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Marisa (11-2)

en Confesiones

Pero fue Cousillas, el flemático Cousillas, el fiel y servicial Cousillas, quien le proporcionó la más ansiada y feliz noticia que podía recibir, y a él, sí le creyó; le creyó sin dudar ni un instante que le estaba diciendo la pura verdad que su hermana vivía, que tenía que ponerse bien por ella, tenía que vivir por ella o la niña acabaría muriéndose de verdad, loca de atar. Tenía que ponerse bien incluso por los abuelos que se estaban muriendo también con la vieja pena, con el viejo dolor resucitado, dentro de sus maltrechos corazones.

Y se despertó una noche, saliendo de las profundidades del negro pozo a la difusa claridad blanquecina de las luces de neón, para encontrarse solo en su habitación. Volvió a cerrarlos, inhalando a raudales, con un profundo suspiro, el oxígeno vital que llenó por completo sus pulmones de atleta.

Una semana más tarde era trasladado a su habitación del chalet de Vigo, acondicionada y vigilada por dos enfermeras día y noche hasta su total recuperación. Le dieron de alta los médicos de Vigo dos semanas después, para enterarse por su renqueante abuelo que dentro de pocos días su abuela se apagaría definitivamente aquejada de cáncer de páncreas.

Pero unos días antes de morir la abuela, había ido a visitar a su hermana, en aquella clínica lujosa, donde, atiborrada de medicamentos, vegetaba inmóvil como un mueble más, con la mirada de sus preciosos y rasgados ojos verdes, desvaído, apagada, sin luz, fija en algún punto lejano de la bahía que miraba sin ver, levantó los ojos hacia él cuando pronunció su nombre. Lo miró y durante un segundo brilló la luz en su mirada, fue un relámpago de rayos verdes fulgurantes y murmuró: Tomy, pero el fulgor desapareció inmediatamente y volvió a mirar el punto lejano de la bahía mientras seguía murmurando con voz neutra Tomy... Tomy... Tomy...

Con el corazón hecho trizas, aguantando las lágrimas, la levantó del sillón, la abrazó y se sentó en el sofá con ella en el regazo, acunándola como a una niña pequeña, besándola en las mejillas, en la frente, susurrándole su cariño al oído, en espera de que su mente despertara para él. Pasó la mano inconscientemente bajo la falda, acariciando su muslo de ensueño sin que ella opusiera la menor resistencia, pero se levantó de golpe despavorida gritando su nombre, llamándolo a gritos cada vez más estridentes, retrocediendo con los ojos horrorizados, los brazos extendidos rechazando con su gesto a un espantoso ser que sólo su mente veía, hasta que su espalda tropezó con la pared y se giró escondiendo la cara entre las manos, los hombros encogidos, y llamándolo entre sollozos, mientras lentamente su cuerpo fue deslizándose, arrastrando las manos por la pared hasta quedar hecha un ovillo en el suelo, sollozando suavemente. Dejó de llamarlo, interesada de pronto por el rodapié sobre el que su dedo índice seguía los dibujos geométricos.

El se levantó, impidiendo con un gesto imperioso que entrara en la habitación la enfermera particular, Marta Meijide. De nuevo se acercó a ella y en cuclillas volvió a hablarle cariñosamente, pasándole la mano por su larga y dorada cabellera, acariciándola como a un cachorrillo, como un padre acaricia a su bebé.

--¿Quién eres tú? - preguntó de pronto, mirándolo con las curvadas y largas pestañas todavía húmedas.

-- Soy Tomy, querida mía.

-- Mientes, Tomy murió, Tomy se mató por mi culpa... Tomy... Tomy... Tomy... - dijo sollozando suavemente, mientras su dedo índice seguía los dibujos del zócalo.

-- No, mi niña - susurró en su oído - no he muerto, soy Tomy, mi vida.

--¡Vete! ¡Farsante! - se levantó de un salto y comenzó a golpearlo en la cabeza con los puños cerrados y con un vigor increíble.

