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Neurosis (2)

en Confesiones

NEUROSIS 2

Capítulo segundo

El ectoplasma.

 

Como les iba diciendo, Lina y yo no fuimos a cenar a Casa Mouriño.

¡¡Cachis!!, ya está aquí el espectro del demonio, no hay manera....

-- Oye, déjame tranquilo, caray.... ¡¡Vete a hacer gárgaras!!

Pues, como decía, entramos en el restaurante muy satisfechos y con respetable apetito. Juanjo no estaba entre los amigos sentados a la mesa.

-- ¡¡Será posible, esta maldita súcubo!! Déjame tranquilo, leñe. ¿No ves que estoy escribiendo?

-- Esa jovencita no te conviene, vas derecho a un desastre.

-- Eso a ti no te importa, será mi desastre no el tuyo, además, ¿quien te ha dado vela en este entierro? Y otra cosa ¿quién demonios eres tú?

-- Piensa un poco, hombre, quizá lo averigües.

-- Si por lo menos pudiera ver tu ectoplasma -- no oí su risa, pero supe que se estaba riendo porque cuando habló de nuevo, su voz era festiva.

-- Te gustaría saberlo ¿Eh, Tenorio?

-- No soy ningún tenorio.

-- Si, lo eres y además un viejo verde.

-- No tan viejo, y menos verde.

-- Vaya que no, como para ser su padre.

-- Estás celosa ¿verdad?

-- Pero ¿quién te ha dicho a ti que soy mujer?

-- ¿Te crees que soy tonto?, pues te equivocas.

-- No eres tonto, te crees muy listo que es mucho peor.

-- ¡¡Déjame en paz de una vez, estoy ocupado!!

-- No te librarás de mí tan fácilmente como tú crees.

-- ¡Ajá!, ya sé quien eres, maldita bruja, te has delatado con esa frase, la he oído un millón de veces antes de divorciarnos.

Esta vez sí oí su risa estridente y me giré hacia la izquierda; la ventana me miraba con sus ojos cuadriculados y amarillentos de farolas encendidas.

Al reflejo del cristal me pareció ver una sombra que se movía y me levanté del sofá escudriñando atentamente la difusa figura ahora parada frente a mí. Me acerqué despacio, en silencio y levemente encogido como los soldados que avanzan precavidos al ataque. Ella también se movió. Me detuve. El espectro hizo lo mismo. Mientras intentaba distinguir aquella especie de ectoplasma parado en la ventana, decidí rápidamente que no volvería a leer ninguna novela de Stefan King.

Moviendo los pies tan silencioso como un gato fui acercándome... despacito... despacito. Creo que me costó media hora recorrer un metro. Empecé a sudar frío. Contenía la respiración desojándome por distinguirla más claramente. Incluso llegué a pensar en dar un salto y atraparla. Pero… ¿y si calculo mal y salgo por la ventana? Salir disparado de un quinto piso no es una broma. Me estrellaré contra el asfalto y, encima, están en obras y puedo estropear la apisonadora del Ayuntamiento.

Oí que se abría la puerta del piso, pasos por el pasillo, pero no me moví. Sabía que era la fámula.

-- ¿Qué hace ahí parado, señor?

-- Silencio, María – susurré -- no grites que aquí hay alguien.

-- Sí, claro, acabo de llegar.

-- No, no, María, en la ventana. No grites.

-- ¿En la ventana, señor? ¿Quiere que avise al oculista del tercero?

-- Cállate, mujer -- susurré de nuevo -- me la vas a espantar.

-- ¡Ay, Jesús, Dios mío! ¿De verdad se encuentra bien?

-- Sí, María, pero cállate.

-- ¿La señora no ha llegado aún?

-- No, ¡¡pero cállate, de una vez, leñe!!

-- Vale ¿Qué hago para cenar?

-- Lo que quieras.

-- Señor, le va a dar un lumbago si está mucho rato encogido.

Desesperado me levanté bufando y... claro, el ectoplasma desapareció y María también.

Paso todo el santo día discutiendo con el maldito espíritu que me atosigaba nada más entrar en casa. Es terrible. No puedo concentrarme, no puedo escribir, no puedo hacer nada, ni siquiera puedo freír un huevo si me apetece sin que la tenga pegada a mi oído recriminándome de continuo. Sólo cuando Lina llega a casa deja de hablar pero no de molestar. Siempre anda cambiándonos las cosas de sitio, haciéndolas desaparecer para encontrarlas luego en los sitios más inverosímiles. Me ha dejado como un cochero delante de mi secretaria. Claro que la culpa fue mía por abrir el maletín. Vi el trapo blanco y debí sospechar, pero ni se me ocurrió, tuve que sacarlo y extenderlo y sólo entonces comprendí que era un camisón de Lina...¡¡Cómo iba yo a imaginar que lo ocultaría allí!! La secretaria disimuló, pero por la expresión de su cara supe que hacía esfuerzos para contener la risa.

