EL SEXO A TRAVÉS DE LA HISTORIA 2
Sexo de mujer. Historias de burdeles, prostitutas, madames y alcahuetas.
Alicia Misrahi
Cahoba. 2007
El sexo vergonzante
Georgios Bond-Kontaxis
Si en las culturas romana y griega se intentó que las mujeres fueran virtuosas para garantizar que los hijos fueran del marido y no de sus amantes y para mantener el orden familiar y social, favorable a los hombres, la Iglesia introdujo, a base de décadas y siglos de repetición de consignas, el concepto de la suciedad del sexo, aun dentro del matrimonio, hasta el extremo que consideraba que no tenía que haber goce sino simplemente usar el coito como un instrumento para la procreación. El desprecio por la carne y el sexo; el útil concepto del pecado, derivado de los diez mandamientos y sobre todo del "No fornicarás", y el progresivo control de la vida privada de los feligreses, como forma de mantenerlos sometidos al inmenso poder de la Iglesia y que sirvieran a sus intereses, se apoyaron en los días de guardar, el extenso calendario de días en que no se podía copular dentro del matrimonio, en la mitificación de la virginidad y en la abstinencia sexual de los que seguían solteros.
Por el contrario, se exaltaba como valores a admirar y seguir la pureza, la castidad y el celibato y la penitencia y el castigo de la carne que realizaban los santos varones y las santas mujeres de la Iglesia. Purgar los pecados en la tierra era posible confesándolos, arrepintiéndose sinceramente, enmendándose en el futuro y realizando la penitencia prescrita por el sacerdote.
Aun dentro del matrimonio se consideraba pecado las prácticas que no eran puramente el coito. Las mujeres con la menstruación eran tratadas de impuras y no se les permitía entrar en la iglesia.
Las prostitutas siguieron ejerciendo, a veces perseguidas y a veces toleradas, en prostíbulos particulares, en burdeles controlados por los ayuntamientos, en tabernas, en la calle, en fiestas o bodas y en los baños, hasta que éstos desaparecieron y la población se entregó a la suciedad. Fueron fijas o itinerantes que seguían a los mercados, a los peregrinos, a los inmigrantes, a los soldados, que necesitaban servicios como lavandería, comida y sexo, o a la corte que se desplazaba . Estaban a merced de los gobernantes y de un sistema de poder fragmentado en el que, además del Señor Feudal, existían los ayuntamientos y otras instituciones locales cuyas disposiciones sobre las prostitutas se contradecían continuamente.
A sus problemas, se añadía que su futuro no estaba garantizado; las más afortunadas podían acabar como encargadas de algún burdel, reproduciendo los esquemas de funcionamiento masculinos basados en la explotación y no en la cooperación, conseguir una dote que les permitiera acceder a un matrimonio modesto o, en algunos casos, convertirse en monjas o entrar en instituciones para prostitutas arrepentidas. Las más desgraciadas, cuando veían que su juventud y belleza pasaban se veían obligadas a pedir o a robar para sobrevivir.
Vinieron tiempos revueltos e inseguros para las meretrices, especialmente en el siglo XIII donde muchas ciudades decidieron expulsarlas o al menos confinarlas a ciertas zonas de la ciudad. Entre 1254 y 1269, Luis IX de Francia ordenó la expulsión del reino de todas las prostitutas y que confiscaran sus bienes y sus vestidos, medida que no tuvo demasiada repercusión. En 1256 repitió la orden aunque en esta ocasión solo aspiraba a expulsar a las prostitutas de las calles decentes, apartarlas del centro de las ciudades y de los alrededores de edificios como iglesias, conventos y cementerios.
