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Despacito, cariño, muy despacito (4)

en Grandes Relatos

DESPACITO, CARIÑO, MUY DESPACITO 4

Capítulo cuarto



Charly Wilmer.

Megan bajó al piso 51. Una planta de 860 metros de los que la mitad estaba ocupada por el departamento de Compras y separada de la siguiente por una mampara de ladrillos a cara vista barnizados con los colores de la Chrysler. La puerta que comunicaba los dos departamentos, de pino de Oregón a cuarterones, tenía la llave colgada en la cerradura. La abrió, cerrando de nuevo por dentro.

Recorrió todos los despachos escogiendo para ella el de los grandes ventanales, casi el mismo en el que se había entrevistado con Director General.

Sentada en el gran sillón de la mesa levantó el teléfono para llamar al piso 36. Oyó la voz de Charly preguntando:

¿Diga?
- Sube al piso 51 en el ascensor 4. Te espero.

- ¿Ahora mismo?

- Si, ahora mismo. Haz lo que te digo y rápido, por favor.

- Sí, señor, ahora voy.

Ella sonrió ante la astucia del muchacho. Sabía por el chico era uno de los hijos de Charles Wilmer Senior, accionista y delegado de la empresa en el Consejo de Administración, aunque le había rogado que no lo divulgara y ella comprendió que al muchacho no le agradaba que lo tomaran por un enchufado. Sabía que aquel joven gigante no sería nunca para ella pero, de momento, se conformaba con tenerlo bajo su dominio y, algún día, su grandioso pene dentro de ella. El tiempo diría lo que podía salir de aquella relación.

Por enésima vez se preguntó si sus ansias de sentir dentro de ella la descomunal verga del joven sería la verdadera causa de su interés por él. No, ella sabía que entre ella y él había algo más que el puro deseo físico de follar La sacó de sus meditaciones las pisadas del Charly por el pasillo y se levantó para recibirlo.

Se encontraron en el pasillo y ella tuvo que contenerse para no correr a su encuentro y lanzarse en sus brazos. Suponía que el muchacho sentía lo mismo que ella, pero se contenía porque, pese a su corpachón de hombre no dejaba de ser todavía poco más que un niño tímido pese a tener casi su misma edad y aquello aún la hizo sentirse más feliz. Que él se mostrara tan temeroso y respetuoso con ella le producía la sensación de tener mariposas en el estómago.

-- ¿Qué ha pasado, Megan? – preguntó ansioso

-- No te lo vas a creer.

- De ti me creeré cualquier cosa que me digas, Megan, lo sabes muy bien.

- ¿Y eso por qué? – preguntó interesada en la respuesta.

- Eso también lo sabes, Megan.

- No, no lo sé, pero quiero saberlo.

Tuvo que contener las ganas de reírse al ver su nerviosismo, metiéndose las manos en los bolsillos para disimular su turbación.

- Vamos, Charly, dímelo.

- Eres una mujer casada, Megan y no tengo derecho…

-- Déjate de chorradas, Charly, y dímelo.

- Bueno, yo… es que no sé cómo explicártelo.

- ¿Explicarme qué?

- ¡Oh, Megan, por favor…!

- Dímelo, Charly.

-Tú ya sabes que estoy enamorado de ti. ¿Verdad que lo sabes?

- ¿Desde cuándo?

- Desde el mismo día que te vi cuando vine con mi padre a visitar la empresa. Por eso le pedí que me diera un empleo en tu departamento.

- Pero si llevas aquí dos años, corazón, ¿Por qué nunca me has dicho nada?

- No me he atrevido y además estás casada, pero estoy enamorado de ti como un cadete.

- Pues lo has disimulado muy bien, cariño.

-¿Yo soy tu cariño? – preguntó con cara de asombro.

- Si, y además eres tonto de remate si no te has dado cuenta de que yo también estoy enamorada de ti – respondió sin saber a ciencia cierta si le mentía o no.

