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El Superdotado (05)

en Grandes Relatos

AÑO 1.927

Hace cinco días que Nere tiene la regla y han sido cinco días en los que no me ha dejado que le chupara el coño ni la follara. Dice que esos cinco días nos vienen bien para descansar de tanto hacer el amor y de tanto sexo oral. A Nere no hay quien la saque de su cursi manera de hablar. A mí por el contrario me gusta decirle que me la estoy follando o que voy a comerle el coño y eso la hace rabiar. Se pone muy guapa cuando está enfadada, por lo que aún me pone más cachondo y con ganas de tragarme toda la espesa leche que tiene dentro. A veces me entran ganas de tragarme su coño a bocados.

A la mañana siguiente de follarme a Megan y de chuparle el coño, llegué a clase todo ilusionado esperando tener una mañana movidita chupándole de nuevo el precioso chumino y tragándome la sabrosa leche de sus corridas. No podía creerme lo que siguió.

Para empezar todavía no había llegado cuando entré en la biblioteca. Me tumbé en el sofá con la polla tiesa pensando en lo que iba a hacerle. Cuando abrió la puerta supe que algo andaba mal. Tenía una cara tan larga como la Cuaresma.

-- Buenos días - dijo secamente, sin mirarme.

-- Buenos días, Megan ¿ cierro la puerta?

-- No – respondió secamente.

-- Será mejor cerrarla, así no podrán sorprendernos.

--¿Sorprendernos? - preguntó frunciendo el ceño y levantando la vista del libro de matemáticas para mirarme muy seria - ¿ Por iban a sorprendernos?

-- Vamos a follar ¿ no?

-- ¿Pero que te has creído? ¿ Qué manera es esa de hablarme?

-- Pero si ayer por la tarde te estuve chupando el coño y nos corrimos cuatro veces.

-- Pero... ¿ será posible? Tú estás delirando, muchacho. Si vuelves a faltarme al respeto y a decir esas barbaridades, le diré a tu hermana que me haga la cuenta y me iré. Si es eso lo que quieres, dímelo ahora mismo -- y se levantó violentamente, cerrando el libro de golpe.

-- Entonces ¿ lo de ayer fue un sueño?

-- No sé lo que habrás soñado, ni me importa, pero delante de mi no vuelvas a soltar semejantes obscenidades porque no te las aguanto. ¿ Has comprendido? Habráse visto desfachatez, ¿ pero por quién me has tomado? ¡ Será posible... el mocoso este!

Estaba realmente enfadada y me dejó acojonado (se dice así ¿ no?) Incluso me hizo dudar si lo habría soñado o no. Pero tengo una memoria fotográfica y pocas cosas se me escapan. Sabía que no había sido un sueño, recordaba la forma, el olor de pinocha de su chumino, el color de los rizos de su coño y el sabor de su esperma, algo menos espesa que la de Nere. No, no lo había soñado y recordé lo último que habíamos hablado antes de salir para cenar. Y sin premeditación alguna solté:

--¿Así que ésta era la sorpresa?

--¿Qué has dicho?

-- Que, si, que es una sorpresa, mujer.

--¿Quieres que me vaya? Porque si es eso lo que quieres no tienes más que decirlo.

-- No, por favor, Megan, de ninguna manera quiero que te vayas, sabes que te quiero mucho y lamento profundamente haberte ofendido.

Suspiró antes de sentarse y comentó con voz menos irritada:

-- Estás perdonado, pero que no vuelva a ocurrir.

-- No volverá a ocurrir, Megan, te lo prometo, no podría soportar vivir sin ti.

-- No, si lo que es labia no te falta. Y vamos a lo que interesa ¿ Has hecho los problemas de álgebra que te indiqué?.

-- Todavía no.

--¿Por qué no?

-- Porque creí que... bueno, puedo hacerlos en un momento si quieres.

-- Bien, siéntate en tu mesa y hazlos mientras preparo la pizarra para las primeras ecuaciones de tercer grado.

Me apliqué a despejar las ecuaciones de los tres problemas que me había puesto. Nada del otro mundo. Estaba de espaldas escribiendo en el encerado, y eché un vistazo a sus bien torneadas piernas, viendo de nuevo en mi mente la nívea blancura de sus muslos, el precioso triángulo venusino color trigo, los abultaditos labios del coño y la rosada y brillante carne tibia de su interior. ¡ Qué puñetas, no era ningún sueño! Menuda mamada le había hecho. Por alguna razón había cambiado de parecer y se estaba haciendo la estrecha. No podía saber cuál era esa razón, pero ya la descubriría. Una tía que se deja mamar el coño por un niño de ocho años y se deja follar por él corriéndose como una loca, alguna razón tendría para cambiar de parecer en menos de doce horas.

