En 1979 fue detenido otro hombre por intentar abusar de una niña, su nombre era Ignacio Orduña y tenía 25 años. Confesó tres crímenes y varias violaciones.
Fue bautizado como el asesino de Lesseps, y aunque cumplió cadena por agresión sexual a varias ancianas, en cuanto cumplió condena volvió a reincidir.
Su obsesión eran las mujeres de avanzada edad a quienes seguía a sus casas, y una vez allí les agredía y las violaba, en algunos casos provocándoles la muerte cuando éstas ofrecían resistencia. El móvil siempre era sexual, aunque en ocasiones aprovechaba para cometer pequeños hurtos en las casas de las víctimas.
La motivación interna del violador venía al parecer de una obsesión que venía arrastrando desde pequeño, cuando vio los genitales de su abuela. También influyó el hecho de que su madre fuese demasiado protectora con él, y su padre muy severo, pues ambas cosas provocaron que Orduña sintiese un complejo de inferioridad muy grande hacia las mujeres que le llevaron a recrearse en un mundo imaginario en el que la única manera de destacar e imponerse era ejerciendo un dominio total en la mujer.
El examen psiquiátrico general de estos delincuentes sexuales en serie demuestra que el grupo mayoritario no presenta signos de alineación mental sino sólo algún trastorno de la personalidad y psicopatías leves, por lo tanto son jurídicamente imputables.
Es un individuo que en el ámbito social se comporta de forma cordial, se muestra amable, educado, incluso seductor, suele ser inteligente y astuto por lo que su criminalidad pasa desapercibida a los conocidos.
Cuando desarrolla su actividad delictiva es como si desdoblase su personalidad adoptando otra identidad, que en realidad es la auténtica, ya que su comportamiento social es una postura para no llamar la atención por lo que casi nunca follan en público ya que les da vergüenza.
Se ha observado que predominan los solteros, de personalidad inmadura e inestable, dependientes emocionalmente y habitualmente son hijos únicos que conviven con la madre, por general dominante y que en más de una ocasión ha mantenido relaciones maritales con el hijo e incluso le ha enseñado como debe realizarse el cunilinguo para darle mayor placer a la mujer que más tarde acabará comiéndose crudo el sexo entero de la mujer a la que previamente ha amarrado y amordazado mientras la despedaza a dentelladas.
La agresión es una forma de compensar las dificultades sexuales que saben que presentan cuando intentan una relación convencional pero son muy diestros en el salto del tigre, sobre todo si el armario es de seis cuerpos. Son personas reprimidas sexuales, muy introvertidas, inmaduras, misóginas, con baja autoestima y dependientes afectivos de la madre o de alguna otra mujer.
Como esto impide cualquier acercamiento amoroso que intentan, utilizan la violencia para afirmar su poder en un intento de aumentar su autoestima y son más propensos a llevar a cabo las agresiones cuando sufren algún tipo de rechazo o burla y se cuestiona su masculinidad.
Compensan sus traumas con el acto delictivo para recuperar el egocentrismo y vanidad, pues no sólo se siente poderoso dominando a la víctima sino que también se siente inteligente pudiendo escapar de la policía lo que no es muy difícil si uno tiene un coche más veloz que el de la pasma.
Es por este motivo que prefiere llamar la atención antes que ser ignorado y pasar a la historia como el criminal más importante de la misma, cosa muy frecuente entre algunos criminales. Es raro que presenten antecedentes delictivos de otra índole, siempre suelen tenerlos por otras agresiones sexuales o intento de agresión.
El agresor no suele tener un número límite de agresiones, por lo general el límite lo determina su detención y encarcelamiento. Como hemos visto, es difícil que un agresor sexual se reinserte en la cárcel, por lo que se están buscando soluciones para que puedan salir a la calle sin que sean una amenaza para lo cual es aconsejable dejarlos sueltos vigilando cuando se acercan a una mujer y no detenerlos hasta que la han gozado porque, de otro modo, se les interrumpe el orgasmo y puede perjudicarles la auto estima, además de ser una putada.
Las soluciones que nos da la medicina para los violadores es en primer lugar las terapias psicológicas de tipo cognitivo-conductual, es decir, terapias que crean reflejos contra las conductas nocivas como es el acto de comerse las uñas, porque se empieza por una cosa pequeña y terminan comiéndose entero el coño de la Bernarda.
