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Un grave encoñamiento (3C)

en Grandes Relatos

UN GRAVE ENCOÑAMIENTO 3C

Decidí en aquel momento que no podía llevar más tiempo las series premiadas en el bolsillo. Lo mejor sería depositarlo en una sucursal del banco en donde tenía mi cuenta en Madrid. Miré la hora cuando faltaban escasamente dos minutos para las doce. Decidí que ella siguiera durmiendo, mientras yo efectuaba el ingreso. La sucursal estaba en la misma Avenida en la que se hallaba el Hotel a unos escasos cien metros. Por si acaso, le expliqué al camarero como era mi esposa y no pude acabar de hacerlo porque me dijo que ya la conocía de verla la noche anterior cenando conmigo. Bien, comenté, pues haga el favor de decirle que se espere sentada en esta misma mesa y si usted tiene que irse explíqueselo a su compañero. No tenía que irse, así que sin esperar ni un minuto más salí disparado hacia el banco.

Me atendió una señorita que, al indicarle que deseaba ver al Director de la sucursal, me miró de arriba abajo calculando las posibilidades de que dicho Director me recibiera. Pareció quedar satisfecha con su reconocimiento porque lo llamó por teléfono y me recibió enseguida. Era muy amable, algo mayor que yo, pero joven todavía, y me pidió que, por favor, me sentara indicándome un sillón frente al suyo y quedamos frente a frente:

-- ¿En qué puedo servirle? – preguntó sin perder detalle de mi vestimenta.

-- Verá, tengo cuenta con ustedes en Madrid, Creo que es la sede central del banco ¿verdad?

-- Así es – respondió sin mover ni un músculo de la cara.

-- Bien, si es tan amable, quiere tomar nota de mis datos – y le entregué mi DNI que leyó muy atentamente.

-- Muy bien, señor Noreña, y qué desea usted.

-- Que compruebe si mi saldo con ustedes es de un millón trescientas mil pesetas. ¿Puede hacerlo?

-- Por supuesto – levantó el teléfono, marcó un número y dio mis datos indicando la cifra que yo le había dado comentándome después de colgar

– Si ese es el saldo actual ¿Necesita usted dinero?

-- De momento, no.

-- ¿Entonces? – preguntó sin soltar mi DNI.

-- Lo que quiero, es saber que me costará en tiempo y dinero hacer una transferencia de dos mil millones desde esta sucursal a su central de Madrid.

Tuve que contener la sonrisa cuando mi DNI le cayó de los dedos encima de sus papeles. Preguntó mirándome de hito en hito:

-- Es usted el que tiene las series que se han vendido en Alicante.

-- El mismo.

-- Pues le felicito.

-- Muchas gracias, pero tengo prisa. Me está esperando mi esposa. ¿Puede informarme de lo que le he pedido? – y saqué los billetes de la lotería con el número 20.426.

-- Pues si hace el ingreso ahora, dentro de una hora está en Madrid y el costo, dada la cantidad que ingresa, será cero pesetas – me explicó tecleando rápido en el ordenador – incluso haré algo más, si le interesa.

-- Pues dígame usted.

-- Propondré que le regalen uno de los Mercedes 500 SL que se sortean este mes a los clientes distinguidos. ¿Qué le parece?

-- Que es un buen coche. Muy bien, muchas gracias. ¿Puede entregarme rápidamente el resguardo del ingreso y una Visa oro?

-- Por supuesto, señor Noreña. Cuestión de cinco minutos.

Salí del banco a toda leche con el resguardo y la visa oro en el bolsillo izquierdo de mi pantalón donde siempre llevo la cartera desde una vez que me la robaron por guardarla en el bolsillo de atrás yendo en el autobús. Compré una revista que le gustaba leer, revista que era española y famosa internacionalmente y seguí sin perder más tiempo hacia el Hotel.

Mi Yeya ya estaba sentada en mi mesa y el camarero me sonrió al detenerme detrás de ella que estaba tomando un agua mineral sin gas.

-- Toni, cariño, ¿adónde has ido?

-- A comprarte una revista – y se la entregué.

-- Gracias, mi amor. Estás en todo. ¿Sabes una cosa?

-- Pues no – respondí

-- He pensado, mi amor, que si te parece bien a ti, podremos vivir como marido y mujer sin marcharnos de España. Para mí se han acabado los demás hombres, no puedo ni quiero vivir sin ti.