La tomó entre sus brazos con tanta fuerza que a poco más la espachurra entes de besarla con las ansias de un loco. Ella notó contra su vientre la gigantesca erección mientras él la besaba enroscando su lengua con la suya con el frenesí del enamorado que no puede saciarse de la mujer que ama y desea.

- Megan, amor mío, nunca sabrás cuantas veces soñé con que algún día llegara este momento, pero me parecía tan imposible como alcanzar la Luna con las manos.

- Pues el momento ya ha llegado, mi amor. Anda, déjame en el suelo y vamos al trabajo que hay mucho que hacer y muy urgente. Tendremos que efectuar un buen montón de horas para que esto funcione dentro de ocho días. Quiero que seas mi secretario particular ¿Te apetece el puesto?

- Ya lo creo, mi amor.

- Pues empecemos, siéntate en mi sillón y saca un Dietario; debe haber en alguno de los cajones. Empezaremos por anotar al personal que traeremos de la sección de Contabilidad, las computadoras que necesitaremos, la lista de Concesionarios y las directrices que les impartiremos a partir de ahora.

Durante una hora trabajaron a un ritmo frenético y hubieran continuado si a ella no se le ocurre dejar de pasear por el despacho y sentarse en sus rodillas.

Cuando sintió el tremendo falo creciendo bajo sus nalgas y la mano de Charly acariciándole la cara interna de los muslos hasta los gordezuelos labios de su depilada vulva que estrujó suavemente entre sus poderosos dedos, creyó morirse de placer. Mientras ella le desabrochaba el cinturón y le bajaba la cremallera, el deslizó las braguitas por sus muslos y sus piernas hasta quitárselas.

Cuando logró sacar la gigantesca verga de su encierro se dio cuenta de que no podía abarcarla entera con la mano; poco más de la mitad podía rodear a pesar de tener unos dedos largos, elegantes y delicados. Se sentía, y con razón, muy orgullosa de sus aristocráticas manos. Tuvo que emplear las dos manos para poder abarcarla y, entonces, estiró del prepucio para dejar al descubierto el enorme y congestionado glande de un color rojo amoratado, de piel fina y suave como plumón de ave y con la forma y el tamaño de un peruco.

Supo que aquella verga medía algo más de treinta y cinco centímetros de largo porque cuando alcanzó la base con los dedos la punta del glande pasaba más arriba de su codo y sabia que su antebrazo media catorce pulgadas.

Lo mordió en los labios cuando su dedo medio se introdujo en su húmeda vagina hasta los nudillos mientras el pulgar le masajeaba el clítoris. Mientras ella recorría de arriba abajo la gigantesca erección mirándola enfebrecida murmuró sobre sus labios:

- Me vas a partir en dos con tu grandioso pene, corazón. Tendrás que metérmela despacito, cariño, muy despacito.

-- Haré como tú quieras, mi amor – murmuró mientras la punta de su berroqueño glande le dilataba la vagina al introducirla un par de centímetros. Siguió metiéndosela milímetro a milímetro hasta que todo el inflamado glande quedó aprisionado en su ansiosa góndola tan trincado, como si lo apretaran con un torniquete.

Pero de pronto ella, cuando estaba a punto de correrse se levantó, separándose y él, con ojos sorprendidos y la verga rígida asomando sobre el tablero de la mesa le preguntó:

- ¿Qué pasa, Meggy?

- No quiero que sea así. Quiero que sea esta noche y en la cama, como si fuéramos marido y mujer. Con esa verga de caballo vas a desvirgarme por segunda vez y por eso quiero que sea como debe ser, como lo que somos: Dos enamorados. ¿Entiendes?

- Si corazón, lo entiendo, pero voy a tener todo el día un dolor de testículos tremendo.

- Yo te deseo tanto como tú a mí y me aguanto, así que tú tendrás que aguantarte también. Eso nos mantendrá más despiertos y activos. Créeme, ¿De acuerdo?

