miprimita.com

Memorias de un orate (2)

en Confesiones

MEMORIAS DE UN ORATE 2

.HOY ME ENCUENTRO MUY CANSADO. Ayer, después de escribir el primer capítulo de mis memorias, y pese al viento casi huracanado, me fui a pasear por la montaña para oxigenarme y me di cuenta que, por la noche, los pinos no desprenden oxigeno, los muy cabritos desprenden anhídrido carbónico que tiene un olor tan picante que estuve estornudando media hora y, además, como tiene un sabor ácido muy desagradable, no me aprovechó el bocadillo de mortadela que llevaba preparado para después de la caminata.

Me sentó fatal el embutido, hasta el extremo de producirme ardor de estómago, por eso, después de cerrar el coche en el garaje, cerca de las tres de la madrugada, tuve que tomarme bicarbonato para contrarrestar el exceso de acidez; estaba eructando cuando sentí las sirenas de los bomberos que, por el ruido que armaban y lo mucho que corrían, supuse que, en algún lugar de la ciudad, se había declarado un incendio. Como no era asunto mío, me duché para quitarme el olor picante que desprenden los pinos y fue al acostarme que vi, a través de la ventana, el incendio en lo alto de la montaña iluminando el cielo que adquirió un color anaranjado precioso; no está ni medio bien quemar la montaña, pero por otro lado pienso que también habrá menos CO2, ese anhídrido tan molesto y perjudicial; total, que me quedé dormido como un angelito hasta que me despertó el ruido de los aviones y de los helicópteros que pasaban por encima de mi casa haciendo un ruido atronador que me impidió seguir durmiendo.

Las autoridades se disculpan diciendo que tienen que descargar agua para apagar el incendio de las montañas; ya me dirán ustedes si hay derecho a que los ciudadanos no podamos dormir tranquilos, sobre todo cuando, como yo, nada tengo que ver con el incendio del que me escapé porque mi coche corría más que la llamas. He podido comprobar que se extiende cada vez más, incluso han tenido que desalojar algunas familias de varias viviendas cuyos propietarios tuvieron la malhadada idea de edificarlas en medio de los pinos. Les está bien empleado por no tener más visión de futuro. Según ha dicho la televisión han muerto cinco personas, pero vamos, tampoco es motivo suficiente para que no le dejen descansar a uno tranquilamente, teniendo en cuenta que la ciudad, de momento, no corre peligro. En fin, dejé de contemplar el incendio para sentarme ante el ordenador y continuar escribiendo mis memorias, así, pues, tomemos la narración en el punto donde la dejamos ayer.

Como les decía, el puti-club nos producía muy saneados ingresos. Las dos chicas, África y Asia, una era negra y la otra amarilla, no daban abasto a complacer a tantos caballeros como solicitaban sus servicios. Los maromos hacían cola, momento que yo aprovechaba para alquilar a Clavijo a doscientas pesetas el paseo de cien metros. Cuando era muy larga la cola de clientes, enganchaba el caballo al carricoche y los paseaba a todos juntos a doscientas pesetas el paseo, Cabían dieciséis en la caja, así, cada media hora ganaba tres mil doscientas pesetas, que era el tiempo que tardaba en ir y volver para descargar a uno aunque, a veces, tenía que fustigar a Clavijo para que apresurara el paso porque había tíos más rápidos con su pistola que Billy El Niño con la suya. En ocasiones, regresábamos a galope tendido porque algunos caballeros padecían de eyaculación precoz.

Estos ingresos eran netos sin que las chicas tuvieran derecho a percibir el treinta por ciento que cobraban por sus servicios, el otro setenta por ciento era para la casa en cuyo porcentaje estaba comprendida la comida, el agua, el jabón, la toalla, la palangana y la cama. La bebida se cobraba aparte.