Lo cierto es que ya se han ensayado y tienen mucho éxito, pero son un tanto polémicas. Algunas de ellas consisten en unas filmaciones virtuales, como unas películas que se hacen ver al agresor en las que aparece él como víctima y ve cómo le violan.
Las imágenes producen una sensación de rechazo a la violación, excepto a los chaperos, eso es evidente, pero hay que valorar también su grado de ética porque no es nada ético emitir películas de maricones.
Otros métodos son propiamente farmacológicos y consisten en aplicar los que llamamos "medicamentos agonistas", que son substancias que inhiben otras y te dejan la pilila tan mustia que ni con escayola se te enderece.
En este caso el medicamento reduciría la secreción de la hormona masculina testosterona. La hormona masculina está vinculada a comportamientos dominantes y competitivos, incluso antisociales en algunas ocasiones.
Otra manera de medicar a los agresores sexuales es a base de antidepresivos
para mejorar las alteraciones en su estado de ánimo, pues se sabe que éstos
sufren cambios continuos de humor y ansiedad, lo que influye a la hora del
comportamiento violento.
Y en muy pocas ocasiones, pero las hay y lo demuestra el ejemplo del
Violador del Ensanche, es posible que el violador se arrepienta y no vuelva
a cometer ningún tipo de delito, adaptándose perfectamente a la sociedad que
antes despreciaba en agradecimiento a la oportunidad que le dan de volver a
ser libre.
Por todo lo expuesto es fácil comprender que yo sería un policía extraordinario, modestia aparte, dados mis amplios conocimientos en la materia. Aún sé muchas cosas más pero no voy a explicarlas todas porque sino sabrán tanto como yo, pero sí algunas como por ejemplo el caso de Dahmer que devoraba partes humanas con gran satisfacción.
Se dice que en una mente trastornada como la de él, la gran necesidad por una compañía humana se vuelve literalmente en una gran hambre por la misma. Como el psicópata es incapaz de experimentar lazos afectivos por otra persona, el incorporar a otro aún comiéndoselo, constituye la sustitución perfecta.
El japonés Issei Sagawa, quién asesinó y devoró a una estudiante alemana declaró: "Mi pasión es tan grande, que quiero poseerla. Quiero comerla. Si lo hago ella será parte de mi para siempre." Únicamente sintió pesar cuando llegó a la matriz, pero de todos modos continuó devorándola, y aseguraba que la vagina era particularmente gustosa y tierna así como el resto de la vulva y los ovarios lo que me hace suponer que el asesino de Elenita sentía los mismo deseos que el japonés Sagawa al comerle la vulva para tenerla con él para siempre.
También existen los asesinos vampiros de los cuales los más conocidos son el Vampiro de Dusseldorf, Peter Künter; el Vampiro de Hanover, Fritz Haarmann y el Vampiro de Sacramento, Richard Chase que disfrutaban bebiéndose la sangre que manaba de las heridas de sus víctimas; pero el caso de vampirismo más notable fue el del Vampiro de Galicia, Manueliño Morro Rojo, que les chupaba la sangre de la menstruación a sus victimas hasta que las dejaba secas como un sarmiento, y claro, se morían.
En fin, que cuando salí del bar después de acabarme las cervezas, regresé a casa sin cojear cosa lógica dado lo bien que el callista extirpa los callos. Me encontré con una Pepita llorosa y acongojada pues ya se había enterado por la tele de la mala suerte de su prima Elenita. Procuré consolarla desnudándola poco a poco sin que se diera cuenta mientras le explicaba el principio de Arquímedes que afirma que todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado y cuando le pregunté si el empuje era suficiente me dijo que un poco más no le vendría mal, ya que estaba a punto de sumergir al cuerpo que empujaba en el fluido que pensaba desalojar si seguía empujando con tanta pericia.
Cuando empezó a gemir creí que aún se acordaba de su prima Elenita, pero luego me di cuenta que ni remotamente se acordaba de su prima, porque abrió el grifo y soltó tanto fluido que a poco más ahoga al cuerpo que empujaba quien, para no ser menos, también expulsó fluido con tanta abundancia y potencia que, enardecida y temblorosa, me chupó el cuello tanto tiempo que me dejó un moratón tan grande como una berenjena y tuve que ponerme la tirita más grande que encontré, y todo por culpa del principio de Arquímides.