- Lo que tú digas, mi vida – respondió guardándose con dificultad la terrorífica erección

– ¿Esta noche no irás a dormir a casa?

- Por supuesto que no.

- ¿Y qué dirá tu marido?

- Eso no es asunto tuyo, pero te aclararé por esta sola vez, que entenderá que el nuevo trabajo que debo desarrollar en tan poco tiempo, me absorberá todo el de que dispongo. ¿Lo entiendes o te lo explico mejor?

- Si, lo entiendo, Meggy, pero no te enfades conmigo; no lo soporto.

- No estoy enfadada, mi niño, sólo quiero que te comportes como yo deseo.

- Lo haré, Meg, te lo prometo.

- Entonces vete abajo e indícales a todos los que hemos escogido que tienen que subir inmediatamente con sus bártulos. No subas sin que te acompañen todos.

- ¿Y qué dirá mister Plummber?

- No te preocupes por eso, ya he hablado con el jefe del Departamento.

Mientras él salía a cumplir las órdenes de Megan, su puso las braguitas esperando que Charly no se hubiera dado cuenta de la humedad de la entrepierna. Luego llamó a su marido explicándole la situación sin olvidarse de comentarle que ya no necesitaría coger el elevado para dirigirse al trabajo. Ella dispondría de un Chrysler Cougar de la empresa como si fuera suyo y por lo tanto el escarabajo rojo pasaba a sus manos, por lo menos, de momento.

Esto pareció calmar un poco el malestar de David al saber que durante ocho días su mujer sólo estaría en casa unos minutos durante el día para cambiarse de ropa. El rápido ascenso de su mujer no le sorprendió, sabía que era mucho más inteligente que él y que tarde o temprano recibiría su recompensa. No pensó ni por un momento que aquel día ya le había salido medio cuerno y que el otro uno y medio le saldrían aquella misma noche.


 

Capítulo cuarto:


La segunda noche de Bodas de Megan Sleither.


Once horas seguidas trabajó el personal que había seleccionado Megan Sleither para su nuevo departamento de ventas. Tan sólo lo interrumpieron una hora para comer todos juntos en el mismo departamento de la Chrysler; comida china e italiana servida por un restaurante cercano, después, todos ellos felicitaron a su nueva jefa por el ascenso y discutieron sobre lo que cada uno de ellos tenía encomendado.

En total, contando a Megan y a Charly, eran doce personas la mayor de las cuales, Andy Reihard, tenía 34 años. Este quedó encargado de la supervisión y tramitación de las peticiones y sugerencias de todos los concesionarios de la nación.

Aunque Andy tenía unas ganas locas de tirarse a su jefa desde hacía un montón de años, supo disimular su deseo enmascarándolo con una pareja con la cual, si bien no estaba casado, se entendían muy bien a la hora de follar. Pero el deseo que sentía por su nueva jefa no había disminuido sino al contrario, cuanto más follaba a su pareja pensando en Megan más deseo tenía de su cuerpo y de su coño.

La más joven del grupo, Laura Dwbrosky, dieciocho años, un cuerpo de starlett hollywoodense y unas facciones perfectas y hermosas con un aire de infantil inocencia que la hacían encantadora pero que no se compaginaba para nada con su disposición a abrirse de piernas ante cualquier hombre que le gustara. Para ella tenía Megan escondido en el fondo de su mente un papel decisorio en su matrimonio, aunque, de momento, ni ella misma lo sabía. Para cuando lo averiguó, ya Charly le había dilatado la vagina más allá de lo que nunca hubiera imaginado.

La hacía disfrutar orgasmo tras orgasmo de forma salvaje, dejándola exhausta pero deseosa de sentir a todas horas dentro de ella su maravillosa verga.

Desde las seis y media de la mañana, hora de entrada del turno de Megan, hasta las seis y media de la tarde, las doce personas del nuevo departamento de ventas habían trabajado sin descanso. Casi anochecía cuando dejaron el trabajo. Charly se despidió antes que Megan. Sabía lo que tenía que hacer y emprendió el camino del Motel Cuatro Doses solicitando por el teléfono del automóvil un apartamento doble desde el que no se sintiera el ruido del tráfico de la autopista.

