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Un grave encoñamiento (5)

en Grandes Relatos

UN GRAVE E3NCOÑAMIENTO – 5 –

QUINTA PARTE

No vendí mi piso, pero si me compré otro de seis habitaciones, dos cuartos de baño y un pequeño servicio, recibidor de catorce metros con espejos, una cocina como un campo de fútbol con barra americana, una terraza de sesenta metros y un comedor salón de ciento veintiséis metros. Un piso de seiscientos metros cuadrados de verdadero lujo que fue el que más le gustó a mi niña de todos los que vimos. Cuando le dije que lo comprábamos me preguntó:

-- ¿Y cómo lo vamos a pagar, cariño, si aún no has vendido el otro?

-- Tú de eso no tienes que preocuparte, pero si quieres saber cómo lo voy a comprar, esta noche cuando estés a punto de gozar, pregúntamelo. Creo que en esos momentos ni te acordarás.

-- Ya lo creo que me acordaré, siempre haces cosas estrambóticas y por eso me tienes fascinada, mi amor, pero tengo que estar a punto de gozar y no lo entiendo.

-- Pues ya lo entenderás – y así fue como aquella noche en la ancha cama de mi viejo piso, cuando estaba casi estremecida entre mis brazos y comenzaba a contraérsele la vagina me preguntó con voz sofocada:

-- ¿Cómo pagarás el piso?

-- Con esto – metí la mano bajo el colchón donde había escondido la cartera, saqué el recibo bancario y se lo enseñé.

-- ¡Oh, Jesús mío, dos mil y un millones trescientas doce mil pesetas, ahora sí que me voy a correr aún más a gusto, cielo, dame lo tuyo, dámelo ya.

En verdad que se corrió como una catarata aquella noche y yo con ella. Ni se acordaba de la lotería y tan sólo hacía una semana que lo habíamos comprado. Como si aquella cantidad de dinero fuera un potente afrodisíaco, aquella noche los dos nos quedamos secos. Yo la goce cuatro veces y sus orgasmos fueron tan numerosos que tuvo que cambiar la sábana bajera.

Desde abril hasta finales de junio estuvimos muy ocupados con pintores, decoradores y mueblistas pero al final nos quedó un piso de cine que ni en Hollywood lo hubieran mejorado. El banco me regaló un Mercedes 500 que era lo que nos faltaba para parecer de verdad auténticos multimillonarios. Yeya y yo llegábamos juntos y salíamos juntos del trabajo en aquel coche que todos miraban con la boca abierta.

Normalmente, y mientras estuvimos en el viejo piso cenábamos temprano y desnudos; desnudos nos sentábamos en el sofá a ver la tele acariciándonos hasta que ella reventaba de ganas y se espatarraba sobre su juguete, saltando sobre él hasta que se venía dos o tres veces y yo la gozaba en el último momento inundándola con borbotones tan ardientes y violentos como si fuera la primera vez que la disfrutaba; sentirlos, a ella la hacían barritar de placer.

Luego, más calmados volvíamos a las caricias, pero sin sacársela. Si comenzaba alguna película la mirábamos acostados, ella con la espalda y las nalgas pegadas a mi regazo y su vulva dilatada al máximo por su juguete y así, inmóviles, nos aguantábamos hasta el final de la película. Algunas veces fallábamos, sobre todo cuando el film tenía escenas eróticas demasiado excitantes.

A primeros de julio envié dinero a mi madre para el billete del avión. Llegó pasado San Fermín y la presentamos, naturalmente, a la familia Cuesta que tuvo la gentileza de invitarnos a comer a los tres. Su piso, que tan bonito nos había parecido tres años antes, era una mierda comparado con el nuestro, aunque tenía un comedor con muebles estilo Luís XV magnífico y en ese comedor, casi al final de la comida fue cuando el señor Cuesta, ensalzando mi trabajo en la empresa, terminó las alabanzas con las siguientes palabras:

-- Sin embargo, Toni, es un miserable.

