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El Superdotado (09)

en Grandes Relatos

MIL NOVECIENTOS TREINTA Y UNO.

Dormí como un tronco hasta el mediodía y eso porque Nere me despertó mientras se duchaba, sino creo que aún estaría durmiendo. Estaba tan cansado que hice el perezoso durante media hora antes de levantarme, ducharme y bajar hasta la cocina. Tenía un hambre de lobo, pero como faltaba poco para comer, Nela aseguró que mejor esperara una horita para disfrutar mejor de la carne asada que había preparado. Como me encantaba su forma de asar la carne, me conformé, decidido a zamparme media ternera asada con aquellas pequeñas y redonditas patatas doradas en el jugo de la carne. Era una delicia y me harté como un perro famélico. Tanto Megan como Nere aseguraban que me haría daño tanta carne. Nada de nada, mi estómago, afortunadamente, siempre fue una trituradora implacable.

Aquel día vi a Marisa lavando la ropa blanca y supuse que a una hora u otra tendría que extenderla y quería aprovechar la oportunidad. Era la única que me faltaba por follar porque nunca quiso saber nada de mis insinuaciones; tenía novio y pensaba casarse virgen según decía Así que salí disparado hacia el granero y me escondí entre el heno. Pero en vez de llegar Marisa llegó Nere. No sé que buscaba porque anduvo dando vueltas y murmurando algo en voz baja que no logré entender.

De pronto oí pasos entrando en el granero y la voz de Teo saludando a mi hermana y la de ésta preguntando extrañada que buscaba por allí a aquellas horas. También a mi me extrañó porque era tiempo de siega y debía de estar en los campos. Separé ligeramente el heno para poder mirar y vi a Teo plantado delante de Nere. Estaba de espaldas y mi hermana miraba al gigantesco negro con el ceño fruncido. Teo dio dos pasos hacia adelante sin responder a la pregunta de Nere y esta debió de ver algo que no le gustó en la cara de Teo, porque retrocedió dos pasos y preguntó:

--¿ Qué es lo que quieres ?

-- Te quiero a ti, preciosa.

-- ¿ Te has vuelto loco, Teo ? - la voz de Nere denotaba furia y miedo contenido- Y, además, quien te ha dado permiso para tutearme.

-- Déjate de monsergas, preciosa y túmbate en el heno, voy a hacerte muy feliz.

-- ¡ Malito borracho !. Estás despedido y ahora lárgate antes de que me enfade y te haga detener por la Guardia Civil.

-- No dirás nada guapa y serás complaciente con Teo o si no......

-- O si no ¿ qué ?

Y como Teo no contestara, ella volvió a insistir furiosa:

-- O si no ¿ qué ?, granuja.

-- Le diré a tu hijo toda la verdad. No le gustara saberla.

-- Eres un imbécil, Teo, Tino no te creería aunque se lo juraras sobre la Biblia.

-- ¿ No me creería ? Sólo tengo que enseñarle los periódicos de La Habana y de Santiago. El escándalo fue mayúsculo, por eso salimos a uña de caballo. Además, he aguantado mucho tiempo los cuernos que me puso el padre de tu hijo; Teo ha sido complaciente con el amo y ahora el amo soy yo, es hora de que pagues, te evitarás el escándalo y yo te haré muy, pera que muy feliz, m’hijita.

-- ¡¡Antes tendrás que matarme, me das asco, me repugnas, maldito borracho!!

Yo estaba paralizado. No podía ser cierto, el maldito negro estaba mintiendo, era un jodido borracho que sólo quería follarse a mi hermana. Me hervía el cerebro con mil pensamientos contrapuestos, y otras tantas sensaciones que no podía definir, pero que me tenían inmovilizado como una estatua.

Como en sueños vi a Teo abalanzarse sobre Nere, levantarla en vilo como a una pluma mientras ella pataleaba y comenzaba a gritar. Vi la negra manaza sobre la preciosa boca de mi hermana, sofocándola al tiempo que la llevaba hasta el final de granero tumbándola bajo su enorme peso.