Sé que es el espíritu maligno de mi ex mujer, pero no estoy seguro porque aún está viva y creo que los espíritus malignos, los súcubos y todas esas magnitudes del espíritu sólo se aparecen después de muerta la interesada. A lo mejor estoy equivocado. Tendré que consultar a un espiritista. Pero mientras me decido a buscarlo en las páginas amarillas y Lina se ducha y se arregla, intentaré explicarles lo sucedido hasta ahora si es que María sigue entretenida con el lavavajillas y no viene a explicarme algún capítulo de la telenovela. Hoy en día para tener fámula hay que rodearlas de toda clase de artilugios automáticos que hagan el trabajo mientras ellas ven la tele. Lo malo es que María no se queda tranquila si no me explica luego de que va el rollo lacrimógeno, lo que añadido a la tabarra de mi súcubo es fácil comprender que ya no soy capaz de seguir una línea narrativa coherente. Mi escritura acabará siendo tan indescifrable como la de Nostradamus. Háganse cargo... ustedes son comprensivos y amables, espero que me disculpen. Es culpa de la maldita bruja que me atosiga.

Por suerte tengo a Lina en casa que es una encantadora meiguiña buena (de momento) y la bruja no se atreve a hablarme mientras ella está a mi lado pero, como ya dije en el capítulo anterior, nos hace toda clase de perrerías para molestarnos. Sin ir más lejos, ayer noche mientras mi muñequita y yo hablábamos en la cama cara a cara sobre el sexo de los ángeles procurando no gritar mucho para no molestar a los vecinos, se encendió la luz de repente. A mí la luz no me molesta, al contrario, me encanta ver a mi princesita porque es una preciosidad, pero a Lina sí.

-- ¿Por qué enciendes la luz? – me preguntó, escondiendo sus bellas facciones en mi cuello – Ya sabes que no me gusta, cariño.

Yo no podía decirle que no había sido yo, que la había encendido el maldito ectoplasma porque ya me dirán ustedes como le digo que tengo una bruja en casa, le puede dar un soponcio, es muy miedosa.

-- Nena – le dije pensando a toda velocidad – esa luz se apaga con el calor y tú y yo estamos sudando.

Y de repente se apagó la luz.

-- ¿Cómo lo has hecho, si tienes las dos manos ocupadas? – me susurró al oído -- ¿Qué clase de truco utilizas?

-- No es ningún truco, amor – y vuelta a pensar a toda velocidad – es culpa de la sinergia.

-- ¿Quién es esa Sinergia? Y no me mientas, cariño.

-- No te miento, mi amor, la sinergia no es una mujer.

-- ¿Ah, no? ¿Entonces quien enciende y apagada la luz?

-- Verás, la sinergia es una función que realizan dos órganos...

-- Mira, cariño, déjate de fisiología que te conozco y eres capaz de tener otra bajo la cama.

Entonces no me quedó más remedio que exclamar en voz alta:

-- ¡¡Sinergia, haz el favor de presentarte aquí ahora mismo!!

Increíble, oigan, la muy pendeja de la bruja va y enciende la luz otra vez. Lo que faltaba pensé cabreado, pero no hay mal que por bien no venga, porque mi princesita se abrazó a mí temblando como una vara verde y al notar como temblaba también me entró a mí el tembleque. La luz se apagó y se encendió furiosamente un montón de veces. Pese a estar muy ocupado recuerdo que pensé… ¡Como me fundas las halógenas te machaco, desgraciada!

Total, que a la maldita bruja le salió el tiro por la culata y mi nena y yo nos fuimos a la ducha a refrescarnos. Miren si son desconfiadas las féminas que antes de salir de la habitación miró debajo de la cama. Al comprobar que no estaba la Sinergia, me echó los brazos al cuello para besarme muy apasionada, clavándome los firmes pitones en el tórax. No hay torero que haya recibido dos pitonazos con más valentía y arrojo que yo. Que le voy a hacer si uno ha nacido así de intrépido.

