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Un grave encoñamiento (6)

en Grandes Relatos

UN GRAVE ENCOÑAMIENTO – 6 –

SEXTA PARTE

A las siete y media de la mañana, acompañado de Yeya, levanté la puerta ondulada de entrada a las dependencias del Laboratorio. Delante de aquella puerta ondulada acostumbraban a esperar todos a que el Jefe aparcara el coche y abriera la puerta y, al principio, yo entre ellos.

Encendí las luces de la tienda donde había decidido se celebrara la reunión por ser la dependencia más amplia de la empresa con un mostrador corrido desde el escaparate hasta los despachos. Dejé la puerta medio cerrada para que pudiera verse el letrero y entraran los empleados.

Fueron llegando casi todos al mismo tiempo y, a las ocho menos cinco todos estábamos dentro. Algunos, los más recientes, muy sorprendidos preguntando quién se había muerto. Los más veteranos no se sorprendieron tanto pues hubo alguno que hasta comentó: "Me lo estaba temiendo". Era Chimo, el Jefe de Almacén, Joaquín Ruiz, que ya estaba en la empresa cuando yo entré. A los dos aprendices les indiqué que sacaran sillas para todos.

Apoyado en el mostrador con Yeya sentada en el sillón que ordené sacar de mi despacho, tenía sobre su regazo varias carpetas de documentos. Las dos únicas mujeres de la empresa lloraban a moco tendido; Elvira, la cajera, y Leonor la empaquetadora. Elvira podía llorar por su amante perdido, pero Leonor creo que lloraba porque era mujer y quedaba bien demostrar lo muy sensibles que pueden ser. La pobre no había sido agraciada con los dones femeninos que la naturaleza otorga a algunas mujeres.

Me había puesto unas gafas de sol al salir de casa. A las siete y media ya lucía un sol deslumbrador y el día se presentaba caluroso. Pese a que aquella situación era bastante crítica, no podía mirar los muslos de Yeya porque me encabritaba de deseo y aunque gracias a las gafas de sol no podían verme los ojos, también gracias a ellas pude observar que casi todos los hombres la miraban a hurtadillas con mal contenido deseo, procurando apartar los ojos de sus muslos. Como si hubiera adivinado mis pensamientos, ella me miró, movió la cabeza y frunció el entrecejo. Tenía razón era hora de que yo explicara al personal la situación en la que nos encontrábamos.

La mayoría de ellos, ya veteranos en la empresa, no se sorprendieron gran cosa. Chimo, el Jefe de almacén, indicó que en los dos últimos años habían desaparecido del inventario más de la mitad de las existencias y que los repartidores y cosarios se hartaban de llevar paquetes y mercancías al licenciado en farmacia Don Antonio Cervera de la localidad de Pozuelo.

Otro apuntó que el señor Cervera, que había empezado hacía diez años con la farmacia de Pozuelo, había abierto la última aún no hacía tres meses en la localidad de Alcobendas donde él vivía y sabía que ya tenía otras dos en Valdemoro. Cuando la imaginación sea desborda hasta los dedos se vuelven huéspedes, pero continué escuchando.

En menos de una hora descubrimos que dicho licenciado, que ellos supieran, era dueño de once farmacias distribuidas por pueblos cercanos a Madrid, como San Fernando, Coslada, San Sebastián de los Reyes, Pinto, Vicálvaro Majadahonda y hasta en poblaciones tan lejanas como El Escorial.

Les dije que aquello no significaba nada ni se podía sospechar que el señor Cervera hubiera cometido infracción alguna abriendo farmacias en aquellas poblaciones en que la ley se lo permitía. Pero, de todas formas, advertí, intentaremos averiguar por qué le van también las cosas al señor Cervera.

-- Bien – comenté, finalmente, mirando mi reloj – Son las nueve de la mañana. Como ninguno de ustedes tiene mejor cosa que hacer, váyanse todos con el señor Ruiz, el jefe de almacén, y háganme un inventario real de existencias. Las sillas a su sitio. Tú, Maldonado, prepara las facturas que se deben a proveedores desde las más antiguas hasta las más recientes y dame los saldos parciales y totales sin fallos, ¿De acuerdo? Tu, Yeya, a contabilidad con Maldonado para comprobar quien firmó los balances e inventarios que se enviaron a los bancos. Corrige todo lo que haya que corregir y dame un detallado estudio, si puede ser antes de que se vayan los directores. Hala, arreando, que es gerundio y de prisa.

Cuando Yeya se levantó de mi sillón le dije que me acompañara un momento a mi despacho. Me miró suspicaz y tuve que hacer esfuerzos para no reírme. Seguro que estaba pensando que me la iba a follar en cuanto nos dejaran solos. Empujando mi sillón de ruedas me siguió como una corderita, abriéndome la puerta para que pudiera entrar el sillón.

-- ¿Quieres quedarte la empresa Yeya? – le pregunté de sopetón.

-- ¡Está ruina! Nos saldría más barato montar de la que ya te hablé en Alicante, pero tú, seguro que ya lo has olvidado.