-- Eso ya me lo has prometido más de una vez, Yeya, y fallaste.

-- Cariño, tú también me fallaste a mí, reconócelo.

-- Vale, continúa – repliqué besándola en el pelo, pensando si ya sabía que nos había tocado el premio gordo, pero enseguida me di cuenta de que aún no lo sabía.

-- Verás lo que he pensado. Podemos ahorrar un poco de dinero para poder independizarnos. Yo tengo algún dinero en el banco, más de doscientas mil pesetas y ¿tu?

-- También, Algo más que tú, seiscientas mil o algo más -- respondí sonriendo y esperando a ver en qué paraban los pensamientos de mi adorada mujercita.

-- Podemos dejar a los Cuesta y mudarnos de ciudad. La que tú elijas. Viviremos como marido y mujer, e incluso fundaremos esa familia por la que siempre has suspirado. Estoy dispuesta a darte tantos hijos como desees porque, aunque nunca te lo haya dicho, yo también deseo esos hijos tuyos. Fundaremos nuestro propio negocio. Yo he pensado en una Asesoría de Empresas si es que te parece bien. ¿Qué me dices?

-- Que sí, mi amor, que haremos todo lo que tú quieras. Pero ¿has pensado lo que dirá mamá cuando te presentes allí con un par de críos?

-- Lo he pensado, y no le diremos que son nuestros, ni que somos marido y mujer. Al fin y al cabo hay mucha madre soltera. ¿No te parece bien?

-- ¿Y a ti?

-- Comprendo, vida mía, que no es la mejor solución y estoy rabiando por culpa de no encontrar otra forma de solucionarlo.

-- Yeya, la idea que has tenido me parece excelente, pero no te martirices más. Yo me encargaré de todo, incluso de convencer a mamá de que somos marido y mujer debido a las circunstancias.

-- ¿Qué circunstancias? – preguntó con los ojos como platos.

-- Que nos hemos enamorado. ¿O no es verdad?

-- Claro que lo es, pero eso ya lo sabe desde que el tío Cipriano nos encontró en la cama. Se lo dijimos, ¿No te acuerdas?

-- No creo, aunque la última vez que la llamé por teléfono ya me preguntó si vivíamos juntos.

-- ¿Y qué le dijiste? – pregunté muy interesado

-- Que no, claro, porque ya sabe hace tiempo que vivo con los señores Cuesta. Así ella se queda más tranquila.

-- Porque no imagina que el viejo quelonio se te está cepillando cuando le apetece.

-- ¡Ya salió eso! – exclamó enojada -- ¿Es que no lo vas a olvidar nunca?

-- Ya está olvidado, mi amor, hace tiempo. Yo tampoco he sido trigo limpio.

-- Pero yo no te lo reprocho. Te quiero, y te quiero mucho y sé que tú me quieres a mi tanto como yo a ti o más y por eso estoy dispuesta a ser la madre de tus hijos como siempre me has pedido ¿O no?

-- Si, Yeya, siempre ha sido mi más ferviente deseo.

-- Pues no me pongas más pastillas de cera espermicida cuando hacemos el amor.

-- Vámonos a comer – dije tomándola del brazo después de firmar la nota de cargo a la habitación – y seguiremos hablando en el comedor.

-- ¿Harás lo que yo te diga, Yeya? – le pregunté una vez sentados.

-- Si, lo haré, desde ahora tú diriges. Yo me desentiendo de todo, pero podrías explicarme, aunque sea por encima, que te propones.

-- Pues, verás – le contesté riéndome ante su incongruencia – Primero: Seguirás trabajando en la empresa pero recogerás tus bártulos y te vendrás a vivir conmigo en mi piso de Claudio Coello; hablaré con el viejo quelonio y con boquita de rape...

-- ¿Quién es boquita de rape? – cortó, mirándome fijamente y enseguida exclamó riendo a carcajadas -- ¡Ah, ya entiendo!

-- Con la que dejarás de salir porque no me da la gana que le sirvas de celestina para sus trapicheos ni un día más. Tercero, creo que la empresa está atravesando por muy mala situación económica. Sobre todo ahora que los socialistas y los sindicatos se han hecho con el poder. Ya ha tenido una inspección y multa por infracción al tener a varios trabajadores sin darlos de alta, entre ellos tú y yo.