Pero no es tan fácil deshacerse de una bruja. Pese a que eché el cerrojo, el canallesco ectoplasma entró en el baño igual que las sanciones de Hacienda cuando no estás en casa, por debajo de la puerta. No supe que se había infiltrado hasta media hora más tarde al romperse la mampara de plástico de la ducha cuando más entretenido estaba con el templo de Venus y las esculturales columnas que lo sostienen. Otra canallada que no le voy a perdonar en la vida. Lina cree que fue ella la causante del estropicio al estirar de golpe las piernas porque le entró un hormigueo tan descomunal que la dobló hacia atrás como una contorsionista. De todas formas, mejor que lo crea, así me evito tener que explicarle que vivimos con un fantasma en casa.

Cuando regresamos al dormitorio tomé la precaución de tapar la parte inferior de la puerta con las toallas de baño. Como estaban húmedas imaginé que le sería imposible filtrase. Pero ¡¡qué va!! A esta bandarra no hay careta antigás que la detenga. Nos tapamos hasta las coronillas para no hacerle caso por mucho que intentara molestarnos.

-- Vamos a sudar la gota, cariño – me dijo, sofocada a los dos minutos – y puede salirnos el sarampión.

-- Yo ya lo he tenido ¿Tú no?

-- Si, también – respondió -- ¿Pero por qué nos tapamos tanto?

-- Para que la sinergia no nos moleste, amorcito.

-- Estas tú hecho una buena sinergia, cariño, me estás ahogando.

Y, de pronto, oímos un ruido tremendo en el comedor, como si el vecino del piso superior, que es muy gordo, se hubiera venido abajo.

-- ¡¡Dios mío!! – exclamó asustada -- ¿Qué ha sido eso?

-- No sé – respondí -- no hagas caso, ya nos dirán algo.

-- Tengo miedo, cariño.

-- Pues no lo tengas que estoy yo aquí y además estamos bien tapados.

-- ¿Y si ha entrado un ladrón, cielo?

-- No te preocupes, nena, mañana compraré una pistola a un traficante amigo mío.

-- Pero ¿es que no piensas hacer nada?

-- ¿Y qué quieres que haga, además de lo que estoy haciendo?

-- Mirar a ver que ha ocurrido, puede ser algo grave.

-- Lo que haya ocurrido podemos verlo mañana, mi vida, ahora puede apagarse la luz y tampoco vería nada ¿no lo comprendes? Anda, sigamos.

-- Pero ¿tú qué crees que ha pasado? – volvió a preguntar sin hacerme caso.

-- Seguramente – respondí paciente -- ha cedido el piso y el señor Ramón ha caído dentro de nuestro comedor, ya sabes lo gordo que es.

-- Si hubiera sido así estaría gritando.

-- Puede haberse matado, mujer, por eso no grita.

-- Pues yo, cariño, no podré seguir con un muerto en el comedor.

Ustedes ya saben lo tozudas que son las mujeres. Al final salté de la cama, cogí el cuchillo más grande de la cocina y me acerqué al comedor sigilosamente. Estaba dispuesto a traspasar de parte a parte al ectoplasma si me la encontraba. Llegué al comedor de puntillas, abrí de golpe la puerta lanzando cuchilladas a diestra y siniestra con tanta ferocidad que a poco más me degüello. Encendí la luz y comprobé que el carillón se había venido a tierra; todas sus tripas metálicas estaban esparcidas por el suelo, hasta los legionarios romanos habían saltado de la esfera. ¡¡Maldita bruja!! ¿Dónde demonios te metes? ¡¡Da la cara si te atreves, canalla! No se atrevió.

Dejé el cuchillo y regresé al lado de mí adorada muñeca.

-- ¿Qué ha pasado, cariño?

-- Nada, nena – respondí, - se ha caído el carillón del comedor.

-- ¿El que has comprado esta tarde?

-- Sí, nena, el mismo, ya ves.

-- Ya te dije que al cáncamo había que ponerle un taco porque el reloj pesa demasiado, pero tú con tal de llevarme la contraria...

Tuve que cerrarle la boca con un beso porque no podía decirle que lo había derribado la bruja para darme la noche. La luz volvió a apagarse sola. Lina, temerosa se abrazó a mí. Se hizo un silencio sofocado, se oyeron suaves gemidos, y, a poco, mi princesita empezó a runrunear de nuevo como una gatita de lomo suave y sedoso. Les aseguro por mi vida que era sedoso como la seda o más.

Estoy decidido a iniciarme en las artes del vudú espiritual a ver si logro acabar con la maldita bruja de una vez.

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