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Despacito, cariño, muy despacito (6)

en Grandes Relatos

DESPACITO, CARIÑO, MUY DESPACITO.

Capitulo sexto.

El peligroso John Laroca.

 

El eje imaginario sobre el que La Tierra efectúa su movimiento de rotación, no es tan imaginario como nos parece. Yo creo que en realidad La Tierra realiza sus tres movimientos, rotación, traslación y pendular alrededor del sol movido por una energía mucho más potente que la desarrollada por la explosión del Big Bang. A mí parecer, esta energía no es otra que la que propagan seis mil millones de personas mientas follan y creo sinceramente que los científicos caminan en la dirección equivocada.

Desengáñense, señores científicos, y no anden buscando explicaciones al calentamiento global de La Tierra echándole la culpa al CO2; explicación que no es otra cosa que cientifismo, o sea, tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas o pretendidamente científicas. Las explicaciones de algunos científicos, afortunadamente no la mayoría, no es más que una camama para obtener sustanciosas subvenciones que les llenen los bolsillos a unos cuantos aprovechados que les permite vivir como multimillonarios.

No hay nada de ese pretendido calentamiento. La Tierra se caliente sencillamente cuando hay más parejas jodiendo de lo habitual. Esos pseudo científicos del CO2, ni siquiera se han preocupado por saber cuánta energía y cuánto calor desarrolla una pareja haciendo el amor. Eso es lo primero que tienen que averiguar; luego hablamos. Por ahí tienen que empezar, como empezó John Laroca a darse cuenta en su primera entrevista con Megan Sleither de lo cachondísima que estaba y de lo hermosa que era.

Siendo hombre al que nada se le escapaba, no tardó mucho tiempo en averiguar que el beneficiario de los favores de tan cachonda y hermosa mujer no era otro que el joven Charly Wilmer, e imaginó rápidamente la causa de que Megan Sleither entregara su apetecible cuerpo a tal mamarracho. No conocía al marido, pero se lo imaginó. Acertó de lleno.

Dos semanas después de su primera entrevista ya obraba en su poder los dosieres sobre las andanzas de Charly Wilmer y Megan Sleither tanto o más completos que sus abundantes dosieres laborales. Comprendió por las fotografías que el marido engañaba a su fastuosa e impresionante esposa, porque ella estaba sedienta de sexo desde hacía mucho tiempo, no hacía falta ser un lince para comprenderlo.

Al mismo tiempo se dio cuenta que Megan Sleither estaba intentando deshacerse del marido por interposición de la jovencita Laura Dwbrosky García, una nulidad como mujer y como trabajadora que hubiera despedido ya desde el primer día después de echar un vistazo a su dossier laboral. Sin embargo, decidió esperar y en éste caso no apresurarse a tomar una decisión. En primer lugar por ver hasta donde llegaba la ausencia de la esposa del domicilio conyugal y, en segundo lugar, por ver hasta donde llegaba la cornamenta y el cuajo del marido con su esposa. Otro espécimen humano que no merecía la mujer que le había tocado en suerte.

Megan Sleither era una ejecutiva que funcionaba a la perfección, mejorando incluso los resultados que exigían los manuales. Le satisfizo grandemente comprobar que tomaba decisiones de motu propio muy acertadas y sin consultarlo ni una sola vez y, al mismo tiempo, se congratuló de no haberse equivocado con ella. Que era una mujer muy inteligente lo supo ya en su primera entrevista.

Por otra parte, habiendo experimentado un aumento en las ventas tan considerable y en tan poco tiempo venia a demostrarle que estaba llamada, si no se encoñaba y parecía que sí lo estaría, a llegar a los más altos puestos ejecutivos de la empresa. Se preguntó si el joven contable aprovecharía la coincidencia de su nombre y apellido con su homónimo el Consejero Delegado de la empresa, uno de los accionistas mayoritarios de la Chrysler, suficientemente mayor para ser su padre, aunque el Consejero Delegado tenía una hija ya casada y era abuelo.