Su corpachón la inmovilizó y los gruesos labios morados babearon sobre la tersa piel de Nere, su piel nacarada estaba siendo mancillada delante de mi y yo lo estaba permitiendo. La besaba asquerosamente en el cuello mientras levantaba la falda intentado quitarle las bragas. Su negra manaza acarició los preciosos muslos y cuando tocó su sexo pareció volverse loco. Le rompió las bragas de un manotazo, acariciando el sexo mientras ella se debatía y gruñía inutilmente bajo el gigantesco cuerpo del jodido hijo de puta. Vi su negra y congestionada pinga intentando penetrarla mientras Nere pataleaba para impedírselo, debatiéndose impotente.

Salí del heno a gatas hirviéndome la sangre de ira, alcancé la puerta del granero y arranqué el hacha del mojón de madera de un solo golpe. Nere me vio llegar espantada, luchando por escapar de las negras tenazas que la sujetaban, pero el negro, que estaba empezando a penetrarla, estaba tan encalabrinado que comprendió demasiado tarde lo que se le venía encima por la mirada de mi hermana.

Cuando giró la cabeza el filo del hacha se la abrió en dos mitades como si fuera un melón maduro. El golpe fue tan fuerte que el filo quedó incrustado en las cervicales, a dos centímetros escasos del mentón de Nere. La sangre saltó en el aire como un géiser y cubrió a mi hermana de la cabeza a los pies; afortunadamente para ella, en ese momento se desmayó.

Todavía manaba sangre cuando le quité de encima el gigantesco cuerpo de Teo. La levanté del suelo sosteniéndola en brazos, como a una muñeca descoyuntada. Notaba su larga cabellera rubia teñida de rojo y el vaporoso y blanco vestido de verano dejando un reguero de sangre detrás de nosotros.

Megan fue la primera que me vio desde la ventana de la biblioteca y aún recuerdo su cara de espanto y sus desaforados gritos llamando a Nela. La llevé hasta su habitación con todas la mujeres detrás de mi chillando como gallinas mojadas y con las caras desencajadas por el terror. Cuando la deposité sobre la cama les expliqué lo que había pasado con todo detalle. El destrozado vestido de Nere, sus labios tumefactos y los arañazos de sus muslos y sus bragas despedazadas confirmaban claramente cuanto les expliqué y cuando Nere se recobró de su desmayo corroboró punto por punto cuanto yo había dicho sobre lo ocurrido.

Megan fue la primera en reaccionar llamando por teléfono a la comandancia de la Guarida Civil de Lalín, pidiéndole al comandante de puesto que subiera cuanto antes al Pazo de los Quiroga con el juez de primera instancia y el médico forense, explicándole a grandes rasgos lo sucedido. El comandante de puesto le ordenó que se dejara todo tal y como estaba en el momento del suceso, porque nos exponíamos a un serio disgusto si se hacían desaparecer pruebas o evidencias.

Nela, Megan, Marisa, Elisa, Pepita, Nere y yo, permanecimos durante dos horas sentados en la sala hablando de lo sucedido. Fue curioso observar que nadie se acordó de Margot, ni nadie la avisó de lo sucedido.

Cuando sentimos el ronroneo de los motores Megan y Nela salieron a recibirlos, sin hacer comentario alguno. Las dos lloraban a moco tendido. Mientras yo acompañaba al sargento, al juez y a los camilleros de la ambulancia hasta el granero, Nere era examinada y curada por el médico forense, anotando éste todo cuanto ella le explicó. Tuvo que explicarlo de nuevo al juez delante del sargento de la Guardia Civil en la biblioteca. Entonces se acordó Nere de Margot a la que nadie había avisado todavía. Se lo dijo al juez y justo cuando éste le indicaba al sargento que enviara un número a buscarla, apareció ella en la puerta. Se extrañó de ver pasar los coches y venía a preguntar qué pasaba.

La llevaron inmediatamente ante el juez, y éste delante de Nere le dio la noticia. La reacción de la mulata cogió a todo el mundo de sorpresa. Se acercó a Nere y se arrodilló llorando para besarle las manos y pedirle perdón por lo que había hecho el borracho de su marido a la familia Quiroga de quien tantos favores había recibido. No era más que un negro zopilote desagradecido y malvado al que Dios habría enviado con toda seguridad al infierno. Soltó contra su marido delante del juez lo que no está en los escritos. Mi hermana la obligó a levantarse y las dos se abrazaron llorando muy compungidas. Vamos, un sainete, una tragicomedia de cara a la galería.

