DESEO DE MACHO 2
Capítulo 2
Su lengua se deslizó a través de la de ella, contra el paladar de su boca, a través de sus labios, no dejando ningún resquicio inexplorado. El aliento de él fluyó en sus pulmones, calentándola, quemándola. Él se tragó su aliento a cambio, sorbiéndolo de ella así como sorbía de sus labios. Lena de repente lo empujó abruptamente, sintiéndolo en cada fibra de su ser. Ella era una mujer que apreciaba el autocontrol, aferrándose a ese convencimiento, alimentándolo hasta que estuvo segura de que había vencido esa debilidad.
Julián la hacía sentir débil, necesitada. Pero Julián no tenía ninguna intención de dejarla ir. Cuanto mas luchaba ella y mas se rehusaba, más ventaja sacaba él de su debilidad. Ella empujó sus manos contra su pecho. Tratando de apartarse pero en lugar de dejarla retirarse, él la sujetó más cerca. Su beso se endureció, castigándola. Devastándola. Sus brazos eran ahora una férrea muralla alrededor de ella, las manos de él se convirtieron en puños a su espalda para atraerla más cerca.
Su cuerpo estaba fundido con el de él, su erección presionaba contra su vientre, sus piernas eran duras y firmes como troncos de árbol, haciéndola sentirse frágil, necesitada. Pero Julián no tenía ninguna intención de dejarla ir. Cuanto mas luchaba ella y mas se rehusaba, más ventaja sacaba él de su debilidad. Ella empujó sus manos contra su pecho. Tratando de apartarse pero en lugar de dejarla retirarse, él la sujetó más cerca.
Su beso se endureció, castigándola. Devastándola. Sus brazos eran ahora una férrea muralla alrededor de ella, las manos de él se convirtieron en puños a su espalda para atraerla más cerca. Su cuerpo estaba fundido con el de él, su erección presionaba contra su vientre, sus piernas eran duras y firmes como troncos de árbol, haciéndola sentirse cada vez más frágil.
El calor húmedo de su boca se traspasó a la de ella, manteniendo su boca muy abierta con su lengua y sus dientes. Ella podía sentir el leve pellizco de sus dientes y sintió un fuerte latido, profundo, en su útero. Su corazón corrió a toda velocidad. Y todo lo que ella necesitaba para huir, para alejarse de esa intimidad, todo ello la esclavizaba a esto. Lo deseaba, más de lo que alguna vez había deseado a cualquier otro hombre. Era un sentimiento de lo más extraño. Fuera de control. Irracional. Completamente ajeno a ella.
Los últimos resquicios de voluntad para oponerse a él brotaron y murieron. Él era demasiado tentador. Se dio por vencida. Sus manos se movieron para abrazarlo firmemente y acercándolo a ella. Su lengua encontró la de él, deslizándose en su boca. El empuje de sus lenguas cobró un ritmo inmediato, primitivo. Una de las manos de Julián se movió hacia su trasero, cogiéndolo para atraerla contra su pene, meciéndola contra él. Se movió contra ella sinuosamente, restregando su cuerpo contra el de ella para que pudiera sentirlo todo de él. Lo duro y excitado que estaba de cuello hasta los muslos.
Sus músculos eran acero, su piel tan caliente como una fragua incluso a través de la ropa. Lena gimió, sintiéndose ardiente y mojada entre las piernas. Julián pareció sentir esa necesidad en ella y resbalando una pierna entre las suyas empezó a golpear contra su sexo con una aspereza deliciosa.
-- Móntame gritó él.
Él no esperó que ella obedeciera. Sus manos cogieron sus caderas, sus dedos agarraron sus nalgas y la movió hacia él. Lena se quedó sin aliento y gimió nuevamente. Su lengua continuaba en su boca, sus dientes la rasparon y ella los exploró. Sus dientes eran perfectos y afilados. Ella lamió un colmillo y fue malvadamente placentero para ella oírlo gemir en respuesta.
Ella lanzó su pelvis contra él, ansiosa por el placer exquisito que él le proporcionaba. Su cuerpo se movía y presionaba contra el de ella. El latido de su corazón debía ser lo bastante fuerte como para que él lo oyera, estaba segura. Sus alientos jadeaban el uno en la boca del otro, ambos henchidos con el sabor y el perfume de los dos.
Su sexo estaba pesado y duro. Julián apretó su eje con fuerza, bombeando. Ardió. Transpiró. El tacto de la piel satinada de ella le hizo quedarse sin aliento. Su sabor era tan dulce que como el caramelo. El olor de su jabón, su champú, y la humedad de su vagina se habían entremezclado en un perfume exótico e intoxicante. Se habría ahogado feliz en ese perfume maravilloso. Había querido lamerla allí, entre las piernas. Había querido joderla con su descomunal sexo dentro de ella. Latiendo sobre su sexo espasmódicamente.
Él lamió sus labios y la saboreó. Acarició su pene y la sintió. La sintió cabalgando sobre su pierna, su pequeña y delicioso vagina golpeando contra su erección con cada movimiento. Gimió, echando hacia atrás la cabeza, levantando sus caderas con su mano. Con un estremecimiento y un aullido se corrió, inundando su útero y su estómago. Su semilla blanca y cremosa estaba caliente y pegajosa, quemándola. Su clímax fue intenso, robándole el aliento, y duró un largo, largo tiempo.