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La extraña familia (5)

en Confesiones

LA EXTRAÑA FAMILIA 5

Regresé a casa de Sonia, mi novia, aquella noche y salí del paso explicando que había tenido demasiado trabajo. No era nada extraño y me pareció que lo apuntado por Laura era mejor disculpa que todas las que yo pudiera inventar. Sonia se mostró muy contenta. Estaba seguro que su alegría era debido a que aquella noche, después de tantos días ausente, mi hambre de sexo sería bien aprovechado por ella, y a mi sólo de pensarlo se me arrugaba como un acordeón y sentía sudores fríos. Parecerá extraño, pero fue así.

Aquella noche me largué en seguida después de cenar, alegando que tenía que preparar las visitas de mi próximo viaje, lo cual era una verdad a medias. Mi preciosa Laura pareció comprenderlo. El marido ni siquiera me miró, pero me deseó buen viaje. Y, así, dos días antes de lo previsto, adelante el viaje, llamando antes de irme a Manuela, la amiga de Laura, para que le indicara que la llamaría por teléfono al día siguiente y la hora en que lo haría. Una hora más tarde estaba a cien kilómetros de la ciudad. Había concebido un plan para que Laura y yo pudiéramos vernos sin la presencia de la hija y del marido.

Finalicé las visitas en cuatro días, ahorrándome uno a base de aprovechar todos los días el máximo de horas. Al regreso me paré en Madrid a comer en un figón del Callejón de la Ternera donde preparaban unos callos a la madrileña fabulosos. Y fue allí, precisamente, que al entrar me encontré en la barra con Torres que marchaba al Norte de ruta.

Nos sentamos juntos a comer los callos. También a él le encantaban como los preparaban en aquel figón de poco fuste. Durante la comida me habló de Monterde. Se había marchado el día anterior a Nicaragua, para poner fin a su desespero por la Pigmalión que lo había abandonado. Ya no recuerdo porqué salió en la conversación el nombre de Sonia y le expliqué lo que había observado sobre su ninfomanía sin entrar en muchos detalles.

Recuerdo que respondió:

-- Tú no sabes en donde te has metido. Créeme, lo mejor para ti es largarte de esa casa vagando leches.

-- Pero ¿por qué?

Permaneció en silencio mientras el camarero ponía las dos cazuelitas en la mesa y se quedó pensativo mirando como se alejaba. Luego miró la humeante cazuela, enarcó las cejas como si tuviera algún pensamiento desagradable en el tarro, cogió la frasca de vino tinto con sus manazas de gorila, sirvió dos vasos, me miró y comentó:

-- Nadie de la pandilla te va a explicar nada porque ya eres mayorcito y aquí cada palo aguanta su vela, y, además, pese a que salgamos de bureo alguna noche todos juntos, te conocen desde que yo te llevé al bar de Carlos y de eso hace pocos meses. Allí fue donde conociste a Sonia. Pero tu y yo hace tiempo que somos amigos, te aprecio, y aunque no soy partidario de meterme donde no me llaman, considero que debo ponerte en antecedentes para que sepas por donde van los tiros.

-- Joder, si ya sé que es un putón desorejado. No creas que voy a casarme con ella.

-- Mira, Toni, tu sigues con ese pendejo con la intención de tirarte a su madre que reconozco que es muy guapa y está más cachonda que la hija, pero...

-- Que no, Torres – mentí rápido -- estás equivocado. Lo que pasa es que tengo un coñito que me cepillo cuando me place y que además es gratis. Me la cepillo hasta sin condón y aunque se quedara en estado...

-- Eso no debe preocuparte, ya no puede tener hijos – me indicó haciendo barquitos en la salsa -- Pero déjate de monsergas y escucha. Luego haz lo que te parezca, tú sabrás lo que te conviene. No quiero que digas que no te lo advertí.

Estuvo hablando durante hora y media. Eran las cuatro de la tarde cuando nos despedimos, él se fue al Norte y yo al Este.

Durante el camino de regreso a la ciudad fui pensando en todo lo que Andrés Torres me había explicado:

Los hechos ocurrieron muchos años antes de conocer yo a Sonia. El padre, era el propietario de una Agencia de Transportes con un par de camiones que pronto fueron cuatro, pero que no eran más que la tapadera del verdadero negocio. Alfredo era el hombre de paja de uno de los capitostes del régimen con negocios ilegales a base de conceder créditos que pocas veces llegaban a manos de los solicitantes aunque estos si firmaban todas la solicitudes que, Carlos Martínez, un tío de 35 años, soltero, muy buena planta, mucha labia y más vivo que las ardillas, se encargaba de solicitarles. Martínez era el hombre de confianza del padre de Sonia, como él era, asimismo, el hombre de paja del alto personaje del régimen que concedía los créditos.

