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La cariátide (9)

en Grandes Relatos

LA CARIÁTIDE 9

Después de ahorrar todo un año mi sueldo íntegro con las tres pagas anuales incluidas, tenía un buen fajo de billetes en el banco al que añadí íntegra la paga extra de Navidad de aquel año, el total de las comisiones anuales y parte de lo que había ahorrado de las dietas y los gastos de viaje. No me privaba de nada, pero no era malgastador, ni tenía caprichos excéntricos y caros. Por entonces, un piso que hoy valdría ciento ochenta mil euros, unos treinta millones de pesetas, podía comprarse por trescientas mil pesetas tranquilamente.

Yo podía hacerlo, tenía suficiente dinero ahorrado y aún me sobraba para amueblarlo, pero no era esa mi intención. Podría alquilarlo, y estuve mirando varios y al final alquilé uno amueblado al otro extremo de la ciudad. El piso era grande y de lujo, el alquiler alto, pero aquel tenía la ventaja de estar situado de tal forma que sería difícil de encontrar. Llamé a Pepita por teléfono sin explicarle nada. Sólo para preguntarle si podía coger un taxi durante un par de horas. Me respondió que después de comer tenía toda la tarde libre. Quería saber que pasaba y porque hacía dos días que no aparecía por casa. Le respondí que ya se lo explicaría. Le di la dirección y quedamos que a las cuatro. La dirección, naturalmente, no era la del piso, pero sí una cercana.

Después de comer en un restaurante de la urbanización, me senté dentro del coche a esperarla. No tardó mucho en llegar. Me pareció más bonita que nunca. Sentí un ramalazo de orgullo al ver a los hombres girarse para mirarla. Reconoció el coche rápidamente, abrió la portezuela sentándose a mi lado. No nos besamos porque los viandantes llenaban casi la acera.

-- ¿Qué pasa, cariño?

-- Ya lo verás, muñeca – respondí arrancando despacio.

-- ¿A dónde vamos, cielo? – quiso saber, girándose a mirarme.

-- A hacer el amor, preciosa.

-- A un "mueblé" no me lleves, porque no pienso ir.

-- Al "mueblé" al que vamos es mío.

Soltó una carcajada, comentando:

-- ¿Es una de tus bromas, verdad?

-- Nada de bromas, ya lo verás.

Aparqué el coche en una calle lateral, le indiqué el número, le di las llaves del portal y del piso, indicándole que me esperara allí. Había dejado la habitación particular y toda mi ropa estaba en el armario. Quiso preguntarme algo pero le puse un dedo sobre los labios. Sólo le expliqué que no deseaba que nos vieran entrar juntos, por lo menos, de momento. Lo entendió e hizo lo que le pedía. La vi marchar airosa con su abrigo de cuello de zorro, un recuerdo de mejores tiempos. Tenía unas piernas impresionantes. Pocos hombres pasaban de largo sin girarse a mirarla y me encalabriné pensando en que pronto la tendría desnuda entre mis brazos. Arranqué despacio y entré en el parking de una calle paralela dando la vuelta a la manzana a pie para entrar en el portal diez minutos más tarde.

-- ¡¡Madre mía, cariño!! – exclamó colgándose de mi cuello y besándome cariñosa – No me digas que has comprado este piso. Debe valer un riñón.

-- No lo he comprado, amor, de momento lo que he alquilado ¿Qué te parece?

-- Es precioso, Nes, y está amueblado con mucho gusto. Aunque lo hayas alquilado debe costarte muy caro ¿Por qué lo has hecho?

-- Porque quiero que sea nuestro piso, nuestro nido de amor.

-- Pero esto no es una solución, nos encontrará.

-- Ya veremos. Déjalo de mi cuenta, y no te preocupes.

La calefacción la había encendido aquella mañana y se había quitado el abrigo. Comencé a desnudarla. Me besaba a cada prenda que caía al suelo. Cuando la tuve desnuda la levanté en brazos y la llevé hasta la cama. Luego comencé a desnudarme mientras miraba sonriendo su cuerpo soberano y el pasmo de sus preciosas facciones. Estuvimos haciendo el amor durante una hora. Tuvo tantos orgasmos y tan seguidos que casi me parecieron uno larguísimo, tenía tantas ganas de mi amada que la disfruté dos veces seguidas mientras ella gemía de placer mordiéndome hasta hacerme daño.

Disponíamos todavía de dos horas. Antes de la ocho tenía que estar en casa, porque a esa hora llegaba Alfonso. Encendí un cigarrillo y para mi sorpresa me pidió uno.

-- Pero ¿tú fumas? – pregunté al encendérselo.

-- Muy poco. A Alfonso no le gusta

-- ¡¡Alfonso, Alfonso!! Estoy hasta los cojones de Alfonso.

-- ¿Es que no piensas volver por casa?

-- No quiero acabar como Carlos Martínez – respondí en espera de su reacción.

-- ¿Queee...?

-- Ya me has oído, nena. Es él o yo, ¿qué prefieres?

-- Pero ¿Quién te ha contado eso? Alguien del bar de Carlos, seguro. Son unos mal paridos – comentó enojada – Malditos bichos, sabe Dios lo que te habrán contado.

-- Que eras su amante, que te escapaste de Alfonso con él, que a poco más acabas en un burdel y que poco después Carlos apareció muerto con dos tiros en la cabeza. ¿Eso es mentira? – pregunté levantándome sobre un codo para mirarla.

Parpadeó un par de veces, pero sostuvo mi mirada antes de responder:

-- No, es cierto, pero a buen seguro no te han dicho toda la verdad.

