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Tres Sainetes y el drama final (3)

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TRES SAINES Y EL DRAMA FINAL 3

Después de subir penosamente la empinada escalera y llegar al cuarto y último piso del inmueble, el recién llegado se paró delante de la puerta que ostentaba el número 5, llamó suavemente y retrocedió un paso en espera de que le abrieran. Un ruido casi imperceptible de la mirilla le indicó que la casa estaba habitada y que se aprestaban a recibirle. La puerta giró y el visitante traspasó el umbral hallándose de pronto en una salita comedor de reducidas dimensiones y a la que daban cuatro puertas. Ante él se hallaba otro hombre, con gesto amable y acogedor; su estatura era regular y su edad frisaba en los cuarenta años. Sus facciones eran duras, pronunciadas y de un color moreno, tenía un bigote muy poblado y el pelo de la cabeza aparecía en desorden, prueba inequívoca de que acababa de levantarse de la cama. Tras los saludos de rigor tomaron asiento y empezaron a hablar. El visitante llevaba la iniciativa de la conversación. De pronto la faz del dueño de la casa perdió su apariencia risueña y sus ojos se iluminaron con una viveza extraordinaria, Su cabeza se movía a veces de arriba abajo en señal de afirmación y luego permanecía estática y atenta. El visitante mientras tanto seguía hablando y dando detalles. Por fin se levantó, dio unas palmaditas en la espalda de su interlocutor, se abrochó la americana y se dispuso a marchar.

-- Adiós, DELTA – le dijo mientras bajaba las primeras escaleras – y medita bien lo que te acabo de exponer.

--Perfectamente, paisano, así lo haré.

DELTA se quedó en su casa y el paisano llegó a la calle y entornó los ojos; un sol espléndido y primaveral inundaba la madrileña calle de Toledo. Avanzó unos pasos y luego, como si algo le hubiese acudido de pronto a la memoria, deshizo lo andado y alzó la vista para contemplar con atención la casa que acababa de abandonar. Sobre la puerta se distinguía el número 105. Tomaré nota para que no se me olvide, se dijo, mientras sacaba una libretita en la que hizo una anotación, mezclándose luego con los viandantes y perdiéndose a lo lejos.

La casa de DELTA, tenía una salita, dos alcobas, la cocina y un cuarto trastero para colocar maletas y baúles. Todo indicaba bien a las claras que en aquella casa imperaba la miseria más absoluta. El inquilino del numero 5 del cuarto piso del número 105 de la calle de Toledo se llamaba DELTA. Al recibir la visita del paisano, DELTA no tenía trabajo. Había sido albañil y jugador de oficio. Su ocupación preferida era ir por la ferias y jugar a las cartas con barajas preparadas a tal efecto, embaucando a las gentes y sacando el dinero a los incautos. Hombre sin escrúpulos de ninguna clase, lo mismo le daba jugar una partida de subastado que cometer una acción punible o un delito, con tal de ganar dinero. La cárcel ya le era familiar. Había ingresado en ella dos veces acusado de robo en 1914 y 1915. Era natural de Linares e hijo ilegítimo de Ana López Moreno. Tenía dos hermanas de madre, Amparo y María, residentes también en Madrid, pero con las que casi no se relacionaba. En vista de que el juego estaba rigurosamente prohibido, DELTA se dedicaba a hacer cestas de mimbre, por las que recibía un jornal irrisorio. Su esposa, Carmen Atienza Jiménez, era una pobre mujer laboriosa y honrada, que con su trabajo ganaba lo suficiente para poder vivir, aunque en medio de grandes privaciones. En casa de este matrimonio vivía una joven que tenía relaciones con un alférez de Intendencia. Cuando la esposa llegó a la vivienda aquel día, DELTA le dijo:

--Ha venido el paisano, ¿comprendes?

--Bien ¿Y qué?

--Muy sencillo, me ha propuesto un negocio del que voy a resultar rico o me van a meter en la cárcel para toda la vida.

--DELTA, eso no te lo toleraré jamás, ¡Por Dios te lo suplico! No te metas en líos. Si es preciso trabajaré también por las noches. Estoy dispuesta a los mayores sacrificios antes que verte metido en la cárcel como las otras dos veces. ¡DELTA, ten compasión de mí y no me dejes sola! Te lo suplico por lo que más quieras.

Pero DELTA, callado, impasible y duro, consoló a su esposa mientras en su fuero interno estaba decidido a seguir adelante con el plan propuesto por su paisano.

