que se había dado placer y el resultado era un nerviosismo mayor.

Abrió los ojos. A la pálida luz de la Luna su mirada se posó en la cama gemela, en la fosforescencia de la luna del armario tan fría como la de Selene, en la mesilla entre las camas y en el balcón abierto. Ni una gota de brisa. Oyó la solitaria campanada que anunciaba la una de la madrugada.

Giró el cuerpo hacia la derecha, con la mano sobre el sexo cálido y húmedo, mirando de nuevo la cama vacía antes de cerrar de nuevo los ojos pensando en el por qué se había acostado en aquella habitación que no era la suya. Quizá el miedo le impedía dormir allí. Sin embargo, se quedó dormida antes de oír al carillón anunciando las dos de la madrugada.

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No siempre se cumplen diecisiete años y Tino lo había celebrado a conciencia. Ya era un hombre hecho y derecho. Más alto y más fuerte que cualquiera de los amigos de su pandilla, incluso más alto que Yago, el mayor de todos. Tan mayor que tenía bigote y se afeitaba todos los días. Aquella noche les demostró quién de todos ellos resistía mejor la bebida. Ni en eso podían ganarle. Por eso era el Jefe, el que decidía qué hacer.

A las cuatro de la madrugada, cuando se despidieron, había superado a Yago en tres cubatas ganando la apuesta. Le había salido gratis la noche. Yago tuvo que rascarse el bolsillo porque también había perdido todas las partidas en la bolera, a los dardos en la discoteca, y en la máquina de bolas le había ganado por treinta mil puntos de diferencia.

La vivienda de cuatro pisos no tenía ascensor. Tino se sorprendió a si mismo en el segundo piso. ¡Caray, estoy borracho como una cuba! ¿Así? ¿De repente? ¿Cómo era posible que haya dos pasamanos juntos moviéndose arriba y abajo? Sacudió la cabeza como un perro al salir del agua. Se bamboleó hacia delante, luego hacia atrás y, finalmente, acabó sentándose en un escalón con la cabeza entre las manos apoyado en la pared. Media hora más tarde se despertó. Cada vez más borracho subió las escaleras casi arrastras. Tuvo que encender el mechero para meter la llave en la cerradura. La luz de la escalera no alumbraba bastante.

 

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Mireya despertó cuando el sol, entrando a raudales por el balcón abierto, le dio en la cara. Poco después, con los ojos cerrados aún, contó las campanadas, ocho. Las ocho de la mañana y ya lucía un sol de justicia. Otro día de calor agobiante. Bajaría a la playa con su nuevo biquini. Veía ya en su mente los ojos de deseo de los hombres al mirarla. Era consciente de que era guapa no muy alta pero muy bien formada, quizá crecería más pero, aunque no fuera así, su cuerpo rotundo, de curvas pronunciadas pese a sus quince años, llamaba la atención del sexo masculino. Ella lo sabía muy bien. No era necesario que su novio, le dijera a cada momento que tenía unas tetas deliciosas, unas piernas esculturales, unos muslos de fábula y un sexo precioso. Ella lo sabía mirándose en el espejo mientras se masturbaba bajo la ducha. Tenía un sexo pequeño y un delta de Venus perfecto.

Antes de entreabrir los ojos supo por qué se había acostado en aquella habitación y, pese a saberlo, quedó sorprendida por la tremenda erección del cuerpo desnudo de su hermano Tino, tumbado en la cama gemela. Habían pasado tres años desde la última vez que la vio, y si entonces ya le pareció grande ahora resultaba descomunal. Más del doble de gruesa y larga que la de su novio. Sintió un ramalazo de placer contemplando el cuerpo desnudo y la congestionada y formidable verga. Parecía el mástil de un pequeño velero, recto y firme como la madera de teca, más grueso y más largo que su antebrazo. Era el pene más grande y grueso de todos los que había visto, incluso por Internet.

