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El buey suelto

en Confesiones

EL BUEY SUELTO.

Aunque según la novela de José María Pereda el "Buey suelto", basada en el dicho español que asegura que el buey suelto bien se lame, comprendo que la Navidad es una fiesta para celebrar en familia, o por lo menos eso sucedía cuando yo era niño.
No puedo quejarme de mi infancia, pues fue una infancia feliz.

Cierto que recibí, poco antes de entrar en la adolescencia, uno de los disgustos más grandes de mi vida; me enteré que los Reyes Magos ni eran tan reyes ni tan magos como me habían explicado.

Por si este disgusto no hubiera sido suficiente, poco después recibí otro mucho mayor al comprender que yo no era el centro del universo y que éste no giraba en mi derredor. Entonces, me pregunté: Si no soy la persona más importante del mundo, si los Reyes Magos tampoco son tales reyes ¿por qué no me ponen de una vez pantalón largo? Pues no señor, nada de pantalón largo, pantalón bombacho como los ingleses.


Pero como en este mundo más temprano que tarde todo llega, también llegó el pantalón largo. Fue mano de santo, oigan. Nada más salir a la calle encontré una novia que tal parecía salida de un cuento de hadas, algo así como Blancanieves, pero sin enanitos.

Mas, hete aquí, que no pasó una semana sin que Blancanieves me diera otro disgusto tremendo: Me hizo saber, demostrándomelo prácticamente, que los niños no venían de París.

Acostumbrado ya a los desencantos, soporté éste con mayor resignación cristiana que los otros dos. Recordé el precepto divino que nos ordena crecer y multiplicarnos y me apliqué con energía a cumplir el precepto. Como el buen católico que era yo por entonces, se me planteó un problema de conciencia que expuse al sacerdote que nos daba clase de Religión en el colegio de frailes donde estudiaba por entonces.

Mi pregunta fue sencilla, como corresponde a un adolescente lego en Teología:

-- Don Silvino ¿cómo es que las leyes divinas nos ordenan crecer y multiplicarnos y luego, según uno de los mandamientos de esa ley, nos impiden fornicar?

Por toda respuesta Don Silvino me dejó un oído silbando un par de horas y la mejilla del color de un tomate maduro. Me dolió la bofetada, porque aquella no era forma de responder a las inquietudes de un joven y ferviente católico, de modo que me guardé las inquietudes y me dediqué enérgicamente, ayudado con entusiasmo por Blancanieves, a cumplir el precepto divino de multiplicarnos; la naturaleza ya se encargaría de que fuéramos creciendo.

Fue tanta nuestra aplicación que pocos años después nos casábamos. Ella de blanco con una sandia de cuatro kilos bajo la blancura del vestido y yo, naturalmente, de negro tinta china, color que parece ser como una premonición de lo que le espera al hombre después de casado.

Cierta noche que estábamos entretenidos con el asunto ese de multiplicarnos oigo que me dice al oído:

--¿Quién te gusta más, Papá Noel o los Reyes Magos?

-- Papá Noel – respondí a toda marcha.

-- Pues a mi no, yo prefiero los Reyes Magos, van en camellos y, además, a mí los renos no me han gustado nunca, tienen los cuernos demasiado largos.

Pisé el freno y me quedé en punto muerto... pero muerto de todo... y pensando que, si alguna vez teníamos hijos, en mi casa no entrarían más que los renos de Papa Noel, pero ni un solo camello. Vamos, sólo eso faltaba, hijos drogadictos. Mirándolo retrospectivamente creo que, sin saberlo, tomé una decisión premonitoria.

Pero, en realidad, lo que verdaderamente pensaba era que Los Reyes Magos no llegan hasta el día 6 de Enero con sus juguetes y, cuando aún los chicos no han tenido tiempo de romperlos, tienen que abandonarlos para cumplir una penosísima obligación: ir al colegio y estudiar.

Por el contrario, Papá Noel y sus veloces renos aparecen el 24 de diciembre y a los críos les sobra tiempo para destrozar todos los juguetes antes de regresar al colegio. El padre, mientras tanto, puede entretenerse contando las ramificaciones de las cornamentas para averiguar la edad de los renos y, de paso, pedirle al destino que cuando le salgan a él, por lo menos, que no le duelan tanto como cuando le salieron los dientes.

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