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El mundo del delito (7)

en Otros Textos

HENRY DESIRE LANDRÚ.

El hombre de las muchas vidas

(1914-1915)

Conoció a su esposa, MARIE REMY, nada más pasar la adolescencia, y con ella tuvo cuatro hijos. Landrú era bajito, poca cosa, muy medido en sus gestos, atento, delicado e instruido. Sin duda esta era una falsa identidad que siempre mantuvo con su familia, porque Landrú tenía otra personalidad mucho más criminal, fría y perversa. Trabajaba en un garaje de Neuilly como vigilante y administrativo y vivía desde hacía un tiempo con su familia en Clichy, pero allí su mujer comenzó a mosquearse porque Henry le había dicho que en aquel sitio debía llamarle con otro nombre: Françoise Petit. Le dijo que se fuera acostumbrando pero no le dio más explicaciones. Puesto que Henry Landrú traía dinero a casa y sus ausencias no eran muy desmesuradas Marie calló. Además, Landrú se comportaba muy bien con su familia.

Sin embargo Landrú comenzó a ampliar sus ausencias. Lo que estaba haciendo era conocer a otras personas y darse a conocer con otros nombres de diversos pasados.

Sin ir más lejos, en el garaje le conocían como Fremyet.

Durante una de esas ausencias que cada vez eran más largas, Marie se sintió mosqueada con su marido porque en cierta ocasión se despidió de ella con una gran alegría en plena noche.

Landrú había conocido a una viuda de buen ver, madame Cuchet, y la había enamorado bajo la falsa identidad de Diard, ingeniero que hasta poco tiempo antes había estado viviendo con su ahora fallecida madre (todo un cuento para liar a la viuda). Entre ellos había un único problema: el hijo de 17 años de madame Cuchet al que no le gustaba Landrú porque les hacía muchas visitas pero no le proponía matrimonio a su madre. No se fiaba de él, pero madame Cuchet siempre le pedía paciencia a su hijo convencida de que la petición de mano llegaría en cualquier momento.

En aquella época París estaba sufriendo ataques aéreos por la guerra europea de modo que Landrú, bajo su falsa identidad de Diard, le propuso a madame Cuchet que ella y su hijo André, para salvarse de los bombardeos, se marcharan a Vermouillet, a un hotelito fuera de París. Allí se pasaron siete meses mientras Landrú, con los ahorros de la mujer y la plena confianza de ésta, se deshizo de los muebles de la casa e hizo una hoguera que despertó la curiosidad de los vecinos.

Al final dejaron de verse madame Cuchet y su hijo, y Landrú siguió haciendo su papel de padre, esposo y empleado en el garage de Neuilly.

Un tiempo después encontró el modo de buscar las víctimas ideales y montó un negocio de contratación de empleadas para cuidar de señoras o niños, consiguió a su segunda víctima: de nuevo una viuda aún de mejor ver que la anterior y con más dinero, madame Laborde-Line. Con ella siguió la misma técnica que con madame Cuchet, se presentó como Dupont, empleado del servicio secreto, y al tiempo le propuso que se marchara a vivir fuera de París quedándose él con sus ahorros para invertirlos en aquella desastrosa época de guerra. Un día los vecinos de aquel hotelito volvieron a ver una hoguera.

Comenzó a correr el rumor de que efectivamente Dupont pertenecía al servicio secreto así que cuando vieron una tercera hoguera al poco tiempo nadie dijo nada. Era como si aquel misterioso oficio velara cualquier duda.

Finalmente abandonó definitivamente el hotel, pagó a su dueño y éste lo puso de nuevo en alquiler. Tenía que cambiar de zona. En aquella había follado ya a suficientes muejres.

Tuvo la suerte de que las desapariciones no fueron denunciadas a la policía, pero no contaba con que unos familiares de madame Laborde-Line hubiera hecho partícipe de sus sospechas a un inspector francés llamado Jean Bolin. A Bolin le contaron que creían que madame se había ido a pasar unas vacaciones en una propiedad de su pretendiente al cual estos familiares habían visto en un par de ocasiones describiéndolo como un tipo insignificante, de barbita en punta y voz grave.

Landrú arrestado

Mientras Landrú fijó su nueva residencia ocasional para las visitas femeninas en Gambois, un pueblo viejo donde ni siquiera había luz eléctrica. Allí alquiló una casa y con permiso del dueño construyó un horno más grande alegando que era inventor y estaba en las puertas de conseguir un invento que terminara con la guerra que estaban sufriendo.

Bajo estas premisas nadie le molestó, sin embargo, aunque los vecinos no veían la casa por el muro que la rodeaba, sí vieron y se extrañaron ante la humareda oscura y acre que subía por la chimenea del nuevo horno que era, en realidad, una caldera.

Mujeres las encontraba sin necesidad de pestañear. Se encontraba en la gloria follando tanta mujer. Las encontraba gracias a su empresa de contratación femenina, así que siempre estuvo llevando a las pobres víctimas hasta la casa de Gambois donde se instaló en 1916.

En 1919, cuando ya había follado una legión de mujeres, las gentes del pueblo, hartos de las quemas extrañas, se quejaron. Para entonces ya había asesinado a más de cien mujeres. Como el pueblo se estaba poniendo tenso y no tenía la excusa de la guerra, que ya había terminado, se volvió a su casa.

Y al volver a casa lo hizo con la felicidad de su riqueza y la vuelta de sus hijos mayores al hogar tras haber participado en la guerra. Le confesó a su esposa que era rico pero le advirtió que no debía decir nada al respecto.

Cuando comenzó a disfrutar de las riquezas vilmente robadas el inspector Bolin, alertado por la desaparición de otra mujer, madame Marchardier, siguió sus pesquisas con más atención. Un día le visitó una mujer que en su día, en su declaración, no había dicho que la desaparición de su hermana estaba ligada a un hombre, un pretendiente. Aquel día Bolin unió cabos, y la hermana de la desaparecida le confesó que había ido a verle porque había visto al "pretendiente" comprando obras de arte en una tienda de Rue Rivoli.

Allí le dijeron que sí reconocían al hombre de barba puntiaguda del que hablaban, pero como no tenía su dirección se hizo un equipo de policías que vigiló el lugar durante un tiempo. Pero Landrú no volvía. Más de 50 hombres repartidos por París buscaban a Landrú sin conocer su verdadero nombre y recibieron muchas falsas alarmas.

Landrú se había acomodado a su nuevo estilo de vida y se había alquilado un apartamento que no compartía con su esposa. Un buen día llegó allí y se encontró al inspector Bolín esperándole en su propio salón. Cuando le acusó de varios asesinatos Landrú ni se inmutó, tan sólo le dijo que debía probar la acusación.

Se produjo uno de los juicios más sonados y célebres de los últimos años, pero curiosamente, aunque Landrú reconoció y contó ciertos pasajes, se limitó a explicar que "algo" les había engañado, pero jamás reconoció haberlas asesinado, pero había una prueba irrefutable. En aquel apartamento, guardados en un cajón, había muelas y dientes de oro. Le defendió en Versalles el mejor abogado de la época, Moro-Giafferi, pero en febrero de 1922 fue sentenciado a la guillotina

Por aquel entonces nadie hablaba de violencia de género, seguramente porque Landrú, hombre inteligente, solo las follaba bien folladas antes de hacerlas desaparecer quemándolas en el horno, y, claro, al convertirse en humo ya no podían presentar denuncia.

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