De nuevo me interrumpió para informarme si sería por eso que Cuesta quería vender el Jaguar, aunque le dijo que se iba a comprar un Rolls Royce.

-- Entonces la situación es más grave de lo que imaginaba- comenté – porque comprará el Rolls Royce y eso representará su canto del cisne.

-- ¿En qué te basas? A mí no me lo parece.

-- Pero a mí sí, y suelo equivocarme poco. Quizá podamos comprársela antes de suspender pagos o quebrar. Ya veremos.

-- Eres muy optimista, Toni, siempre lo has sido.

-- ¿Qué apuestas a que soy el dueño de la empresa antes de un año?

-- Me apuesto a que me dejes hacer con mi juguete lo que tú me haces a mí con tu góndola, según la bautizaste.

-- No me gusta nada esa apuesta – dije con el ceño fruncido – pero vale, si yo gano dentro de un año, no lo harás.

-- Pero si gano yo sí tendrás que dejarme, sino no apuesto nada.

-- Vale, de acuerdo. Y hablando de otro tema. ¿Te dijo en qué hotel se alojaría?

-- ¿Quién, boquita de rape? – preguntó sonriendo y asentí con la cabeza - Me dio el nombre e incluso el número de habitación que había reservado desde Madrid.

-- Espera un momento, nena, ahora vuelvo.

-- ¿Adónde vas? – quiso saber

-- A un sitio dónde tú no puedes ir por mí – respondí, guiñándole un ojo y la dejé riendo y moviendo la cabeza.

Mientras cenábamos, mirábamos la tele de cuando en cuando, y vimos que hablaban de Cartagena. En una de las tomas se veía el muelle y el cámara se paró unos segundos enfocando el submarino de Isaac Peral. Y ella comentó:

-- El famoso submarino de Peral ¿No?

-- Si, Yeya, este es el primer submarino de la Historia.

-- Toni, cariño, no lo dirás en serio. Ni el de Monturiol ni el de Peral fueron los primeros submarinos de la Historia. Si no estoy equivocada el primer submarino de la Historia fue el del comandante norteamericano Hunley, por lo menos eso asegura la película ¿No la has visto?

-- No, nena, no la he visto.

-- Pues sí, se titula precisamente así: El primer submarino, aunque su verdadero título debería ser The CSS Hunley...

-- ¡Ah, sí! – exclamé para animarla a seguir explicándose porque su encantadora y femenina voz me embelesaba. – A ver, explícame, explícame, tesoro. Me interesa mucho esa Historia.

-- Bueno pues, no se habían inventado aún el motor a explosión ni la presurización, y ya el comandante Hunley se sumergía, junto a un pequeño grupo de marineros, a bordo de un pequeño submarino diseñado por él. Corría el año 1864, y era la época de la Guerra de Secesión norteamericana. El ejército norteño tenía sitiada a la ciudad de Charleston y el submarino de Hunley, que avanzaba y se sumergía a manivela y cargaba un único torpedo, parecía el único modo de romper el bloqueo naval enemigo.

--¿Y tú como sabes todo eso?

-- Ya te he dicho que he visto la película, cariño. ¿Pero tú me escuchas o no?

-- Te estoy escuchando muy interesado, mi vida. Continúa, por favor.

-- Pues bien, durante uno de los ensayos alguien no cerró completamente una válvula y la nave se inundó, muriendo ahogados todos los miembros de la tripulación. Esa es la historia que se cuenta en la introducción de la película El primer submarino. Con la población de Charleston sitiada, hambrienta y desesperada bajo los incesantes cañonazos enemigos, la caída de la ciudad parecía cuestión de días. Es entonces que el general Beauregard, francés al servicio de las fuerzas del sur -- un Donald Sutherland de barba perita y cabello renegrido -- encarga al teniente Dixon, Armand Assante, que reflote la nave, reclute a un grupo de voluntarios y salga a hundir naves enemigas a toda máquina, maquina que como te he dicho era manejada a brazos por los seis o siete marineros. El primer submarino narra esa odisea, desde los primeros preparativos hasta un final que representará a la vez un triunfo histórico y un trágico martirologio. Como en toda producción bélica estadounidense, por más que entre los participantes haya nervios, miedos y rencillas internas, a la larga todos se comportarán a la altura de las circunstancias, aunque intuyan desde el principio que se trata de una causa perdida. Por suerte, la producción dirigida por el realizador de televisión John Gray no abusa del subrayado heroico, en beneficio de la credibilidad. Tampoco es ésta la típica "película de submarinos", por la sencilla razón de que el CSS Hunley está a años luz de ser un submarino típico.