Luego se fue al baño para lavarse no sé que asunto, lo que sí sé es que cuando regresó quiso que volviera a explicarle con más detalle el principio del griego ese que murió en Siracusa 212 años antes de Cristo; no me quedó más remedio que meter la cabeza entre sus muslos y explicárselo más de cerca.
Se lo expliqué tan bien que al cabo de dos horas dijo que se había quedado seca, ni siquiera tenía ganas de almorzar a causa del mucho fluido que, también ella, se había bebido. Sin embargo, media hora después vestidos completamente con mucha elegancia nos fuimos a comer una mariscada porque no era cosa de cambiar de comida.
Cada vez estoy más convencido de que cuando la muerte ronda cerca de los seres humanos estos sienten despertarse su líbido en ascensión geométrica y la necesidad de procrear con tanta rapidez como los conejos. Por otra parte, entiendo que me he explayado demasiado en un solo aspecto de la vida que, aunque es muy importante, no sólo de sexo vive el hombre.
Ocurrió que, al día siguiente, cuando más entretenidos estábamos Pepita y yo reflexionando sobre "La Filosofía del tocador" de Sade, se presentó hecha un mar de lágrimas su tía Elena y a Pepita no le quedó más remedio que llorar con ella ya que eran familia y no estaba ni medio bien que la tía llorara sola.
Yo fui a la cocina, partí una cebolla, y regresé llorando también cosa que me agradecieron mucho, sobre todo la tía Elena, que tenía una buena delantera y unos muslos que restallaban muy apetecibles dentro de las medias negras. Esto lo digo porque soy muy observador y no con ánimo de ofender, estábamos de luto y no era cosa de pensar que después de tanta desgracia como es la pérdida de una hija, tuviera la tía Elena ganas de traqueteo, aunque yo pensara para mis adentros que la macanuda señora aún estaba para explicarle durante algunas horas el principio de Arquímides.
Lloramos tanto y tan desconsoladamente por la pobre Elenita que tuve que volver a la cocina para traer el mocho y el cubo porque en el piso había un palmo de agua. Les advertí que dejaran de llorar un rato, por lo menos hasta que el piso estuviera seco y, afortunadamente, me hicieron caso.
Poco después, sin respetar el dolor de una madre afligida, llamaba la policía por teléfono para comunicarnos que ya habían detenido al culpable y que hiciéramos el favor de pasar por la comisaría para identificarlo. Como a mi me había salido otro callo en el otro pie tuve que volver al callista y ellas se fueron a Comisaría dispuestas a quitarle los ojos al asesino caníbal.
Para cuando regresé del bar a media tarde me llevé la sorpresa del día al enterarme que el asesino era nada menos que Canuto Hueco Redondo, el novio de Elenita. Las pruebas eran irrefutables, por lo visto el Canuto no tenía coartada para la noche del crimen y las huellas de su coche eran idénticas a las dejadas por el coche del asesino al esconderla después de muerta entre los pinos enanos de la montaña La Juncosa, pese a lo cual la tía Elena puso a parir a los policías porque la noche del crimen el Canuto la había pasado con ella esperando a Elenita y estaba muy segura de que no era él el asesino porque el muchacho tenía esculpido un loro en los rizos del pubis cosa fácil de comprobar desnudándolo y aquello desmontaba las pruebas irrefutables de la policía según criterio de la tía Elena.
Pero, como la policía no es tonta, el loro no era suficiente prueba para invalidar las suyas y metieron al muchacho en el cagarrón con loro y todo. Si he de ser sincero a mi lo del loro me tenía muy escamado por eso le pregunté a la tía Elena si el loro tenía pico y al decirme que sí, pensé... ¡tate, esta oculta algo!
Y en mi interés por ayudar a la policía volví a preguntarle se la había picado y al decirme que sí enseguida pensé: Ajá, creo que voy por buen camino, lo mejor será que envíe a Pepita a por un cartón de tabaco a un estanco de guardia. Pero creo que es hora de continuar con las Memorias de un Orate. No es cosa de abandonarlas ni siquiera en estos momentos de tan intenso dolor por la muerte de muchacha en la plenitud de la vida.