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El atentado (LHG 1)

en Confesiones

EL ATENTADO

El atentado estaba preparado sólo para Aitor Gorribar Baituarri, Presidente del Consejo de Administración de las Acerías y Fundiciones Gorribar S.A.U. una de las empresas más importantes y de mayor capital del País Vasco. ¿La causa? Negarse a ser chantajeado por ETA y no pagar las extorsiones de dinero que ellos llaman impuesto revolucionario.

El padre de Aitor, Tomás Gorribar, casado con Beatriz Baituarri, fundó la empresa a principios de los años cuarenta y la hizo prosperar rápidamente aprovechando las carencias de las posguerra. Delegó en su único hijo, Aitor, la presidencia del Consejo al casarse éste con Nuria Berenguer, una famosa abogado catalana secretaria general del Sindicato Nacional Metalúrgico cuyo empleo abandonó al casar con el más que multimillonario Aitor Gorribar.

El Destino quiso que el día del atentado, Montse Berenguer de Gorribar, en vez de coger el BMW que utilizaba normalmente, tomó un taxi para presenciar un desfile de modas en el que estaba interesada. Para no ir sola se llevó a su hija mayor Edurne que contaba por entonces quince años.

No fueron en el BMW porque el salón donde se celebraba el desfile quedaba a un tiro de piedra del edificio donde estaba ubicado el Consejo de Administración de las Industrias Gorribar y allí la esperaba el marido. Habían acordado durante el almuerzo que pasarían a recogerlo para regresar a casa.

El Jaguar de Aitor quedó hecho añicos. A causa de la explosión voló por los aires estampándose contra la pared de una vieja fábrica en un amasijo de hierros humeantes y retorcidos. Murieron ocho personas: El chófer, el escolta, el padre, la madre, la hija Edurne y tres viandantes; otras once personas ingresaron en los hospitales heridas de diversa consideración.

Los otros dos hijos del matrimonio, Tomás y Estíbaliz, tenían por entonces doce y siete años respectivamente. Aquella noche de la tragedia, el abuelo Tomás, un hombre ecuánime y flemático perdió los estribos ciscándose cien veces en la puta madre que parió a los etarras. Por supuesto, delante de las cámaras de la televisión se comportó como quien era: todo un señor.

La noche del día que ocurrió la tragedia hubo un terrible revuelo en el chalet de los Gorribar, familia demasiado conocida e importante en todo Euskadi como para que pudieran negarse a recibir a importantes políticos de la Comunidad Autónoma y a varios de los empresarios amigos íntimos de la familia.

Al adolescente Gorribar, pese a ser un chico muy desarrollado para su edad, no le sobraba un gramo de coraje aquella noche, pero tuvo que hacerse cargo de su hermanita Estíbaliz que aún estaba más atemorizada que él. El miedo, como la viruela, es terriblemente contagioso y la niña, cuando la doncella apagó la luz, saltó despavorida de la cama, atravesó el pasillo y se metió en la cama de su hermano al que hizo levantarse para que pusiera el cerrojo de seguridad en la puerta de la habitación.

Se había aguantado muy serena durante todo el día pero cuando el hermano estaba casi en brazos de Morfeo la sintió sollozar y al chico se le hizo un nudo en la garganta, apretó los dientes, pero no pudo soportarlo más y se giró hacia ella abrazándola y besando sus mejillas arrasadas de lágrimas, le acarició la espalda murmurándole palabras de consuelo. También ella se abrazó a él como si de ello dependiera la salvación de su alma y poco a poco, rascándole suavemente la espalda, logró el hermano que la niña se quedara dormida.

El chico también casi dormido recibió de repente un rodillazo de la niña dormida al elevar la rodilla inesperadamente, fue un terrible golpe en los testículos que le hizo ver todas la constelaciones del Zodíaco, dolor que soportó conteniendo la respiración en silencio para no despertarla. Y entonces, solo y dolorido, lloró en silencio durante mucho tiempo hasta que el sueño se apiadó de la congoja contenido a dura penas durante todo el día.