-- Me dejas pasmado, corazón. Parece que esté viendo la película – y le di un beso en la boca, un beso rápido, claro – Pero continúa, por favor.

Se pasó la lengua por los labios, sonriendo y continuó:

-- Tampoco se pasea la cámara a través de salas y pasillos, ni entra a las habitaciones o a la sala de mando, ya que el Hunley consta de un único y estrecho recinto, de menos de dos metros de ancho por unos diez de largo. En él, los siete tripulantes y el comandante se arraciman, transpiran por la escasa aireación y cuentan los minutos que les quedan antes de que se les termine el oxígeno. Y rezan para, en caso de hacer finalmente contacto con un barco enemigo, poder disparar el torpedo y salir huyendo, cuestión de no inmolarse en el ataque. La realización aprovecha muy bien las constricciones de tiempo y espacio, transmitiendo con exactitud la maldita parada frente a la que esos hombres se hallaban.


Por otra parte, y más allá de que Armand Assante es uno de esos actores que confunden presencia con poses de bravucón, su teniente Dixon aparece investido de ciertos matices que le dan densidad. Cojeando de una pierna por un disparo recibido durante la batalla de Shiloh, el mayor desastre bélico sufrido por los ejércitos del sur, Dixon intenta ahogar entre litros de whisky el recuerdo de la mujer que amó, una enfermera muerta en acción naval. Aceptar una misión visiblemente condenada al fracaso puede ser interpretado así como el acto suicida de quien sólo desea compartir el trágico destino de su amor perdido.

-- Dios mío, Yeya, ¿por qué no escribes una historia? Narras muy bien. Me tienes fascinado, mi vida.

-- Ya la estoy escribiendo hace tiempo.

-- ¡No me digas! – exclamé estupefacto.

-- Si te digo, guapito de cara.

-- ¿Y cómo se titula?

-- A lo mejor te enfadas si te lo digo.

-- Te juro que no me enfadaré – afirmé rotundo.

-- La he titulado UN GRAVE ENCOÑAMIENTO.

-- Pero Yeya…mi amor, cómo se te ha ocurrido…

-- Sabía que te ibas a enfadar – cortó, moviendo la cabeza con su característico gesto de resignación.

-- Que no, Yeya, que no estoy enfadado, lo que estoy es, como decírtelo…

-- ¿Sorprendido? – preguntó mirándome a la expectativa.

-- Si, eso es, mi amor, sorprendido. ¿Y ya la has acabado?

-- No, que va, los dos personajes principales aún siguen encoñados.

Solté una carcajada sin poder evitarlo. Me quedé pensativo, observando de reojo que me vigilaba con ojos escrutadores mientras sorbía su batido de plátano con la pajita. Encendí un Marlboro y expulsé el humo hacia el lado contrario de donde se encontraba sentada. Luego comenté suavemente:

-- Estas escribiendo nuestra historia, pícara taimada. ¿Me la dejarás leer?

-- Para qué, si la estás viviendo, mi amor.

-- Entonces tú crees que lo nuestro no es amor, sino puro encoñamiento.

-- Pero ¿qué es el amor más que el deseo constante de la persona amada? – me preguntó, mirándome con la cabeza ladeada como un perrito miraría a su amo.

-- Yo creía que el amor era el sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unin, nos completa, alegra y da energa para convivir, comunicarnos, crear y procrear

-- Lo mismo que yo te dije con ms palabras, Toni. Yo tengo un deseo inacabable de tu sexo y t del mo. Eso es el amor, Toni, y no hay ms, cielo.

-- Vale, vale coment dndome por vencido Me ganas por uno a cero.

-- 。。Casi no me lo puedo creer!! exclam regocijada -- El gran Toni, el maestro de maestros dndose por vencido ante una parvulita. Cario ソqu te ha pasado?

-- Yeya coment con el ceo fruncido no te guasees de m que soy capaz de quitarte las braguitas y comerte la gndola delante de todo el mundo.

-- 。Uy, qu miedo! y puso cara de espanto, hacindome pan y pipa con los dedos en la nariz.

No me qued ms remedio que rerme echndome hacia atrs sobre el respaldo del silln, pero en cuanto se descuid, la levant en vilo por la cintura y la sent en mis rodillas metiendo la mano por debajo de su faldilla y estrujndole la gndola con la mano entera.