Muchas ciudades intentaron echar a las prostitutas de sus límites o las confinaron a algunos barrios o zonas que se convirtieron en barrios poco recomendables donde los delincuentes hacían su vida. En Londres, por ejemplo, las prostitutas tenían que ejercer en las casas de baños de la "otra orilla" del Támesis, la orilla Sur, donde funcionaron prósperamente y de forma autónoma hasta que en 1161. Enrique Plantagenet, el arzobisco de Canterbur y el diácono Thomas Becket promulgaron las Ordenanzas referentes a la administración de los burdeles de Southwark que quedaron bajo el poder de la Iglesia y de la Corte; en París el Barrio Latino funcionaba ya a pleno rendimiento en 1230 y en Avignon se estableció en 1234 el primer "barrio chino", se prohibió a las mujeres públicas que llevaran velos y se usó por primera vez como señalización de los burdeles una luz roja, costumbre que crearía escuela y que puede verse hoy en día en la Zona Roja de Amsterdam, en los luminosos letreros de los burdeles de carretera o en los timbres de las casas de citas camufladas en pisos, en las que el botón es de color rojo para garantizar la privacidad de los clientes y, sobre todo, que no se equivoquen de timbre y molesten a los vecinos.
La Promessa (Brita Seifert)
La reina Juana I de Nápoles (1326-1382) fundó un burdel exclusivo para cristianos en Avignon al que dio el significativo nombre de La Abadía y en el que las pupilas debían rezar y no perderse ningún servicio religioso, el cardenal Guillermo de Testa compro en 1321 un burdel como inversión de la Iglesia al que llamó Aulus Comitatis (El Club Social) y, en 1337, las monjas de Strattford poseían un burdel llamado The Barge (La barcaza) La universidad de Toulouse trasladó el burdel de la ciudad, de su propiedad, fuera de las murallas, al suburbio de Grant lAbbye donde tuvo una intensa vida hasta 1389, cuando fue atacado por el pueblo, que se oponía a la guerra, y tuvo que volver a refugiarse en la ciudad. En Venecia, en 1403, después de 40 años de una dura política de expulsión, el ayuntamiento estableció su propio burdel en Rialto, que desde entonces se convirtió en el centro tradicional de la prostitución en la ciudad, destinada a convertirse con el tiempo en el paraíso de las prostitutas y de las cortesanas.
No fue la única ciudad que decidió, al estilo de la Atenas de Solón, sacar partido de un comercio siempre próspero. Muchas ciudades instauraron sus propios burdeles municipales o cobraron un porcentaje de sus ganancias a las prostitutas que ejercían en sus límites. En España se instauraron las mancebías y se prohibió que las mujeres ejercieran la prostitución fuera de sus paredes. La primera se abrió en Valencia en 1321 y pronto se institucionalizó esta forma de
prostitución para la que el Estado otorgaba licencias. Los dueños de las mancebías y sus administradores tenían que seguir una serie de normas, que fueron cambiando por el tiempo, pero tenían mucho poder y solían explotar a las mujeres que se hallaban a su cargo.
Las relaciones entre el poder y las prostitutas eran complejas y cambiantes. Existió también la costumbre de agasajar a los invitados importantes proporcionando nuevos vestidos a las prostitutas para que salieran a recibirles u organizando banquetes en el que asistían estas mujeres. En Ulm (Alemania), con motivo de la visita del Segismundo I, rey de Polonia, en 1434, las autoridades regalaron vestidos nuevos de terciopelo a las putas y dispusieron un buen número de personas en las calles que alumbraban el camino hacia los burdeles para guiar a los miembros de la Corte.
Los intentos por "redimir" a las putas también fueron tempranos. Guillermo de Auvergne, obispo de París, fundo a comienzos del siglo XIII un hospicio para prostitutas arrepentidas. El objetivo era cobijarlas hasta que hubieran ahorrado suficiente dinero, trabajando honestamente, para casarse. Llegó a albergar a 260 mujeres pero entró en decadencia en el siglo XIV cuando las donaciones empezaron a flaquear. A principios del siglo XIII se fundó la orden de Magdalenas, en la que participaron diversos movimientos religiosos, donde las pecadoras arrepentidas debían hacer penitencia y en las que las mujeres eran reprimidas y mortificadas. Hubo también varias iniciativas curiosas como la fundación Halle por medio de la cual, por amor a Dios, "píos muchachos tomaban en matrimonio a una pecadora".