-- Yo no me olvido de nada, corazón. Esa que me propusiste podemos montarla también, es otro ramo completamente distinto de éste. Lo que creo es que tal y como se presenta la política económica socialista, mucho me temo que habrá que andarse con mucho cuidado y más ahora que estamos en Europa.

-- Por supuesto que sí, Toni. Yo creo, que una parte del capital lo invertiría en una cesta de acciones a largo plazo. Podemos hacer un estudio, y creo que los brokers del banco nos ayudarían en eso, que puede rentarnos muy buenos dividendos. Desde luego, y por lo menos, con capital garantizado al cien por cien ¿A ti que te parece?

-- Eso es cosa tuya, mi amor.

-- No, no es cosa mía, Toni, es cosa de los dos y vete con cuidado con lo que dices que las paredes oyen.

-- Sí, Yeya, tienes razón, pero ¿no te parece mejor discutir eso en casa?

-- De acuerdo. ¿Alguna cosa más?

-- No, procura que espabilen los de contabilidad.

A las nueve y media llegó la familia Cuesta Porqueras al completo. Chon, su madre, su hermano Luis y el inevitable Pepe. Tuve que ponerme serio con el hermano pequeño porque tenía que estar presente en el cementerio mientras el forense realizaba la autopsia de mi difunto jefe. Salió disparado del despacho renegando y jurando como un carretero.

A las diez y minutos llegó el señor Andrade, el director del Banco al que más dinero se le debía. Concha ya lo conocía. Se saludaron muy amigablemente y les presentó a su madre y al hermano mayor Luís. Por el interfono, llamé a mi hermana para que acudiera a la reunión y le presenté al señor Andrade que, muy galantemente le besó la mano y, una vez todos sentados, derivé la conversación sobre temas insustanciales. El que llegó casi de inmediato fue Pepe que regresaba echando el bofe del cementerio. Su hermana hizo las presentaciones y fue entonces que me enteré que debíamos esperar un poco más para que estuviera también presente el abogado señor Matías Guiu para asesorar a la familia.

Conocía a Guiu, tenía un bufete de abogados en Vallecas y era, o había sido, el asesor financiero y fiscal del señor Cuesta y la familia Porqueras. Que Matías acudiera a la reunión estaba claro que era obra de Pepe y Guiu no desaprovecharía la ocasión de meter la mano en el puchero si existía la menor posibilidad de ganancia.

Aquello me hizo cambiar de táctica y en vez de ser yo quien expusiera los hechos, decidí que en cuanto llegara Guiu, fuera Andrade quienes expusieran la situación. Guiu llegó sudoroso y resoplando; el sol y el calor apretaban ya de firme. Después de las presentaciones le indiqué al señor Andrade:

-- Señor Andrade, ¿sería tan amable de exponerle la situación a la señora Cuesta?

-- Por supuesto – respondió, recogiendo del suelo su cartera de documentos y sacando una carpeta que abrió sobre la mesa del despacho – La situación es como sigue: Cinco millones de pesetas de un crédito personal solicitado por el señor Cuesta hace dieciocho meses y del que no se ha amortizado ni una peseta. Veinticinco millones de pesetas de débito al día de la fecha por impagados que obran en la cartera del banco, y un riesgo de papel en circulación de treinta millones que, a tenor del 40% de impagados que estimamos hasta la fecha y que acumularán, cuando menos, otros doce millones de débito. El total… -- hizo una pausa para buscar otra hoja – Cuarenta y dos millones de débito que vencerán dentro de 90 días cuando todo el papel salga de riesgo. Ésta deuda está cubierta en parte por los bienes personales del señor Cuesta y de su viuda, según les explico ahora mismo:

Se quitó las gafas para limpiarlas, volvió a colocárselas. El silencio era tan espeso que no se hubiera oído ni el vuelo de una mosca. Miré a Yeya que también me miraba a mí y levantó sus hermosas cejas. El señor Andrade, después de sacar otra carpeta de su cartera, anunció:

--Chalet de Las Rozas, valorado por peritos inmobiliarios con todos sus enseres, muebles y decoración, cuyo inventario figura en hojas aparte… 18 millones. Piso del Paseo de La Castellana, idem, idem idem, valorado en… 15 millones. Automóvil Jaguar 6V modelo XJ2, valorado 2 millones según precio del mercado actual. Total 35 millones y necesitan 42.

-- Hombre, Andrade, eso me parece muy fuerte – intervino Matías Guiu – creo que hay forma de solucionarlo.

Antes de que el director pudiera contestar, intervino el imbécil de Pepe, comentando sabiamente:

-- Eso creo yo también, además las valoraciones las han hecho ustedes, y yo estoy seguro de que dicho chalet ya vale el doble de lo que usted indica y no digamos nada del piso del Paseo de la Castellana

Jesús Andrade, volvió a quitarse las gafas que ésta vez dejó encima de la mesa, antes de comentar dirigiéndose al abogado:

-- No entiendo que tú, precisamente tú, que has sido asesor del difunto bastantes años, te hayas metido en este follón. ¿Es que no sabías lo que se estaba cociendo? Porque lo peor aún no te lo he dicho.