--No te pongas así, Carmen. No es lo que te imaginas, ni mucho menos. Todas las mujeres sois unas exageradas. Está demostrado que, de haceros caso, no se puede ir a ninguna parte. Tú sabes muy bien que ya no hago de albañil, por las ferias tampoco puedo ir, el juego está prohibido. Ésos eran hasta hace poco mis únicos oficios. Necesito ganarme la vida y no quiero resignarme a que vivamos siempre como pordioseros.

--Todo lo soportaré antes de verte nuevamente en la cárcel, DELTA, eso no, por favor, eso no.

--Pero ¿quien piensa en la cárcel? No compliques las cosas.

DELTA dejó a su mujer y se fue a su alcoba pensando en lo que le había propuesto su paisano GAMA.

De vez en cuando la casa de DELTA se animaba y reinaba en ella la alegría. Cuando esto sucedía los habitantes de la casa se iban después de comer a tomar café a un bar de la misma calle de Toledo. El milagro lo realizaba un hombre alto, simpático, jactancioso, fuerte y de cara morena. Llegaba a casa de DELTA cuando menos lo esperaban y daba cinco duros cada dos días para que en la casa no faltase de nada, pero hacía bastante tiempo que no aparecía por la casa de la calle de Toledo.

Pero un 24 de marzo llegó al Hotel París, en la puerta del Sol, aunque sus maletas fueron directamente a casa de DELTA. Dos días después el forastero se hospedó allí, siguiendo el camino de su propio equipaje. Con su llegada regresó la alegría a casa de DELTA, alegría que no iba a durar mucho tiempo, porque el huésped manifestó su deseo de marcharse al extranjero.

--Sí, amigo DELTA – le dijo confidencialmente a DELTA – debo desaparecer de España. La requisitoria ha salido ya en La Gaceta. Por todas partes se me busca como rebelde. Piden para mí tres años de cárcel y veinticinco mil pesetas de indemnización. Después de vender todas mis cosas no tengo más que unas mil pesetas ¿Tu crees que voy a ser tan estúpido que voy a dejarme coger por la buenas? Ni hablar. Me largo y aquí no ha pasado nada.

--Pero ¿No estaba ya zanjado ese asunto?

-- Eso creía yo también, pero ya estás viendo que mi proceso está otra vez de actualidad. El Directorio lo está removiendo todo y revisando cosas que estaban más que dormidas. Por lo visto también han llegado al juzgado de Daimiel.

--¡Si no hubieses disparado!

--Disparar hubiese sido de la menos, lo peor fue que produje lesiones. Por eso me piden lo que me piden. Ahora comprenderás que no me queda otro recurso que huir al extranjero con un pasaporte falso.

--Por eso no debes preocuparte, yo lo sacaré a mi nombre.

--¡Estas de broma, DELTA! ¿Pero cómo se te puede ocurrir que estando tú fichado por dos condenas de robo te van a extender un pasaporte? Ni lo sueñes, hombre. Eso es pensar con los pies y soñar con la luna de Valencia.

--Hombre yo le he dicho para probarte mi lealtad.

--Y te lo agradezco, créeme, pero ya ves que no puede ser a pesar de tu buena voluntad. Lo que yo necesito es un pasaporte en el que figure cualquier nombre, siempre que no sea ni el tuyo ni el mío.

DELTA se dio una palmada en la frente, como para materializar la idea que se le acababa de ocurrir. Comentó:

-- Creo que ya tengo la solución.

--Tú dirás.

-- Si, estoy seguro de que el paisano nos sacará del apuro.

--¿Quién es ese paisano?

-- Un amigo mío. GAMA. No lo conoces.

--Me parece que sí, tengo idea de haberle visto en Villarrubia, en un café de camareras.

--Pues ese te facilitaré todo lo que sea necesario. Conoce a mucha gente, buena y no tan buena.

El huésped de DELTA era un hombre de treinta y cinco años y había nacido en Úbeda. Su residencia habitual era el Hotel Colombia de Daimiel y era hijo natural. Su madre, Manuela, vivía en Martos en compañía de su esposo Francisco Moral, padrastro del huésped de DELTA. En Daimiel se le conocía como "El señor Fonda" por el hecho de vivir siempre en el Hotel Colombia, pero su verdadero nombre era otro, aunque nosotros, de momento, lo conoceremos como OMEGA. Hacía más de cuatro años que no veía a DELTA, a quien conocía por estar los dos entregados al oficio de los juegos de cartas. A partir del año 1.924 su amistad se intensificó de manera notable. Esta fue la causa de que OMEGA recurriera a DELTA para solucionar el modo de marcharse al extranjero.