Le hizo daño en el parietal y creyó que iba a perder el sentido. Tuvo que hacer un esfuerzo atroz para levantarse y sujetarla con toda su fuerza, era un puro nervio, pero cuando se calmó, se abrazó a él con desesperación, murmurando de nuevo su nombre una y otra vez con entrecortados sollozos. Creyó vislumbrar una esperanza de curación si la tenía a su lado; si él la cuidaba ella se recuperaría, volvería a la normalidad más rápidamente al tenerlo cerca, porque aquella soledad, por mucho lujo del que estuviera rodeada, era más perjudicial que beneficiosa. Pero casi inmediatamente ella se apartó gritando enfurecida:

-¡Fuera! ¡Fuera de aquí, cabrón! Necrófilo, hijo de puta ¡Fuera, fuera! - y de nuevo tuvo que sujetarla y calmarla prodigándole caricias y palabras de consuelo.

-- ¿Quieres venir conmigo a casa?- preguntó suavemente besando sus rubios cabellos.

-- i Oh, si, si- pero de inmediato su mente desvarió de nuevo - no, no quiero, no quiero... es peligroso, querrán matarme otra vez, quieren eliminarme como han eliminado a Tomy, quieren nuestro dinero, lo sé, lo sé...

Le hizo una seña a la enfermera Meijide a través del pequeño cristal de la puerta.

-- Diga, señor - preguntó, sin acabar de entrar.

- Pase, tengo que hablar con usted - comentó, indicándole con la mano el sofá.

- No sé, sí...

-- Haga lo que le digo - cortó tajante, seco, con mirada imperiosa.

Media hora después salía de la clínica, subía al Mercedes 500 del abuelo, dirigiéndose hacia la parte alta de la ciudad. Entró en uno de los dos edificios que, situados frente a frente, conforman el nuevo barrio de la ciudad en su expansión hacia el sudoeste, pasados el monumento "A rapa das Bestas", dedicado a los caballos salvajes gallegos. Comprobó en los buzones que Dolores Posadas vivía en el tercer piso y llamó al timbre. Dolores Posadas es una muchacha de veintitrés años, soltera, natural de Redondela, población cercana a Vigo, que escuchó durante media hora todo lo que Tomy le explicaba, asintiendo de cuando en cuando en señal de conformidad. Le estrechó la mano al marcharse.

De nuevo subió al Mercedes y regresó a casa a toda velocidad.

-- ¿Te ha reconocido? - preguntó ansioso el pobre viejo cuando fue a verlo.

- Si, abuelo, me reconoció - mintió piadosamente.

--¿Crees que sanará, hijo? - volvió a preguntar

- Naturalmente que sanará, te lo garantizo, abuelo. A partir de hoy estaré con ella todas las horas del día y de la noche que pueda - respondió convencido,

--¡Dios mío, qué habré hecho para merecer tanto castigo! - musitó el anciano recostando la cabeza sobre la almohada.

--No has sido tú, abuelo, he sido yo. Yo lo he estropeado todo con mi maldita precipitación. Nada de esto hubiera ocurrido si yo hubiera hecho lo que tenía que hacer y no haberme dejado llevar por los nervios - respondió, sabiendo que sólo era una verdad disfrazada, una verdad a medias.

Aquella tarde murió la abuela. Presidió el entierro al día siguiente, regresando a casa para hacerse cargo de las enormes responsabilidades que hasta entonces habían soportado las espaldas del moribundo anciano.

Por la tarde, reunido con los abogados de la familia y el notario en la habitación del abuelo casi ya inconsciente, se enteró que era el heredero universal de todos los bienes del anciano. Heredaba la presidencia de la Corporación Gorribar de Acerías y Fundiciones, la presidencia del Consejo de Administración de la multinacional de componentes de automoción y de la multinacional farmacéutica distribuidas por toda Europa y América; el dos por ciento de las acciones del banco más importante del país; el dos por ciento de las acciones de un importante banco estadounidense y una cuenta corriente particular de seis mil seiscientos millones de pesetas depositados en los principales bancos de la nación y de Estados Unidos. Recibía el dinero al cincuenta por ciento con su hermana Estíbaliz, de la cual quedaba instituido como tutor hasta su mayoría de edad y la total recuperación de sus facultades mentales. El chalet y los pisos de Vigo eran para su hermana quedándole a él el usufructo hasta la mayoría de edad de la muchacha. Los inmuebles de Valencia y Barcelona también sumaban en el haber de su hermana en las mismas condiciones.