Le dieron el número 24, el último de una fila de seis de la cuarta fila de apartamentos, uno de los más caros y más espaciosos del motel. Dio el nombre de Charly Stravos y una vez en posesión del número de apartamento, telefoneó a Megan para indicárselo.

Después de recoger la llave en recepción, le preguntó al recepcionista si tenían servicio de habitaciones. El empleado del motel le aseguró que tenían servicio de habitaciones toda la noche, que la carta con los platos de cocina la encontraría encima de la nevera, así como el mando de la televisión

Cerró su Cougar en el garaje, bajando la puerta automática antes de entrar en el lujoso apartamento, y se dispuso a esperar encendiendo la televisión. De pensar que podría tener a Megan desnuda aquella noche entre sus brazos y que podría follarla a placer, su erección se disparó con una potencia aún mayor que la que tuvo durante todo el día después de meterle todo el capullo dentro de su precioso coñito.

No le gustaba que hubiera secretos entre los dos y él tenía uno que debería explicárselo pero, de momento, creyó oportuno esperar a la ocasión propicia para decírselo.

Megan llegó diez minutos más tarde, dio la vuelta al apartamento y cuando él oyó cerrarse la puerta del segundo garaje, salió a recibirla ansioso por tenerla entre los brazos. Se miraron sonrientes y ella sin poder contenerse, se abrazó al corpachón del gigantesco Charly que de nuevo tuvo que inclinarse para besarla pese a que ella, con sus zapatos de tacón de aguja le llegaba casi al hombro. La levantó como si fuera una pluma y con ella en los brazos se dejó caer de espaldas en la amplia cama de matrimonio con ella encima. Megan notó de inmediato la terrible erección del muchacho aprisionada entre sus vientres y se besaron de nuevo con el ansia feroz del deseo.

-- Suéltame, mi amor, tengo que ducharme.

-- ¿Puedo ducharme contigo? – preguntó sofocado y rojo como una guindilla.

-- Claro, ¿por qué no? – respondió poniéndose en pié esperado su reacción.

Ella levantó la cabeza para mirarlo cuando se puso de pie con los brazos alrededor de su estrecha cintura. También él la miraba pero sin atreverse a tocarla pese a tener las aletas de la nariz dilatadas por el ansia de penetrarla. Ella preguntó:

-¿A qué esperas?

- ¿Para qué? – inquirió inocentemente.

- ¡Por Dios, Charly! ¿No querrás que nos duchemos vestidos?

-- ¡Oh no, mi vida, claro que no!

- Entonces, ¿qué esperas para desnudarme?

- ¡Ah, claro! Pero es que yo… - se detuvo el muchacho sin saber cómo continuar.

- Pero Charly, cariño, ¿es que nunca has desnudado a una mujer?

- No…bueno… si… - se detuvo confuso – en realidad… no. Megan yo no he estado nunca con una mujer.

Megan lo miró asombrada y con la boca abierta. ¿Había oído bien? ¡No era posible! Un gigante de metro noventa, atlético, atractivo como para comérselo, con suficiente dinero como para poder comprar la mujer que más le apeteciera, acababa de decirle que a los veintitrés años aún no había follado con una mujer. ¿Y las chicas del Instituto, las de la Facultad más tarde, ninguna se habían trajinado a aquel bombón? ¡No era posible! Allí había algo que no funcionaba. Aquella misma mañana había tenido dentro de su coño el gigantesco capullo de su tremenda verga. Tenía que aclararlo y lo tomó de la mano.

-- Cariño mío, sentémonos en el sofá. Tienes que explicarme cómo es posible que a tu edad, y con tu físico, no hayas tenido detrás de ti a todas las universitarias de la Facultad. ¿Me lo puedes explicar?