Me quedé mirándolo sin pestañear, pero no me sostuvo la mirada. Mi madre estaba volada porque cuando me enfado se me dilatan las aletas de la nariz y ella me conoce muy bien. Esperaba mi respuesta casi sin respirar y quizá pensó que era capaz de levantarme y pegarle dos hostias como se merecía. Sin embargo, me tragué el genio y respondí calmosamente:

-- Si lo dice usted refiriéndose a la miseria económica tengo que darle la razón, y si hablamos de otra miseria, por ejemplo la moral, más miserable que usted no conozco a nadie.

-- ¡Hombre! – exclamó sorprendido – Yo no me refería a..

-- No se preocupe, señor Cuesta – corté rápido -- tal como le van las cosas en su empresa dentro de cuatro meses yo seré el dueño y usted mi empleado y le pagaré mejor de lo que usted me paga a mi y encima lo tendré asegurado – y le guiñé el ojo izquierdo a mí madre que el viejo quelonio no podía ver, pero si la boquita de rape que estuvo a punto de intervenir, pero la mirada que le dirigí fue suficiente para hacer que cerrara la boca.

-- Bueno, no nos pongamos trágicos – comentó el viejo quelonio como si nada hubiera sucedido.

-- Para tragedias la griegas – comentó Yeya riendo, risa en la que la acompañamos todos.

Y todo volvió a la normalidad. Se acabó la comida y cada mochuelo a su olivo.

Cuando mi madre vio mi piso aquella noche me preguntó asombrada:

-- ¿Este palacio es tuyo?

-- No, mamá, el piso es de Yeya y mío.

-- ¿Cómo es posible?

-- Porque le tocaron muchos millones a la lotería, mamá – comentó Yeya besando sus mejillas – Claro que si no es por mí no le tocan. ¿Es o no es verdad, Toni?

-- Sí, mi amor, es verdad. Yo no hubiera comprado la lotería.

-- Qué suerte habéis tenido, pero…

-- Pero ¿Qué mamá? – acucié para que lo soltara de una vez.

-- Seguís igual que antes ¿verdad?

-- Siempre será igual que antes, mamá – respondió Yeya – Cuando nos encontró el tío Cipriano haciendo el amor y obligó a Toni a separarse de mí, no hizo más que multiplicar por cien el amor que nos teníamos.

-- Nunca os entenderé, hijos míos. No podréis tener familia, ni podréis casaros…

-- Podemos tener familia y la tendremos cuando sea oportuno y si es necesario, nos casaremos en el extranjero.

-- Mamá – comentó Yeya – No creo que en nuestro caso sea necesario el matrimonio. Tú te casaste ¿Y de qué te ha servido? Pues nosotros sin casarnos somos más felices de lo que tú fuiste casándote.

-- Sí, hija mía, es cierto, pero nunca había conocido un caso como el vuestro, ni creo que exista uno en todo el mundo.

-- Yeya – le dije a mi hermana – Trae la revista y tú, mamá, ponte las gafas que tienes que leer algo.

Cuando acabó de leer nos miró de hito en hito alternativamente. Comentó:

-- Los viejos no somos capaces de caminar a la marcha de la juventud. ¡Ay, señor…

-- Que vida esta! – rematé porque me conocía la frase de antiguo —Además, mamá, tu deberás dejar el trabajo y vivir con nosotros.

-- Quería decirte una cosa, Toniño -- siempre me había llamado igual-- antes de que se me olvide.

-- Pues dime, madre.

-- Has estado muy violento con el señor Cuesta. Vamos, digo yo.

-- No le dije nada que no fuera cierto, mamá.

-- ¿Ay, sí? – preguntó.

-- Sí que hay, madre, sí que hay – respondí dándole un beso en la frente.

-- ¿Y qué es lo que hay? – volvió a preguntar

-- Pues hay que tú te quedas a vivir con nosotros. Estamos buscando una cocinera y dos doncellas para ti y para Yeya. Tu presencia evitará murmuraciones y hoy en día, madres solteras hay muchas ¿Vas entendiendo?

-- Sí, hijo, que tonta no soy, gracias a Dios.