-- Hombre, Jesús, he venido porque Pepe me pidió que le echara una mano.

-- Pues vas a tener que echarle las dos, si no quiere que le embarguemos la tienda dentro de quince días.

-- ¡¡A mí, a mí! También me va a embargar a mí – rió el muy cretino de Pepe – Venga ya, hombre, usted delira.

-- No, en verdad que no. Usted firmó una letra por 465.000 pesetas hace seis meses, letras que el señor Cuesta negoció y que usted impagó a su vencimiento.

-- Alto, alto, Don Jesús – ya era Don Jesús – la letra tenía que pagarla mi cuñado, ese fue el trato.

-- Sí, pero el que pagará será usted por haberla aceptado y como usted es el librado, excepto que tenga un documento del difunto señor Cuesta que demuestre que ese fue el trato, o paga o el embargo. Pero, consuélese hombre, como usted hay varios cientos, aunque con firmas falsificadas, que no es su caso.

-- ¿Y para esto me has hecho venir? – preguntó Matías Guiu a Pepe Porqueras levantándose – Ustedes perdonen, pero tengo asuntos pendientes que requieren mi atención. Buenos días a todos.

Volví a mirar a Yeya que no pudo aguantar la sonrisa. Y le pregunté:

-- Yeya ¿Cuándo debe la empresa a los empleados, a la Seguridad Social, a Hacienda y demás Organismos públicos – con la feliz memoria que ella tenía para los números contestó sin dudar – Tres millones ochocientas treinta y dos mil pesetas con sesenta y cinco céntimos y, además, seis millones cuatrocientas sesenta y cuatro mil pesetas con ochenta céntimos a los proveedores.

Y sólo entonces, después de que Yeya diera la cifra vi que Concepción de Cuesta y Porqueras, sacaba un pañuelito del bolso para secarse una furtiva lágrima; su hermano Pepe se miraba los zapatos; la madre, que vivía con su hijo mayor, miraba a Luis con cara de incredulidad.

-- Bien, ¿qué solución tienen ustedes para éste asunto? – preguntó el señor Andrade, y ante el silencio de todos, comentó – Ya veo que no tienen ninguna. El único que podría salvar la empresa es el señor Noreña, pero no sé si le interesa.

-- ¿Tú qué dices, Yeya? – le pregunté a mi hermana.

-- Lo que tú decidas – respondió, devolviéndome la pelota.

-- ¡Ahora ya sabemos en donde está el dinero que falta! – exclamó Pepe – Te has lucido, hermana…

-- Los señores Noreña, tienen capital suficiente para comprar algo así como doscientas empresas como ésta – cortó rápido el señor Andrade

-- Entonces ¿sí tanto dinero tiene, por qué trabajaba en esta empresa que iba tan mal? Por algo sería, digo yo – volvió a insistir el muy cretino de Pepe.

-- Permítame que le diga, señor Porqueras, no es usted más imbécil porque no se entrena – comentó el señor Andrade.

-- ¡Cállate de una vez, Pepe! – exclamó Luís enfadado cuando comprendió que el hermano quería responderle a Andrade – No haces más que meter la pata.

-- Bien, señor Noreña ¿qué decide usted? – pregunto Andrade

-- En primer lugar, el piso de la Castellana y el chalet de Las Rozas se pondrán a la venta para enjugar las deudas de la empresa, así como el Jaguar. En segundo lugar, Pepe Porqueras no volverá a aparecer por estos Laboratorios so pena de palo y tente tieso, así que ya te estás largando porque lo que sigue no te interesa, pero no te olvides de colocar en su sitio los tomos del Espasa y todo lo que hayáis sacado del piso y del chalet – respondí mirándolo con mala leche. No dijo ni adiós. Cuando desapareció continué – En tercer lugar, para que la señora Cuesta no se quede en la calle, le regalo mi piso de la calle Claudio Coello con todo lo que tiene dentro. En su momento recibirá la citación del notario. Si necesita un empleo para poder subsistir, que se ponga de acuerdo con Don José Maldonado, el nuevo gerente de los Laboratorios que pasarán a llamarse Laboratorios Noreña. ¿Alguna pregunta?

-- Entonces, ¿cargo en su cuenta todos los débitos, señor Noreña? – preguntó Andrade, al ver que nadie preguntaba.

-- Por supuesto, señor Andrade – respondí levantándome para despedirlo y los demás hicieron lo mismo, pero no lo acompañaron a la salida.

Fue allí, ya en la acera, donde le pregunté si sabía en qué condiciones estaban las dependencias de los Laboratorios. Me respondió que lo que él sabía es que, si bien las escrituras estaban en regla, no figuraban en el Registro de la Propiedad, por eso se habían salvado, aunque al ser bienes gananciales necesitaría la firma de la viuda para legalizarlas, pero que no creía que tuviera problemas por ese lado, dado lo bien que me había portado con ella y yo, pensé para mi coleto, ¡cómo se ve que no la conoce!

Y no la conocía.

+++

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