-- Pues explícamela tu.

-- Es igual, cree lo que más te acomode – y se giro de espaldas.

-- No te enfades. Me tiene sin cuidado como haya ocurrido. Yo te quiero como no he querido nunca a nadie – expliqué, y la giré hacia mi.

Se aferró a mi cuerpo con los dos brazos. Tenía lágrimas en los ojos que me bebí besándola con ansia. Comentó con voz llorosa:

-- Te quiero más que a nadie en este mundo, Nes, tú ya lo sabes. Ya te dije que estaba dispuesta a dejarlo todo por ti. ¿No me crees?

-- Si, te creo, amor.

-- Me obligaron a casarme con él. Era un hombre rico entonces, mis padres me vendieron como quien vende una mercancía. Yo era una cría, tenía diecisiete años cuando él me violó. Aunque no te lo parezca es un hombre muy fuerte. No tuve más remedio que casarme, porque quedé embarazada y poco después de cumplir los dieciocho años nació Pili. Hace muchos años que ocurrió lo de Carlos. ¿Te extraña que me enamorara del él? Pero ahora me he enamorado de ti aunque ya sé que soy mucho mayor que tu. ¿Es que una mujer no puede amar más que una vez en la vida?

-- No, mi amor, yo también he conocido más mujeres antes de conocerte a ti, pero ahora estoy enamorado de ti hasta lo más profundo de mi ser – expliqué mientras la penetraba de nuevo.

Durante otra hora nos disfrutamos a mansalva. No recuerdo ya las veces que eyaculé dentro de ella, sé que fueron muchas, pero muchos más fueron sus prolongados orgasmos, sus gemidos y sus gritos sofocados con mis besos. Pasaban de las seis cuando volvimos a calmarnos y a fumar un par de cigarrillos. Me preguntó:

-- ¿Ya no volverás por casa?

-- Sí, volveré, pero no a comer ni a dormir. Iré a decirle a Alfonso que sintiéndolo mucho rompo el compromiso con su hija.

-- Mejor no lo hagas. Escríbele una carta a Pili y dile que ya no quieres seguir con esas relaciones. Seguro que nos lo dirá a nosotros. Él se pondrá furioso para disimular delante de la hija pero en el fondo se alegrará de que desaparezcas. Está celoso de ti como un moro y lo que te dijeron de que es peligros, es cierto. Créeme, le tengo miedo. Por eso te pedí que me llevaras lejos. Lo malo es que tú y yo, si te vas ahora, estaremos separados.

-- De momento tenemos este piso, y por la tardes, mientras trabaje de día, podemos amarnos como hoy. Además, no será por mucho tiempo.

--¿Qué piensas hacer?

-- Le dará un infarto y tendrán que enterrarlo.

-- ¿Cómo sabes que le dará un infarto?

-- Porque tú se lo provocarás.

-- ¡¡Dios mío, es que quieres que me envíen a la cárcel, incluso me pueden condenar a muerte!! – exclamó, mirándome asustada.

-- Si haces lo que te digo, no ocurrirá nada.

-- Le harán la autopsia, Nes, y se descubrirá.

-- No deja rastro en el organismo. Lo que sí dejaría rastro es el luminal que le has estado dando a Pili con la leche, pero si no quieres hacerlo, pues pensaré en otra cosa.

-- Tengo miedo, mi amor, si le da el infarto dentro de casa me voy a volver loca de miedo y no sabré qué hacer.

-- Mejor que estés asustada cuando llames al Hospital para que envíen una ambulancia.

-- No sé, cariño mío, déjame pensarlo unos días ¿Quieres? Y mira si encuentras otra solución. Sólo de pensar que se me muera en casa me pongo enferma.

-- Vale, vale, piénsalo, y mientras también yo pensaré en otra forma de deshacernos de él para siempre.

De nuevo volvimos a hacernos el amor como poseídos de furia incontrebible hasta las siete y media. Disfrutó aún más que antes. Fue como si hablar de la muerte del marido hubiera despertado en ella una líbido insaciable, ansiosa y potente como un afrodisíaco. Tuve otros dos orgasmos monumentales. Eyacular en su vagina me producía un placer tan intenso que me resulta difícil de explicar, porque ¿cómo se explica la intensidad del orgasmo? Por mucho que escriba sólo experimentándolo se lograría entender.

Habíamos hablado de reunirnos todas las tardes en nuestro piso mientras Alfonso trabajara de día. Para llamarla por teléfono convenimos horas determinadas. Por si se presentaba algún imponderable y tuviera que llamarme ella a mi le indiqué lo que tenía que decirle a la telefonista de la empresa para que la pusiera directamente conmigo. Cuando creí tener todos los cabos atados pedí un taxi por teléfono. Llegó a los cinco minutos. Nos despedimos con un beso prolongado y la vi entrar en el auto bien arrebujada en su abrigo de cuello de zorro. El frío era intenso y comenzaba a caer agua nieve. Fue un invierno muy duro aquel.

Tenía en la mente otro plan para darle el pasaporte al otro lado porque no tenía muy claro que Pepita no cometiera alguna indiscreción que nos pusiera a los dos en evidencia delante de la policía. Acosada a preguntas no me fiaba ni poco ni mucho de lo que sería capaz de responder. Cuanto menos supiera mejor. Durante dos semanas más seguimos gozándonos todas las tardes hasta quedar derrengados. Tardes había que, cuando se iba, las piernas casi no me sostenían, parecían de trapo. Tenía tal fiebre de su cuerpo y de su sexo que, incomprensiblemente, aumentaba cada día más en vez de disminuir.

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