-- Claro, Megan. Yo sólo me he dedicado a estudiar Económicas y Ciencias Políticas al mismo tiempo, y eso me dejaba poco tiempo libre. Las chicas que se interesaban por mí no me gustaban y las que me gustaban no se interesaban por mí. Alguna hubo que llegamos a gustarnos aunque no estábamos enamorados y casi lo hacemos en el asiento trasero del coche, pero al ver mi virilidad, dijo que se le hacía tarde y se escapó corriendo; desde entonces no he querido salir con nadie más. La verdad es que hasta que te conocí nunca había estado enamorado ni dentro de una mujer. ¿Comprendes?

- ¡Vaya! – exclamó, procurando disimular las ansias que tenía de comérselo a besos – Bueno, entonces vamos a hacer una cosa. Yo te desnudo a ti y tú me desnudas a mí. Lo que yo haga, tu lo repites conmigo, ¿De acuerdo?

- Sí, sí, eso será estupendo.

Le quitó la chaqueta y él hizo lo mismo. Le quitó la corbata y la camisa y él la blusa de seda y el sujetador y a partir de ahí ya no pudo contenerse ante la belleza de sus colinas gemelas. "¡Dios bendito, qué hermosura!" exclamó acariciándolas con las manos. Se arrodilló delante de ella para mamárselas con el ansia de un lobezno con hambre de un mes, mientras ella arañaba su pelo rubio y ondulado y lo besaba en la frente y en los ojos, sintiéndose cada vez más mojada, él seguía mamando y chupando hasta ponerle los pezones tan duros como bolas de cojinete.

Se bajó la cremallera de la minifalda y él hundió la cabeza en su depilado Monte de Venus, mordisqueando por encima del encaje los gordezuelos labios de su vulva. Cuando los pantalones de Charly cayeron al suelo el amoratado capullo de la verga del muchacho sobresalía varios centímetros de su bóxer, tapándole el ombligo. Lo lamió suavemente mientras bajaba la prenda sintiendo como el muchacho se estremecía ante la caricia de su lengua. Se deshizo rápidamente de las bragas para sentir su berroqueña dureza contra su excitada carne íntima.

Cuando toda la verga estuvo al descubierto, él la levantó en vilo y encajó la inmensa erección entre sus muslos y así, sosteniéndola por la cintura, con la verga aprisionada entre sus muslos rozándole la vulva se metió con ella en la ducha. Imaginó sin mucho esfuerzo que aquella verga, dura como el pedernal, la hubiera podido sostener sentada sobre ella sin necesidad de sujetarla por las nalgas. Con los brazos alrededor del musculoso cuello de Charly, chupándole la lengua con el mismo deseo que tenía de chuparle la polla, separó los muslos abarcando al muchacho por las caderas.

El intentó penetrarla pero no pudo hacerlo deslizándose hacia arriba, rozándole el clítoris dos o tres veces en una caricia enervante que la obligaba a gemir de placer ronroneando como una gata. Fue ella, finalmente, quien guió el gigantesco capullo hasta su entrada vaginal, susurrando a su oído: "Despacito, cariño, muy despacito"

Y él empujó suavemente hasta que todo el amoratado capullo estuvo en el interior del empapado estuche femenino y allí se detuvo. Megan no recordaba nada tan duro y ardiente, ni siquiera cuando a los quince años la verga de David la desvirgó. Ahora aquella verga que le había parecido la más grande del mundo, resultaba ser un ridículo pirulí del tamaño de un pequeño lápiz comparado con el badajo de campana mayor cuya roja cabeza ya era más grande que la mitad de la verga de su marido.

En el decurso de los años, la ridícula verga marital había perdido la maravillosa rigidez que ahora sentía de nuevo aumentada en reciedumbre y tamaño hasta límites inconcebibles.

Megan no era mojigata, puritana mi gazmoña. Alguna vez había visto páginas de sexo en Internet en las que aparecían negros mandingos con pollas tan descomunales como la que ahora comenzaba a penetrarla, pero siempre había imaginado que se trataba de fotos trucadas por los fotógrafos pues le parecía imposible que pudieran existir semejantes atrocidades anatómicas.