-- Vale, pues, mañana descansarás y recibirás varias visitas de las muchachas de servicio. Escoge una cocinera y dos doncellas, las que mejor te parezcan.

-- ¿Y por qué no se queda Yeya conmigo?

-- Sí, mamá – indicó mi hermana -- ya me quedo yo contigo.

-- No te olvides de decirles que tú estás casada, que tu marido regresará a la hora de comer y…

-- Ya vale, Toni – cortó Yeya, empujándome hacia la puerta – Sé lo que tengo que decirles, corazón.

Nos dimos un apasionado beso de despedida y me largué al trabajo.

Cogimos vacaciones todo el mes de Julio, Llevamos en barco a nuestra madre a Mallorca. En barco porque del avión no quería saber nada pues mi madre tenía un pánico atroz a volar. Emprendimos el viaje en coche a Valencia, dejándolo en un parking. De modo que pagué dos pasajes con camarote. Ellas durmieron en uno y yo en el otro. Lo de dormir, por lo menos para mí, no deja de ser un eufemismo, porque no pegué un ojo. Ya no sabía dormir sin Yeya; además, el runrún de los motores era inaguantable por eso estuvimos paseando los tres por cubierta hasta las tantas de la madrugada, pues el mar estaba liso como un plato.

Con un coche alquilado en Palma recorrimos toda la isla visitando los lugares más típicos, Las cuevas del Drac, la fábrica de perlas Majoricas, El Castell de Bellver, uno de los edificios emblemáticos de la ciudad y la isla que aparece en el horizonte sobre una colina rodeado por un bosque que lleva su mismo nombre. La Catedral, no pasa desapercibida al visitante y es sin duda una de las imágenes características de la ciudad de Palma. Raixa – Bunyolam palacios del S.XVIII con magníficas escalinatas y jardines.

Visitar El castillo de Alaró es una de las excursiones más clásicas de Mallorca. Se puede subir a pie desde el pueblo o en coche hasta el Verger o hasta el Pouet, y se visitan las ruinas de la fortaleza en la que los leales al rey Jaume II, Cabrit i Bassa, resistieron la invasión de Alfonso II de Aragón. Los Baños Árabes, uno de los pocos restos arqueológicos de la época de la dominación musulmana en Baleares. Destaca una sala central rodeada de columnas que se dedicaba a los baños de vapor.

En fin, que nuestra madre terminó tan cansada que, al día siguiente quiso descansar todo el día, momento que aprovechamos Yeya y yo, para escaparnos a la playa nudista de Ibiza donde hicimos el amor por la mañana y por la tarde a la vista de todo el mundo. Nos miraban, pero nadie nos molestó. Regresamos a Mallorca en un viaje de dos horas de un trasbordador lento como una tortuga.

En Mallorca embarcamos en el Ferry de Barcelona, donde también pasamos otra semana visitando la ciudad y comiendo las famosas butifarras con monxetas que, por mí, ya se las pueden dar todas al Honorable Presidente de la Generalidad, que yo no volveré a probarlas. Casi a fin de mes regresamos a Valencia y de allí Madrid en automóvil para encontrarme en el buzón entre varias cartas dos del banco en los que nos adjuntaban los cheques de los sueldos de Yeya y míos devueltos por falta de saldo.

Nunca, en todos los años que llevábamos trabajando para los Laboratorios Cuesta, había ocurrido cosa parecida.

Cuando el día 1º de Agosto entramos los dos a trabajar lo primero que hice fue presentarme en el despacho del jefe con los cheques devueltos en la mano. Él no estaba, pero sí boquita de rape que me dijo que debía ser un error del banco o que quizá los de contabilidad se habían olvidado de remesar efectos para el descuento. En cuanto regresara el señor Cuesta quedaría todo arreglado.

En contabilidad, tampoco supieron aclararme nada. Habían enviado la remesa de letras casi a mediados de Julio, pero a la fecha, el banco no las había abonado en cuenta. Lo que sí supieron decirme es que las devoluciones de efectos impagados llegaban a carretadas. Lo que acabó de decirme a hablar con los bancos fue el hecho de que el señor Bermúdez, el jefe del departamento de contabilidad, se había despedido hacía diez días sin dar explicaciones.