Me llamó a su lado cuando empezó a corregir los deberes. Me había equivocado en una de las soluciones y me lo hizo ver. Estaba tan cerca de ella que podía oler el especial perfume de su cuerpo y de la colonia con que se lo frotaba.

--¿Que te pasa? - preguntó de pronto recostándose en el sillón.

-- A mí, nada, ¿ por qué?

--¿Por qué dilatas pues las aletas de la nariz? ¿ Es que huelo mal?

-- Al contrario, Megan, hueles deliciosamente, como los campos en flor durante la primavera.

Hizo una mueca para no sonreír y tuvo que girar la cabeza hacia el otro lado como si le interesaran mucho los árboles del jardín. Luego comentó:

-- La literatura es para esta tarde, muchacho, deja la poesía para entonces. Ahora quiero saber si te has dado cuenta de donde cometiste el error.

-- Estaba distraído y confundí el signo más y el menos.

-- Eso es, y por lo tanto el resultado del problema no es el correcto, así que rectifícalo.

Volví a mi mesa, borré la solución equivocada y puse la verdadera. Me levanté para acercarme a ella de nuevo, pero me detuve en seco. Tenía los ojos empañados de lágrimas y hacía esfuerzos para no estallar en sollozos. Me acerqué despacio y me puse a su lado. Me pareció que no me veía. Le puse la mano en el brazo y musité:

-- Megan, por favor, no llores, no volveré a ofenderte nunca más. Tú sabes que te quiero mucho.

-- Ya lo sé, tonto, yo también te quiero mucho, Toni. No me hagas caso, son cosas que nos pasan a las mujeres - comentó secándose los ojos con un pañuelito de encajes. Ni así lo logré entender.

--¿Te ha venido la regla? - pregunté recordando que a Nere le había venido hacía unos días y estaba insoportable.

-- ¿ Qué dices, criatura? - no sabía si reír o llorar - por Dios Toni, ¿ qué preguntas son esas? No muchacho, no. Tampoco es eso.

Y de pronto me cogió por el cuello y empezó a besarme las mejillas, los ojos y los labios riéndose y sofocando las carcajadas. Me miraba de cuando en cuando, y no podía parar de reírse. Yo pensaba, bueno, mientras siga riéndose la cosa no va mal para mí.

--¿De verdad que me quieres, Megan? - pregunté besándola yo también.

-- Claro que te quiero, Toni, pero vuelve a tu sitio, anda.

--¿De verdad lo de ayer no ocurrió, Megan? - pregunté antes de soltarla.

Se separó de mí y suspiró antes de responder:

-- Vuelve a tu sitio, Toni, por favor. Repasa la obra de Adolfo Thiers.

--¿Otra vez Napoleón? - pregunté haciendo morros, estaba hasta el gorro del Gran Corso.

-- Haz lo que te digo, por favor.

Me pasé la clase de Historia mirándola a hurtadillas. De cuando en vez se llevaba el pañuelito a los ojos, le temblaba la barbilla y se sonaba discretamente. Me preguntaba que le estaba pasando para estar tan triste. De pronto la vi mirar hacia la ventana fijamente y seguí su mirada, pero sólo vi los árboles del jardín y el orvallo cayendo mansamente sobre las hojas. Nos miramos en silencio y volví a mi libro. No tenía ni idea de lo que le ocurría.

De pronto se abrió la puerta y entró Nere, me miró sonriendo y preguntó acercándose a mi mesa:

--¿Qué, cómo van esas lecciones?

Era la primera vez que hacía aquello desde que Megan me daba clases. Me quedé mudo de asombro y respondí:

-- Bien ¿ por qué?

-- No, por nada, una pregunta como otra cualquiera - pero la notaba nerviosa - Sólo quería hablar con Megan. Por favor, Megan ¿ quieres venir un momento?

Salió Megan detrás de Nere cerrando la puerta. Me levanté caminando de puntillas. Pegué el oído a la madera. No se oía nada, seguramente estaban demasiado lejos, quizá al final de la sala de estar.

Abrí con sumo cuidado la puerta y las vi en un rincón hablando en voz baja:

-- ......porque conozco a mi hermano y sé cómo es.

-- Por el amor de Dios Nere, ya lo hemos hablado antes, si quieres que me vaya, me voy y en paz, pero no me ofendas Si me voy te quedarás tranquila. No sé por quien me has tomado, sólo es un niño.

-- Si, pero tengo el olfato muy fino y ayer.....