Al cabo de dos meses ya habíamos edificado tres habitaciones más porque, África y Asia tenían dos amigas, Argelia y Manila, a las que les explicaron lo bien que las tratábamos y el mucho dinero que ganaban. Con cuatro mujeres de la vida horizontal, (a mi no me gusta llamarlas putas porque la vida horizontal es un trabajo tan honrado como el de diputada, que trabajan sentadas), trabajando a destajo día y noche, el dinero entraba a espuertas y más cuando otras dos amigas de Argelia y Manila, Namibia y Sumatra, también se incorporaron al elenco.

Claro que también teníamos muchos gastos porque tuvimos que construir dos cuartos de baño con ducha y todo a base de cegar la letrina y abrir un pozo negro tan grande como el estadio de Maracaná; cambiar la cocina de petróleo por otra de gas butano con horno y microondas, lavadora, montar un bar completo aprovechando que teníamos tres botellas de coñac y de de anís y eliminar las paredes de cartón edificándolas de ladrillo, en fin, que al cabo de dos años el chalet quedó convertido en un palacio parecido al de Bukingham.

Un amigo de Sumatra que era electricista, nos hizo una instalación eléctrica tirando una línea subterránea hasta el cajetín del transformador y quedó tan disimulada que, ni los de la compañía eléctrica, se dieron cuenta y de esa forma no pagábamos ni un duro. Y otro amigo de Manila que era fontanero nos instaló casi gratis el agua corriente, aunque primero tuvimos que abrir un pozo para encontrar agua y cuando ya tuvimos el agua corriente cumplí los dieciséis años.

Teníamos escondidos más de un millón de pesetas, Remigia tuvo que buscar una ayudante de cocina, Arosa, que era gallega y cocinaba de maravilla el pulpo, por lo que decidimos comprarnos un coche familiar de segunda mano que estaba casi nuevo y que encontré en el otro extremo de la ciudad abandonado en una calle bastante solitaria.

Para ser la primera vez que conducía no lo hice nada mal, teniendo en cuenta que era un todo terreno Opel Frontera. Llegué al palacio a las dos de la mañana con el coche casi entero y con matrículas nuevas que me agencié en un desguace. Cierto es que a aquellas horas estaba cerrado pero tenía una puerta de barrotes tan espaciados que bien pasaba entre ellos Clavijo. Como había matrículas tiradas por el suelo, sólo tuve que agacharme para recoger las dos que me parecieron más nuevas, aunque no me di cuenta hasta que me detuve en un descampado a cambiarlas; la matrícula de delante era diferente a la de atrás, pero como en ese detalle se fija poco la policía, pues no me preocupé.

Al llegar al palacio cerca de las tres de la madrugada Remigia se puso muy contenta y los cuatro o cinco clientes que esperaban su turno me aseguraron que el coche era un todo terreno muy bueno y que por el precio que me había costado, cien mil pesetas les dije, había sido un regalo.

Ya me dirán ustedes si hasta ahora, y pese a la triste infancia que pasé, hay en mi alguna muestra de demencia. ¿Verdad que no? Bueno, pues sigamos.

La vida está llena de sorpresas, unas muy agradables y otras no tanto, hasta diría que hay sorpresas muy desagradables. Cuando menos me lo esperaba y más contentos estábamos todos, llega una mañana un tío con gabardina y sombrero diciéndome que era un inspector del Ayuntamiento al tiempo que sacaba la cartera del bolsillo y me enseñaba un documento con fotografía y todo. Por lo visto quería ver nuestra licencia de apertura del negocio.

-- ¿Quiere dar una vuelta a caballo? – le pregunté muy amable.

-- No, quiero que me enseñe la licencia – respondió secamente y sin quitarse el sombrero.

-- La licencia la tiene el dueño- respondí, sonriendo amablemente.

-- Pues que venga el dueño, y rápido que tengo prisa.

-- Pues siéntese y tome algo mientras espera ¿Qué le apetece?

-- Nada. ¿A que hora volverá?

-- No me lo dijo. Está en Francia con una sueca.

-- Pues que venga el encargado.

-- Está hablando con él.

-- Déjate de bromas y dile que salga.

-- ¿Adónde tengo que salir?

-- ¿Me estás tomando el pelo?

-- Imposible, tiene puesto el sombrero.