Su dedo medio se hundió en la herida acariciando el clítoris suavemente sin perder de vista la inflamada verga. Imaginaba el placer que sentiría la mujer que fuera penetrada por aquella colosal méntula y se imaginaba a si misma siendo penetrada por ella; penetrada despacio, lentamente, hasta que todo el colosal carajo estuviera dentro de su sexo entrando y saliendo lentamente, hundiéndose por completo en ella para ser acariciado por todas las terminaciones nerviosas de su vagina. Con ese pensamiento tuvo el primer orgasmo, pero no por ello dejó de acariciarse ni apartó la mirada del congestionado miembro de roja cabeza carmesí.

 

+++++++++++++++++

Por la misma causa que Mireya despertó Tino, sin embargo, cerró de inmediato los ojos porque la habitación giraba como un tiovivo y tuvo la impresión de que caería de la cama. No obstante, con los ojos casi cerrados en aquel pequeño lapso de tiempo fue suficiente para darse cuenta de que su hermana estaba acostada en la cama gemela. ¿Por qué? No lo sabía pero sentía unas enormes ganas de follarla. No encontró otra razón mejor. El deseo de ser cogerla era inmenso. Tenía muy claro que siempre había sentido una atracción especial por su hermana pequeña aunque, desde la última vez la había cogido, al parecer contra su voluntad, jamás le había permitido volver a tocarla.

Cuando logró que su cerebro detuviera el bailoteo de la habitación, comprobó con los ojos entrecerrados, que Mireya no perdía de vista su erección y que se estaba masturbando. Sin proponérselo, su verga palpitó de deseo contra el vientre, las ganas de volver a disfrutarla como tres años antes, lo impulsaron como un muelle de resorte y rápido como una centella saltó de la cama arrancándole la sábana de un tirón. El camisón en la cintura y la mano en el sexo le dijeron que había acertado en sus suposiciones.

Fue tan rápido que ella no tuvo tiempo de reaccionar cuando ya lo tenía encima. Protestó airadamente, amenazó con gritar y decírselo al padre, revolviéndose como una tigresa bajo el corpachón del hermano. Cuando él le sujetó la cara entre las manos para besarla, ella le mordió la lengua con fuerza, pero no la suficiente para hacerle daño. Él se dejó morder mientras la rígida verga se abría paso, no sin dificultad, en la ya húmeda vagina. Cuando todo el capullo estuvo dentro dejó de morderle la lengua y, poco después, a medida que la gruesa y congestionada barra de carne fue hundiéndose tan lentamente en su sexo como había imaginado que lo haría cuando se masturbaba, comenzó a chupársela cada vez con mayor ansia sintiéndose tan repleta con el enorme falo como jamás lo había estado. Lo de su novio Alberto era una broma comparado con aquella formidable lanza. Tuvo un orgasmo antes de que toda la descomunal verga estuviera enterrada en su vientre.

 

Tino notó el fluido del orgasmo de Mireya bañándole la erección, las contracciones de la vagina sobre su dura carne y oyó el susurro de la muchacha sin poder entender lo que decía. Los vapores del alcohol, aún no disipados, le producían un deseo incontenible, pero al mismo tiempo le impedían eyacular y disfrutarla como hubiera ocurrido cuando, con toda la polla enterrada en la cálida vagina, el capullo rozó el útero produciéndole un placer inaudito. Se detuvo para mirarla.

Tino comprobó que Mireya, con el cuerpo tensado a causa del sublime goce que sentía, la cabeza echada hacia atrás, los ojos semi cerrados y la boca entreabierta mordiéndose ligeramente el labio inferior, aumentó su deseo, pero no por eso apresuró sus vaivenes. Sus facciones le demostraban que tenía todo el aspecto de estar gozando de un placer desmesurado y susurraba algo que él no entendía.

Prestó atención bajando la cabeza hasta casi rozar con el oído los hermosos labios de su hermana y sólo entonces entendió que repetía una y otra vez…¡ que delicia…que delicia… que delicia… y se dispuso a complacerla siguiendo con el lento vaivén que pronto reventó en otro orgasmo de la muchacha mucho mayor que el anterior y entonces se enterró en ella hasta las bolas.