-- Ni ayer, ni hoy. Mañana me voy y listo, así te quedarás tranquila.

-- No, no quiero que te vayas, te quiero mucho Megan, mucho. Además, también el niño te necesita.

-- Pero tú crees que yo...

-- No lo sé, quizá son imaginaciones mías.

-- Pues por eso, lo mejor es que me vaya. Así dejarás de padecer.

-- Megan, por favor, perdóname. Quizá he sido demasiado brusca, pero.....

--¿Quieres que te diga lo que pienso, Nere?

-- Si, claro que si, será lo mejor.

-- Creo que estás enamorada de tu hermano como una loca, sin saberlo.

--¡Tú si que estás loca! - exclamó enojada Nere - ¿ Cómo se te ocurre semejante barbaridad?

-- No hay otra explicación para tus sospechas. Sólo los celos producen esos desvaríos. Yo también podría tenerlos de ti.

-- Lo que pasa es que lo quiero demasiado y no deseo que sufra.

-- Será como tu dices, pero la que estás sufriendo eres tú, tonta, y, además, sin motivo alguno.

-- Es posible, en fin, perdóname, y no le digas nada, por favor. Ni le digas nada... ya sabes ¿ Harás lo que te digo? Por favor, Megan......

-- Claro que no le voy a decir nada, sólo eso faltaría.

-- No volverá a ocurrir, te lo prometo.

-- Está bien, espero que sea como dices.

-- Gracias, querida. Hasta luego.

¡Joder, qué lío! No entendía nada, pero no esperé a oír más, ya tenía bastante y se estaban despidiendo. Volví a mi mesa intentando leer sin conseguirlo. Tenía claro el disgusto de la pobre Megan. ¡ Menudo problema! Mi hermana había perdido la chaveta y estaba celosa. Megan también tenía que estar celosa y no lo estaba. Un follón del carajo. Aunque me sentí muy halagado, comprendí que era un mal asunto y tendría que hacer algo y pronto, si quería seguir disfrutando del hermoso chumino de Megan. ¿ Pero qué podía hacer? De momento convencer a Megan de que se dejara follar y después convencer a Nere de que me dejara follarla sin protestar. Ahí radicaba toda la estrategia que debía seguir. Lo malo era la táctica para desarrollarla.

Megan entró cerrando la puerta, apoyándose de espaldas en ella. Yo seguí mirando las letras del libro sin verlas, la sonrisa me bailaba en los labios. Como no decía nada y seguía allí de pie, levanté la cabeza.

--¿Que quería?

-- Lo sabes muy bien.

--¿Yo? Cómo lo voy a saber, Megan.

-- Has estado espiando, querido mío, y te has dejado la puerta abierta.

--¿Estás segura?

-- Recuerdo muy bien haberla cerrado y ahora estaba abierta

-- Está bien, estuve espiando, pero me gustaría saber porqué estabas tan disgustada esta mañana. Deberías sentirte orgullosa de que Nere tenga celos de ti.

--¿Orgullosa de haberme dejado poseer por un niño de ocho años? Fue un error que ya no tiene remedio, pero no volverá a suceder.

-- Tu sabes muy bien que si volverá a suceder.

-- Ten por seguro que no.

-- Ten por seguro que sí.

-- Eres un presuntuoso.

-- Y tú una preciosidad, cariño mío, pero una preciosidad de la que estoy enamorado desde que te vi por primera vez.

Reprimió una carcajada y me miró moviendo la cabeza con resignación, como si hubiera escuchado una majadería.

--¿Pero qué sabes tú del amor, mequetrefe? Además, no hables tan alto que las paredes oyen.

--¿Y qué si oyen? Tendrán que aguantarse están hechas de piedra y no se caerán.

Me levanté acercándome a ella. Nos miramos y ladeó ligeramente la cabeza al comentar:

-- No empieces, por favor...

Pero yo ya tenía las manos sobre sus hermosas tetas. Me sujetó las muñecas sin apartarlas y las amasé suavemente sin que protestara, pero giró la cara cuando quise besarla.

-- Dijiste que me querías, Megan.

-- También quiero a Nere - susurró pero se dejó besar, separando levemente los labios, acaricié su lengua con la mía, y le metí un muslo entre los suyos. Sintió mi erección contra su carne y chupó mi lengua algo indecisa. Sus manos fueron aflojándose y aproveché para levantarle la falda hasta tocar la tibia carne de sus nalgas. La oprimí contra la puerta deslizando mi mano bajo sus pololos hasta tocar los abultados labios de su coño.