Nunca supo cuanto tiempo durmió, pero debió de ser bastante porque la casa estaba totalmente silenciosa. Se despertó si saber por qué, pero notando que tenía la verga como el palo de un velero. Lo que acabó de despertarlo fue comprobar que, sobre la dura verga, se cerraba la mano de su hermanita y que, incomprensiblemente, su pantalón del pijama se le había bajado hasta las rodillas. Creyó en principio que durante el sueño la había puesto allí con un movimiento inconsciente del brazo. Le extrañó lo del pantalón del pijama porque era la primera vez que le ocurría, aunque tampoco le dio mayor importancia. Cosas más difíciles podían ocurrir durante un sueño tan agitado como el de aquella noche.

Estuvo a punto de dar un brinco al notar que la mano se movía, muy despacio, muy lentamente, pero recorría el miembro de arriba abajo una y otra vez como si quisiera estar segura de su forma y tamaño. La dejó hacer porque su respiración le pareció suave y sincopada como el de una persona dormida; quizá estuviera soñando. El no podía suponer...

No, no estaba durmiendo ni soñando, porque sintió como lo apretaba con fuerza estirando de la piel del prepucio hasta dejar al descubierto el congestionado glande. Cuando los dedos acariciaron la satinada piel congestionada, tuvo que hacer un violento esfuerzo para contenerse. Fingió dormir porque no deseaba abochornarla riñéndole por lo que estaba haciendo. Incluso se giró, como en sueños, hasta quedar en posición supina, para ver si lo soltaba. La mano siguió aferrada a su asidero, aunque se inmovilizó por unos segundos. La dejó seguir porque no sabía que hacer y, para no mentir y ser completamente honesto, reconoció que tampoco le desagradaba la caricia que le prodigaba.

Continuó inmóvil mientras ella continuaba con sus manejos y por un tiempo temió que le produjese un orgasmo sin poder evitarlo, pero logró contenerse quizá porque, de pronto, uno de sus muslos pasó por encima de los del muchacho con toda suavidad, tanta que, a estar dormido, seguramente no lo hubiera notado. Pero lo que si notó es que no llevaba las braguitas y estaba seguro de que las tenías puestas al acostarse, pues al acariciarle la espalda para calmarla y hacerla dormir había notado el elástico en su breve cintura.

Sin embargo, cuando ella medio se recostó sobre él la niña procedió con tal precisión que su pequeño sexo imberbe, de carnosos labios, quedó justo encima de su erección y de nuevo tuvo que contenerse y le dejó hacer todo lo que quiso permaneciendo inmóvil y haciéndose el dormido. En aquel momento pensaba que la quería tanto y era una niña tan bonita que hubiera sido un cafre reprendiéndola por su comportamiento. Por otra parte, se decía el muchacho, quizá sea una reacción psíquica ante tanta desgracia, pues no por jovencita dejaba de sentir y comprender como todos los demás. Se preguntaba como era posible que una criatura como ella, con una carita y unos ojazos tan inocentes tuviera tanta picardía pues recordaba que, por entonces, acababa de finalizar su parvulario.

Recordó las Navidades últimas cuando su hermana Edurne le había regalado un póster de Sharon Stone a la que se parecía extraordinariamente. Ella le pidió que lo pegara a la cabecera de la cama en su habitación. Desde entonces todos en la casa dejaron de llamarla Estíbaliz para rebautizarla como Sharon, la misma Sharon que ahora lo sorprendió de nuevo cuando levantó las generosas nalgas y llevó el rígido miembro hasta su sexo. Supuso él que se haría daño y que abandonaría su propósito o quizá se estaba dando una excusa para permitirle lo que debía impedirle. Tuvo que

desengañarse, el glande, aunque bastante apretado, se hundió despacio en el húmedo calor vaginal y poco a poco, bajó las nalgas con suavidad extrema hasta que finalmente notó sus imberbes pubis tan unidos como un sello pueda estarlo a una carta. Pese al no despreciable tamaño de su miembro ella, con alguna dificultad, lo había enterrado entero dentro de su vientre.

Ella permaneció inmóvil durante un tiempo, respirando sobre el pecho del hermano de forma cada vez más perceptible. Por un momento pensó que, si ella no se movía, quizá acabaría por dormirse y entonces tendría tiempo de apartarla. No fue así. Sus nalgas, redondas y macizas, comenzaron a levantarse lentamente sacándoselo hasta la mitad y volviendo a hundírselo tan lentamente como lo había sacado. El chico sabía que no soportaría aquel movimiento mucho tiempo más cuando, de pronto, la niña susurró sin detener su lento vaivén:

-- Tú serás mi marido, grandullón.

