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Crónica de la ciudad sin ley (9)

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CRÓNICA DE LA CIUDAD SIN LEY 9

 

En la televisión salió la imagen de un automóvil solitario en un descampado de montaña moviéndose arriba y abajo sobre la suspensión. No se veía a los ocupantes, pero la voz en off anunció:

-- Traquetee a su amada con gomas el Águila. Las más finas, las más resistentes, pueden soportar hasta cinco litros de agua sin romperse. Busque, compare y si encuentra algo mejor… ¡cómprelo!

Salió un busto parlante con bigote y muy repeinado que anunció muy serio:

-- Yo las he probado y resultan mejor que al natural, con la ventaja de que no necesito envenenar a mi esposa con pastillas. Y seguidamente pasamos al estudio 4 donde la señorita Fanny Hill continuará la entrevista con el famoso psiquiatra doctor Paniagua. Conectamos.

Apareció un primer plano de la señorita Fanny Hill con una sonrisa muy blanca, muy simpática y con las tetas más puntiagudas que nunca, una camisola casi sin mangas abierta y cortita hasta el ombligo muy redondo y muy elegante y tan esparrancada de muslos que podía apreciarse que se había cambiado de tanga pero, quizá por las prisas, se la había puesto al revés con lo cual podía distinguirse que se depilaba el pubis y la góndola de forma perfecta.

Frente a ella, el psiquiatra doctor Paniagua con los ojos desorbitados, el rostro congestionado, una palangana con agua y cubitos de hielo al lado del sillón; una toallita de bidé mojada sobre la cabeza de la que salía una especie de neblina, y, asomándole por el bolsillo del pañuelo un trozo de tela negra brillante con un pintarrajo rojo muy parecido a la tanga que anteriormente había llevado la presentadora, señorita Fanny Hill.

De cuando en cuando, agachaba la cabeza y aspiraba fuertemente el aroma de su pañuelo de bolsillo poniendo los ojos en blanco. Luego volvía a mirar la entrepierna de la señorita Hill, finalmente se cambió la toallita de bidet por otra de la palangana, la escurrió y la colocó de nuevo sobre la cabeza.

La bella presentadora anunció:

-- El doctor Paniagua tiene una pequeña congestión cerebral. Le hemos propuesto posponer la entrevista, pero se ha negado en redondo.

-- Yo cumplo con mis compromisos a rajatabla, señorita Hill. Ni con una grúa me sacan de este plató antes de finalizar la entrevista.

-- Eso le honra, doctor – sonrió la bella retrepándose en el sillón con los muslos bien separados porque quizá le molestaba el rabito de la tanga entre la góndola – Así que díganos, ¿Qué es eso del cine Snuff?

-- ¡Ah, si! Claro, con lo bien que le queda ahora la…quiero decir… que está mucho más claro… y la visión es impresionante… bueno, a ver, ¿por donde iba?... ¡Ah, si!... digamos que cuando Snuff se estrenó en los cines de Nueva York, causó un enorme revuelo: activistas de los derechos humanos, feministas, y el público en general estaban asqueados por la idea del film. Pero rápidamente la gente se dio cuenta de lo burdo de los efectos especiales, que no dejaban lugar a la duda, y al alivio: la película no era más que una actuación, sumada a una excelente campaña de marketing. Tras el escándalo, la policía investigó el film, y el productor debió retractarse y agregar una leyenda: "nadie fue lastimado en la filmación de esta película", al revés de lo que me está ocurriendo a mi porque…

-- ¿Qué le pasa, doctor? ¿Le molestan las luces? – preguntó amablemente la de la tanga al revés.

-- ¿Las luces? No, no, es que me aprietan los slips, es sólo un momento – comentó el doctor levantándose y metiendo una mano entre el cinturón y la camisa hurgando en la entrepierna. Suspiró al sentarse indicando – Ahora están bien. Sigamos, se le parece.

-- Si, doctor, cuando usted quiera.

-- Bueno, pues desde entonces muchas son las supuestas películas snuff que han ido apareciendo, si bien prácticamente todas han sido desmentidas. El secretismo y la ilegalidad que rodea este mundo hacen imposible determinar si es una realidad o una leyenda urbana.

-- Ufff, que alivio me producen sus palabras doctor. Creí que…

-- Espere, espere – cortó el entrevistado – Aún falta lo mejor. Nuestro colaborar Alberto Sañudo, experto en efectos especiales, caracterizaciones y habituado a desarrollar efectos gore y sangrientos asegura en su artículo, que amablemente nos envió, haber presenciado para su desgracia una de esas películas. El artículo como bien explica el mismo autor trata de alejarse de detalles escabrosos y desagradables pero es un interesantísimo documento para comprender lo sombrío de los ambientes donde se mueve el universo snuff, porque el pornocrimen existe como él mismo pudo comprobar.

-- ¡Oh, que horror ¡ -- exclamó la de las tetas puntiagudas, juntado y separando los muslos varias veces.

 

********************

A Ponciano Vargas se le cayó la fiambrera que llevaba bajo el brazo al ver avanzar a aquel desnudo y empalmado gigante por el pasillo con cara amenazadora. Supo que nada podría contra aquella montaña de músculos, pero preguntó cerrando los puños:

--¿Quién es usted?

-- Soy el violador oficial de la Ciudad.

-- ¿El violador oficial?

-- ¿Estás sordo? Eso he dicho.

-- ¿Y que hace en mi casa?