-- Déjame, puede volver en cualquier momento - musitó débilmente sin resistirse a mis caricias. Su tierna carne húmeda era suave como los pétalos de las rosas. Me arrodillé ante ella tirando hacia abajo de los pololos, besándole el sexo, mordisqueándole los gruesos labios de la vulva mientras mi lengua se hundía en su viscoso calor.

-- Por favor, no sigas, por favor, si me quieres no me hagas esto - pero sus muslos se iban separando poco a poco conforme mi lengua se hundía más y más en su carne jugosa y delicada. Tenía mi cabeza entre sus manos y mi boca encontró su botón de placer que sorbí y acaricié con fuertes lametones. Temblaba ya y aleteaban las mariposas de su tierna vagina cuando le metí la lengua. Cayó el primer borbotón de leche sobre mi lengua, espesa, abundante y tibia. Sus piernas se doblaban y sus muslos temblaban a causa del placer. Tiró de mí hacia arriba y sacándome la polla se la ensarté entera, mientras su cálido sexo seguía aleteando. Me besaba con lujuria buscando mi lengua para sorberla con tanta fuerza que me produjo un placentero deleite y mi orgasmo explotó en la punta de mi verga con incontenible furia.

-- Si nos ve, tendré que irme.

-- Tu no te irás de aquí mientras yo no quiera.

Entornó los párpados, sonrió y preguntó suavemente:

--¿Tanto poder tienes sobre ella?

--¿Tú que crees?

-- Y si yo también tuviera celos de ella, ¿ qué pasaría?

-- Que estaría encantado. ¿ Los tienes?

-- Suéltame y sigamos la clase, anda no seas malo, cariño.

Volví a arrodillarme y le subí los pololos no sin antes volver a mordisquear su precioso y dorado chumino.

-- Y que hacemos con éste - pregunté bamboleando mi congestionado garrote ante sus ojos.

-- Por favor, Toni, no seas procaz, sigamos la clase, anda.

Mientras ella se dirigía a su mesa cerré la puerta con llave. Cuando me vio dirigirme a la ventana preguntó:

--¿Por qué has cerrado la puerta?

-- Porque vamos a follar hasta que se acabe la clase - respondí corriendo las cortinas.

-- Ni hablar - exclamó muy convencida - déjate de tonterías y repíteme lo que has leído y las conclusiones a que has llegado sobre Thiers.

-- Bueno, pues ven aquí, conmigo, delante de la chimenea sobre la piel del oso te diré las conclusiones a las que he llegado.

Dudó durante un momento, luego se aproximó lentamente sin mirarme. Cuando la tuve a mi lado la hice sentar frente al fuego, al que añadí un par de troncos. Comencé a explicarle las conclusiones a que había llegado mientras la iba desnudando. Se resistía levemente, nada que me impidiera tenerla desnuda delante de mí al cabo de unos minutos. Comencé a desnudarme sin dejar de explicar las memorias de Thiers y lo que me parecían.

-- Y si llama a la puerta ¿ qué haremos?

-- Vestirnos, mi amor.

-- Armará un escándalo si la ve cerrada.

-- Ya verás como no vendrá. La conozco, mi amor.

Uno al lado del otro, le acariciaba yo el chumino pasando y repasando mis dedos a todo lo largo de la preciosa herida mientras ella recorría todo el grueso tronco congestionado con la punta de los dedos. La obligué a ponerse encima y se esparrancó sobre mi verga, hundiéndosela ella misma al bajar las nalgas sobre la caliente y dura barra de carne. Cuando sus rizos púbicos se incrustaron en mi piel, la cabeza de la polla rozaba el pico de su útero. La tenía clavada tan profundamente que si apretaba demasiado hacia abajo, se hacía daño.

--¿Sabes una cosa, cariño? - le dije - Thiers es un plomo.

-- Si, lo es – sofocó una carcajada, para exclamar - ¡Qué ocurrencia en este momento!

-- ¿Verdad que no hay cosa mejor que esto que estamos haciendo?.

-- Esto es hermoso cuando se está enamorado – seguía riendo bajito.

--¿Cómo tú y yo?

Se apoyó con la palma de las manos sobre mis hombros para mirarme, moviendo las caderas para sentir como se movía dentro de ella la verga que la penetraba hasta el útero. Comentó muy sería:

-- Tú no estás enamorado de mí.

-- Toma que no. Claro que lo estoy. ¿ Y tú de mí?

-- No debería estarlo, porque ya tienes a tu hermana.

-- Pero lo estás ¿ Verdad cachondita mía? Lo estás como yo lo estoy de ti.