Asombrado, más que asombrado, atónito, permaneció en silencio. Lo estaba haciendo pasar un calvario a fuerza de aguantarse. Habiéndola dejado llegar hasta allí se encontraba culpable sin saber muy bien de qué, sin tener muy definido cual era su culpa, pero en el fondo algo le decía que era el culpable de lo que estaba ocurriendo. Tenia cinco años más que ella, era una de los alumnos más brillantes de todo el Instituto y, pese a todo, tomó la decisión equivocada: Seguir haciéndose el dormido.

Deliciosamente apretado en su tierno y suave estuche, aguantó con mayor tenacidad que los numantinos ante Escipión, mientras ella seguía metiendo y sacando la excitada verga con la cadencia de un martillo de prospección petrolífera. Resistió todo lo que pudo pero, como los numantinos, acabó sucumbiendo. Su miembro comenzó a palpitar desaforadamente dentro de la deliciosa y caliente vaina. Fue su primer orgasmo, increíblemente prolongado e intenso y tuvo que apretar los dientes con fuerza para permanecer inmóvil y simular que dormía. Seguía latiéndole desmesuradamente y era natural que ella lo notara, pero cuando el berroqueño dios comenzó a flaquear lo notó inmediatamente y, entonces, Tomy Gorribar se llevó su última y descomunal sorpresa:

-- ¿Te ha gustado, eh? ¿Y yo qué, grandullón? – musitó a su oído con voz furiosa.

Se avergonzó de lo que le había dejado hacer y temió que siendo tan niña, de una manera u otra, cometiera una indiscreción que le costara una soberana paliza, y si sólo era eso podía darse por contento.

Se encontraba en una situación vergonzosa, flácido como una flor marchita, sin apetito y sin ganas de tenerlo. Ante su simulado y pasivo sueño ella lo intento de nuevo, pero él se dio la vuelta suspirando profundamente como si continuara durmiendo y no se hubiera enterado de nada. Una gansada, se dijo, pero una gansada de ganso.

Al día siguiente cuando se despertó, la niña ya no estaba en la cama. La encontró en el comedor desayunando. Le dio los buenos días con sus grandes ojos verdes, de espesas y curvadas pestañas, mirándolo con tanta inocencia como todos los días y como si nada hubiera ocurrido e incluso le ofreció la poca mermelada de fresa que quedaba en el tarro, pese a que a ella le gustaba con delirio. Nada en su manera de comportarse delataba vergüenza o arrepentimiento; se comportó de forma tan natural como cualquier otro día aunque, como es lógico y dadas la circunstancias, sin su alegría y vivacidad habitual. Ea – se dijo el muchacho – he tenido un sueño erótico con mi hermanita como "partenaire". No es muy edificante lo soñado, porque soñar que se comete incesto y estupro al mismo tiempo es moralmente deplorable en una familia tan católica como eran los Gorribar Baituarri, pero ni él ni ella tenían nada de qué arrepentirse porque nadie puede impedir que el cerebro sueñe mientras duermes.

A partir de la muerte de sus padres y de su hermana Edurne, la vida cambió radicalmente para los hermanos Gorribar. El abuelo vendió las Industrias Gorribar a una multinacional inglesa llevándose el capital fuera de Vascongadas. Desaparecieron de Euskadi y no desaparecieron de España porque el abuelo Tomás tenía propiedades en Galicia y allí se fueron a vivir, concretamente a Vigo.

De Barcelona habían llegado los abuelos maternos que asistieron al entierro visiblemente afectados y poco días más tarde los dos hermanos tuvieron que separarse por primera vez en su vida con un disgusto terrible por parte de ambos. Tomy, de doce años, lo comprendió mejor que la niña. Tan abuelos eran unos como otros y los de Barcelona querían tener con ellos a uno de sus nietos, lo único que les quedaba de la hija. Si estaba calculado que fuera Tomy quien se fuera a Galicia con los abuelos paternos no lo supieron hasta muchos años más tarde. Durante seis años no volvieron a verse.

Tomy olvidó por completo el sueño erótico habido con su hermanita la noche del atentado. Cuando meses más tarde tuvo un sueño casi calcado del anterior y en el que también su hermanita Sharon era la "partenaire", acabó de convencerse de que la noche del atentado también había sido una experiencia onírica y ni él ni ella eran culpables de haber cometido incesto.

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