La fuerza del orgasmo de Mireya fue de tal intensidad que, a no tener Tino la polla tan grande y tan rígida, las fuertes contracciones de la vagina le hubieran expulsado la verga de su cálido estuche. Él estaba deseando correrse, pero pese al intenso placer que sentía, la eyaculación no llegaba. Tino alcanzaba casi el punto álgido, pero antes de traspasar la frontera del orgasmo, algo lo detenía impidiéndole correrse. Indudablemente, pensó, aquello era debido a la cantidad de alcohol ingerido que su cuerpo no había podido asimilar aún, quizá debido a las pocas horas dormidas. Pero eso en vez de molestarle le complació más, así podría follarla hasta saciarla de placer. Nada le producía más gusto que sentirse dentro de aquel sexo tan estrecho.

Después del último y profundo orgasmo, Mireya, respirando a bocanadas, abrió los ojos. Los dos se miraron en silencio durante unos segundos. Ella vio el deseo en los ojos del hermano y le dejó hacer. Se preguntaba si se había contenido para verla disfrutar y aquel pensamiento la complació. De nuevo la besó en los labios y le correspondió chupándole la lengua como él se la chupaba a ella. Nunca nadie la había hecho gozar tan intensa y profundamente y parecía dispuesto a continuar haciéndola correr. Ella deseaba que continuara, pero no quería demostrárselo.

Cuando, con la polla encajada en su vientre hasta la raíz, agachó la cabeza para succionarle un pezón pasándole la lengua plana durante la caricia, notó como vibraba su cuerpo casi instantáneamente y le acarició el pelo mordisqueándole la oreja. Se preguntaba si sería capaz de llevarla de nuevo a un orgasmo tan profundo y celestial como el que acababa de disfrutar. Ni siquiera su novio había logrado nunca con la boca producirle un orgasmo tan intenso y tan prolongado.

Siguió con los ojos cerrados dejándole hacer. De pronto se sintió desilusionada y enfurecida cuando el se la sacó. Se encontró tan defraudada que estuvo a punto de darle un rodilazo en los huevos. Se contuvo cuando notó su lengua lamiéndole el cuello, el hombro y bajando hacia sus pechos. Se entretuvo en los pezones enroscando la lengua y succionándolos. Siguió bajando y lamiendo todo su cuerpo como un gato lamería un plato de leche y pese a su frenesí y deseo se mantuvo inmóvil con los dedos arando el espeso y fuerte pelo negro de la cabeza que descendía hacia su estuche sin dejar de lamer ni un solo rincón de su cuerpo.

La estaba martirizando de deseo pero no deseaba que se diera cuenta de su frenesí, y controlaba sus deseos en espera de lo que imaginaba. Su sexo estaba sediento de la caricia de su boca y para cuando sus labios llegaron, abriendo la congestionada vulva con la lengua para chupar la carne rosada y húmeda, tuvo que contenerse para no separar los muslos y levantar las caderas en un deseo de ofrecerse a la caricia abierta como un compás.

Pero él también abandonó aquella caricia para lamerle las ingles entre la vulva y el muslo por uno y otro lado. Lamió lentamente la parte interna de un muslo hasta la rodilla, pasó al otro y lo lamió con la misma lentitud desesperante hasta llegar de nuevo a la ingle y entonces fue él quien le separó los muslos para abrirle con los dedos los congestionados labios de la vulva y lamerla con fuertes lengüetazos de abajo arriba y de arriba abajo, chupando su clítoris hasta que su vientre comenzó a vibrar como las ondas sonoras de un gong golpeado con fuerza.

Fue en ese momento cuando él bajó la boca hasta la vagina abriéndola metiendo sus labios en ella para sorberle su miel con la fuerza de una ventosa. Notó como se deslizaba su licor rápidamente hacia su lengua y siguió sorbiendo mientras ella aullaba de placer incapaz ya de contenerse durante más tiempo, apretando su cabeza contra su sexo mientras levantaba sus nalgas ofreciéndose como una flor ente el calor del sol mañanero. Gritaba de gozo, sin importarle si los vecinos oían sus aullidos de placer porque había perdido el mundo de vista.