Cuando John Laroca propuso en la Reunión del Consejo de Administración abrir sucursales en Europa y hacerse con la mayoría del accionariado de la empresa francesa Talbot que atravesaba una crisis que la abocaría a desaparecer engullida por Citrón o Renault, la Junta Directiva aprobó la decisión por unanimidad.

Fue la secretaria del Director General, Eva Dirham, quien la llamó por teléfono la tarde de un sábado para explicarle que a las siete el Director General quería hablar con todos los directivos y le recomendó puntualidad.

-- No es necesario que me lo recuerdes, querida, siempre soy puntual.

-- Lo sé, cariño, pero deberás ponerte traje de noche. Vamos a cenar al Plaza y es una cena de etiqueta. ¿Tienes tú o te presto uno?

-- ¡Vaya por Dios! – exclamó procurando disimular su decepción al tener que perderse la polla de Charly – Pues tendría que enviar a casa a Laura para que me trajera uno.

-- No te preocupes, Megan, pásate por mi despacho ahora y mira si te gusta alguno.

-- Gracias, Eva, eres un sol. Ahora mismo voy.

--Te espero, cielo. No tardes que estoy hasta el moño de trabajo.

-- Ya voy, mujer, ya voy.

 

Subió disparada en el ascensor hasta el piso 54 pensando que cuando Eva tenía varios trajes de noche en el armario del despacho no era por casualidad. Claro que a ella no le importaba si se la cepillaba el Director General, al fin y al cabo, el hombre se lo merecía porque, además de inteligente, era, como muchos descendientes de italianos, de un guapo subidísimo y con un tipo formidable.

No es que se arrepintiera de haberse negado a ser su secretaria, había conseguido un empleo mejor, pero sí tenía por seguro que de no haber estado enamorada de Charly Wilmer, seguramente hubiera aceptado. Ella no tenía nada que envidiarle a Eva, si acaso, al revés. Charly la tenía más grande que el jefe, de eso estaba segura. Y aunque siempre se comentaba que el tamaño no importaba, ahora sabía que sí importaba. Se decía… mejor caballo grande, ande o no ande.

El traje que escogió le sentaba como un guante. Era un dos piezas de falda a media pantorrilla de tul rojo con forro de satén negro y el corpiño rojo con bordados repujados en negro y escote cuadrado, se ajustable perfectamente a su estrecha cintura. Eva, comentó:

-- Meg, estás divina, querida. Me das hasta envidia.

--¿De verdad no quieres llevarlo tú? – preguntó girándose a un lado y otro para comprobar el efecto. La verdad es que se encontraba deslumbrante.

-- ¡Que más quisiera yo, cariño! – respondió riendo la secretaria – Pero ya no me sirve, estoy demasiado gorda y el corpiño y la falda me vienen estrechos de cintura.

-- En ese caso, muchas gracias Eva. Te lo devolveré esta noche.

-- No me corre prisa, chica. Además, no creo que tengas tiempo de devolvérmelo esta noche.

-- ¿Por que no? – Preguntó Megan con curiosidad mientras procedía a cambiarse de nuevo.

-- Ya conoces a Virginia. Tiene un plan para las chicas para después de cenar y también estarán, Rosy, Helen, y Lisa. No creo que tú le hagas un feo a Virginia.

-- No, ¿pero sabes tú cual es ese plan? – inquirió, recordando que todas ellas, menos Lisa y Eva, eran mujeres casadas.

-- No. Ya sabes como es Virginia, no soltará prenda hasta última hora.

-- Bueno, ya veremos. Supongo que nos cambiaremos para la cena después de la reunión.

-- Naturalmente, guapa.

-- Vale, hasta luego, Eva, y de nuevo gracias.

-- No hay de qué, cielo. Hasta luego.

 

A las siete en punto ocho hombres y cinco mujeres esperaban, sentados ante la gran mesa de la Sala de Convenciones, la llegada del Director General, John Laroca, y de su secretaria, Eva Dirham. Las conversaciones cesaron cuando se abrió la doble puerta y entró Laroca seguido de su secretaria.

