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El orgasmómetro (8)

en Confesiones

EL ORGASMÓMETRO 8

Mientras me encaminaba hacía el cuarto del control parar abrir el comedero de los perros, fui pensando que quizá Sor Paulina tenía razón. Llamar al Obispado mediante el distorsionador de voz para habar con Monseñor Lotario Verga Vieja e indicarle que dos de sus monjas de la Santa Caridad Cristiana habían sido raptadas y reclamarle rescate para sufragar los gastos del Orgasmómetro podía resultar peligroso, pues lo primero que haría Monseñor sería avisar a la policía y yo sabía que Carlos, que además de físico e inventor, era teniente de la policía científica, se enteraría de inmediato y, posiblemente, tampoco aprobaría mi idea.

Por lo tanto, como el dinero lo puede todo aunque me jodía mucho gastarlo inútilmente, no me quedaría más remedio que llamar al Obispado para pedir una entrevista con Monseñor Lotario Verga o, quizá fuera mejor hablar con la Madre Superiora del Convento de la que aún no sabía el nombre, pero que imaginaba vieja y avariciosa, quizá aún más que Monseñor. Decidí consultarlo con mis dos huríes antes de tomar ninguna determinación.

Las dos estaban en la cocina preparando el desayuno cuyos platos iban colocando en la mesa redonda para seis personas colocada entre la cocina y la puerta de entrada. En contra de lo que a Sor Paulina le había indicado, estaban vestidas con dos de mis pijamas enrollados hasta media pantorrilla y con las chaquetas colgando más abajo de las rodillas. Tal me parecieron dos espantapájaros y estuve a punto de soltar una carcajada. Me mantuve en silencio apoyándome en la jamba de la puerta, atento a su conversación en el momento en que Paulina comentaba:

… no lo entiendo, tiene ideas tan descabelladas que a veces me parece que está loco.

-- Pues no -- respondió Angélica troceando un tomate – yo creo que está muy cuerdo y sabe muy bien lo que quiere. Esta noche, mientras me hacia eso, me dijo…

-- Pero ¿Ya te ha desvirgado?

-- Si, ya ¿te extraña?

-- No, pero ¿te dolió mucho?

-- Un poco, pero pudo haberme hecho más daño, fue muy considerado y atento.

-- ¿Sangraste mucho?

-- Si, ya sabes lo grande que es, pero fue tan dulce y se mostró tan preocupado por no hacerme daño que procuré que no se diera cuenta del daño que me hacía.

-- Pues a ver si logras cazarlo, porque dinero tiene a espuertas.

-- Aunque no tuviera nada, yo lo querría igual.

-- Pobre Angélica, lo vas a pasar mal.

-- ¿Por qué? – preguntó girándose a mirarla.

-- A veces pareces tonta. No es de los que se casan. Puede tener todas las mujeres que quiera, le sobra dinero para ello.

-- No lo creo, dijo que me quería, y mucho.

 

Me retiré en silencio de la puerta, caminando hacia tras por el pasillo, abrí una puerta y volví a cerrarla carraspeado mientras encendía un cigarrillo y al final entré en la cocina, frunciendo el ceño al hablarles con cara de enfado.

- Pero no te dije, Paulina que nada de ropa mientras estemos en el chalet.

A Paulina se le cayó el pequeño cuchillo al suelo y casi se le clava en un pie. Angélica se puso colorada como un tomate maduro mientras intentaba desabotonarse la chaqueta del pijama. Me acerqué para besarla suavemente en los labios y comenté:

-- No, Angélica, tu quítate solo el pantalón, con la chaqueta pareces un espantapájaros, pero igualmente estarás muy bonita.

-- ¿Y yo porque tengo que desnudarme toda? – preguntó Paulina enfadada.

-- Porque a ti te lo dije y a ella no.

-- Pues vaya, mira que bien – pero sé desnudó rápida, quedando con las tetas y el rizado y negro Delta de Venus al aire, lo que me provocó una erección inmediata que Angélica procuraba no mirar.