-- Jovencito, tengo mucha paciencia pero si no avisas al encargado no tendré más remedio que poneros una multa.

-- No tiene tanta paciencia como dice, sólo hace dos minutos que estamos hablando y ya quiere ponerme una multa.

-- Te aviso por última vez, si no avisas al encargado vendré con los guardias y os cerraré el negocio. No puede estar abierto sin licencia de apertura.

Como aquello de los guardias ya eran palabras mayores decidí cortar por lo sano.

-- Ya le dije que el encargado soy yo, pero si no me cree puede hablar con la mujer del dueño.

-- Muy bien, pues avísala. Ya te he dicho que tengo prisa.

-- Tú, África – le dije a la muchacha – Vigila a este señor mientras aviso a Remigia, y si quiere tomar algo que lo pague antes. ¿Comprendido?

-- Entendido, Miguel – respondió la muchacha, que sentada en un taburete del mostrador le enseñaba las bragas al maromo que se desojaba mirándoselas.

Me fui a la cocina y hablé con Remigia explicándole lo que pasaba y lo que tenía que decirle para entretenerlo hasta que yo regresara. Me dirigí al aparcamiento. Sólo había tres coches. Mi Opel Frontera, un Fiat Tipo del tipo que estaba entretenido con Manila practicando la vida horizontal y un Renault Chamade color gris que por fuerza tenía que ser el del maromo del ayuntamiento. Estaba bastante nuevo a juzgar por el aspecto y por la matrícula.

Durante un tiempo me entretuve haciendo galopar a Clavijo para evitar que se oxidara porque el agua del mar es muy corrosiva y la playa estaba a kilómetro y medio o poco más. Después dejé a Clavijo pastando y entré en el bar encontrándome con África y Asia departiendo muy risueñas.

-- ¿En donde está Remigia? – le pregunté a África.

-- Poniéndote los cuernos con el del sombrero – me respondieron las dos muertas de risa.

-- ¿Ah, sí? Pues tu, Asia, para empatar el partido, vamos a ponerle los cuernos a Remigia.

Era una chica muy obediente y me siguió encantada. La habíamos puesto un cuerno Remigia y empezábamos a ponerle el otro, cuando oímos unos gritos tremebundos que provenían del bar. Asia quería dejar el asunto a medio terminar para enterarse de lo que estaba sucediendo y es que las mujeres son tan cotillas que incluso en unos momentos tan cruciales como es el proceso de fabricación de un bebé son capaces de dejarte colgado para meter la cuchara en el plato ajeno. No estaba dispuesto a consentirlo y le dije que ya tendríamos tiempo de enterarnos de lo que estaba sucediendo, de modo que, cuando los dos de mutuo acuerdo comprendimos que los dos cuernos estaban bien puestos, nos vestimos porque salir desnudos nos pareció poco elegante.

Al entrar en el salón del bar entendimos el motivo de los gritos. El tío del Ayuntamiento no encontraba su coche y tenía un cabreo de no te menees, echándome la culpa a mi de la desaparición. Gracias que Asía era testigo de que yo también había estado ocupado tuvo que tascar el freno, aunque siguió renegando como un carretero. Aseguraba que tenía que ser alguien de la casa porque en un paraje tan solitario como nuestro palacio, a más de diez kilómetros de la ciudad, ningún caco de automóviles hubiera caminado tanto teniéndolos tan a mano en el núcleo urbano, y a causa de ese razonamiento, falso por otra parte, el tío seguía emperrado en que alguien del palacio lo había robado.

No me quedó más remedio que decirle a Remigia que despertara al resto de las chicas. Allí estaban África, Asia y Remigia de las que Pánfilo Pardillo, que así se llamaba aquel funcionario consistorial, no podía sospechar. Poco a poco fueron llegando las chicas. Argelia, que había trabajado hasta muy tarde, traía una cara de sueño que con sólo mirarla ya daban ganas de enviarla otra vez al catre y lo mismo pasaba con Sumatra y Namibia. Manila aún seguía ocupada así que, mientras acababa la faena con su tortuga bípeda, decidieron dar una vuelta por los alrededores por si el funcionario se había equivocado de aparcamiento, caso que suele ocurrir con mayor frecuencia de lo que uno se imagina, sobre todo en el campo porque los árboles desorientan mucho.

