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¿Serás sólo mía?

en Textos educativos

¿Serás sólo mía?

Sobre una calentita montaña de excrementos, machos y hembras de moscas del estiércol se encuentran para el refocile reproductivo. Todo el grupo se aparea desenfrenada e indiscriminadamente. ¿Todo? ¡No! Unas pocas parejas se "fugan": levantan el vuelo y se retiran clandestinamente hacia otra zona en busca de intimidad. ¡Las muy traidoras están cometiendo un pecado de fidelidad sexual!

Nadie más lejos del romanticismo que las moscas de la caca, por lo que su ejemplo explica bien qué se esconde detrás de un comportamiento sexual exclusivista. El "deseo" de perpetuar los genes propios no tiene por qué ser más consciente en las personas que en los insectos o que en los reptiles, aunque el significado real del interrogante —¿te aparearás sólo conmigo?— denuncia una intuición sobre su origen: que la monogamia no tiene que ver con el amor, sino con las estrategias reproductivas.

John Dobson, físico nacido en China y estudioso de los textos sagrados sánscritos, acierta a explicarlo con sencillez:

"Las directrices fundamentales del programa genético sirven para dirigir una corriente de entropía negativa sobre nosotros mismos y transmitir la línea genética. Por esto nos sentimos los agentes de la acción. Pero no es más que un espejismo genético. Los genes nos han persuadido de que siguiendo sus dictados alcanzaremos la paz de lo inmutable, la libertad de lo infinito y la bienaventuranza de lo indiviso. Pero, en vez de eso, lo que tenemos al final es una familia".

La forma de nuestros genitales sugiere que estamos físicamente diseñados para buscar el éxito reproductivo mediante la competencia del esperma. Ésta es una estrategia natural de selección, una "guerra" que se produce en la vagina de las hembras entre espermas de 2 o más machos, y su objetivo es elegir el mejor genoma masculino, el que habrá de continuarse, El Elegido de La Vida.

Para los machos aspirantes a paternidad, "La Vida" es pura competencia, a la vista de las pruebas que han de superar: la de la hembra —a la que ha de cortejar y gustar; la de los rivales —a los que ha de vencer en luchas mortales; la del útero — químicamente selectivo con los espermatozoides rivales; la del azar —a pesar de parecer el vencedor, puede no ser el auténtico padre de la cría; y, de ocurrir esto, la del pardillo —invirtiendo energía en la crianza y cuidado de un genoma que no es el suyo.

Es muy probable que los dos últimos detalles condicionaran la tendencia de los hombres a imponer la monogamia femenina: para garantizar su paternidad, los primeros machos del Homo Sapiens habrían apartado a sus hembras fértiles de la promiscuidad grupal, vigilándolas celosamente y dedicándose a una sola compañera. En una sociedad cazadora, es verosímil que la distribución desigual de carne haya conducido a la aparición de "consorcios", una primitiva modalidad de relación conyugal en la que las hembras aceptaron el aporte de alimento a cambio de una relativa fidelidad sexual.

La monogamia es una contraestrategia para evitar la competencia entre espermas, es decir, para eliminar la competencia sexual entre los machos. Aunque esta innovación puede haber fortalecido socialmente a los Sapiens de la sabana, también puede haber ido acompañada, en sus inicios, de un aumento de la agresividad masculina, de las acciones violentas y del espíritu de venganza; y en sus finales... también: entre el ‘¿Serás sólo mía?’ y el ‘¡Serás sólo mía!’ únicamente media un tono distinto, el contenido es el mismo.

El hecho de que el adulterio y la infidelidad femenina se hayan interpretado como ofensa o insulto al padre, indica que la monogamia favorece el patriarcado, la falocracia y una sociedad para la violencia organizada: los celos, la territorialidad, la competitividad entre machos, el sentimiento de superioridad, el sentido de la posesión y de la propiedad son emociones masculinas que, además de evitar la competencia espermática, cimentan El Orden de la sociedad patriarcal moderna.

Y sabemos de qué mal café se pone quien se empeña en mantener no ya "un orden", sino un orden artificial.

Aun así, la evolución de los monos antropomorfos en humanos ha sido tan reciente que ese pasado todavía alienta comportamientos promiscuos en la gran, gran mayoría... y nos aporta pruebas: ¿Quién no ha sentido ganas de ponerle un cuernito a su pareja incluso —o sobre todo— cuando la relación es formidable?

Aviso a monógamas: chicas, miren a ver, que las restricciones sexuales siempre van en contra de los intereses femeninos; y aviso a monógamos: La ausencia de competencia espermática hace innecesarios los penes grandes. Ustedes verán.

Y a mí que me da en la nariz que esta sexóloga amiga mía está proponiendo el amor libre sin tapujos. Por mi parte me apunto al tema, pero me parece que es más puta que las gallinas. No sé, a lo mejor me equivoco.

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