miprimita.com

Memorias de un orate (13)

en Confesiones

MEMORIAS DE UN ORATE 13

Aquello era más que una burla por parte de Ataulfa. Me cegó la ira y avanzando hacia ella grité:

-- Te voy a follar aquí mismo, mala zorra.

Recibí un ladrillazo en la cabeza que no pude esquivar; lo segundo que recuerdo es encontrarme tumbado en el ascensor bajando hasta el portal con un chichón en la frente del tamaño de un huevo y un dolor de cabeza descomunal. Estaba perdiendo facultades.

En toda mi vida me había pasado cosa igual con una mujer. Si aquella no era medalla de oro de los juegos olímpicos del ladrillazo, seguro que era medalla de plata cuando menos. Pero como a mí no me acojona ninguna mujer por muy campeona olímpica que sea, me compré un casco de motorista en una tienda de deportes y volví a subir al bufete.

Estaba dispuesto a follármela y luego a recuperar mi dinero aunque tuviera en el bolso más ladrillos que un rascacielos. Cuando abrió la puerta se quedó parada durante unos segundos y luego estalló en carcajadas durante tanto tiempo que no podía dejar de reírse, se doblaba por la cintura y no me explico qué demonios le hacía tanta gracia, pero no me entretuve y la cogí de la cintura dispuesto a besarla, pero el puñetero casco me molestaba y ella, al darse cuenta, arreció en sus carcajadas de tal forma que debían oírse en la calle.

No se aguantaba derecha y tanta carcajada me estaba poniendo nervioso de modo que le metí la mano por debajo de la minifalda y respingó cuando le apreté el sexo metiendo los dedos en su carne húmeda hasta que dejó de reírse.

Tuve que separarme a toda velocidad sujetándole la rodilla antes de que impactara en mis testículos, pero al sujetarla trastabilló y nos caímos los dos rodando sobre la moqueta hasta que logré colocarla debajo y sujetarla con fuerza porque se debatía como una pantera rabiosa.

Ahora que la tenía sujeta no podía quitarme el puñetero casco y armábamos tal escándalo que era imposible que el abogado no lo oyera desde su despacho por lo que imaginé que no estaba. Cuando le pedí que me quitara el casco comenzó a reír de nuevo a carcajadas dejando de debatirse, momento que aproveché para arrancármelo como el que arranca un nabo del huerto y pude besarla lamiéndole los apretados labios con la lengua que, a poco, acabó separando para besarme con tal ansia y deseo que me permitió arrancarle las bragas de una puñetera vez.

Al cabo de una hora o poco menos me dio un empujón y se quedó sobre la moqueta respirando a bocanadas. Como estaba muy satisfecha consideré que era el momento oportuno para reclamarle mi dinero y, para mi sorpresa, mientras miraba como se ponía las bragas, me soltó una patada en el estómago con la punta del zapato que me dejó sin respiración. Luego exclamó:

-- ¡Lárgate ya, antes de que venga Don Timoteo!

-- Pero ¿Y mi dinero?

-- Lo tiene él, cabezón. No me explico como puedes ser tan pazguato.

¿Se lo pueden creer? Pues así ocurrió. Menos mal que ya no estaba enfadada y aún ahora no me explico como no le di de hostias hasta dejarla inconsciente. Pues no, me marché, y nunca mejor dicho, con el rabo entre las piernas.

Ahora, eso sí, conseguí que me diera su teléfono particular y también averigüe que dentro del bolso no llevaba un ladrillo sino un trozo de rail de la vía del tren. En fin, algo era algo porque al día siguiente tenía la entrevista con Rapado & Rapado, Hijos y Nietos y debía hacer la transferencia ya que estaba en la ciudad. Decidí no hacerla, llevaría el dinero en efectivo y, según como se desarrollaran los acontecimientos, así procedería. No estaba dispuesto a que me timaran más pasta.

Como todo llega, también llegó el jueves. A las once en punto de la mañana llamaba a la puerta del despacho de los abogados de Davinia. Cuando entré en el bufete el ruido de las impresoras, maquinas de escribir y conversaciones era tal que parecía la redacción de un periódico.

El piso, de techos altísimos, tenía por lo menos doce despachos y un pasillo tan largo como la autopista A-7. Me pasaron a uno de ellos con una mesa impresionante tras de la cual se sentaba un caballero muy elegante, de mediana edad, cabello entrecano, al que las gafas tipo Truman montadas al aire daban un aspecto muy característico de abogado americano.

Se levantó muy amablemente para estrecharme la mano preguntándome, también muy amablemente y muy estilo americano, si deseaba beber algo. Negué con la cabeza mientras tomaba asiento y esperé su siguiente comentario que no tardó en llegar: Que si había efectuado la transferencia respondiéndole que tenía el dinero en el bolsillo, pero que me parecía excesivo un pago tan elevado para ejercer de hombre bueno en una reconciliación familiar.