Aunque siempre había oído decir que los negros mandingos eran los africanos con las vergas más grandes del mundo, ponía en duda que existiera en la realidad. Ahora que tenía una entrando en su vagina, no le quedaba más remedio que rendirse a la evidencia.

Con estos pensamientos en la cabeza empezó a correrse contrayendo los músculos vaginales sobre el inflamado capullo que de inmediato respondió penetrándola con lentitud hasta que ella le pidió que se detuviera.

Charly se detuvo cuando ni siquiera la mitad de la verga se había hundido en su coño. Ella lo supo al bajar la mano y tocársela. Mordisqueándole el cuello le susurró al oído:

- Charly, cariño, mi amor, me vas a partir en dos.

- ¿Quieres que te la saque?

- No, cielo, llévame a la cama. Ya nos hemos mojado bastante.

Antes de llegar a la cama, Megan ya se había corrido otra vez y para cuando él se tumbó de espaldas con ella encima, la mitad de la verga se encajaba en su coño produciéndole más placer del que nunca en su vida había sentido. El zumo de sus orgasmos lubricaba su vagina de forma similar a como el aceite lubrica un cilindro permitiendo que el pistón, por muy nuevo y ajustado que esté, se deslice con relativa facilidad.

Es cierto que la función hace al músculo y por ello, la primera ley de la termodinámica se refiere al concepto de energía interna, trabajo y calor. Nos dice que si sobre un sistema con una determinada energía interna, se realiza un trabajo mediante un proceso, la energía interna del sistema variará. A la diferencia de la energía interna del sistema y a la cantidad de trabajo le denominamos calor. El calor es la energía transferida al sistema.

Pensemos que el sistema nervioso vaginal es un recipiente con un elevado porcentaje de autoengrase; podemos elevar la temperatura del engrase por fricción y esto se origina cuando la verga masculina de tamaño adecuado se introduce en la vagina femenina. El hombre siente el calor vaginal proporcionándole placer y la mujer siente el mismo calor del pene masculino que la penetra pero mucho más intensamente que el hombre.

Si el tamaño de la verga que fricciona es corto, la mitad de las terminaciones nerviosas vaginales terminan por atrofiarse y la mujer sólo siente placer en la primera mitad de su vagina, la que está más cerca de la entrada vaginal; el resto, como ya he dicho, termina por atrofiarse y por ello existen gran cantidad de mujeres que no sienten el semen en el fono de su vagina cuando el hombre eyacula, aparte de sentir la mitad del placer que debería sentir si la verga llegara hasta el final y todas las terminaciones nerviosas del precioso estuche femenino fueran estimulada al mismo tiempo.

Los griegos, cuna de la siete sabios de la antigüedad, ya tenían en su mitología el caso muy significativo del adivino Tiresias. Zeus, el dios del Olimpo y Hera, su esposa, discutieron en cierta ocasión sobre quien disfrutaba más durante el acto sexual. Zeus decía que era la mujer quien disfrutaba más y Hera insistía que era el hombre. Como no se pusieran de acuerdo acudieron al adivino Tiresias que la mitad de su vida la pasó como hombre y la otra mitad como mujer.

Pues bien, Tiresias les dijo que si el placer se dividía en diez unidades, la mujer recibía nueve partes y el hombre sólo una. Hera, diosa muy vengativa cuando le llevaban la contraria, dejó ciego a Tiresias.

Modernamente y por métodos científicos se ha comprobado que la mujer durante el acto sexual disfruta nueve veces más que el hombre. Lo cual viene a demostrar que, Tiresias, sin disponer de aparatos electrónicos de medidas de intensidad, ya sabía de lo que hablaba.