La campana del reloj de la Iglesia vecina acaba de dar las diez de la mañana. La esposa de GAMA entró en la alcoba donde dormía su marido y le comentó:

--Ahí fuera hay dos señores que preguntan por ti.

--¿Quiénes son?

--Una de ellos me ha dicho que es tu paisano DELTA.

--¿Y el otro?

--No sé quien es, no me dijo quien era.

--Está bien, diles que pasen.

--¿Aquí vas a recibirlos?

--No te preocupes, mujer, son de confianza.

--Si tú lo dices.

GAMA los saludo desde la cama y les invitó a tomar asiento.

El asunto del pasaporte falso no tardó en platearse. Como DELTA había supuesto GAMA conocía a la persona que podía conseguir lo que OMEGA necesitaba tan urgentemente. Para entrevistarse con esa persona, GAMA citó a DELTA y a su amigo para aquella misma noche en el café "Spiedum".

Alrededor de un velador estaban sentados tomando café GAMA, ALFA y BETA. Poco después entraron DELTA y OMEGA. Éste iba pulcramente vestido. En cambio DELTA se presentó sucio, sin calcetines, con los codos de la americana rotos y con una gorra de visera completamente deteriorada. Una camisa, sucia, rota y desabrochada, total, que parecía un mendigo. Se saludaron, hubo las presentaciones y los recién llegados tomaron asiento.

Como si OMEGA no hubiera notado el aspecto de su amigo DELTA, le espetó:

--¿No te da vergüenza ir así? Se puede ser pobre, pero no sucio. ¿Te parece bien sentarte entre estos señores yendo sucio y vestido como un guarro? A mí no me molesta ir l lado de una persona pobre, pero me fastidia ir con un tío tan desastrado como tú.

DELTA, avergonzado, miró con fijeza exasperante a todos. Por un momento se cernió sobre sus cabezas una expectación grave de dudosa angustia. Aquel hombre zaherido podía lo mismo sucumbir impotente ante la humillación de que había sido objeto, como romper de un botellazo la cabeza del que lo había humillado. La tensión se suavizó cuando GAMA comentó en tono amistoso:

--Reconoce DELTA que OMEGA tiene razón. Debería darte vergüenza ir como vas.

DELTA se levantó bruscamente, y encarándose con OMEGA le dijo:

--Me voy, lo que has hecho es una porquería.

--La porquería es ir como vas tú – replicó OMEGA.

DELTA salió a grandes zancadas del café; momentos después desaparecía por la Gran Vía abajo.

Cuando OMEGA volvió a la casa de la de la calle de Toledo encontró a DELTA sumamente molesto e irritado.

--Lo que has hecho conmigo no tiene nombre. Me habéis echado como un perro, y a eso no hay derecho. Ya sé que no soy un señorito como los que estaban allí, pero eso no es motivo para que os portarais así conmigo. Ya me figuro que lo habéis hecho para hablar entre vosotros sin que me enterara de vuestras intenciones, pero hay muchas maneras de deshacerse de las personas sin recurrir al insulto y a la humillación.

--No debes tomarlo así, hombre. Si lo he hecho es porque con tu lamentable indumentaria llamabas mucho la atención. Y tú sabes mejor que nadie que, cuando se lleva entre manos un asunto tan delicado como el que ya te supones que tratábamos, lo mejor es no llamar la atención de nadie.

--Si es así, olvidemos el asunto.

--Esa es la única razón.

--Y hablando de todo – comentó DELTA - ¿Qué te parece el asuntillo?

--Con franqueza, DELTA, un verdadero disparate.

--¿Tú crees?

--SÍ, un disparate y de los mayores. Vayas donde vayas te cogen y te envían para España en menos que canta un gallo.

--Me parece que te equivocas. Hay países en los que no te entregarían a las autoridades españolas. Yo no sé de eso, pero lo he oído comentar.

--No estamos de acuerdo. Ese asunto no puede salir nunca bien; si quieres hacerme caso no te metas en ese lío, te podría costar caro.

--Entonces ¿qué quieres? No pretenderás que me muera de hambre.

--Ya encontrarás algo lo suficientemente honrado para comer.

-- Bien, dejemos ese asunto. ¿Y qué hay de tú pasaporte?

