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Cómodo, el incómodo

en Textos educativos

COMODO.

 

ORGÍAS ROMANAS.

 

Cómodo

En su injusto paso a la posteridad dentro de los personajes deleznables (injusta por los altibajos y extremismos en los juicios sobre todos ellos), el emperador Cómodo ocupará un puesto de honor, junto a Nerones y Calígulas. En Cómodo se hacía añicos la dudosa creencia de que de padres excelentes pudieran nacer hijos en la misma dirección. En efecto, esto no ocurrió en este caso, pues de un padre extraordinario, Mareo Aurelio, vendría al mundo este aprendiz de monstruo. Cómodo, por lo demás, será uno de los últimos emperadores de la dinastía de los Antoninos (por Antonino Pío, sucesor de Adriano), y gobernante pacifista (Pax Romana).

Nacido en Lanuvium, compartió con su padre, Marco Aurelio (el Emperador filósofo), el trono de Roma, siendo proclamado emperador en el año 180 a la muerte de aquél. Junto a su padre había sido corregente, tras recibir el título de Augusto. Fallecido su padre, Cómodo abandonará el principio de adopción —hasta ese momento los emperadores adoptaban a sus sucesores, aunque no fuesen de su familia— y recuperará el dinástico (sucesión de padres a hijos). Nada más empezar a gobernar en solitario, el nuevo emperador se hizo adorar como la encarnación de Hércules y Mitra (lo que se conocería como locura cesárea), estando, además, convencido —y as obliga a creerlo— de ser, de verdad, representación de aquellos personajes mitológicos, hasta el punto de adoptar el divinizado título de Hércules Romanus. Sin embargo, el pueblo era más crítico y desconfiado, y, refiriéndose a temas mucho más terrenales, señalaba al Emperador de ser el fruto deleznable de los amores de la emperatriz Faustina y un gladiador.

Aunque no está probado que matase a su padre, sí que parece que violó a sus hermanas, pero que no se atrevió a lo mismo con su madre. Sin embargo, hombre de ideas insólitas, se le ocurrió una antimafia para acercarse a esa posibilidad: le dio e] nombre de su madre a una de sus concubinas que tenía cieno parecido con su progenitora y así, al poseerla, se hacía la ilusión de que, en efecto, yacía con quien le ha­bía dado el ser. Sí se sabe fehacientemente, por el contrario, que mató directamente a su hermana Sucilla y a una de sus esposas, Cripisca.

Hombre sin complejos, le gustaba luchar con los gladiadores pero, claro, sin tener el final destinado a estos guerreros. Siempre salía victorioso por el hecho simple de obligar a sus contrincantes a que emplearan en la lucha espadas de ma­dera mientras él bajaba a la arena pertrechado de todo el arsenal de espadas de verdad, mazos rotundos y demás armas de muerte, acabando con gran parte de ellos. Más de 700 veces bajó el Emperador a la arena a ejercitarse en estas luchas, aunque en otras ocasiones su crueldad llegaba aún más lejos y superaba todo lo conocido. En efecto, en una de sus encarnaciones de Hércules, y usando y abusando de una gran preparación física, que era extraordinaria, mataba animales salvajes y torturaba esclavos, además de, blandiendo la famosa maza del héroe grie­go, aporreó hasta la muerte a cientos de lisiados que se arrastraban por las calles de Roma, adelantándose a futuras limpiezas étnicas de forma cruel y despiadada. También, cada día ofrendaba sacrificios a la diosa Isis, de la que era un adorador ferviente.

Al margen de sus excentricidades y maldades, en el estricto gobierno del Imperio, Cómodo puso en venta todos los cargos públicos en un afán de avaro incura­ble que arranca hasta el último céntimo de los bolsillos de sus gobernados. Esta idea chocaría con el Senado, que desde el primer momento la objetó insistentemente. A partir de ahí se granjearía a gran parte del poder del Imperio y de amplias capas de la población y del Ejército. No obstante, y por el terror que emanaba de sus decisio­nes caprichosas e inesperadas, en los momentos de su máximo poder, un Senado sumiso llegó a declararlo como «el más noble y más glorioso de los príncipes». Ello a pesar de su vida disoluta y escandalosa que no sólo no ocultaba sino que acompañaba con la exteriorización y publicidad de sus orgías durante las cuales gozaba utilizando constantemente un vocabulario soez de manera torrencial, con el ánimo de que desagradara a los que tenía cerca.