-- 。Ay, bruto, me ests haciendo dao! se quej, intentando zafarse sin conseguirlo Toni que nos est mirando todo el comedor.

-- 。Que miren y se chinchen! -- pero la volv a sentar delicadamente en su silln, alisndole la faldilla muy tiernamente. Estuvo renegando un ratito con una cara ms roja que una amapola procurando no mirar a nadie, aunque haba gente que se rea de su sofoco.

-- Uf, 。qu hombre! exclam no se le puede gastar una broma. Eres un machista, mi querido Toni.

-- Vale, perdname, Yeya. No lo volver a hacer… -- y antes de que pudiera agradecrmelo acab hasta dentro de un rato.

--ソNos vamos? pregunt de pronto.

-- Si respond, llamando al camarero para firmar la nota.

Caminamos con la intencin de ver los pasos de la procesin, pero no llegamos a verlos porque, al pasar delante de un cine, vi que anunciaban una pelcula en la que trabajaba la Michelle Pfeiffer y me acord del comentario del seor Cuesta el da que la conoci. El cine estaba casi vaco, pero nosotros nos sentamos en la ltima fila. ノramos jvenes y tenamos muy buena vista. Se titulaba SIN PIEDAD y como luego supe, la actriz, cuando rod aquella pelcula tena slo un ao ms que Yeya.

Aparecieron los crditos y comenz la pelcula. Ya he dicho que nunca haba visto a la actriz y por entonces la pelcula era estreno en Espaa. Me qued alucinando cuando la cmara enfoc un primer plano. 。Por Cristo bendito! me dije si parece la hermana gemela de Yeya.

-- No saba que fueras actriz de cine musit a su odo, pero estaba tan absorta mirndola que ni me contest, pero lo hizo cuando cambi la escena y me pregunt:

-- ソQuin es esa chica que se parece tanto a m?

Tena razn, era la actriz quien se pareca a ella, no ella a la actriz. Y volv a susurrarle al odo mientras le acariciaba suavemente la gndola:

-- Es Michelle Pfeiffer, una actriz muy famosa de Hollywood.

-- ソNo me digas?

-- S te digo, cachondita ma, eres famosa y no lo sabes.

-- Djame, por favor Toni, quiero ver la pelcula.

Como la accin empez a interesarme, me arrellen en la butaca y la dej tranquila. Fue una buena pelcula y, aunque la actriz era por entonces desconocida en Espaa, acabara demostrando la gran actriz que haba en ella a juzgar por el buen trabajo que hizo en la primera pelcula en que la vi trabajar. No me equivoqu. Hoy es una de las grandes de Hollywood con una de las filmografas ms extensas de la Meca del Cine. Estaba decidido a que se conocieran cuando sal del cine.

Procur enterarme de su biografa, de su domicilio y de si estaba o no casada. Desde luego era ms alta que Yeya, pues mide 1.70, pero en la misma fiesta de Santa Mnica a la que fuimos invitados por ella, tambin estaba Jodie Foster que an era ms bajita que mi hermana, pues no pasaba, segn declar, del metro cincuenta y cinco; Sharon Stone quien, con tacones altos me pasaba unos centmetros del hombro y an siendo muy guapa y con un tipo macanudo no era la mujer que yo hubiera elegido. Me gustan, pese a mi metro noventa y ocho, las mujeres pequeas. Si hubiera tenido que escoger entre ella y la Jodie me hubiera quedado con sta.

Al salir del cine a las diez de la noche y camino del Hotel an tuvimos tiempo de ver uno de los pasos de la procesin, de or alguna que otra saeta y ver sudar a los costaleros portadores del paso como fogoneros en el trpico.

Intentbamos adelantar camino antes de que la gente se arremolinara al finalizar la procesin obligndonos a caminar a paso de tortuga. En Alicante tambin haba procesiones con pasos esplndidos y la ciudad estallaba con el gento que abarrotaba sus calles. Pero, claro, no estaba el Artemio.

Rindonos a ms y mejor, recogimos nuestra llave, nos acostamos despus de ducharnos y gozarnos de nuevo bajo el agua y con ella perforada por mi ereccin hasta la cepa, rodendome las caderas con sus satinados y esculturas muslos y piernas, me tumb en la cama con ella encima.

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