-- Se equivoca, señor Estrogolfo, -- comento juntado en capilla los dedos perfectamente manicurados -- su esposa no quiere reconciliarse, lo que su esposa desea, según me ha informado uno de mis hijos, que es su abogado, es el divorcio, pero yo soy hombre sensible, un poco romántico y un algo chapado a la antigua que cree es una lástima que se divorcie un matrimonio tan joven. Por eso le propuse representarle yo a usted, de esa forma, mi hijo, siguiendo mis instrucciones, conseguirá que su esposa desista del divorcio. Pero claro, primero tendré que saber si usted desea que yo le represente y de ser así, le corresponde a usted pagar mis honorarios cuyo importe ya le he indicado en la carta que le envié. Así que usted dirá.

-- Y si ella no accede a reconciliarse, lógicamente, yo habré perdido cincuenta mil duros por causa de su romanticismo. Le propongo un trato. Ustedes la convencen de que regrese conmigo y luego...

-- Perdone que le interrumpa. Su esposa puede acceder a reconciliarse, pero a lo que no va a acceder nunca es a vivir de nuevo en su... digamos Motel. Será usted el que tendrá que vivir con ella en el piso que ha comprado en la ciudad.

-- Piso que lógicamente ha comprado con el dinero que me sustrajo, por decirlo de forma elegante, de mi caja fuerte.

-- ¿Puede usted demostrar eso con pruebas?

-- No, pero es así, se lo puede creer.

-- Me lo creo, pero si no hay pruebas de nada sirve. Por lo tanto lo que tiene que decidir es si contrata mis servicios o no. Tenga en cuenta que si decide llevar el divorcio adelante usted se quedará sin nada porque ella se quedará con todo.

¿Qué podía hacer? Contratarlo y pagarle los cincuenta mil duros, después de lo cual al cabo de unos minutos entró Davinia en la habitación acompañada de su abogado, un joven boquirrubio muy peripuesto. El primer Rapado me defendió muy bien, tanto que Davinia se avino a retirar la demanda de divorcio admitiéndome, según dijo, en su piso de la ciudad y de nada sirvió que yo le indicase la molestia que representaba para mí tener que desplazarme todos los días hasta el motel para controlar el negocio.

Estaba tan guapa y tenía tantas ganas de acostarme con ella que ni siquiera la acusé de ponerme los cuernos con el doctor Galeno, ni de haberme robado el dinero, las cintas de video, el Opel Frontera y el Mercedes que le había regalado. Consideré oportuno darle un beso mostrando mi buena disposición pero torció la cara y la besé en la oreja cuando lo que yo quería, de momento, era meterla la lengua en la boca.

Al final salimos del despacho y ella en el Mercedes y yo en el Lamborghini la seguí hasta una de las zonas residenciales más elegantes de la ciudad. No era un piso lo que se había comprado sino un chalet muy bonito en cuyo garaje metió el Mercedes al lado del Opel Frontera que Nicanor estaba abrillantando y que me saludó con un movimiento de cabeza casi despectivo.

Yo tuve que dejar mi coche en la calle. No voy a escribir todos los insultos que Eufrasia me dedicó porque no vale la pena, todos eran invenciones como las que soltaba por la tele contra mí. Menos mal que no estaba mi amigo el doctor Galeno, porque si me lo encuentro lo espachurro a patadas.

Pero si había una novedad. Aparte de Nicanor y Eufrasia había una niña preciosa de ocho o nueve años que me presentaron como Laurita, hija de una hermana de Eufrasia, y por lo tanto prima de Davinia. El chalet era verdaderamente grande, con planta baja y piso y comprendí al momento que había costado más dinero del que yo tenía en la caja fuerte, por lo tanto era fácil deducir que me habían estado robando desde que llegaron al motel.

De momento, puse buena cara al mal tiempo y fui acumulando agravios para cobrármelos en su día. A mi el que me la hace me la paga tarde o temprano. La primera noche me vacié en Davinia tantas veces que al día siguiente me costó Dios y ayuda levantarme y ella, por supuesto, seguía durmiendo cuando bajé a la cocina para desayunar.

Me sorprendió encontrar sola a Laurita desayunando un enorme tazón de Colacao con galletas; muy risueña me preguntó si quería que me preparara uno igual. Al decirle que sí se levantó muy diligente y pude observar que sólo llevaba encima un camisoncito que apenas le llegaba a las nalgas. Tenía unos muslos rellenitos estupendos, unas piernas perfectas y unas cachas fabulosas pero yo tenía prisa, le di un casto beso en la frente y salí disparado para el motel y no regresé hasta bien entrada la noche.

Durante un mes todo fue desarrollándose más o menos como el primer día mostrándome muy amable y cariñoso con Laurita porque lo que no tardé en averiguar que de prima de Davinia nada de nada, no porque se lo preguntara, sino porque sin darse cuenta durante una conversación matutina me dijo que se llamaba Laurita Pelafustán, que estaba en sexto grado de EGB y que sacaba muy buenas notas cosa que no dudé porque era muy inteligente y para su edad estaba muy desarrollada ya que incluso se le notaban, bajo el vaporoso camisón, las incipientes mandarinas.