Nimbado de una personalidad ególatra enfermiza, ordenó que, desde el inicio de ¿su reinado, quedara constancia por escrito de todo lo que hacía, orden que se cumplía apareciendo resaltados los hechos de Cómodo (incluidos los non sanctos, sobre todo éstos) en las Actas públicas de Roma (una especie de gaceta oficial), sin censurar ninguno de los actos innobles de los que se autoproclamaba único protagonista. Cómodo estaba convencido, sin duda, de que la posteridad agradecería el poder conocer su glorioso paso por la vida y por la Historia y que las generaciones futuras desearían imitarlo absolutamente en todos y cada uno de sus actos.

Realmente los negocios del Imperio no le importaban nada, y delegaba la toma de las decisiones más insufribles para él en Perennis, el verdadero gobernante de Roma, un personaje que al asumir todos los poderes y llevar, en consecuencia, di­rectamente las riendas del Estado, dejaba a Cómodo en total libertad para dedicarse a los placeres y a las maldades, unos y otros generalmente unidos en este Emperador.

Aunque estos pasatiempos imperiales salían muy caros a Roma, pues Cómodo despilfarraba los tesoros del Imperio sin tasa ni tope. Sus rarezas y excentricidades parecían no tener fin tampoco. Por ejemplo, sentía una extraña debilidad por las personas con nombres que recordaran a los animales.

Así, un tal Onon (palabra que significa asno) fue colmado de riquezas y nombrado Gran Sacerdote de Hércules, además de ser conocido con aquel nombre propio, resulta que hacía honor al cuadrúpedo original y la Naturaleza le había regalado un miembro viril que recordaba al de un asno de verdad. Detalle éste que le hizo ser muy apreciado por el Emperador.

También practicaba otras distracciones, digamos, escatológicas, como era la de, en algunos banquetes, sorprender a sus invitados con la mezcla de sabrosísimos manjares y algo menos apetecibles excrementos y hasta sangre menstrual, que los asistentes estaban obligados a deglutir sin exteriorizar demasiado el asco correspondiente.

Aunque en un primer momento aquel príncipe rubio y de una apolínea presencia llegó a entusiasmar a los romanos, muy pronto fue cambiando hasta convertirse en un auténtico peligro para todos, animando a sus enemigos a decidirse a cortar por lo sano. Cómodo se había recluido y aislado en el Palatino acompañado (le gustaban las cifras redondas) de 300 prostitutas de las más viciosas de la ciudad, junto a otros tantos pederastas, de tal forma que las orgías no tuviesen fin en sus dominios domésticos. Se dice que él mismo se imponía el trabajo inmenso de poseer a todos ellos, posesiones sólo interrumpidas por el hastío y el derrumbe físico del Emperador.

Estaba claro que aquello era el fin de un reinado, y para llegar a este final unieron sus fuerzas Marcia (concubina del emperador, que se erigió en directora del complot), Leto (prefecto) y Ecleto (el chambelán). Cómodo murió violentamente a la edad de 30 años a manos de Marcia, que utilizó contra él un veneno que, sin embargo, no fue suficiente para matarlo, llamando entonces en su ayuda al resto de los cómplices, entre ellos, y para humillarlo aún en su última hora, a Narciso, un esclavo que se descubrió entonces que era el amante de la propia Marcia, que de esta forma hacía ver a su moribundo Emperador una infidelidad humillante para el pretendido Hércules redivivo. Narciso y el resto de los conjurados acabaron la medio muerte por veneno con el estrangulamiento y posterior asfixia utilizando para ello el propio colchón del emperador, al que aplastaron hasta que exhaló su postrer suspiro.

Los ejecutores directos de la muerte de Cómodo fueron el citado Narciso y uno de aquellos amados gladiadores que Cómodo siempre mimó, aunque fuese para posteriormente despedazarlos en el circo.

El mismo Senado que le aplaudió en sus desafueros, lo describiría posteriormente como «más cruel que Domiciano y más impuro que Nerón». Sus restos serían enterrados en el spolarium, la fosa común a donde iban a parar los cuerpos destrozados de los gladiadores muertos en el circo.

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