Un codicilo del testamento, dejaba en herencia para la joven Mercedes Peñalver diez millones de pesetas y el pago de la carrera que eligiera, los millones le serían entregados al cumplir la mayoría de edad. Otros diez millones de pesetas eran para su madre Doña María Luisa De Peñalver.

Entendía y aplaudía la decisión del anciano al dejarle a Merche Peñalver los diez millones de pesetas y la carrera pagada, pero no entendía por qué recibía su madre otros diez millones. Tardaría algún tiempo en enterarse de que María Luisa de Peñalver era hija espuria de Don Tomás Gorribar Baitúarri.

-¡Pues menuda hija! - se dijo, al leer los informes de los investigadores.

Tenía una tía y una prima de las que había sido amante, y ellas, o la madre por lo menos, tenían que saber que él era su sobrino. El viejo zorro era más retorcido que un sacacorchos. Ahora se explicaba el poco interés mostrado por el anciano en su matrimonio con Merche.

La Corporación y las Multinacionales, estaban regidas por consejos de asesores fiscales, contables y abogados, responsables ante él de remitirle mensualmente los balances. Y él, a su vez, sin fiarse mucho de lo que aquellos señores pudieran hacer debido a su inexperiencia, solicitó la colaboración de una Auditora internacional, imponiendo al Consejo de la Cúpula auditorías semestrales de todas y cada una de las empresas, responsables sólo ante él y su gabinete particular de abogados y asesores.

Como Presidente de todas las compañías y como accionista de dos bancos importantes, el joven Tomy percibiría emolumentos anuales por un importe de mil quinientos millones, libres de impuestos.

De acuerdo con su abuelo, nombraron a un Presidente adjunto, Don Emiliano Araujo, un conocido y prestigioso profesor de Economía Política que se haría cargo de la total dirección de los negocios. Corría a su cargo los emolumentos que el Profesor Araujo percibiría anualmente: Doscientos cincuenta millones de pesetas.

Al día siguiente, a las seis de la mañana, llamaron de la clínica cuando estaba durmiendo. Como siempre fue Cousillas quien respondió al teléfono y caminó hasta que entregó el teléfono portátil a Tomy en su habitación. Tomy levantó la cabeza y no le gustó la cara del chófer.

-- ¿Qué pasa, Pepe? - preguntó, apoyándose en un codo.

-- No lo entiendo, es el Doctor Andrade, pregunta si la señorita ha venido a casa.

-¿Qué? Dame el teléfono.

-- Sí, ¿qué pasa, doctor? - preguntó, incorporándose.

-- Si su hermana no está con ustedes, ha desaparecido.

--¿Cómo que ha desaparecido? - gritó, atónito - ¿Cuándo?

- La enfermera la vio por última vez al acostarse a las diez de la noche, después de cenar. La hemos buscado por todas partes y al no encontrarla...

-- Me importan un carajo sus explicaciones - gritó convulso - Si la niña no aparece inmediatamente le voy a...

Cousillas le arrancó el teléfono de la mano, recomendándole calma. Él mismo habló con el director.

-- Doctor Andrade, ¿ha avisado a la policía?

-- Por eso llamaba al señor Gorribar, esperaba que...

-- No haga nada hasta que llegue el hermano. Estaremos ahí dentro de unos minutos-- cortó la comunicación para comentar - A puñetazos no vas a encontrarla, Tomy. Sacaré el coche.

Volaron hacia la clínica. El doctor Andrade les estaba esperando y casi toda la plantilla estaba reunida en el salón de conferencias. El doctor achacaba su fuga a la conversación que el hermano había mantenido el día anterior con la muchacha. Seguramente la había asustado. Quería saber lo que le había dicho. Era una manera de quitarse responsabilidades de encima. Pero el violento carácter de Tomy explotó de nuevo y tuvieron que sujetarlo entre Cousillas y varios doctores, antes de que despanzurrara al director de la clínica. Cuando las aguas volvieron a su cauce y Tomy logró calmarse, llamó a Pedro Lasheras, el Jefe de Tráfico Provincial, explicándole lo sucedido. Lo mismo se le comunicó a otro íntimo amigo de la familia, el coronel del Tercio de la Guardia Civil Antonio Ansede.