 

<< Buenas tardes – saludó. Le respondió un coro de voces—Siéntense por favor. Todos estamos muy ocupados, por lo tanto, vayamos al grano.

El desarrollo sostenible – comenzó con voz sonora y bien modulada -- sobre la base de sistemas de transporte adecuadamente concebidos, es uno de los factores clave en la sociedad actual. La movilidad nos permite cumplir con todas nuestras obligaciones, trabajo, familia, compras. Además de asegurarnos la posibilidad de disfrutar de nuestras actividades de ocio: vacaciones, deportes, hobbies.

Nos permite también disponer de productos imprescindibles para nuestra vida diaria, donde y cuando los necesitamos. Dado que es el conjunto de la sociedad quien se beneficia de sistemas de transporte realmente eficientes, la movilidad debe ser una responsabilidad compartida por gobiernos, industria y usuarios.

En el terreno tecnológico, el aumento de la eficiencia de los motores y la reducción tanto del consumo como de las emisiones, será la respuesta a las exigentes normas que impone la Legislación de la UE y de USA que supondrá una renovación tecnológica que necesitará de fuertes inversiones en I+D.

No tardarán en aparecer en el mercado nuevas tecnologías para los sistemas de

propulsión que contribuirán aún más a la conservación del medio ambiente.

También los aspectos de seguridad pasiva y activa se verán reforzados, así como todo

lo referente a la información al conductor y los sistemas electrónicos de ayuda a la

conducción. Estos avances de seguridad activa apuntan a una dirección en la que el

medio y el vehículo interaccionan de forma completa y llegan al control de la navegación del vehículo.

Además, el vehículo se convertirá en una pieza fundamental de esta nueva sociedad de la información y las comunicaciones. Todos estos esfuerzos que se vienen desarrollando desde hace tiempo seguirán provocando la fuerte competencia que

existe en el mercado y supondrán un incentivo para que la industria europea y norteamericana mantengan niveles tecnológicos que serán más avanzados y que irán progresivamente implantándose en otros mercados.

Y añadió con énfasis:

En España, dentro de diez años, nueve de cada diez viajeros se desplazaran por carretera y ocho de cada diez toneladas se transportaran en camiones, según cálculos de nuestro departamento de inversiones. Es la hora de proceder en consecuencia.

El señor Laroca siguió hablando durante una hora más, empezando por el departamento de I+D y siguiendo uno por uno, con todos los demás. Algunos recibieron veladas amenazas por falta del rendimiento exigido y para todos puso como ejemplo a la señora Megan Sleither por su eficiencia, considerándola como la de mejor puntuación del grupo de Directivos. Y finalmente dijo:

-- No les pido que sobrepasen como ella las cotas exigidas en los manuales que le he entregado a cada uno de ustedes, pero si exijo que, por lo menos, se alcancen esas cotas. El que no lo consiga debe tener claro que en esta empresa no tiene porvenir. Y finalmente – dijo consultando su reloj – como ya son las ocho y cuarto dentro de una hora nos encontraremos en el Hotel Plaza para cenar y celebrar la fiesta de fin de ejercicio. Buena noches y hasta luego.>>

Todos se levantaron para despedirlo, saliendo por grupos afines algunos con cara tan larga como si tuvieran que asistir a un funeral. Virginia se acercó a Megan para preguntarle si Eva la había indicado que la esperaba para después de la fiesta. Megan respondió afirmativamente, pero no consiguió arrancarle a Virginia más información de la que ya le había dado Eva.

Las chicas se pusieron de acuerdo para acudir juntas al Hotel Plaza y según el parecer de Lisa, un poco más tarde de la hora fijada por el director general. No todas estaban de acuerdo con Lisa aunque Helen aseguró que, tratándose de una fiesta, las muchachas podían permitirse el lujo de llegar después de los hombres.