Cuando regresó de su viaje sideral él la seguía mamando con mayor ansia aún, con un deseo incontenible de ella que casi la molestó. Pero se dejó hacer notando como el enorme glande de su gigantesco falo palpitaba una y otra vez sobre el final de su muslo. Ahora se entretenía en sorber y lamer su clítoris, dándole suaves golpecitos con la lengua que rebotaban en su cerebro como las notas de un piano rebotan en la bóveda acústica de una sala de conciertos.

Para Tino la suave mata de negros rizos le pareció seda caliente, una seda viva en sus manos. No podía despegar sus labios de él. Era también una tortura. Su pene nunca había estado tan duro y le dolía. Su cuerpo nunca había tenido esta fiebre, este asaltado puro, esta lujuria abrasadora. Quería hacer el amor con ella. No. Quería follarla. Enterrar su pene hasta que su corazón gritara al cielo por el orgasmo que le provocaría una y otra vez.

Quería correrse dentro de ella durante horas, acariciar su húmedo calor mil veces antes de encontrar su propia liberación. Quería abrazarla ya casi inconsciente, completamente saciada por el placer que le ofrecía, sabiendo que sólo él podría dárselo…. él, su boca y su sexo. Ella nunca tendría lo que él podía darle.

Las lozanas curvas eran increíblemente femeninas. Pechos medianos, suaves, vientre redondeado, y amplias caderas que amortiguarían sus empujes más poderosos, lo hicieron pensar nada más que en el sexo, sexo y más sexo. Y siguió comiéndola hasta notar que su vientre volvía a vibrar y de nuevo alcanzó su vagina tapándola con su boca para sorber su zumo que era para él como un potente afrodisíaco. La sintió arquearse como una ballesta, aullando de nuevo de placer con la cabeza completamente descolgada de la cama y el cuerpo estremeciéndose con sus manos engarfiadas en su cabeza oprimiéndolo contra el pequeño y sabroso sexo que lo enloquecía.

Quería darle tanto placer para que nunca más sintiera necesidad de otro hombre. Saciarla de él con clímax cada vez más poderosos. Si, ahora lo sabía, ella era la mujer que siempre había deseado y buscado en las otras. Y siguió comiéndola suavemente allí donde sabía que más pronto que tarde lograría hacerla aullar de nuevo lujuriosamente.

Él respiró profundamente, como si estuviese impregnando sus pulmones con el perfume de la esencia de ella. Las ventanas de su nariz aleteando, sus ojos destellando, parecía más animal que hombre. Aquello la enervó, pero pese a ello su corazón comenzó a agitarse con energía debido a la excitación. Tino era el hombre más peligroso y atractivo que alguna vez había conocido, y ella lo amaba, quizá, se dijo, lo había amado siempre sin saberlo.

Él la conmocionaba, la hacía sentir cosas maravillosas. No podía imaginar cómo había podido vivir aquellos tres años sin saber que lo amaba desde la primera vez que la desfloró. Lo deseaba. Repetidamente, desesperadamente, tenía que tenerlo.

Recostándose contra él, Mireya presionó sus labios contra los suyos, y lo oyó emitir un sonido que mas pareció un quejido antes de apretarla contra él. Se volvió salvaje, desgarrando su camisón y gruñendo con la misma hambre desesperada que ella sentía. Con asombrosa fuerza la levantó para ponerla junto a la ventana. La hizo girar de espaldas a él, poniéndose detrás de ella. Ella se quedó allí inclinada sobre el alféizar de la ventana, bajo la luz del sol , sintiendo una lujuria bestial que la envolvía.

Tino mordió su cuello, y ella gimió. Con manos ásperas la jaló hacia atrás, contra él, y ella sintió su carne desnuda presionando apretadamente contra ella. La piel de Tino se calentó, ardiendo detrás de ella como un fuego rugiente. La inclinó hacia delante y empujó completamente dentro de ella, sus pelotas chocando contra ella mientras se deslizaba en su interior.

