IMPRESIONES DE UN HOMBRE DE FUENA FE 7-A
Harto ya de soledad bucólica, me fui a un baile. Pese a que no tenía pareja siempre me quedaba el recurso de invitar a la de tráfico dado que, ahora, cuando ya mandan los progres y nacionalistas en mi tierra, hasta estas parejas suelen ser femeninas y alguna hay que hasta me apetecería que me pusiese una multa, siempre que primero se quitara boots, breeches & panties, pues seguro estoy que a mí no me costaría gran esfuerzo despojarla de guerrera, corbata y camisola; el casco ya se lo quitaría ella a mitad de la multa.
Como estaba a medio camino entre Vigo y La Coruña no sabía por cual de las dos ciudades decidirme, pero dado que soy hombre acostumbrado a tomar decisiones rápidas, me senté y cavilé media hora. Por fin resolví dirigirme a Vigo: Me vestí adecuadamente (léase, smoking, pajarita y foulard blanco), y a lomos de mis 210 caballos salí disparado hacia mi destino. Pero cuando ya estaba en Redondela me acordé que Vigo tiene unas calles tan empinadas como San Francisco y yo quería celebrar el Fin de Año en España, antes de que la despedacen.
En la primera rotonda que encontré di la vuelta, entré en la autopista y sin prisas pero sin pausas me planté en Santiago de Compostela a las siete de la tarde. Tengo que reconocer que no estaba muy seguro de cuales eran mis deberes de individuo que se va de jarana en solitario en una noche tan especial. En el fondo, pese a ir tan elegante, estaba descontento de mi conducta y no me preguntéis por qué. No lo sé.
Hace semanas que estoy disgustado a pesar de que había conseguido pescar dos escuálidos chicharros y un resfriado gordísimo, estaba más afligido que nunca e, incluso, lloroso pero, como soy hombre precavido, llevaba una docena de pañuelos distribuidos por todos los bolsillos de mi aristocrático traje de camarero de postín al que solo le faltaba el paño blanco en el antebrazo.
A Coruña 72 kilómetros, Arzua 50, pues vámonos a Arzua, a "terra do queixo". Os aconsejo de todo corazón que, cuando tengáis que ganar el Jubileo para ir directos al cielo a hablar con San Pedro, paséis por "Casa Chelito" de Arzua. Cualquier subsahariano o marroquí que encontréis por las calles del pueblo con la tienda a cuestas, os indicará donde está, previa compra de un reloj Cartier de oro o de una vieira de plata legítima con el apóstol dentro, por el que os pedirá cien euros. Si no regateáis no os lo venderá, así que le ofrecéis cinco y os lo dejará por siete.
Casa Chelito no es un restaurante cualquiera. No digo que sea Maxims, o Lhardy, no, no lo digo. Para entrar al comedor hay que pasar primero por la cocina porque es una casa típica gallega de granito, tejado de pizarra, hortensias como secuoyas, ventanas de madera pintadas de verde, piso y paredes de pino de la tierra, con alcayatas de las que cuelgan algunas imágenes del Sagrado Corazón llameante y rodeado con una corona de espinas; el nuevo Papa con tricornio; alguna fotografía color sepia de "Los últimos de Filipinas", color que por entonces estaba muy de moda, según creo, e incluso otra fotografía del Titánic antes de naufragar, sacada de alguna revista pero enmarcada con noble madera de roble labrado.
En fin, todo un lujo y por eso este comedor se reserva exclusivamente para los que vamos vestidos de "smoking" como fue en su día el difunto marqués de Iria Flavia, antes de que le concedieran el Nóbel y que también está colgado frente al Papa del tricornio, con la firma y dedicatoria que atestigua que: "Comí como Dios en esta mansión digno de princesas cachondas y "larpeiras y lamidas y hasta relamidas", que así se las gastaba el muy lagarto de Don Camilo.
Sea como fuere, lo que si es cierto es que el mejor pulpo de Galicia se degusta en "Casa Chelito" y como me apetecía un "platiño de pulpo da feira" y unos "chanquieros" de Albariño, sería imperdonable que, estando tan solo a cincuenta kilómetros, no me diera yo el placer de degustarlo y echarle un vistazo a la Chiruca, una garrida moza de carnes prietas como el hormigón armado, coloradas mejillas, largas trenzas con lacito, tetillas exuberantes doblemente gallegas, estrecha cintura que enmarcan caderas generosas, glúteos semiesféricos y tangenciales y unas bien formadas columnas que sostienen, a lo que imagino, un extraordinario templo de Afrodita que ya quisiera el de Salomón tener tantos fieles adoradores.
Salí con sol de Santiago y llegué a Arzua lloviendo. Giré a la izquierda, pasé la Plaza de la Feria, volví a girar a la izquierda y a escasos trescientos metros me paré delante de Casa Chelito. Me recibió un letrero dentro de un cuadro con cristal. Creí que era la carta, pero no: "Cerrado por Vacaciones hasta el día 8 del año que viene" (sic).
Concentrándome profundamente en el análisis del letrero llegué a la conclusión de que no podía esperar nueve días por muy bien sentado que estuviera. Otra vez a la autopista de La Coruña. Total cien kilómetros en viaje de ida y vuelta que, repartidos entre 210 caballos, salen a dos kilómetros y cien metros por caballo que tampoco es como para que mueran reventados de tanto galopar.
Y así llegué a La Coruña acordándome de todos los santos desde el día de San Silvestre del año pasado hasta el San Silvestre del presente año, incluidos festivos y fiestas de guardar. Como es de precepto al llegar a la "Ciudad de Cristal" pasar por "Casa Do Crego (Casa del Canónigo) para paladear un ribeiro turbio artesano con percebes, allí me aposente al lado de un bocoy de 500 litros al lado de otros señores tan esmoquinados como yo rodeando el bocoy, pero a los que no conocía de nada, degustando unos percebes del Roncudo, los mejores de Galicia para algo son de Corme, pueblo que conocí por primera vez en mi viaje de novios. Hace ya más tiempo del que deseo recordar.
Por el precio que me cobraron creí que tenía derecho a llevarme el bocoy, la jarrita de barro de Buño, pueblo de la provincia famoso por sus alfareros, el plato de pino de las montañas de Breogán el gran jefe celta, cuando aún ellas eran el reposo del guerrero y ahora somos nosotros el descansillo en la escalera de su búsqueda insaciable de un amor que saben no existe, y el babero de plástico floreado que el mismo y diminuto camarero te anuda al cuello subido en una robusta silla de "carballo", que así se llama al roble en mi tierra, babero que protege de las rosadas salpicaduras de los gordos percebes al abrirles la piel, dura como la de una iguana, que para algo es el percebe el rey del marisco.
Cuando yo salí en la adolescencia de La Coruña para estudiar náutica en Barcelona, los capitalinos de las cuatro provincias tenían a orgullo hablar un español preciosista y nítido de mimosa musiquilla galaica hoy ya no; hoy todos, pero todos, nacionalistas y nonacs se ufanan en martirizar el idioma galaico, que no saben hablar y mucho menos escribir, con un ensañamiento peor que el de Jack The Ripper con las prostitutas londinenses del siglo XIX.; lo destripan con la misma saña con la que Jaimito el Destripador abría en canal a las busconas de Withechapel.
Y ante tal cúmulo de desgracias decidí regresar ya mismo a esa tierra del sol que se llamó en un tiempo Reino de Valencia y todo esto por culpa de los desprecios de una preciosidad rubia de ojos verdes que atiende, cuando le parece, por el precioso nombre de Mábel.