+++++

 

Las seis ejecutivas de la Chrysler llegaron al Plaza todas al mismo tiempo y radiantes de hermosura y felicidad. Megan Sleither destacaba entre todas como una fresa en un pastel de nata. Verdaderamente estaba bellísima y elegante y quizá por eso fue la más cumplimentada por los caballeros con el besamanos más prolongado, todos tenían algo que decirle; de todos recibió agasajos menos de quien ella más elogios esperaba, el hombre que la había puesto como ejemplo a todos los demás directivos de la empresa, el director general John Laroca, pero éste ni siquiera la miró.

La cena, celebrada en uno de los salones del hotel preparado para eventos similares, con una tarima al fondo del salón desde donde tocaba una orquestina de cinco músicos melodías de Brodway, fue todo lo espléndida que cabía esperar del mejor Hotel de Manhattam, igual que los vinos, el postre y el champaña francés. La mesa redonda preparada para quince personas con vajilla de Baviera, cristalería de Murano y cubertería de plata repujada, era un canto a la elegancia y les permitía hablar a todos con todos, aunque al principio las conversaciones versaron sobre temas de trabajo.

Tratándose de una platilla de ejecutivos jóvenes, el mayor de los cuales, Simón Welter, no había cumplido aún los cuarenta años, la mayoría de ellos estaban divorciados o casados en segundas nupcias, pronto derivaron las conversaciones a temas más sociales y personales. La señora Sleither se dio cuenta de que el director general, vestido con un impecable smoking que estilizaba su alta figura, no la miró ni le habló ni una sola vez durante la cena. Sentada entre Andy Hamessy, director de suministros, y Donald Lamber, director de I+D, observaba de reojo que John Laroca escuchaba más que hablaba.

A la hora del café y los licores algunas parejas salieron a la pista para bailar y entre ellas, John Laroca con su secretaria Eva. También ella fue una de las primeras en ser solicitada por su compañero de mesa Donald Lamber. Sólo tuvieron tiempo de bailar "Stranger in the night" porque de inmediato salieron los camareros con los cafés y los licores. La fiesta se animó y estuvieron de bailoteo hasta la una de la madrugada hora en la que el Director General se despidió de todos ellos. Detrás de él, fueron despidiéndose algunos de los hombres casados y tras estos, Virginia les indicó a sus compañeras que seguirían la juerga en su casa.

Pero no fue a su casa a donde las llevó sino a un salón de Brodway que Megan no conocía, el Trocadero. Nada más entrar se dio cuenta de que la inmensa mayoría de clientes eran mujeres que se agolpaban en las primeras mesas delante del escenario. No dejó de extrañarle porque, en el amplio escenario en semicírculo, tres o cuatro go-gos bailaban casi desnudas, los pechos al aire dejando ver los pezones y las areolas y el sexo tapado con un triángulo negro que producía la sensación de tanta o mayor desnudez que si lo enseñaran. Se preguntó si Virginia sería lesbiana, y así se lo preguntó a Eva que soltó una carcajada, negando con la cabeza al comentar:

-- No, Megan, nada de eso. Ya me imagino por qué nos ha traído aquí.

-- ¿Ah, sí, y por qué?

-- Supongo que será porque detrás de las go-gos, saldrán los stripers y completarán el número de la unión sexual. Me habían hablado del Trocadero pero no lo conocía.

-- Yo tampoco. Pues sí que estamos bien – comentó Megan bebiendo un sorbo de su San Francisco – nos van a poner calientes sin que luego podamos apagar la hoguera.

-- Te equivocas, según me han dicho, si hay algún striper que te guste sólo tienes que acercarte al escenario y entregarle tres billetes de cien pavos.

-- ¿Trescientos pavos para que te follen? ¿Pero esto que es?

-- Chica – comentó Lisa sentada al lado de Eva – No todas se pueden dar el gusto de llevarse a un striper por una hora.

-- ¿Trescientos pavos por una hora? ¿Pero dónde se ha visto tal escándalo?