Así vine en averiguar que Davinia tenía con ella a la hija de mi amigo Galeno y de ahí a pensar que seguía siendo su amante quedaba muy poco trecho. Pocos días después tuve que madrugar más de lo habitual y me estaba duchando cuando se abrió la puerta del baño y entró la niña que abrió los ojos como platos al detenerse a mirar mi virilidad sacudiendo la mano y poniendo unos morritos como si quisiera silbar.

Creí que se largaría a toda velocidad pero mi asombro fue verla bajarse las braguitas y ponerse a orinar tan tranquila sin dejar de mirarme. ¿Qué podía hacer yo si me comenzó a crecer mientras la miraba? Pues lo que hice, salir de la ducha y secarme mientras ella miraba fascinada como seguía creciendo hasta alcanzar su completo desarrollo.

Fue a partir de ese día cuando comenzó a sentarse en mis rodillas para desayunar dejándose acariciar los muslos e incluso su intimidad sin protestas, al contrario, también comprobaba por encima de mi pantalón como crecía aquello que la fascinaba.

Tenía mi plan para vengarme con creces tanto de Davinia como de su amante y lo hubiera llevado a cabo con mayor rapidez si Hacienda no se hubiera metido por el medio enviándome una inspección, al final de la cual, el pago de todo lo que no había declarado y la multa de varios millones que me endilgaron, me dejó en la más completa ruina ya que al no poder hacerle frente, me embargaron el Motel y todo lo que tenía.

Pero justo cuando estaba más apurado, recibí carta de un notario de Cuba indicándome que mi tío el de La Habana se había muerto dejándome heredero de toda su fortuna que ascendía a varios cientos de millones de pesetas y eso me permitiría pagar mis deudas con la Hacienda y conservar el Motel.

Mientras el embargo se hacía efectivo y yo preparaba los papeles para el cobro de la herencia, una de aquellas tardes después de comer regresé a la ciudad y encontré a Laurita sola en casa. Según me explicó inocentemente, Davinia había ido a visitar a una "amiga" como hacía todas lar tardes.

No era necesario ser un genio para imaginarse quien era aquella amiga. También Eufrasia y Nicanor se habían llevado el Opel Frontera para ir al cine porque deseaban ver Titanic una película muy de moda y según aseguraba todo el mundo, muy interesante.

Entonces se me presentó la ocasión de jugar a papás y a mamás con Laurita sin que nos molestaran durante unas horas. Laurita no era tan tonta que no supiera lo que le proponía, la prueba es que se desnudó en un momentito y yo por no ser menos hice lo mismo. Todo fue bien mientras yo jugaba con su fábrica de bebés y ella con mi herramienta para fabricarlos que estaba muy congestionada ya por tan agradable juego, tantos besos y tantos manoseos.

Sin embargo, cuando llegó el momento de fabricarlos empezó a quejarse, a patalear y a gritar y tuve que apretarle la garganta para que cesara en sus gritos hasta que se desmayó cuando ya se la había metido toda dentro del coñito. Pero con su pataleo derramó la gasolina y todo se fue al garete cuando encendí un cigarrillo y se me cayó el mechero como ya les expliqué al principio de estas memorias.

******

 

Ahora tengo que comprobar si Pepita y tía Elena se han despertado ya y ver quien está llamando a la puerta con tanta insistencia.

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

La loba

Lo potencial y lo real

Una vida apasionante (3)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (4)

Arthur Shawcross

Bela kiss

Romasanta, el hombre lobro

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

La semana tráquea

Relatos breves y verídicos (1)

El parricida sonámbulo

Curvas Peligrosas

Un fallo lo tiene cualquiera

Mujer prevenida vale por dos

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Cómodo, el incómodo

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (2A)

Viene de antiguo

Viene de antiguo 2

El gentleman

Margarito y la virgen de Rosario

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (1)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (2)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

Incestos históricos (3)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Incestos históricos (2)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

Incestos históricos (1)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (3)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (4)

Como acelerar el orgasmo femenino

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

La máquina de follar

Sola

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (2)

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

Olfato de perro (4)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (5)

No sirvió de nada, Mei

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Olfato de perro (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (3)

Olfato de perro (1)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (3)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Mal genio

Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

Crónica de la ciudad sin ley (8)

El timo (2 - 1)

Testosterona, Chandalismo y...

El canibalismo en familia

¿Son todos los penes iguales?

Código de amor del siglo XII

Ana

El canibal japones.

El canibal alemán

El canibal de Milwoke

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (6)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El timo (2)

El vuelo 515 (3)

El bandido generoso

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

Hasta que la muerte os separe.

¿Serás sólo mía?

¿Quién pierde aceite?

El mundo del delito (8)

El barco fantasma

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Captalesia

El sotano

Virtudes Teologales

El sexólogo (3)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sexólogo (4)

El signo del zorro

La sexóloga (5)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (2)

La sexóloga (3)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)