En el primer banco que visité, el director me dijo que la remesa si la había recibido pero que, a causa del volumen de impagados, había decidido abonarla al cobro, o sea, cuando el banco cobrara.

-- Pero señor Andrade – le comenté frunciendo el ceño – usted sabe muy bien que la empresa no podrá atender a sus proveedores si usted no abona en firme las remesas de papel.

-- Lo sé, pero mire – comentó abriendo un cajón y entregándome una letra impagada que correspondía a uno de nuestros mejores clientes de Ciudad Real aunque cierto era que hacía un par de meses que no pasaba pedido, comenté - ¿Qué le pasa a la letra. Este cliente siempre ha pagado religiosamente.

-- Lea por detrás.

Le di la vuelta y leí: No se debe nada a Laboratorios Cuesta. La firma, no es nuestra aunque sea parecida. Debí poner tal cara de asombro que el señor Andrade me dijo: y, aunque de menor cuantía, esa no es la única firma falsificada.

El importe de la letra no era pequeño, pasaba de quinientas mil pesetas, pero eso era lo de menos, atreverse a falsificar una firma en el acepto del documento público era un asunto gravísimo

-- Y tenga en cuenta – continuó el director -- que está excedido de papel en un treinta por ciento. A tenor del volumen de impagados, el señor Cuesta, debe ya diez millones en este banco que serán veinte, cuando todo el papel salga de riesgo.

-- ¿Y qué van a hacer ustedes?

-- Nosotros nada, tenemos encarado el piso y el chalet y en nuestro poder están las escrituras. Pero, aunque embarguemos, difícilmente cubriremos toda la deuda porque, además, debe el crédito personal de cinco millones que pidió el año pasado y del que no ha amortizado ni una peseta, más los veinte o quizá más que alcanzarán los impagados. En cuanto esta situación se conozca en el mercado los clientes que pagaban dejarán de hacerlo, ya sabe, a río revuelto ganancia de pescadores.

-- Bueno, gracias por la información, señor Andrade – dije levantándome y estrechándole la mano.

-- Recuerde señor Noreña que le he dado esta información porque es usted uno de nuestros clientes distinguidos. Lo que me gustaría saber es si va usted a intervenir con su capital en esta situación.

-- No lo sé aún, señor Andrade, me falta conocer la totalidad del problema con el otro Banco y los proveedores.

-- Le aconsejo, Señor Noreña, que no dé un paso en falso y se asegure muy bien en donde pisa.

--Gracias, eso haré. Buenos días, señor Andrade.

-- Buenos días, señor Noreña.

En el otro banco estaban bastante más preocupados, aunque la cifra del débito sólo alcanzaba los diez millones de pesetas, pero para aquel entonces era una cifra muy respetable, como hoy lo continúa siendo. Claro que, cuando todo el papel saliera de riesgo, quizá el débito alcanzaría la veinte millones. Sentado frente al director, pregunté:

-- Señor Rojas, ¿Tienen ustedes intención de seguir abonando remesas de papel?

-- Sí, por supuesto, pero al cobro. De hecho, la última remesa del mes pasado está abonada de esa forma. Vamos ingresando dinero conforme cobramos, pero los impagados se lo tragan todo.

-- ¿Y cuál es el saldo actual, por favor?

-- Se lo digo enseguida—respondió tecleando en el ordenador – Un millón novecientas treinta y dos mil pesetas, en rojo, naturalmente.

-- ¿Tenemos alguna póliza de crédito pendiente?

-- Sí, una de dos millones, que vamos descontando ya desde hace seis meses con un diez por ciento del importe de las remesas.

Estaba claro que aquellos tiburones de las finanzas acabarían hundiendo definitivamente a la empresa. Pero recordé que nadie me había hablado para nada de los dos bajos de la calle Orense donde se ubicaban los laboratorios. Aquellos dos bajos bien valdrían sus doce o quince millones de pesetas y no entendía por qué no se habían apoderado de las escrituras.