Vivían a todo tren en un chalet de lujo en uno de los barrios residenciales de la ciudad. Martínez pasaba muchos fines de semana con Alfredo y su esposa. Carlos terminó siendo el amante de Laura. La mujer estaba loca por él. Tenía Sonia por entonces diez u once años y siempre se ha rumoreado que ésta hija no era de Alfredo, sino de un novio anterior de Laura antes de casarse. Y, en verdad, los dos hermanos no se parecen físicamente en nada, aunque esto no sea una demostración palpable de la infidelidad de Laura.

Cuando el niño tenía poco más de un año, Sonia, quedó en estado cuando aún no había cumplido los catorce años. Los padres acosaron a la hija a preguntas hasta que descubrieron que el padre era Carlos que se estaba follando a la madre y a la hija desde hacía dos años. Parece imposible creer que Laura no supiera que Carlos se follaba a su hija en cuanta ocasión se le presentaba. Pero eso fue lo que le dijo a Alfredo y Alfredo la creyó.

La hicieron abortar, aborto que por entonces ningún médico se hubiera atrevido a realizar. La pusieron en manos de una comadrona que a poco más la mata. En el Hospital donde le cortaron la hemorragia se descubrió todo el pastel y Alfredo fue a parar a la cárcel seguido de la comadrona. A Carlos no pudieron demostrarle nada y supo salir del enredo con mucha jeta. Por eso la chica ya no puede tener más hijos.

Alfredo estuvo en prisión poco más de un año. Carlos y Laura. Vivieron aquellos meses como marido y mujer en el chalet de Alfredo follando a destajo, saltando de la cama de la hija a la de la madre, según la versión de mi amigo Torres. Cuando Alfredo salió de prisión, tanto la hija como la madre convencieron a Alfredo de que Carlos se había encargado de la familia durante todos aquellos meses sin pedir nada a cambio y además había atendido al negocio de transportes, que ya tenía varios camiones y trailers y que rendía dinero a espuertas. Laura, encoñada con Carlos hasta la médula, siguió permitiendo que se follara a la hija cuando le venía en gana, ante la amenaza de Carlos de abandonarlas a las dos e irse a vivir con otra querida sin estrenar. Así pasaron un par de años sin que Alfredo, más cornudo que un rebaño de toros bravos, se enterara para nada de la película.

Cuando todo parecía regresar a la normalidad, se descubrió todo el pastel de los créditos ficticios por la denuncia de uno de los afectados. Fueron unos cuantos miles de millones de pesetas los estafados. Naturalmente quien pagó el pato fue Alfredo, porque el personaje del régimen estaba bien cubierto y ni siquiera lo molestaron.

Para poder salvarse otra vez de la cárcel y ésta vez por muchos años, Alfredo perdió todo lo que tenía. Materialmente se quedó en la ruina, tanto fue así que tuvo que buscar trabajo en esa fábrica de hilaturas en la que ahora trabaja de encargado. Hay tíos que cuando están de pega hasta con los cojones tropiezan y Alfredo fue uno de ellos porque poco después, cuando ya vivían en el piso que ahora viven, Carlos y Laura se fugaron juntos. Para Alfredo, que no sabe vivir sin su mujer, fue un mazazo peor que la ruina.

Carlos, un amoral de mucho cuidado, cuando se le acabó el dinero, intentó convencer a Laura. de que lo ganara con el coño y lo hubiera hecho de no aparecer Alfredo que tuvo que sacarla casi del burdel. Quince días más tarde Carlos apareció muerto con dos tiros en la cabeza. La policía sospechó inmediatamente de Alfredo, pero éste tenía una coartada imposible de atacar.

La noche que mataron a Carlos él estuvo trabajando en la fábrica, cosa que pudieron atestiguar todos sus compañeros. Nunca se supo quien mató a Carlos. Es uno de esos crímenes que quedan en los archivos policiales sin resolver. Pero yo, me decía Andrés, estoy seguro de que quien mandó matar a Carlos fue Alfredo. Tenía y tiene, muchos contactos con los bajos fondos de la ciudad. La policía piensa lo mismo que yo, pero no hay manera de demostrarlo. Y esa es toda la historia. Tú sabrás lo que te conviene, me había repetido al despedirse.

Pensando en todo esto llegué a la ciudad. Sabía que el padre de Andrés Torres era el Comisario de Policía del Distrito y que todo lo que me había contado era tan cierto como que en aquel momento estaba aparcado mi coche en el parking de la multinacional farmacéutica donde presto mis servicios de visitador médico. ¿Puede alguien creer que pese a todo lo que ya sabía, yo continué con mi plan para poder vivir con Laura sin la molestia del padre y la hija? Pues así fue. Seguí adelante con mi plan. Estaba encoñado con Laura hasta las cejas. Era la mujer más bonita, escultural y cachonda que había tenido entre mis brazos y seguí adelante por la simple razón de que no se puede razonar con los cojones. Si hubiera sido vidente, habría pedido el traslado inmediatamente.

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