Si Nere era buena atríz, la mulata no se quedaba atrás. Calculaba por adelantado los beneficios que podría reportarle aquella primera función, poniendo al marido como chupa de dómine.

Cuando el juez acabó de interrogarlas me hicieron entrar a mi y expliqué punto por punto cuanto había sucedido, omitiendo la conversación oída y respondiendo una y otra vez a sus preguntas, casi siempre las mismas, aunque formuladas de distinta manera:

<< Si, señor, me llamo José Antonio de Quiroga y Ossorio. Si, señor, tengo doce años. Si, señor, mi padre también era muy alto. Si, señor, corrí hacia el granero porque oí gritar a mi hermana. No, señor, no oí ninguna conversación, sólo vi a mi hermana luchando por escapar de las manazas de Teo que la estaba violando. Si, señor, vi como éste le arrancaba las bragas y la violaba. Si, señor, creí que iba a matarla, me enfurecí y cogí lo primero que encontré a mano que fue el hacha, Si, señor, era un hombre muy fuerte. No, no señor, no lo sé, no sé que pudo haberle pasado. Si, señor, dicen que bebía con frecuencia. Si, señor, estoy muy asustado, ha sido horroroso  >>

El juez asentía a todo cuanto yo decía y tomaba notas rápidamente. Comencé a llorar y simulé temblar nerviosamente. De reojo pude observar como el sargento miraba al juez jugando con las esposas y como éste negaba con la cabeza. Hice como que no lo veía y contuve un suspiro, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.

-- Bueno, bueno....no llores, muchacho, es comprensible que estés asustado, pero ya no tiene remedio. Además, tu obligación era salvar a tu hermana.

-- Chico - comentó el sargento con voz amable - piensa que si no es por ti, quizá sería tu hermana la que estaría muerta a estas horas.

-- Desde luego, muy bien podría haber sido así - remachó el juez - Llévelo a la sala y dígale al médico que le de un sedante, lo necesita. Luego haga entrar a la inglesa.

Naturalmente, como aparentaba tan nervioso fui el primero que enviaron a la cama. Cuando entré en la sala Nere ya no estaba, pero todas las demás rodeaban a la llorosa Margot, supongo que para darle el pésame, aunque sé que no sintió ni poco ni mucho al maldito borracho de su marido que la molía a golpes. Megan, acompañada del sargento, salió de la habitación y Nela me acompañó a la mía para prepararme el baño y ropa nueva para el día siguiente. Ni ella ni yo hicimos comentarios, pero vi que hacía esfuerzos para contener las lágrimas. Me dio pena verla con los ojos húmedos cuando me arropó y me besó en la frente deseándome buenas noches.

No podía dormir, dándole vuelta y vueltas a lo que había oído aquella tarde. La mente embrutecida por el alcohol de Teo, unido al deseo contenido durante tantos años de poseer a mi hermana ( ¿ o era mi madre ? ) le había llevado a creer que podría someterla al chantaje para evitar el escándalo.

Si mi padre era también mi abuelo aquello era un lío fenomenal porque indudablemente lo que sí era cierto es que Nere era su hija y por lo tanto había abusado de ella antes de los catorce años. Ahora me preguntaba si el odio que yo sentía hacia mi padre era instintivo, no lo sé, lo que si sé es que me alegré de haber puesto el cepillo de dientes de acero en la silla de Trueno. Estaba muerto y pudriéndose en el infierno y nadie podría achacarme jamás su muerte. Y el otro, el borracho cabrón del negro, al que odiaba casi tanto como a mi padre, también le hacía ya compañía.

El rijoso negro creyó que tenía todos los ases en la mano y la situación se le escapó de las manos y ya no pudo retroceder. Dando vueltas una y otra vez sin que lograra conciliar el sueño pasaron las horas. Oí que se marchaban los coches y que Megan cerraba la puerta de su habitación. El silencio, un silencio sepulcral, se abatió sobre la casa. Nunca como aquella noche lo sentí tan pavoroso. Quizá porque en mi fuero interno dudaba de que aquella vez saliera yo también librado como salí de la muerte del déspota.