Quizá en compensación por este don que la naturaleza ha concedido a la mujer, también le ha proporcionado otro don no menos importante. Es capaz de soportar nueve veces más dolor que un hombre. De no ser así, el mundo hubiera finalizado con el nacimiento de Caín.

Todo esto lo averiguó Megan por experiencia propia aquella noche cuando toda la gruesa y larga verga de Charly penetró hasta el fondo de su vagina, produciéndole orgasmos tan descomunales que, literalmente, la desmayaban de placer. La primera vez que Megan perdió el conocimiento, Charly se asustó imaginando que se había desmayado de dolor pero las fuertes contracciones de la vagina sobre su verga le demostraron que estaba equivocado y se mantuvo inmóvil. Por su parte Megan, que nunca había experimentado un desmayo durante un orgasmo con su marido, comprendió que Charly era el hombre de su vida y que David nunca más lograría producirle un solo orgasmo más.

Al volver en si del primer desmayo y recordar el algodonoso golpetazo del primer borbotón del semen de Charly rebotando contra su útero con la abundancia y potencia devastadora de una Tsunami, recordó también cinco disparos más de hirviente esperma tan potentes y abundantes como el primero antes de desmayarse de puro gusto con la sensación de que la médula de sus huesos y su espina dorsal se licuaban de placer.

Por la cantidad de esperma caliente que sentía bailar en el fondo de su vagina supuso que los borbotones de semen habían sido más de cinco. En realidad habían sido ocho, aunque los tres últimos no tan potentes ni abundantes como los cinco primeros.

Antes de abrir los ojos esperó a que la enorme erección que taponaba su entrada vaginal como la puerta estanco de la torreta de un submarino, disminuyera de tamaño después de una corrida tan descomunal, pero pasaron los segundos y los minutos y la erección continuaba tan dura y rígida como antes de eyacular.

Sorprendida abrió los ojos levantándose sobre los brazos para mirar al muchacho y supo que tenía la misma hambre de ella que antes de empezar y aquella sensación casi la obliga a correrse de nuevo, pero se contuvo sin dejar de mirarlo. Bajó la cabeza para acariciarle los labios con los suyos. Las manos de Charly, suficientemente grandes para abarcar por completo sus rotundas nalgas, presionaron hacia abajo como si aún fuera posible hundirse en ella más allá de su verga.

Megan tenía la suficiente experiencia para saber que cualquier mujer es más mujer a los quince años que un hombre es hombre a los treinta. Aunque la forma física de Megan y el esmerado cuidado de su persona y de su cutis la hacían parecer más joven de lo que en realidad era, supo de inmediato que lo sometería a su voluntad sin ningún esfuerzo y que a partir de aquella noche él sería sólo para ella.

Lo mordió en los labios cuando comenzó a correrse de nuevo con el cuerpo inmóvil sobre el corpachón del muchacho, con la vagina taponada por competo impidiendo que la viscosa mezcla de los dos pudiera salir de su encierro.

Se gozaron sin descanso durante tres horas más y fue ella la que tuvo que pedir armisticio. Lo que nunca había imaginado que pudiera ocurrir había sucedido aquella noche: Tener que rendirse a la evidencia de que aquel macho era sexualmente más potente que la hembra; un caso verdaderamente insólito en las relaciones heterosexuales.

Antes de dormirse, el pensamiento de Megan por extraño que parezca, fluctuó entre la felicidad y el asesinato, y es que el pensamiento humano es cien veces más rápido que la velocidad de la luz. Por supuesto, no pensaba asesinar a su marido. En cuanto Charly le pidiera que se casara con él, y estaba segura de que lo haría, debería tener preparado su pretexto para conseguir el divorcio y, aquella coartada era el trabajo que debía desempeñar la bella ninfa hollywoodense Laura Dwbrosky.

Lo que ya no le gusto fue despertarse sola a la mañana siguiente sin que Charly le hubiera hecho comentario alguno. Quizá, se dijo, no quiere comprometerme y que nos vean juntos camino de la empresa. Sí, eso debe ser.

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El mundo del delito (5)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)