-- Violar a tu mujer y a tu hija. Es mi obligación.

-- ¡Maldito bastardo! – exclamó Ponciano sacando del bolsillo una navaja automática – Te voy a sacar la tripas, cabrón.

Se lanzó sobre el gigante navaja en ristre; la mano del gigante lo sujetó por la muñeca apretando hasta que la navaja cayó al suelo clavándose en la madera, el otro puño de Ponciano intentó golpear el rostro de Leo sin conseguirlo. Le siguió una bofetada que lo envió reculando hasta la puerta de entrada donde cayó sin sentido sangrando por la boca. Arrastrándolo por el cuello de la chaqueta llegó hasta la cocina donde las dos mujeres desnudas preparaban la cena y lo dejó caer al suelo.

--¿Lo has matado? – preguntó la mujer mirando al hombre caído.

-- No, sólo está sin sentido.

-- ¿Por qué le has pegado a mi papá? – preguntó Feli.

-- Porque intentó matarme con una navaja. Anda, ve al pasillo y tráemela.

La niña salió de la cocina. La madre preguntó:

--¿Qué vas a hacer con él?

-- No sé por qué sangra, la bofetada no fue tan fuerte, creo.

-- Es que tenía un flemón que le molestaba hace días.

-- Eso será, ¿Qué quieres que haga con él?

-- Eso es cosa tuya, pero puedes tener por seguro que te denunciará a la policía y te encerrarán entre rejas que es lo que te mereces.

-- De eso nada. Tengo el carné de violador oficial en regla.

La niña entró en la cocina con la navaja en la mano y al entregársela al gigante preguntó:

-- ¿Aún no se despierta?

-- Échale un vaso de agua en la cara, no le di tan fuerte, creo que se hace el dormido y eso no me gusta. Tiene que ducharse y desnudarse para cenar. ¿Qué estáis haciendo para comer?

-- Fríjoles negros y guacamole Victoria – respondió la madre.

-- Los fríjoles para vosotros, yo prefiero el guacamole.

Ponciano se despertó al rociarle su hija la cara con agua. Se levantó dirigiendo al gigante una mirada atravesada no exenta de temor. Se tocó los labios manchándose los dedos de sangre y se acarició la mejilla. La hinchazón había desaparecido y miró a su hija que comentó:

-- Ves, papá, Leo te ha ahorrado el dentista.

-- ¿Cómo sabes que se llama Leo? – inquirió el padre frunciendo el ceño.

-- Porque nos lo dijo la primera vez que nos violó.

-- Así que ha venido más veces. ¿Carla, por qué no me has dicho nada?

La mujer se giró a mirar la erección de Leo y luego miró a su marido. Por si la mirada no hubiera sido suficientemente significativa, preguntó:

-- ¿No te lo puedes imaginar?

-- Nunca hubiera creído que fueras tan zorra, Carla.

-- Sin insultar, mequetrefe, o te arreo otra ostia – comentó Leo con el ceño fruncido – Venga, a ducharte y ponte el traje de Adán para cenar.

-- ¿Qué traje de Adán? – preguntó extrañado Ponciano

-- Papá, pareces tonto, el que llevas debajo de la ropa, hombre.

-- Desde luego os habéis vuelto locas la dos. Esto es intolerable, hasta mi propia familia hace causa común con este…cana… este señor.

-- Papá, no te enfades, mamá intentó matarlo con un cuchillo, pero le dislocó un dedo y a poco más le rompe la mano. Si no se la rompió fue porque no quiso. ¿Verdad mamá?

-- Así es, hija, pero tu padre no entenderá nunca lo que hemos hecho por él.

-- A ducharte, joder – bramó el gigante -- ¿O quieres que te duche yo?

Ponciano salió de la cocina maldiciendo en voz baja, pero al pasar por el comedor vio el teléfono y decidió llamar a la Policía. Marcó el número y esperó:

-- Aquí la Policía, ¿Digame?

En voz baja, con la mano haciendo pantalla en el micro, respondió:

-- Oiga, soy Ponciano Vargas. Quiero denunciar que en mi casa ha entrado un violador y está violando a mi mujer y a mi hija.

-- Su dirección, por favor.

-- Calle de la Higa, 27-2º

-- ¿De la Higa? – se extrañó el policía -- ¿No será del Higo?

-- No, de la Higa, la del Higo está más abajo.

-- Muy bien, descríbame al violador, por favor.

-- Es un tipo de dos metros de altura muy fuerte, moreno, con las manos como jamones serranos.

-- ¿Se llama Leo?

-- Si, eso es, se llama Leo.

-- Espere un momento. Tengo que comprobar unos datos.

Mientras esperaba, Ponciano miraba nervioso hacia la puerta por si aparecía Leo, oyendo mientras tanto la voz de Sinatra cantando Stranger’s in the Night que el policía había conectado. Cuando de nuevo comenzaba la canción se cortó de repente y la voz del policía preguntó:

-- ¿Señor Vargas?

-- Si, dígame.

-- ¿Las está violando ahora mismo?

-- No, ahora están los tres en la cocina preparando la cena.

--¿Qué tres, señor Vargas?

-- MI mujer, mi hija y el violador y además están desnudos.

-- ¿Los tres?

-- Si, si, los tres.

-- Espere un momento.

-- ¿Otra vez?

-- No se impaciente, señor Vargas, estoy comprobando si tiene carrete la máquina fotográfica.

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