--Han prometido que me lo arreglará un tal Adolfo Delius; uno que se apoda el "Avión". Veremos si es verdad. Estará dentro de unos días.

--Que a ti y a mi nos salgan las cosas bien.

La labor de los días sucesivos fue fácil para los amigos de OMEGA, aunque éste tardó algunos días en dejarse convencer. Ni el tono animador de GAMA, ni las observaciones documentadas de ALFA y BETA pesaban sobremanera sobre su decisión. Por último, un día dijo a sus amigos:

--Desde luego vuestros planes no están mal, pero ¿hay algún país donde se pueda vivir con ese dinero sin que le molesten a uno?

-- Naturalmente – aclaró ALFA.

--Pues dime cual es.

--Uno cualquiera en donde no haya extradición.

--¿Y eso que es?

--Muy sencillo. Hay naciones en las que puedes gastarte tranquilamente las pesetas sin temor a que las autoridades te envíen al punto de origen para que allí seas entregado a la policía de tu país.

--¿Y qué naciones son esas?

--Grecia, por ejemplo – especificó BETA.

--Venezuela, Guatemala y Paraguay – aclaró ALFA.

--No está mal. Paraguay me interesa.

Sin embargo, OMEGA no parecía estar interesado del todo. Le dieron más detalles del plan y le contaron el proyecto sin dejar pormenor alguno. OMEGA oía y callaba.

Por fin se decidió y se unió definitivamente a los demás para llevar a cabo el atraco.

El miércoles 2 de abril de 1.924 salió OMEGA de viaje para arreglar sus últimas asuntos y regresar a Madrid el miércoles siguiente. Todos los demás estaban preparados para comenzar la acción.

GAMA dirigía las operaciones como un verdadero director técnico, pero sin tomar parte activa en el asunto. ALFA se presentaba como creador de la idea y su más decidido animador. BETA aportaba su falta de voluntad para ayudar en lo preciso, sin analizar las consecuencias de sus actos. DELTA ponía a disposición del trabajo la contundencia de su brazo y su conciencia desnuda de escrúpulos, impulsada por la propia energía y por la acometividad impulsada por el hambre. OMEGA ofrecía su decisión para, una vez realizado el golpe, hacerse con una considerable cantidad de dinero que le permitiera huir al extranjero con el bolsillo lleno. Era preciso desaparecer cuanto antes para así burlar el procesamiento que contra él seguía la Audiencia de Ciudad Real.

Los cinco hombres preparaban el golpe en combinación con un empleado de Correos, el cual estaba conforme en fingirse víctima para favorecer los planes del robo y recibir a cambio su parte correspondiente del botín. Se llamaba Ángel Ors.

Fijado el golpe para el día 10, BETA y OMEGA se dedicaron a probar y estudiar narcóticos. En la biblioteca del "Liceo de América" consultaron un tratado legal de Medicina y Toxicología y se decidieron por el pantopón, después de probar el cloruro de etilo, morfina, escapolamina, Aledina, veronal y hedonal. Prefirieron el pantopón porque era el que mejor se diluía en el coñac.

El plan inicial era que OMEGA entrara solo en el vagón correo, provisto de un pase falso, y después de narcotizar a un itinerante, fingiría dormir al otro, que sería Ángel Ors, y que estaría, según ALFA, preparado para facilitar la labor del robo, una vez llamados los demás a los efectos oportunos. Pero OMEGA se resistía a realizar la acción el solo, aunque no dejaba de comprender que DELTA no tenía la apariencia de un oficial de Correos, que GAMA era incapaz de ayudar personalmente, que ALFA era demasiado conocido en Correos, y que BETA era un perfecto inútil para llevar a cabo un trabajo como aquel. Todo esto lo comprendía perfectamente OMEGA, pero aún así su decisión de no ir solo se afianzaba más y más y no fue posible hacerle desistir de su postura firmemente negativa y esta actitud fue la que decidió la intervención de DELTA aunque su apariencia desentonaba profundamente.

Estando todo a punto, OMEGA y BETA fueron en tren hasta la estación de Cinco Casas, la siguiente a Alcázar de San Juan y reconocieron todo el terreno así como la posibilidad de tirarse del tren en marcha. Pero, pensándolo bien, concluyeron que tal descenso del tren no era necesario y que bien podían realizarlo en Manzanares, aprovechando precisamente la contravía; de allí se dirigirían al automóvil que había alquilado BETA con anterioridad y que les estaría esperando. Por último decidieron que subirían al tren en Aranjuez y hecho esto regresaron a Madrid.