Quince minutos después llegaban a la clínica Lasheras y Ansede con una brigadilla de la Guardia Civil al mando del capitán Santiago Yáñez y del teniente Enrique Pose. Se registró la clínica desde el tejado hasta el sótano sin encontrarla y con el mismo resultado los jardines y los alrededores.

La declaración de la enfermera particular Marta Meijide indica que dio de cenar a la señorita a las ocho de la noche, extremo que es confirmado por la declaración de Dolores Posadas que recibió el cambio de turno a las nueve de la noche como todos los días. La señorita se encontraba sentada en el sofá, mirando, como siempre, las luces de la bahía. No sabía nada más.

Dolores Posadas declaró que ella cambió el turno a las nueve de la noche como todos los días, declaración que confirma la enfermera Meijide. La enfermera Posadas ayudó a acostarse a la señorita a las once de la noche. Una hora más tarde, el médico de guardia comprobó, al mismo tiempo que la enfermera Posadas, que la señorita seguía durmiendo.

Cada hora, la enfermera comprobó que la señorita seguía en la cama. No fue hasta las cuatro de la mañana que le extrañó la inmovilidad de la muchacha. Normalmente acostumbraba a girarse en la cama un par de veces durante la noche. Al acercarse y destapar levemente las sabanas comprobó que bajo ellas sólo se encontraban ropas de la señorita amontonadas, simulando un cuerpo dormido. No sabía nada más.

Se interrogó a los vecinos que tampoco la han visto, ni sabían nada del asunto, pese a que se les enseñaron fotos de la muchacha.

Por la ropa que falta en su vestuario se sabía que se vistió con un traje sastre gris a cuadros, un jersey cuello cisne blanco y zapatos grises de piel de cocodrilo. También faltaba el bolso que hacía juego con los zapatos. Pero nadie en el vecindario había visto a una muchacha vestida de aquella manera. Uno de los vecinos que padecía de insomnio vio salir y entrar a las enfermeras y a los médicos en los cambios de turno, pero a ninguna jovencita rubia.

Se alertó a toda la policía de tráfico de la provincia por si pudiera tratarse de un secuestro y se montaron dispositivos de control en todas las carreteras. Las fuerzas especiales del tercio de la Guardia Civil peinan durante toda la noche el barrio residencial de la clínica y los más conflictivos de la ciudad, las estaciones de autobuses, trenes, puerto y aeropuerto sin lograr descubrir nada. Parece como si la muchacha hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Cada vez se hace más evidente de que sólo puede tratarse de un secuestro, o bien de ETA o bien del GRAPO.

Por orden judicial, al día siguiente se pinchan los teléfonos de la clínica y se monta en el chalet de los Gorribar un complejo sistema de grabación y escucha. Pero el teléfono permanece mudo, para desesperación de Tomy, que ni duerme ni come, paseándose como un león enjaulado, aunque procurando que el anciano moribundo no se entere de lo ocurrido.

Al día siguiente se ofrecieron por televisión veinticinco millones de pesetas a quien diera una pista que condujera hasta la muchacha a las fuerzas policiales. Llovieron las llamas, colapsando las líneas de las comisarías. Se siguieron pistas que parecían seguras y que terminaron en fracaso. La recompensa se elevó a cincuenta millones. Miles de llamadas, millones en toda la península. La vieron en cincuenta provincias y en seis mil municipios, en Portugal, en Andorra y en Francia.

Seis meses después aparece una pista fiable desde París. La han visto entrar y salir del Paris Penta Hotel varias veces. Está inscrita bajo el nombre de Megan Prescot de Nueva York. Dos inspectores de la policía secreta española se desplazan a la capital de Francia y ayudados por inspectores de la gendarmería francesa están a punto de cometer un desaguisado al intentar detener a la turista. Se aclara el malentendido al demostrar la señorita Prescot que en realidad es la actriz americana Sharon Stone que viaja de incógnito.