Ella se quedó sin aliento. No dolorida, como había esperado, pero sí envuelta en un éxtasis abrumador. Su sexo estaba absolutamente repleto con la verga de él, y el ángulo en el cual la penetraba lo ponía en contacto con todos los lugares secretos, placenteros y maravillosos en su interior. El placer y el dolor la mareaban, sus manos, su boca y sus dientes estaban en todos los lugares que podían alcanzar, su verga tan profundamente en su interior que ella sintió de pronto como si se hubiera dividido en dos. Un gemido agudo y animal sonó repetidas veces, y Mireya se percató que el sonido salía de sus propios labios.

— ¡ Ooooh, Ooooooh, Dios, Sí! No te detengas! — gritó una y otra vez.

—¿ Quién te posee, en corazón y alma?¿ A quién perteneces?— demandó él.

— A ti, te pertenezco.¡ Sólo a ti!— juró ella, en medio de gritos desmadejados. Sus cuerpos chocaban audiblemente, el sudor cubriéndolos con un fino brillo.

— Córrete para mí— ordenó él. — Ven, córrete para mí. Ahora.

Ella lo hizo. Inmediatamente luego de oír sus palabras, su vagina se apretó con la fuerza de un puño alrededor de él y él empujó aún más furiosamente. Ella empezó a gemir, gritando mientras su cuerpo pulsaba y se estremecía. El orgasmo fue explosivo, intenso y absorbente. Cuando ella se hubo calmado se percató de que Tino estaba lejos de ella. Él cayó de rodillas delante de ella y enterró su boca en ella. Lamió y chupó y de nuevo ordenó él.

Córrete para mí— ordenó él. — Ven, córrete para mí otra vez. Ahora.

Ella lo hizo. Inmediatamente luego de oír sus palabras, su vagina se apretó con la fuerza de un lengua alrededor de él y él empujó aún más furiosamente. Ella empezó a gemir, casi gritando mientras su cuerpo pulsaba y se estremecía. El orgasmo fue explosivo, intenso y absorbente. Cuando ella se hubo calmado se percató de que Tino estaba lejos de ella.

Él cayó de rodillas delante de ella y enterró su boca en ella. Lamió y chupó y le hizo el amor con su lengua hasta que ella se corrió otra vez. Las piernas temblando, totalmente agotada y sin capacidad de discernimiento después de la violencia de sus orgasmos, todo lo que Mireya podía hacer era gemir y apretarse contra él mientras Tino yacía en el suelo.

Él la levantó y la montó encima de él. Su grueso eje la llenó por completo, alcanzando su útero.

-- Móntame— gruñó Tino. Con sus manos rodeándola su estrecha cintura con fuerza, ella le rodeó, moviéndose encima de él ansiosamente. Increíblemente él se puso aún más duro mientras ella ondulaba sobre él.

Él volvió su cara hacia la luna del espejo, sus ojos destellando hacia los de ella iluminados con un brillo plateado. Sus dientes relucieron, viéndose de pronto afilados y extraños junto a sus sensuales labios. Él gimió y gimió bajo ella, sus caderas presionando contra las de ella, sus manos firmemente asentadas en la carne de las caderas de Mireya.

Repentinamente él se puso tenso bajo ella, su cabeza cayó hacia atrás. El orgasmo de Mireya tembló a través de ella justo un segundo antes de que su esperma inundara su matriz.

— Nunca me dejarás. Ni ahora, ni nunca, Júralo – urgió él cuando el primer borbotón golpeó con fuerza su útero.

-- Nunca, nunca te dejaré, te lo jurooooo… - gritó a pleno pulmón notando los fuertes borbotones golpeaban contra la profundidad de su carne uno tras otro de forma asombrosa, exquisitamente dulce y prolongada.

Quedó desmadejada sobre el musculoso cuerpo del muchacho. Fueron calmándose. Ella preguntó suavemente a su oído:

--¿Qué haremos cuando regresen?

-- Primero tienes que romper con Alberto, ahora mismo.

-- Pero ¿cómo?

-- Por teléfono, vete. Ahora mismo. Vamos, ¡YA! – grito furioso.

Y ella, desnuda, chorreando semen por los muslos, obedeció de inmediato al verlo tan enfadado.

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