Lito, diminutivo de Manolito que a su vez es diminutivo de Manolo y éste a su vez de Manuel Suances, era un adolescente como otro cualquiera, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni listo ni tonto pero, eso sí, siempre estaba en la Luna. Tenía su mundo particular de sueños, allá por donde acostumbra a salir Selene y no sólo soñaba de noche y dormido aunque no era sonámbulo, si no que también lo hacía de día y despierto.
Soñaba en la Iglesia durante la misa, soñaba en las procesiones de Semana Santa, soñaba durante el desayuno, en la playa, en el autobús, pero sobre todo soñaba en el colegio mientras los profesores y profesoras, a las que disimuladamente intentaba verle las bragas, explicaban alguna de las muchas disciplinas que los muchachos debían aprender.
Ocurrió que cierto día, mientras el señor Quintero, su profesor de matemáticas, explicaba la diferencia que existe entre lo real y lo potencial, su mente vagaba por la estratosfera persiguiendo a su desnuda y cachonda profesora de Literatura con la sana intención de comerle el coño que imaginaba delicioso. La tenía ya desnuda como su madre la parió acostada en una nube y con los muslos separados cuando el vozarrón del profesor Quintero lo sacó de su abstracción preguntándole:
-- A ver usted, señor Suances, haga el favor de indicarme lo que ha entendido de lo que acabo de explicarles.
Lito, que ya tenía la lengua preparada para chuparle el coño a su bella y cachonda profesora de Literatura, se puso de pie en su pupitre mirando asustado al terrible Inquisidor General que por entonces representaba su profesor de matemáticas y comenzó a balbucir:
-- Pues yo es decir lo que yo
Pero la suerte se alió aquel día con el alumno en contra del profesor gracias al bramido de la sirena de fin de la clase. Era la hora de comer y la caterva de alumnos se precipitó como un ciclón hacia la puerta del aula yendo en cabeza el soñador adolescente Lito Suances. Cuando ya estaba lejos del colegio le preguntó a un compañero que corría a su lado de qué había hablado el señor Quintero aquella mañana y vino en saber que había hablado de la diferencia que existe entre lo potencial y lo real.
Como no había oído nada de lo que el profesor había explicado, una vez en su domicilio le preguntó a su padre:
-- Papá, el profesor de matemáticas nos ha explicado la diferencia que existe entre lo real y lo potencial, pero la verdad es que yo no he entendido nada y esta tarde es seguro, porque lo conozco, me lo volverá a preguntar ¿Me lo puedes explicar tú?
El padre dejó el periódico que leía y miró al hijo como si lo viera en casa por primera vez. Se atusó el bigote, carraspeó un par de veces y finalmente comentó:
-- Eh, bueno, esto, quiero decir, o no, mejor te pongo un ejemplo que lo entenderás mucho más rápido. Ve a decirle a tu madre que hay un señor que le da seis mil euros por acostarse con ella y luego se lo dices también a tu hermana mayor. Con lo que te respondan vuelves, me lo dices y te lo explicaré.
Y el chico, ni corto ni perezoso, habló con su madre y con su hermana mayor explicándoles lo del señor de los seis mil euros y regresó al lado de su padre que le preguntó:
-- Que ¿Qué te han dicho?
-- Pues verás, mamá me preguntó en donde vivía ese señor.
-- ¿Y tú hermana?
-- Mi hermana quería que la acompañara rápidamente a casa de dicho señor
-- Bueno, pues ves, potencialmente tenemos doce mil euros, seis mil de tu madre y seis mil más de tú hermana, pero lo que tenemos en realidad son dos putas en casa.
No "semos nadie".