Tenía que ver la copia del último balance presentado a los bancos aunque la más indicada para interpretarlos era Yeya. Regresé a la empresa casi a la hora de comer. El jefe aún no había regresado, pero como acostumbraba a llamar a última hora para advertir que no podía regresar hasta media tarde, antes de cerrar para irnos a comer pedí en contabilidad los dos últimos inventarios y los dos últimos balances. Cuando me indicaron que el último inventario lo había hecho personalmente el jefe, me quedé mirando a Maldonado, el contable, creyendo que me hablaba de broma.

-- Es cierto, Toni, no te engaño – respondió muy serio intuyendo lo yo que pensaba – Creo que esto se desmorona. El mes pasado nadie ha cobrado.

-- Aquí no veo incluidos los locales de la Empresa en la calle Orense ¿Por qué? – comenté mirando el último y penúltimo balance.

-- Nunca figuraron, Toni.

-- Cuando yo entré en la empresa hace seis años, si figuraban. Míralo en el ordenador.

-- Los ordenadores se pusieron en la empresa hace cuatro años, Toni. Debes recordarlo. Fue poco antes de que tú comenzaras las visitas a proveedores y clientes.

-- Si, es cierto – respondí mirando el reloj que marcaba las dos menos cuarto- Vale, vámonos a comer, Maldonado, que ya es hora.

Invité a Yeya a tomar un vermú porque no quería discutir con ella los graves problemas de la empresa delante de nuestra madre. Ella, les echó un vistazo a los papeles empezando por el penúltimo, cotejando uno y otro reiteradamente, frunciendo el ceño y volviendo a cotejarlos.

-- No puede ser – comentó en voz baja y esperé sin hacer comentarios a que ella me explicara lo que no podía ser. Al final me preguntó – ¿El último inventario ya se ha enviado a los bancos?

-- Sí, claro

-- ¿Y Maldonado no se ha dado cuenta de que no podemos crecer en un año el 300%? ¿Quién ha hecho este balance?

-- No lo sé, supongo que Maldonado.

-- Maldonado no cometería un error de este calibre. – respondió y después de mirarme como si no me viera – A no ser que se lo haya ordenado Bermúdez, el jefe de contabilidad.

-- No creo que haya sido Bermúdez.

-- Yo tampoco lo creo, los balances se presentan en Marzo y no en Julio.

-- No te entiendo, cariño – comenté, acariciándole uno de sus satinados muslos hasta el depilado coñito.

-- Quita la mano de ahí, mi vida. Sabes que no me gusta que lo hagas en público.

-- Pues explícame eso, cielo.

-- Bermúdez no se enteró de este Balance hasta una semana antes de despedirse. Estoy casi segura, fíjate. Debe de andar la cosa muy mal, Toni.

-- Aún no lo sabes bien. Esta mañana he hablado con los directores de los Bancos.

--¿Y qué te han dicho?

-- Si follamos después de comer, te lo explico.

-- Eres un caso, mi amor. Está mamá y no estaría bien ¿Es que no te llega por las noches cuando ella duerme?

-- No, cachondita mía. Mí pedacito de gloria, mi…

-- Para, para – comentó riendo – Ya veo que estás muy apurado. Anda, paga y vamos a comer.

Me encantaba jugar con ella en la cama. Aquella muñequita de piel aterciopelada era deliciosa y me encantaba lamerla desde los pies a la cabeza. No tenía ni un solo bello en todo el cuerpo, excepto la cabeza y el diminuto triángulo de rizos sobre la vulva. La naturaleza la había dotado de unos ovarios que producían progesterona y estrógenos en dosis masivas y de ahí que su cuerpo fuera casi totalmente lampiño, tuviera una voz tan dulce y femenina, y sus curvas fueran como un canto a la feminidad. En tanto años de conocernos nunca la he visto depilarse ninguna parte del cuerpo, ni siquiera en las axilas.