-- Aquí, preciosa, y si quieres toda la noche uno de mil. Pero, claro es mercancía garantizada y las que no tenemos marido como tú, tenemos que consolarnos como podemos.

A las dos en punto de la madrugada comenzaron a salir los stripers todos vestidos de smoking. Cuando el último striper caminó hasta el centro del iluminado escenario Megan tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad extraordinario para mantenerse inmóvil en su silla. No podía creerse lo que estaba viendo. El último en salir, que ahora estaba en el medio de los otros cuatro y cuyo paquete era visiblemente mayor que el de los demás… era su amor del alma, su secretario particular y su enamorado Charly Wilmer. No podía creérselo, pero allí lo tenía, delante de las narices desnudándose y dispuesto a quitarse el taparrabos para enseñar a las alocadas hembras del local su verga de caballo.

Afortunadamente, al estar sentada en la tercera fila y la intensa luz de los focos dirigida directamente al escenario, él no podía verla. Su cerebro, su desilusión y su rabia hervían en su cerebro como garbanzos en una olla a presión. Ahora se explicaba porque muchas madrugadas, se encontraba sola en la cama y las llamadas telefónicas disculpándose muchas noches por no poder acudir a la cita. ¡Miserable cabrón! ¡Hijo de mala madre!

Tenía que salir de allí cuanto antes pero todas sus compañeras conocían a su joven secretario y se preguntó si estarían enteradas de sus relaciones íntimas. Pese a las precauciones que había tomado, todo era posible. Con su rapidez mental habitual tomó la iniciativa. Miró a Eva y a Lisa que parecían fascinadas por los stripers. Le comentó a Eva en un susurro:

-- Eva, ¡Estoy pasmada! ¿Ese del medio no es Charly Wilmer, mi secretario?

-- No me hables que tan pasmada como tú estoy yo – y dirigiéndose a Lisa le preguntó si sabía que Charly Wilmer era un striper.

-- Naturalmente. Lo sabemos todos menos vosotras que no salís de bureo.

-- ¿Y tú crees que si el señor Laroca supiera esto le permitiría seguir en la empresa?

-- ¿Y qué tiene que ver el culo con las temporas? -- preguntó Lisa – mientras no tenga quejas de su trabajo, en su tiempo libre puede hacer lo que le parezca.

-- Mujer – intervino Helen sentada a su lado – en su tiempo libre también podría atracar bancos y no creo que eso lo permitiera el jefe.

-- No es lo mismo – respondió Lisa – Aquí no molesta a nadie y divierte a las chicas.

-- Lo que no entiendo es que siendo de tan buena familia...

-- ¿De qué familia hablas, Megan? – cortó Eva.

-- De los Wilmer. – respondió Megan

-- Si te refieres a los Wilmer de la Chrysler no tiene nada que ver con ellos. ¿Es que te dijo él que era familia?

-- No, no, supuse que debía serlo – respondió rotunda comprendiendo que caminaba por terreno resbaladizo.

Antes de las tres le dijo a Eva que se encontraba cansada, que algo de la cena no le había sentado bien y que deseaba marcharse. Sólo Helen se ofreció a acompañarla y las dos se levantaron justo en el momento en que los gritos de las mujeres atronaron el local cuando Charly se despojó del taparrabos moviendo las caderas de forma que su enorme verga, aún flácida, giraba como un badajo de campana mayor. Cuando una de las go gos se arrodilló para chupársela ya las dos mujeres estaban en la acera pidiéndole al portero que les llamara un taxi.

Para Megan aquel fin de semana fue el peor de su vida. Pasó el domingo enfadada con ella misma y durmiendo hasta el mediodía en su pequeña habitación anexa al despacho. Luego se enfrascó el resto del día y parte de la noche del lunes en el trabajo del informe de la Talbot. El teléfono sonó varias veces pero no lo levantó. Sabía quien llamaba y para ella, que ya había hecho borrón y cuenta nueva, su secretario el striper había dejado de existir.

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