Todo estaba preparado. GAMA facilitó un impreso con la firma del doctor Poyales sobre el que BETA recetó cloruro de etilo, cloroformo y pantopón. Estos productos les fueron despachados en dos farmacias, una en la calle de Hortaleza y otra en la del Desengaño. El tubo de pantopón le fue entregado a DELTA y el cloroformo y el cloruro de etilo a OMEGA.

El día 10 de abril de 1.924 BETA viajó a Ciudad Real para alquilar un auto y los demás se quedaron esperando en Madrid. Cuando alquiló el auto, BETA llevaba una maleta con las iniciales J.D. y dijo llamarse José Díaz. Todo iba perfectamente. Por fin se iban a acabar de una vez tantas estrecheces económicas y tantas preocupaciones por culpa del maldito dinero. "Pildorita", animado por tales pensamientos, se paseaba confiado por las calles de la capital manchega. Llegó la hora de comer, y BETA, convertido en José Díaz, se dirigió a comer a una de los Hoteles más céntricos de la ciudad, como debe hacer todo caballero que lleve entre manos un asunto sobre el que lo mejor es no ser reconocido y, naturalmente, un sitio céntrico es el mejor lugar para pasar inadvertido. Cuando más ensimismado estaba con los postres, oyó que alguien le decía:

--¡Caramba "Pildorita"! ¿Tú por aquí? ¿Qué te trae por Ciudad Real?

Se estrecharon la mano y BETA dio una disculpa insustancial, y se despidió de su amigo, después de abonarle la comida al camarero.

Apenas estuvo en la calle se dirigió a un teléfono y pidió conferencia con Madrid. GAMA se puso al habla:

--Dile a ALFA y a esos que me han conocido.

--¿Quién ha sido?

--Uno del Liceo.

--¿Qué vas a hacer?

--Esta noche regresaré a Madrid.

--¿Y el asunto que llevas entre manos?

--Imposible.

--Pero…

--En estas condiciones es imposible, compréndelo.

--Está bien, adiós, BETA.

--Adiós, GAMA.

Por milagro no se dieron también los apellidos y las direcciones particulares. Después de la conferencia y aprovechando que ya tenía alquilado el coche, se fue a Manzanares con el propósito de tomar el tren de la noche de regreso a la capital. Ahora tenía una nueva preocupación ¿Qué pensarían sus amigos sobre aquel tercer fallo suyo completamente fortuito? ¿Tomarían serias represalias? La camisa no le llegaba al cuerpo. Les había fallado tres veces seguidas.

GAMA y BETA, después de celebrar una larga conversación, se dirigieron al estudio de ALFA que se enfadó seriamente con él, pero el que puso el grito en el cielo fue OMEGA. En la calle GAMA se encontró con DELTA al que contó lo ocurrido.

--Han conocido a BETA y éste se ha echado para atrás.

--¡Maldita sea! – bramó DELTA indignado – La culpa la tengo yo por tratarme con hombres que no lo son. ¡Esos maricones de mierda son todos unos pelanas!

GAMA no quiso oírle. Le dijo que subiera el "picadero", que así llamaba al estudio de ALFA, y subió las escaleras de cuatro en cuatro. Cuando irrumpió en el estudio agarró por las solapas de la chaqueta a BETA bramando:

--¡Eres un mamarracho! Si estuviéramos en pleno campo mi amigo OMEGA y yo estaríamos jugado al fútbol con tu cabeza. ¡Mereces que te pisotee las entrañas!

BETA lo aceptó todo con la cabeza gacha y ni se atrevió a protestar.

De allí se fueron al café "La Elipa", atravesando las calles Figueroa, Colmenares, Infantas y Alcalá. BETA recibió la orden de ir a buscar a GAMA y apenas llegó éste trataron él y ALFA de templar los ánimos. Unas copas de coñac sirvieron para aplacar el carácter avinagrado de DELTA. Después de aquella bronca fenomenal todos quedaron convencidos de que con DELTA se podía ir a cualquier parte. No cabía duda, aquel hombre no se detendría ante nada por muchos que fueran los obstáculos que se le cruzaran en el camino. Todo quedó detallado en aquella reunión. Decidieron que DELTA, OMEGA y ALFA se trasladarían a la estación de Aranjuez en el tren mixto de Cuenca, cuya salida estaba fijada para las cinco de la tarde, y allí esperarían la llegada del tren.

Y aquí terminaba el tercer sainete y empezaba el drama.

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