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Crónica de la ciudad sin ley (6)

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La presentadora de las puntiagudas tetas, continuaba repasando los papeles que tenía sobre los muslos completamente separados dejándole ver al doctor Paniagua aquella negrura de la tanga con el brochazo rojo estampado tan semejante a una vulva abierta. Parecía no darse cuenta de los desorbitados y famélicos ojos con que la miraba el doctor ni de sus agónicos sudores.

Con un movimiento rápido de su cabeza y los dedos de la mano acondicionó su larga melena sobe la oreja izquierda, levantó la vista de los papeles y con su bien modula voz comentó sonriendo:

-- Sólo nos queda advertir que, en estos comentarios, el teleespectador no encontrará jamás otra cosa que la exposición verídica de la cruda realidad. Convencidos de que ésta supera con mucho a la imaginación más delirante, nunca nos atreveríamos a inventar noticias como las que comentamos. De hecho, la abundancia de material verídico nos abruma, obligándonos a pasar por alto fechorías muy bien planteadas y realizadas, que bien merecerían un comentario. Los espectadores están en su derecho de llamarnos la atención por dichas omisiones, y nosotros agradeceremos la intervención, procurando subsanar el fallo con la mayor prontitud posible. Así que, dígame doctor Paniagua:

-- ¿Cuál es en el fondo el motivo de tanta violencia contra las mujeres?

De nuevo carraspeó el doctor estirando el cuello, el rostro rojo como una amapola, sudoroso hasta parecer recién duchado, aunque sin apartar la vista de la entrepierna que tan generosamente le mostraba la presentadora que tuvo que advertirle por cuarta vez:

-- Mire a la cámara, por favor, doctor:

-- ¿Qué cámara? ¡Ah, si perdone! Ahora voy a mirarla. Pero a ver, ¿por donde Iba? Ah, Ya recuerdo. Pues verán ustedes: Todo en este mundo tiene dos caras. El asesinato, por ejemplo, puede verse por su lado moral o puede verse desde el punto de vista estético, como lo llaman los alemanes, es decir, en relación con el buen gusto.

-- Doctor Paniagua – cortó la presentadora – ¿Nos está usted diciendo que existe belleza en el asesinato?

El doctor Paniagua volvió a mirar el abultado montecillo que se apreciaba bajo la tanga pintarrajeada, tragó saliva una vez más y comentó como en trance:

-- A mi me parece precioso aunque esté tapado.

-- Pero ¿De que está hablando, doctor? – sonrió meliflua de cara a la cámara.

-- Pues de la visión… quiero decir…vamos a ver…

-- Por favor, doctor, le ruego que mire a la cámara

-- ¿Qué cámara? ¡Ah, si, claro!, perdone, señorita Fanny Hill, pues verán ustedes: La gente empieza a darse cuenta de que en la composición de un bello crimen intervienen algo más que dos imbéciles, uno que mata y otro que es asesinado, un cuchillo, una bolsa y una callejuela oscura. Un designio, señores, la agrupación de las figuras, luz y sombra, poesía, sentimiento, se consideran ahora indispensables para intentos de esta naturaleza.

-- ¡Pero oiga…!

-- No me interrumpa o le arranco la tanga, porque no hay derecho a que me haga mirar tanto a la cámara cuando hay visiones mucho más agradables… pero, en fin, sigamos permítanme que diga una palabra o dos a ciertos pedantes que se atreven a hablar de nuestra Sociedad como si en su tendencia hubiera algo inmoral. ¡Inmoral! ¡Dios me bendiga, señores! ¿Qué es lo que esa gente quiere dar a entender? Estoy y estaré siempre a favor de la moral y de la virtud y de todo eso, y afirmo y afirmaré siempre, haya tanga o no haya tanga…

-- Por favor Doctor ¿De que tanga está hablado?

-- ¡Coño!, ¿De cuál voy a hablar? De la suya, joder, pero como usted me obliga a mirar a la cámara tengo que hablar empalmado y eso los espectadores masculinos comprenden perfectamente que es muy difícil por no decir imposible sin sentir la necesidad de cometer una violación porque el asesinato es una forma de actuar impropia, altamente inadecuada, y no me importa decir que todo hombre que interviene en un asesinato tiene un modo de pensar muy incorrecto y unos principios muy erróneos. Pues si un hombre se deja tentar por una tanga como la suya que esconde un coño que para si lo quisiera Sharon Stone llegará al asesinato sin remisión y después

-- ¿Nos está usted diciendo que por culpa de una tanga se puede cometer una violación seguida de un asesinato? – preguntó la muy cachonda de la presentadora con mirada de gata separando un poco más los muslos para acomodarse mejor en la butaca.

-- ¿Pero es que se cree usted que estoy sudando la gota por culpa del aire acondicionado? Pues se equivoca, por eso digo que después de la violación tiene que asesinar y piensa que el robo no tiene importancia y robará tanga, y del robo pasa a la bebida y volverá a por otra tanga que tapara otro coñito delicioso y a no respetar los sábados, domingo ni festivos, y de esto pasa a la negligencia de los modales y viola muy chapuceramente y de cualquier manera porque, al no respetar los días festivos se le acumula el trabajo y abandonará sus deberes de ciudadano. Una vez empezada esta marcha cuesta abajo, no se sabe nunca dónde hay que pararse, aunque normalmente se detengan un buen rato en lo que hay bajo la tanga. Muchos hombres han iniciado su ruina al cometer un asesinato de un tipo u otro según como les haya ido durante la violación, que en ese momento creyeron que no tenía la menor importancia, por que al fin y al cabo…

 

 

*******

-- Pero ¿Quién eres y cómo sabes todo eso de mí? – pregunto entre gemidos Carla, subiendo y bajando las nalgas sobre la gran verga que la penetraba.

-- Pero ¿Ya no te acuerdas quién te desvirgó, mala puta? – preguntó el gigante sofocando el grito de la mujer cuando la verga golpeo el útero, al penetrarla con un fuerte golpe de caderas hasta la raíz.

Lágrimas de dolor rodaron por sus mejillas a causa del dolor. Se retorcía entre los brazos del gigante intentando escapar de la verga que le presionaba la matriz como un tornillo mecánico. Le sacó la enorme verga un par de centímetros del coño, sujetándola con un musculoso brazo por la cintura, mientras su otra mano le tapaba la boca dejando en las mejillas de la mujer las señales blancas de sus zarpas de oso y comenzó a follarla despacio sin cambiar de posición. Cuando fue amainando el dolor, ella negó con la cabeza, advirtiéndole que no gritaría. Antes de separar su mano de la boca femenina, la conminó:

-- No grites, zorra, porque si despiertas a la niña te estrangulo

Ella volvió a negar con la cabeza mientras la verga entraba y salía de su coño lentamente y su clítoris se excitaba al rozar con la base de la gruesa y berroqueña barra de carne. Se enardecía por momentos notando el placer que le originaba la fenomenal dilatación vaginal que le gruesa polla le producía; nunca se había sentido tan repleta de un hombre como con el gigantesco Leo. Suspiró de gozo rodeándole el cuello con los brazos mientras sus tetas se aplastaban clavándole los duros pezones contra el amplio tórax masculino antes de preguntar:

--¿Por qué me odias tanto?

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