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Memorias de un orate (12)

en Confesiones

MEMORIAS DE UN ORATE 13

Estaba claro que yo le había causado mucha impresión a Ataulfa, la secretaria, y estaba ansiosa por hablar de nuevo conmigo de modo que abrí la puerta de su pequeño despacho en el momento que respondía por el interfono:

--... así lo haré, Don Timoteo.

-- Hola, preciosa, me has echado de menos ¿verdad? – pregunté besándola en los labios mientras le acariciaba una teta dura y maciza como un pomelo.

Debía de estar muy ansiosa porque si me descuido me arranca la lengua de un mordisco y por si fuera poco me suelta una bofetada que sonó como un disparo. Sorprendido le dije:

-- No te enfades, cariño, no he podido venir antes. Te prometo que esta tarde vengo a buscarte para pasar la noche follando. Verás que felices seremos, cielo.

-- Usted está confundido, señor Estrogolfo, haga el favor de sentarse y tener las manos quietas o acabaré por denunciarlo a la policía.

-- Pero cariño, si Don Timoteo me ha dicho que querías hablar conmigo.

-- Yo no soy su cariño, y es usted el que tiene que hablar conmigo para pagarme el servicio de detectives que acaba de contratar.

-- Ayer te he dado cincuenta mil duros ¿Ya los has gastado?

-- Ese dinero es para tramitar el divorcio, pero el servicio de detectives es un gasto aparte y deberá pagarme doscientas ochenta mil pesetas si quiere que se pongan en marcha.

-- ¿Doscientas ochenta mil? – pregunté cabreado -- ¿Es que te crees que soy el Banco de España?

-- Si le parece caro dígaselo a Don Timoteo, y si no se lo diré yo – respondió abriendo la palanquita del interfono.

-- No, no, déjalo, es igual – comenté empezando a contar los billetes – Ten. Aquí tienes veintiocho billetes de diez mil.

-- No se me acerque, haga el favor.

-- ¿Entonces no quieres follar conmigo esta noche?

Descolgó el bolso del respaldo de la silla para guardar los billetes, pero de repente cambió de opinión y me arreó con él en la cabeza y debía tener un ladrillo dentro porque casi me dejó noqueado.

-- ¡Lárguese inmediatamente! – gritó furiosa – ¡Sinvergüenza, granuja!

No me quedó más remedio que marcharme si no quería recibir otro ladrillazo de aquella arpía que, si bien era cierto que estaba muy buena, tampoco era la única mujer sobre la faz de la tierra, aunque si era la primera que se negaba a acostarse conmigo, seguramente porque era lesbiana o frígida y aunque yo no me había tropezado aún con ninguna de las dos especies ¿qué otra cosa podía pensar?

Pasaron tres días, cuatro y una semana y ni el abogado, ni la secretaria ni los detectives daban señales de vida de modo que cuando me cansé de esperar le llamé por teléfono para enterarme por Ataulfa que Don Timoteo estaba de viaje y tardaría dos días en regresar. De nuevo le propuse a Ataulfa estrenar un colchón de agua muy cómodo pero me colgó sin darme tiempo a explicarle las grandes ventajas que tiene el colchón de agua para hacer el amor.

Volví a llamar dos días más tarde y la preciosa secretaria me informó que los detectives ya tenían localizada a mi esposa y al doctor Galeno, pero necesitaban fotos de los dos en posición adúltera y como los fondos estaban a punto de agotarse debía reponer fondos de nuevo efectuando una transferencia al número de cuenta que me dio y esta vez por cuatrocientas ochenta mil pesetas dado que la gasolina había subido un duro por litro y además tenía que añadir otras trescientas mil para el procurador del divorcio porque sin procurador no se podían iniciar los trámites divorcistas.

En cuanto tuvieran la nueva reposición de fondos para conseguir las fotos del adulterio se pondría en marcha el procurador, los detectives y Don Timoteo. De nuevo intenté explicarle a Ataulfa las excelencias del colchón de agua para hacer el amor y me pareció que se mostraba más receptiva porque, esta vez, no cortó la comunicación lo cual me demostró que, si perseveraba, acabaría llevándomela al catre como a todas.

Cuando acabé de explicarle todo lo referente al húmedo colchón me preguntó cuando pensaba realizar la transferencia y le respondí que en cuanto colgara el teléfono, cosa que hizo inmediatamente y como se lo había prometido, le envié el dinero. De momento la cosa marchaba por buen camino de modo que al día siguiente volví a llamar a Ataulfa con la disculpa de saber si había recibido la transferencia pero, en realidad, para averiguar con mucha educación y amables palabras cuando podría tener el placer de quitarle las bragas.

Me respondió muy amable que la transferencia ya la había recibido pero el fiscal estaba empeñado en conocer detalles de mi vida privada y para evitarlo habían tenido que untarle el bolsillo metiéndole dentro medio kilo de grasa del Banco de España, motivo por el cual debería transferir aquel importe cuanto antes a la misma cuenta del día anterior.