Volvió a dejarse caer sobre mí para besarme, clavándome los duros pezones en la carne. Le acaricié las tetas, aprisionadas entre su pecho y el mío. Fue un beso largo, larguísimo, y, allí frente al fuego, completamente inmóviles uno encima del otro, acariciándonos suavemente con las manos todo el cuerpo, nos corrimos los dos en un interminable orgasmo que, quizá por inmóvil, fue más intenso, profundo e interminable. Y así permanecimos durante casi todo la clase, gozándonos tres veces más, estallando en orgasmos donde tan sólo se movían su vagina y mi verga con fuertes contracciones para darnos placer. Finalmente, le comí el coño, haciéndola correr a base de chupetones y lamidas sobre el clítoris, tragándome toda la abundante leche de sus orgasmos anteriores.

Mientras se vestía me advirtió:

-- Cepíllate bien la boca antes de besarla y perfúmate el cuerpo, hueles a mí.

-- No te preocupes, lo haré, vida mía.

Toda la tarde la pasamos igual, follando a placer. Su leche tenía un sabor delicioso y ella le gustaba que le comiera el coño después de haberse corrido. En cada ocasión disfrutaba salvajemente de la mamada. También a ella le gustaba chupármela y, después de corrernos, hacíamos un sesenta y nueve que nos llevaba a alturas de placer inauditas. Y así pasamos las tres horas de estudio.

Todos los días y todas las tardes las pasábamos follando, chupándonos y tragándome yo su leche a espuertas. Se preguntaba Megan como era capaz de resistir tanto tiempo seguido, soportar tantos orgasmos y continuar con el "pene", pues no de otra forma logré que lo llamara, duro como un garrote. Sabía que por la noche yo me pasaba dos o tres horas jodiendo a Nere a mansalva y comiéndole el coño como a ella, pero siempre tuvo la delicadeza de soslayar esa conversación. Megan era un encanto de mujer. Al revés que Nere, que cada vez me incordiaba más y me vigilaba más de cerca, olisqueándome por todas partes imaginando que no me daba cuenta.

Lo que no sabían es que cada vez que les comía el coño, por muchas veces que las hubiera follado, me ponía como un caballo de remonta ante una yegua en celo Creo que si podía soportar tanta jodienda diaria era porque la leche que me tragaba debía ejercer en mi metabolismo el efecto de un potente afrodisíaco. Si alguna vez notaba que desfallecía, bastaba con poner la boca en sus coños y tragarme la leche de sus orgasmos, para empalmarme de nuevo como un verraco. Seguramente esto no tiene nada que ver con mi resistencia. Quizá era sólo producto de mi desbocada imaginación o de mi fuerte constitución la que me permitía tales excesos. O quizá es que yo padecía de erotomanía sin saberlo. Priapismo no era, desde luego, porque, a mí, la verga no me dolía en absoluto.

Entonces ¿cuál era la causa de que pudiera correrme cinco y seis veces en dos o tres horas? Cada vez estaba más convencido de que la leche de sus orgasmos que me trago es la que me produce ese incontenible deseo de follar a todas horas.

Cierto día pensé en pedirle a Nere que me permitiera traer a Megan a nuestra cama, era una idea que me rondaba desde hacía tiempo. Pero como Nere guardaba las formas como si Megan no supiera que me la estaba tirando todas las noches, decidí callar por el momento, no fuera a estropearlo todo.

Y así follando a destajo a Megan y a mi hermana, se acabó el año. Pasamos unas muy agradables fiestas de Navidad y Año Nuevo los tres juntos. Aunque Megan y yo, al hacer vacaciones, teníamos que aprovechar cualquier descuido de Nere para poder follar.

También me pasaba de cuando en cuando por el desván para revolver en el baúl de los libros. Leí de Eduardo Zamacois "Memorias de una Cortesana" y "El Otro", obra ésta última que me impactó bastante. Algunas obras del "Caballero Audaz", cuyo verdadero nombre averigüe años más tarde: José María Carretero. Me pareció por aquel entonces un gran escritor y me lo sigue pareciendo. Leí todo lo que allí había de él. "La Virgen desnuda", "De pecado en pecado", "El Pozo de las pasiones", "La bien pagada" y alguna otra de las que ya no me acuerdo. Describía con verdadera maestría las situaciones críticas, a las mujeres, sus deseos, sus pasiones y sus cuerpos sin caer nunca en chocarrerías, aunque por entonces los críticos literarios le llamaban "El Carretero Audaz" y consideraban todas sus obras poco menos que pornografía, cuando en realidad nada de eso tenían. Estoy convencido, hoy más que nunca, que quien no sabe escribir se hace crítico literario. En fin, sería largo de explicar toda la literatura que llegué a leer y no sólo erótica.

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Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)