La bahía fue rastreada palmo a palmo desde la ría hasta las Islas Cíes. Se encontró el cadáver de una mujer en la menor de las tres islas, sumergida y rodeada de algas, sin cabeza y sin manos; pertenecía a una persona mucho mayor que la muchacha. Indudablemente se trata de un crimen, pero no es la persona que se busca.

A los ocho meses de desaparecida la nieta muere el abuelo, Tomás Gorribarbaitúarri y se le entierra en el mausoleo de los Gorribar, al lado de su esposa. Tomy se queda solo, atendido por Pepe Cousillas y por una nueva chacha, Concha Arenal, viuda y sin hijos.

Nadie reivindicó el secuestro. Pasaron las semanas y pasaron los meses sin encontrar una pista que condujera a buen fin. La muchacha habla desaparecido sin dejar ni un solo rastro tras ella. Se barajaron infinidad de hipótesis, alguna de las cuales era tan peregrina como que había sido raptada por los extraterrestres, pues sólo así se explicaba una desaparición tan misteriosa.

Al cabo de un año nadie se acordaba ya de Estíbaliz Gorribar Berenguer, y su memoria era sólo material de hemerotecas.

Pero año y medio después de su desaparición, un pesquero engancha en sus redes, entre las dos islas Cíes mayores de la bocana de la bahía, lo que parece ser el cadáver de una persona, del que sólo queda parte de la ropa y algunos huesos descarnados. Son, efectivamente, los restos de una persona muy joven. De la ropa se desprende que la prenda inferior fue en su día una falda gris a cuadros y de lo que queda del esqueleto el forense certifica que pertenece a una mujer muy joven, entre quince y dieciséis años. Un detalle la identifica. En los huesos de la mano derecha, enredada con algas talofitas del fondo del mar, aparece un anillo de cinco diamantes que el hermano identifica como perteneciente a su hermana Estíbaliz. No existe ninguna duda de que se trata del mismo anillo. Las pruebas de ADN realizadas en uno de los laboratorios de la multinacional farmacéutica lo confirman. Los restos de su adorada hermana fueron enterrados en el mausoleo, al lado de sus abuelos.

Durante unos días la prensa sensacionalista recupera de las hemerotecas la historia completa de la joven y bella multimillonaria Estíbaliz Gorribar Berenguer. Es lo suficientemente macabra como para sostener durante una semana la atención de los lectores. Un mes más tarde vuelve a ser material de hemeroteca.

Pocos meses después, el forense Muiños, aparece asesinado en su chalet de Cangas del Morrazo, pero nadie lo relaciona ya con la muerte de Sharon. Las autoridades creen más bien que se trata de un ajuste de cuentas por asuntos de droga.

Dos años después de la desaparición de Sharon, Tomy acabó la carrera de medicina, y se trasladó a Nueva York donde se doctoró en cirugía plástica dos años más tarde. Viajaba constantemente de Norteamérica a España y de España a Norteamérica. A los veinticinco años conoció a una muchacha de nacionalidad argentina, rubia, de ojos verdes que era casi una fotocopia de su desaparecida hermana Sharon. Estudiaba Económicas en una Universidad neoyorquina y se llamaba Sandra Guevara Borges.

Cuando dos años más tarde ella acabó la carrera, los dos vinieron a España a casarse. Al cabo de un año les nació una niña a la que bautizaron con el nombre de Sharon Estíbaliz, en memoria de su difunta hermana, y veintidós meses más tarde les nació el segundo hijo, al que bautizaron con el nombre de Tomás Aitor, en memoria del bisabuelo y del abuelo.

Tomy compró ciento setenta y cinco hectáreas de terrenos en Carnota, y, con mucho dinero por medio, consiguió arrendar por cincuenta años la pequeña caleta de Punta de Louro. Construyó un Pazo típicamente gallego. Amuralló diez hectáreas alrededor de la casona de piedra desde la carretera hasta el borde del mar.

 

Cerró el hombre el manuscrito guardándolo en la caja fuerte al oír los pasos de la mujer en el pasillo. Sabía, sin necesidad de reloj que eran las seis y media de la mañana, ella era puntual como un cronómetro.

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