Todos marcharon en diferentes direcciones regresando al cabo de veinte minutos sin señal del Chamade. Aquello era un misterio más difícil de desentrañar que el del Limbo de lo Perdido. Aunque apunté la posibilidad de que el Holandés Errante y su capitán Van der Decken hubieran desembarcado en la playa y lo hubieran robado, el tío no lo tuvo en cuenta. Fue Remigia a la que se le ocurrió decir que quizá el coche estaba mal frenado y como hasta el mar todo el terreno era una suave pendiente, quizá se había deslizado hasta la playa poco a poco. Convine con ella en que era muy posible que hubiera sucedido así porque también Clavijo tenía tendencia a desaparecer en aquella dirección, y allá se fueron otra vez a recorrer más de un kilómetro y medio hasta la orilla del mar.

Mientras esperaba a que regresaran otra vez, Manila y el tipo del Fiat Tipo aparecieron en el bar muy acaramelados, lo que resultaba bastante extraño dado que la tarifa a cobrarle al viejo quelonio era el triple de lo normal pues que, el tiempo invertido en la fabricación, también era el triple. Así que le sacudí una factura manual en papel de envolver que, sin IVA, ascendía a veintidós mil pesetas más tres mil de botella de cava, total, veinticinco mil del ala que me pagó muy contento y a tocateja, lo que demostraba lo muy experta que era Manila en asuntos del corazón. Tan contento estaba que incluso se ofreció a formar parte de la expedición de búsqueda del desaparecido automóvil si lo acompañaba Manila que, como acababa de ganar siete mil quinientas cucas de buena mañana, no se atrevió a desairar a tan cumplida tortuga. Allá se fueron en el Fiat Tipo porque no era cosa que, después de una hora y media de trabajo, tuviera el quelonio que caminar por el medio del campo, saltar balados y sortear zarzas más de kilómetro y medio porque no estaba el hombre para muchos trotes. Sin embargo, no llegaron ni a medio camino ya que los expedicionarios regresaban a toda máquina para informarme que el Chamade se había caído al agua. El funcionario Pánfilo Pardillo bramaba de rabia, pese a que todos estuvimos de acuerdo en que lo había dejado mal frenado.

-- ¡Qué mal frenado, ni que hostias! Alguien lo ha llevado hasta el acantilado y lo ha tirado al mar.

-- Pero, Pánfilo – comentó Remigia que ya tenía mucha confianza con él – tu mismo has podido comprobar que no ha podido ser nadie de la casa porque todos estábamos ocupados.

-- ¡Y una mierda ocupados! – exclamó irritadísimo -- El coche no recorre kilómetro y medio, gira a la derecha, recorre cien metros, gira a la izquierda y si tira al mar de morro. ¿Qué explicación tiene eso? Ninguna, porque es materialmente imposible.

-- Quizá, si era muy viejo, se ha suicidado – comentó Sumatra

-- No digas chorradas, era un coche nuevo, ¡cojones! – bramó el Pardillo quitándose el sombrero.

-- Pasan cosas verdaderamente extrañas con los coches. Yo puedo explicarles un caso increíble, pero que es tan cierto como que estamos todos aquí sentados – comentó el viejo quelonio – Si quieren puedo explicarlo.

-- Explique, explique – pedí, indicándole a Asia que sirviera unas cervezas.

-- Antes de que explique nada – bramó Pánfilo sudoroso quitándose la gabardina – hay que sacar mi coche del agua.

-- Como no traigas una grúa y un buzo – advirtió Remigia sensatamente – no podrá sacarlo nadie.

-- Y tendría que hacerlo rápido, antes de que se le oxide – indiqué con sana intención.

-- Y luego secarlo con aceite 20 x 50 Cepsa, vaporizándolo en caliente para quitarle el salitre y el placton – añadió la tortuga que, por lo visto, era un experto en fauna marina.