Prepararon un desayuno magnífico y abundante. Desayuné con Paulina sentado en mi regazo con la polla enterrada en su vagina hasta que me di cuenta que Angélica estaba a punto de llorar y casi no probaba bocado.

-- Siéntate en tu silla, Paulina, ahora le toca a mi bella Angélica.

-- ¿Yo? – preguntó la muchacha parpadeando rápida para detener las lágrimas.

-- Si, tu, cariño, ¿o es que no quieres?

-- Si, Toni, claro que quiero.

Separó los muslos y puse mi cipote de forma que la penetrara sin hacerse daño. Ella se dejó caer despacio y la dura polla fue clavándose en su chumino conforme ella bajaba su coñito quedando sentada sobre mis muslos, aunque el cipote no había entrado del todo.

Lo primero que hizo fue coger el tenedor y darme un trozo de carne frita en mantequilla con el largo tenedor de la fondí, con la misma delicadeza que se lo daría a un bebé mientras yo rizaba y amasaba sus deliciosas tetas duras como redondos guijarros. Noté en mis dedos como sus pezones se erguían ante la caricia. Paulina tenía tanta hambre como yo. Ni siquiera prestaba atención a lo que ocurría al otro lado de la mesa, aunque miraba de cuanto en cuando y, todo hay que decirlo, seguía comiendo con mucha elegancia y buenos modales, secándose la boquita antes y después de beber.

El movimiento de Angélica adelante y atrás para coger viandas y dármelas a mí y comer ella me estaba llevando a un orgasmo muy placentero pues al mismo tiempo que saciaba mi voraz apetito me ponía cachondo por momentos con su estrechita y cálida vagina oprimiéndome el cipote con su caliente humedad. También ella casi gemía sintiendo como mi gruesa y larga traca vibraba dentro de su coñito, masajeando sus tetitas y duros pezoncitos con una mano, besándola en el cuello y ciñéndola con un brazo por la delicada y esbelta cintura notando en mi regazo la rotundidez de sus prodigiosas y macizas nalgas.

Mi brazo, alrededor de su esplendoroso cuerpo de niña mujer, la empujaba hacia abajo

en mi avidez de empotrarme en su coño hasta la raíz. Aunque no protestaba ni se quejaba, cada vez que el inflamado y tenso bálano de mi rígido carajo le magullaba el útero, entiesaba el suculento y exquisito cuerpo intentado escapar de las dolorosas punzadas y no me di cuenta de que Patricia la miraba hasta que dejó de comer para recriminarme disgustada:

-- Animal… ¿No ves que le estás haciendo daño en vez de hacerla gozar, so bruto?

-- No, es igual, Toni, mi vida, quiero que…

Me detuve justo en el momento en que estaba a punto de correrme

-- Perdona, mi vida – le dije a mi jovencita Angélica besándola en el cuello – no intentaba hacerte daño.

Y la otra, con cara de manzanas agrias, comentó burlona:

-- ¡No intentabas, ni intentabas! y estabas a punto de correrte dejándola "in albis", serás capullo.

-- Sabes tu mucho latín, Paulina – reí de buena gana ante su cara de enfado.

-- No discutáis, por favor – intervino mi niña – Yo me encuentro bien así, Paulina.

-- Claro, te desvirga ayer y ya estás enamorada como una colegiala y como tienes su tarugo dentro te encuentras en la gloria ¿Verdad?

-- No tengo más que una polla, mi querida Sor Paulina – comenté suavemente para hacerla rabiar.

-- Lo que tienes es mucha desfachatez y mucho dinero y por eso abusas – comentó mientras retiraba los platos.

Y mientras los fregaba, con la jovencita novicia clavada en mi estaca moviendo levemente

las nalgas mientras le abría la vulva parta acariciarle el clítoris, se corrió dos veces y una tercera gimiendo a gritos casi hasta el desmayo cuando sintió en sus entrañas los algodonosos borbotones de mi esperma golpeándole el útero.

-- Eso si que es correrse a placer, Angélica – comentó seca Paulina sin mirarnos.

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