Habíamos acabado el primer polvo y seguía dentro de ella para comenzar el segundo, cuando sonó el teléfono. Descolgué enseguida porque nuestra madre estaba durmiendo la siesta y no queríamos que la despertaran. Era Maldonado.

-- ¿Qué pasa, Pepe?

-- ¿Vas a venir ésta tarde?

-- Sí, dentro de un rato, ¿Por qué?

-- Te lo explicaré en cuanto llegues. Hasta luego.

-- Hasta luego – respondí con la verga tiesa de nuevo a toda potencia.

-- ¿Qué quería? – preguntó mi mujercita, bajando las nalgas para tragársela hasta la cepa.

-- No sé, dice que ya me lo explicará cuando vaya.

-- Mejor, así podemos acabar este delicioso trabajo, mi cielo, me encanta tu rabo, es lo más hermoso del ancho mundo. No hay nada que me sea más dulce que este trabajo que hago de sacármela y metérmela despacio.

-- Claro, porque tú lo disfrutas nueve veces más que yo – comenté apretándole las nalgas para enterrársela hasta la cepa.

-- No me vengas otra vez con lo de Teresias, cielo, y no aprietes tanto que me lastimas ahí dentro, cariño.

Estábamos ya tan sincronizados que nos corríamos juntos con facilidad, sobre todo cuando sentíamos que el otro comenzaba a estremecerse con las primeras sacudidas del clímax.

Aquella tarde, ella no tenía ganas de acompañarme al trabajo. Tenía sueño y se quedó durmiendo. Saqué el coche del parking pensando todavía en lo hermoso que habían sido aquellas dos horas haciendo el amor con mi preciosísima Yeya.

Por alguna razón desconocida para mí, desde que mi madre estaba viviendo con nosotros, sentir disfrutar a mi hermana, gimiendo suavemente cuando el placer la embargaba, me producía aún más placer del que normalmente sentía al gozarla. Pero como no lo entendía, dejé de preocuparme.

Sí empecé a preocuparme cuando entré en la empresa a las seis en punto de la tarde, y una alarmada boquita de rape salió a recibirme para comunicarme, con cierto nerviosismo, que su esposo aún no había regresado, ni había llamado por teléfono dando instrucción alguna. Desde luego no era normal, pero imaginé que alguna de sus querindangas lo había entretenido más de la cuenta y al hombre se le había ido el santo al cielo.

No, no era lo normal y menos cuando Pepe Maldonado me dijo que no le gustaba nada la ausencia tan prolongada del señor Cuesta. Al preguntarle qué imaginaba o qué sospechaba, me dijo que, tal y cómo veía él las cosas, posiblemente el señor Cuesta estaba ya volando hacia Uruguay para escapar de la justicia española. No me quedó más remedio que soltar una carcajada.

Aquellos empleados que llevaban tanto tiempo como yo, e incluso más que yo en la empresa, no conocían nada de nada del carácter de su jefe. Algo me decía en mi fuero interno que el jefe se estaba divirtiendo a su anchas con, Magdalena, la antigua cajera cuyo puesto ocupaba mi hermana y en sustitución de ésta al llevármela de su casa, Elvira, otra de sus querindangas, como antes lo había sido Yeya.

Magdalena, una preciosa y jovencita muchacha de tetas de cabra y cuerpo impresionante, se había casado en estado de buena esperanza y yo siempre sospeché que, si se casó tan repentinamente con su novio, fue debido a que, el jefe, era el padre de su hijo. Tenía mis razones para pensarlo. Andaba en pos de ella como perrito en celo, aunque nadie se diera cuenta y cuando ella me dijo, en cierta ocasión en que casi me la cepillo, que tenía que casarse con su novio Braulio por pura necesidad, ya que estaba en estado, al recordarlo me decidí a llamarla.

No tenía ni noción de dónde podía estar el señor Cuesta. Hacía más de un año que ya no lo veía. La voz de Magda era tan sincera y su preocupación tan evidente que no me quedó duda alguna de que me estaba diciendo la verdad.

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El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)