-- Tendría que llamar por teléfono, pero veo que aquí no tienen – indicó Pánfilo mirando a izquierda y derecha.

-- Lo tenemos solicitado, pero no lo instalarán hasta dentro de un mes, según nos comunicaron – me disculpé afligido.

-- Si le sirve mí móvil... – y el viejo quelonio sacó uno del bolsillo que el Pardillo tomó a toda prisa sin dar ni las gracias.

Oímos que llamaba al Ayuntamiento asegurando que era el inspector de aperturas Pánfilo Pardillo indicando que necesitaba una grúa y un submarinista y, lo que son las casualidades, todas la grúas estaban ocupadas retirando coches mal aparcados y no podrían enviarle una hasta las ocho de la tarde hora en que ya no podían poner multas a los coches sin tique de aparcamiento y como tenía que esperar casi hasta la noche y nuestros clientes los lunes no eran muy abundantes, Namibia propuso jugar al strip-póquer que es muy divertido, sobre todo cuando te quedas en pelota picada y tienes que comprarle al ganador todas las prendas que has perdido.

El inspector Pardillo no estaba de suerte. Tuvo que comer en cueros con la esperanza de recuperar, después del almuerzo, las prendas que le habían ganado Sumatra y Argelia. Pese a que yo también comí en calzoncillos, puedo asegurar que fue la comida más desternillante a la que había asistido hasta entonces, porque la visión del viejo quelonio con calcetines, camiseta imperio y una salchicha tan arrugada como un acordeón, originaba tal carcajeo que hasta Clavijo se asomó a la puerta y relinchó gozoso.

Argelia y Sumatra eran unas consumadas jugadoras de strip-póquer. El montón de ropa que tenían a su lado hubiera hecho las delicias de un ropavejero. Las que menos perdieron hasta la hora de comer fueron las chicas porque la que más, llevaba sólo cuatro prendas, braga, sostén y zapatos. En fin, que fue muy divertido y hasta el inspector de aperturas se había olvidado del Renault Chamade y no digamos de la multa, quizá debido a que tenía una erección que parecía un chorizo Revilla.

Siento curiosidad por saber como va lo del incendio. Hasta luego.

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

La loba

Lo potencial y lo real

Una vida apasionante (3)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (4)

Arthur Shawcross

Bela kiss

Romasanta, el hombre lobro

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

La semana tráquea

Relatos breves y verídicos (1)

El parricida sonámbulo

Curvas Peligrosas

Un fallo lo tiene cualquiera

Mujer prevenida vale por dos

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Cómodo, el incómodo

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (2A)

Viene de antiguo

Viene de antiguo 2

El gentleman

Margarito y la virgen de Rosario

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (1)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (2)

Incestos históricos (3)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incestos históricos (2)

Incestos históricos (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (4)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (3)

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

Como acelerar el orgasmo femenino

La máquina de follar

Sola

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (2)

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

No sirvió de nada, Mei

Olfato de perro (5)

Hundimiento del Baleares

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Olfato de perro (4)

Paloduro

Olfato de perro (1)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Olfato de perro (3)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (2)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (3)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Mal genio

Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

Crónica de la ciudad sin ley (8)

El timo (2 - 1)

Testosterona, Chandalismo y...

El canibalismo en familia

¿Son todos los penes iguales?

Código de amor del siglo XII

Ana

El canibal japones.

El canibal alemán

El canibal de Milwoke

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (6)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El timo (2)

El vuelo 515 (3)

El bandido generoso

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

¿Serás sólo mía?

Hasta que la muerte os separe.

¿Quién pierde aceite?

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El mundo del delito (8)

El sexólogo (4)

El barco fantasma

Captalesia

El sexólogo (3)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

La sexóloga (3)

La sexóloga (2)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

Memorias de un orate (8)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Enigmas históricos

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Memorias de un orate (3)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (2)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

Marisa (12 - Epílogo)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11-1)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (8 - Final)

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Marisa (10-1)

Marisa (8)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (7)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (6)

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El orgasmómetro (4)

El pájaro de fuego (2)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)