Las mujeres se hacían prostitutas por pobreza y necesidad, pero también porque quedaban deshonradas y no tenían posibilidades de contraer matrimonio, A menudo, la pérdida de la virginidad era debida a violaciones sufridas por hombres que no podían acceder al matrimonio por falta de recursos para casarse. Las mujeres que se enfrentaban solas a la vida tenían pocas oportunidades profesionales y debían arrostrar otro peligro, que su precaria condición social atrajera a violadores, que en ocasiones podían actuar en grupo.
Las víctimas preferidas de los violadores eran sirvientas y otras trabajadoras que se dirigían a su empleo o volvían de él, mujeres solas, jovencitas o cualquier mujer que estuviera sola en ese momento porque su marido estuviera temporalmente ausente. Las trabajadoras también podían ser hostigadas por sus compañeros, por sus jefes y por los aprendices y oficiales de su pueblo y ciudad.
En Inglaterra, las bandas de forajidos practicaban habitualmente el rapto y la violación, en ocasiones escogiendo una víctima de cierta posición para propiciar un casamiento que pudiera encubrir la deshonra y de este modo asegurarse un próspero matrimonio de conveniencia.
El poder y la Iglesia oscilaban entre la tolerancia y la condena de la prostitución, entre su propia corrupción y la decencia que querían implantar; entre sus intereses económicos, pues algunas instituciones ecclesiásticas establecieron sus propios burdeles, y la moral. Erasmo de Rotterdam, muy crítico con la iglesia católica, también se mostró feroz perseguidor del acto sexual en Enquiridión o Manual del caballero cristiano (1504), donde proponía una audaz reforma religiosa: "Primeramente considera quán suzio, quán hidiondo y quán indigno en fin de qualquier hombre es un tal deleyte, que nos hace yguales y semejantes no solamente a las bestias comunes, mas a los puercos, cabrones y perros y los más brutos de los brutos animales."
En Roma había una gran tolerancia con respecto a las prostitutas. En 1490, en una población de sesenta mil habitantes había casi siete mil profesionales del sexo censadas. Pio V (1504 1572) y Sixto V (1520-1590) intentaron poner fin a una época abiertamente hedonista. El primero desterró a la mayor parte de las prostitutas al Trastevere con lo que sólo consiguió desplazarlas de otros barrios y dar color a esta zona. Muchas prostitutas viajaron a otras ciudades más permisivas, entre ellas Venecia, que se convirtió en la ciudad de las cortesanas.
La lozana andaluza de Francisco Delicado, escrita en Venecia por un clérigo cordobés tachado de libertino y publicada en 1528, describe las andanzas por Roma de la lozana y de su criado Rampín. Ella es sifilítica a pesar de su nombre, como el mismo autor de la obra, que finalmente consiguió curar de su mal. Se calcula que en 1500 de los 100.000 habitantes de Venecia, 12.000 eran prostitutas. En los barrios bajos del puente de Rialto vivían las prostitutas corrientes mientras que las cortesanas honorables, que disfrutaban de todos los lujos, vivían en espléndidos apartamentos y se comportaban como si fueran de la nobleza en sus usos y costumbres.
El texto de La lozana andaluza, dialogado y compuesto por 66 mamotretos divididos en tres actos, se descubrió en el siglo XIX en la Biblioteca Imperial de Viena. Aunque constaba que provenía de la imprenta de Venecia, no figuraba ni el nombre del autor ni el del impresor, por lo que durante mucho tiempo se pensó que era anónima.
La lozana andaluza traza un panorama fresco, realista y a veces humorístico de la Roma de aquel tiempo en el que se describe a las putas y sus características y reveses de la fortuna y en el que abundan las metáforas. La obra se refiere al sexo que practican las mujeres aludiendo a oficios como tejer, hilar o labrar y a las conquistas de los hombres con metáforas como asaltar un castillo o entrar a saco. Los órganos sexuales son citados con nombres de frutas.
Bibliografía:
Francisco Delicado. La lozana Andaluza.
Javier Rioyo. La vida Golfa.
Sexo de Mujer. Alicia Misrahi.
El sexo vergonzante. Georgios Bond-Kontaxis