Mi mente era un caos. No me cabía duda de que Nere era mi madre al mismo tiempo que mi hermana. ¿ Debía decirle? ¿Que sabía que era mi madre ? ¿ Para qué ? ¿ Qué saldríamos ganando ella y yo ? Nada. Ella lo había mantenido en secreto durante doce años, así que por mi podía seguir siendo mi hermana per secula seculorum. Ella no sabía que yo estaba en el granero y no tenía ninguna razón para comentárselo.

Pese al sedante que me dio el médico el sueño brillaba por su ausencia. Estaba harto de mi insomnio, de modo que decidí ver si Nere también estaba despierta y conocer cuales eran sus pensamientos y cual su estado de ánimo. Me deslicé por el pasillo tan silencioso como un fantasma y giré el pomo con suavidad, esperando que no estuviera cerrada por dentro. La puerta se abrió silenciosamente y cerré a mi espalda. Pese a lo muy silencioso que había sido, la luz de la mesilla de noche se encendió haciéndome parpadear. Se sentó en la cama y oí su susurro:

-- ¿ No puedes dormir ?

-- No.

-- Yo tampoco, anda, ven cariño.

Me acosté a su lado abrazándome a su cuerpo tibio y maltrecho con suavidad para no lastimarla más de lo que estaba. Me besó en los labios y comenzó a llorar.

-- Te quiero, mi vida, te quiero mucho - susurró a mi oído - Me has salvado del bestia ese. Has sido muy valiente.

-- Nere, lo mataría cien veces si pudiera.

-- Lo sé, vida mía.

No pude evitarlo, su precioso cuerpo de raso me encalabrinó y ella, dándose cuenta al instante, me la acarició suavemente. Uno de sus preciosos muslos pasó sobre mi cuerpo y su mano guió certeramente mi erección. Poco a poco, en silencio y besándome sin cesar, sus nalgas fueron bajando hasta que los dos nos fundimos en uno solo. La había penetrado profundamente, nunca antes la había poseído de aquella manera y los dos nos quedamos quietos durante mucho tiempo, tanto que, sin movernos ni hablarnos, sólo besándonos con ternura, tuvimos un pletórico orgasmo, que, por inmóvil, fue quizá más gratificante e intenso que nunca.

Aquella noche ella se corrió más veces que yo. Su deseo de gozar era incontenible, tenía orgasmos casi continuos. Dilatándole completamente su deliciosa y amada concha, acariciándole su hermoso trasero con la manos, presionando fuertemente sus nalgas cuando sentía la acariciante cascada de su tibia esperma golpeando suavemente sobre mi congestionado glande, procuraba llevarla de inmediato a un nuevo clímax para de nuevo sentir en mi palpitante falo el increíble placer de su caliente emisión. Me corría cuando no podía soporta más la enervante caricia de su vagina. Quizá el horror sufrido y la muerte espantosa que presenció influyeron en su líbido provocándole una febril actividad sexual. Nos dormimos a la amanecida oyendo el lejano canto de los gallos y los ladridos de los perros de la aldea. Me dormí con el trinar de los pájaros en mis oídos, volando raudos en la arboleda.

Nunca he visto a Nere como mi hermana, y mucho menos como mi madre, para mi era sólo la mujer que amaba. Una preciosa mujer de la que estuve enamorado desde que tuve uso de razón y la vi por primera vez. Los términos madre o hermana me dejan completamente frío, quizá porque no tengo y no tuve nunca sentimientos de amor filial o fraterno. No tenía ni tengo tampoco sensación de parentesco ni sé lo que es. Tuve y tengo, eso sí, la sensación de amarla y desearla con una pasión furiosa tan sólo por ser mujer. Siempre he deseado a las mujeres, tenía que ser un adefesio para que yo desaprovechara la ocasión de poseerla. Me he follado a todas las que me gustaron y que, en un momento u otro, pasaron por mi vida. Pero las olvidé después de poseerlas sin sentirme molesto por tener que abandonarlas. No me ocurría ni me ocurre eso con Nere, sólo el pensamiento de llegar a perderla me origina escalofríos de angustia. Creo que a ella le pasa lo mismo que a mi.

Y aquí terminan los cuadernos de Toni de Quiroga, quizá no escribió más, o quizá se perdió el resto, no lo sé, he publicado todo lo que tengo. Si alguna vez logro encontrar el resto también lo publicaré.

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