-- Lo lamento mucho, mi amor, pero tendremos que divorciarnos.
Ella lo miró estupefacta, sin acabar de creerse sus palabras. Seguramente era una broma de las suyas, pero por la cara adusta del hombre comprendió que hablaba en serio.
-- Pero divorciarnos ¿por qué? preguntó temblándole la barbilla de compasión por si misma.
-- Porque no sabes chuparla y me has dejado la verga en carne viva, por eso.
-- Pues ya aprenderé. Te lo juro.
-- No, Clarita, no puede ser, lo mismo me has dicho la semana pasada y con esos dientes de loba que tienes cada vez que me la chupas me despellejas y luego no puedo seguir follándote.
-- ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me los arranque?
-- Eso sería una solución, pero te quiero demasiado para obligarte.
-- Si me los arranco luego no podré comer.
-- Puedes ponerte dentadura postiza y cuando tengas que chupármela te la quitas, pero, ya te digo, yo no te obligo, pero tú tampoco puedes obligarme a mí a quedarme sin polla, ¿comprendes?
-- Si, claro que comprendo, pero estoy muy enamorada de ti, te quiero demasiado y lo sabes. Tendrías que ser un poco más compresivo.
-- ¿Más comprensivo y ayer tuvimos que ir al dispensario para que me curaran el prepucio? ¿Te parece que eso es ser poco comprensivo?
-- Si lo sé, mi amor. Pero tú después de follarme quieres que te la ponga tiesa otra vez para poder seguir follándome.
-- Porque estás muy buena, tienes un cuerpo muy cachondo, eres muy guapa y es lógico que quiera seguir follándote ¿No te parece?
-- Si, y eso me alegra, pero no me queda más remedio que chupártela para ponértela tiesa otra vez. He probado a meneártela y tardas veintidós horas hasta que se te pone dura. La última vez que te la menee tuve que llevar el brazo en cabestrillo una semana. ¿Qué quieres que haga, Manolo?
-- ¡Y yo que sé, Clarita! Consúltalo con el dentista a ver que solución propone él.
-- Me da un poco de corte exponerle nuestra situación, es un poco anómala, creo yo.
-- Quizá, pero tienes que buscar una solución.
-- Está bien. Consultaré al dentista a ver que me aconseja.
Aquel mismo día Clarita, después de limpiarse el coño y los dientes, entró en la consulta del odontólogo y le explicó la angustiosa situación por la que atravesaba su matrimonio. El especialista la escuchó muy atento y, sin fruncir el ceño ni nada, le indicó que se desnudara detrás de un biombo que tenía preparado al efecto en la consulta. Luego, cuando ya estuvo con el magnífico cuerpo en pelota picada le indicó que se sentara en el sillón que bajó hasta la altura adecuada y le pidió que abriera la boca examinándole la dentadura detenidamente sin encontrar ningún fallo. Es más, incluso le dijo que tenía una dentadura preciosa y al mismo tiempo le dijo:
-- Si le parece bien, y para que yo pueda hacerme cabal cuenta de lo que les ocurre a ustedes, voy a desnudarme también para ponerme encima de usted y metérsela hasta las bolas y luego me la chupará a ver que solución puedo darle a su grave problema.
-- Haga lo que tenga que hacer, Don Leandro, el caso es que me saque usted del apuro.
-- No se preocupe, señora, encontraré la solución comentó el galeno mientras con una verga larga y gruesa como un salami italiano le iba penetrando.
-- Tiene usted un coño precioso, señora,
-- Pues su verga también es muy hermosa.
-- ¿Le gusta?
-- Más que comer sardinas con los dedos, Don Leandro Y la mueve usted tan ricamente. ¿Cree que encontrará la solución?
De momento el doctor no contestó porque estaba muy ocupado chupándole una teta más sabrosa y tierna que las de Orense. Luego le preguntó:
-- ¿Puede usted correrse al mismo tiempo que yo?. Eso me ayudaría mucho.
-- Si continua usted moviéndola como hasta ahora tardaré menos de un minuto. porque la verdad es que ya me estoy corriendo.
- Uy, uy exclamó el doctor También yo, señora, ¿Nota los borbotones?
-- Ya lo creo, son magníficos. Se nota que es usted soltero.
-- Si, eso es verdad, pero ahora tendrá que chupármela a ver que pasa.
Y Clarita chupó el salami italiano con tanta maestría como un virtuoso del trombón y tragó con tanta facilidad los borbotones de semen como un bebé glotón. Al acabar el odontólogo comentó:
-- No tiene usted ni una carie pues su dentadura es perfecta, pero si quiere usted rebajarlos, lo cual sería una lástima, puede hacerse aunque el tratamiento será largo. No obstante voy a recetarle unas pastillas
-- ¿Pastillas? preguntó la espléndida y hermosa mujer extrañada.
-- No se preocupe, no son para usted sino para su marido. Debe tomar dos en cuanto usted llegue a casa. Déselas con un poco de agua. Se dormirá en seguida y, mientras duerme, haga usted su equipaje, métalo en un taxi y en el mismo taxi métase también usted y dígale al taxista que la traiga a mi consulta rápidamente para comenzar el tratamiento cuanto antes.
-- ¿Qué tratamiento, doctor?
-- El que hemos comenzado hoy.
-- ¿Y en ese sillón tan incómodo?
-- No señora, tengo otro sillón con almohada y colchón de látex.
-- ¡Ah! Eso ya es otra cosa. ¿Y será muy caro el tratamiento? quiso saber la dama.
-- Totalmente gratis porque lo haremos fuera de las horas de consulta después de cenar y ver la tele.
-- Entonces me voy a escape para que mi pobre marido empiece a descansar cuanto antes y pueda curársele el despellejado miembro que tanto lo martiriza. Hasta luego, doctor.
-- Hasta luego, señora.