Le dije que muy bien, que eso haría si me contestaba a lo de las bragas. Se mantuvo en silencio unos minutos para responderme luego que cuando recibiera la transferencia me daría la respuesta. Quedamos de acuerdo para llamarla al día siguiente y me apresuré retirar del escondrijo cincuenta billetes de diez mil cucas pensando si no sería mejor llevarlas personalmente. Decidí que no, que lo mejor era ablandarla por teléfono hasta conseguir su aquiescencia y no exponerme a otro ladrillazo del bolso, porque era indudable que, igual que la Seisdedos, la madre del travesti Tamara, dentro del bolso tenía un ladrillo.

Cuando regresé al motel después de hacer la transferencia me encerré en el despacho dispuesto, como todos los días, a repasar la contabilidad y leer el correo. Uno de los sobre llamó mi atención porque el membrete indicaba: Rapado & Rapado, Hijos y Nietos. Abogados. Era una carta dirigida a mí personalmente que decía lo siguiente:

<Muy señor nuestro:

En representación de su esposa, Doña Davinia de la Frasca, el bufete de abogados Rapado & Rapados, Hijos y Nietos, nos dirigimos a usted para solicitar su asistencia al "Acto de Conciliación" marital en nuestro bufete, cuya dirección figura en este membrete, que tendrá lugar el próximo jueves a las once de la mañana. En nuestro mayor deseo de evitarle mayores gastos de los ya habidos con la señorita Ataulfa, secretaria del bufete de Don Timoteo Pulido Fondos colaborador nuestro en este "Acto de Conciliación" marital, nos ofrecemos para representarle desinteresadamente al mismo tiempo que a su esposa, en la seguridad de que velaremos por sus intereses con el mismo interés con que velamos por el de su señora. En caso de aceptar nuestra generosa oferta rogamos se sirva transferirnos doscientas cincuenta mil pesetas al mismo Banco y número de cuenta que ha efectuado las anteriores. No se olvide de traer el comprobante de haberla efectuado porque en caso contrario sólo velaremos por los intereses de nuestra clienta Doña Davinia de la Frasca y no le arrendaremos la ganancia. Siempre de Vd. attos. Ss. Ss. Q.e.s.m. Rapado etc, etc. >>

Estaba claro que Davinia seguía amándome y que deseaba regresar conmigo sino, no tenía sentido que quisiera reconciliarse y, por mi parte, si he de ser absolutamente sincero, estaba impaciente por acostarme con ella de nuevo. Al fin y al cabo, si ella me había puesto los cuernos yo también se los había puesto a ella. Por lo tanto, dos cuernos menos dos cuernos, cero cuernos, lo que demuestra que aún sabía matemáticas.

Como ya no necesitaba los servicios de Don Timoteo y le había hecho entrega de un millón ochocientas mi pesetas sin que me resolviera nada, al día siguiente subí al Lamborghini y me dirigí a la ciudad a toda máquina dispuesto a recuperarlo y acabar de convencer a Ataulfa de que me dejara quitarle las bragas antes de acostarnos en el colchón de agua, cuyas excelencias para hacer el amor ya le había explicado sin que protestara; era, pues, seguro que no me costaría gran trabajo ya despojarla de tan minúscula prenda porque, como es sabido, el que calla otorga.

Fue ella misma quien me abrió la puerta. Observé que no llevaba el bolso y por lo tanto la cogí rápidamente por la cintura y le di un beso muy apasionado. Al principio, para disimular, forcejeó un poco dándome un puñetazo en una oreja. Sin embargo, cuando me dio el rodillazo en los testículos no me quedó más remedio que doblarme con una reverencia. Se ve que o era demasiado temprano o aún no la había ablandado bastante por teléfono.

-- ¿Puedo sentarme? – pregunté doblado como una gamba.

-- Siéntese, pero sin moverse de la silla ¿Comprendido?

-- Si, cariño, no me moveré – respondí, tomando aire a bocanadas.

-- Bien, pues dígame que desea.

-- Verás, preciosa, he desistido de seguir adelante con el divorcio, de modo que como aún no habéis hecho nada quiero que me devolváis todo el dinero que os he entregado.

-- Eso es imposible, señor Estrogolfo. El dinero ya está gastado.

-- La transferencia de ayer por setecientas ochenta mil pesetas aún no habrá llegado a vuestro banco, de modo que es imposible que lo hayáis gastado.

-- Si ha llegado. He ido al banco muy temprano y ya he entregado el dinero. Además el hecho de que usted haya cambiado de opinión no le da derecho a reclamar cantidad alguna.

-- ¿Quién ha dicho eso? – me asombré.

-- El contrato que ha firmado.

-- Yo no he firmado ningún contrato.

-- Se lo entregó al señor Pulido en persona al entregarle el formulario y usted debe tener una de las copias, detrás, en letra pequeña, está el contrato y todas sus cláusulas.

-- Pero tú no me dijiste que lo leyera por detrás.

-- No tenía más que darle vuelta a la hoja.

Me quedé atónito. Casi me habían jodido dos millones de pesetas para no hacerme nada y recordé el refrán: En manos de abogados te pongas que te quedarán las costillas mondas y lirondas. Pero quedaba un asunto pendiente y le pregunté:

-- ¿Y que hay de la cama de agua y de las bragas?

-- A la vuelta de la esquina tiene una corsetería y allí encontrará todas las bragas que quiera y la cama de agua puede comprarla en Muebles La Fábrica.

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